Para aclarar mis sentimientos, me hice la pregunta las pasadas navidades: ¿qué me gusta menos de verdad, las fallas o la navidad? Porque lo habitual es que uno odie las fallas cuando son fallas y haga ascos de la navidad cuando es navidad. Así que hace tres meses me planteé el interrogante y concluí que mi nivel de tolerancia hacia las fallas es muchísimo menor que el que he desarrollado hacia cualquier otra fiesta.
Está claro que la navidad es una invitación al suicidio. No sólo por su lado vomitivo de las reuniones familiares y el sentimiento de soledad que produce en muchos, sino por la exaltación del consumo y la destrucción del planeta. Se celebrará el renacimiento del Sol, pero de nuestros actos se desprende que buscamos aniquilar nuestro hábitat, que queremos destrozarlo AHORA, y que sólo tenemos derecho a hacerlo NOSOTROS.
De mi repulsa a las fallas he descubierto que soporto mejor la invasión ideológica y visual de la navidad que la saturación sonora que termina esta noche. El ruido continuado impide pensar. Respecto del cine, en la carrera aprendimos que uno puede dejar de mirar y no hacer caso del mensaje, pero no podemos dejar de oír. Sobre este mecanismo se construyen las pelis de terror. En esta tortura se basan las fallas. Puedes decidir no ver una sola falla, pero ten por seguro que los falleros harán que te enteres de que están de fiesta.
Lo que más me molesta de los falleros es su impunidad. Pueden montar una carpa enorme en medio de la calle. Pueden prender hogueras enormes en los cruces. Pueden alterar el tráfico de vehículos a su antojo. Pueden hacer estallar artefactos explosivos de cualquier potencia, a cualquier hora, en cualquier lugar y hacia cualquier dirección. Pueden ensuciar los pueblos y ciudades con niveles de mierda que nadie soñaría con ver junta. Pueden cometer faltas gordas de ortografía. Pueden desfilar bajo tu ventana con una banda de música anuladora del libre-pensar y tirando cohetes a las ocho de la mañana. Pueden montar verbenas de madrugada. ¡Y la policía mirando!
Seamos serios: en cualquier país civilizado y con un puñado de leyes estos falleros acabarían sus días en prisión. Pero resulta que vivimos en Valencia, territorio sin ley gobernado por el MAL. Con un poco de suerte éstas serán las últimas fallas que tenga que soportar en mi vida.
O eso, o concesión de bula para todo el mundo DESDE YA para cometer actos terroristas. A ver si los falleros van a ser los únicos que puedan incendiar las calles.
PD: por cierto, siempre me ha llamado la atención la similitud fonética entre «falla» y «fire». ¿Alguien sabe algo?
Está claro que la navidad es una invitación al suicidio. No sólo por su lado vomitivo de las reuniones familiares y el sentimiento de soledad que produce en muchos, sino por la exaltación del consumo y la destrucción del planeta. Se celebrará el renacimiento del Sol, pero de nuestros actos se desprende que buscamos aniquilar nuestro hábitat, que queremos destrozarlo AHORA, y que sólo tenemos derecho a hacerlo NOSOTROS.
De mi repulsa a las fallas he descubierto que soporto mejor la invasión ideológica y visual de la navidad que la saturación sonora que termina esta noche. El ruido continuado impide pensar. Respecto del cine, en la carrera aprendimos que uno puede dejar de mirar y no hacer caso del mensaje, pero no podemos dejar de oír. Sobre este mecanismo se construyen las pelis de terror. En esta tortura se basan las fallas. Puedes decidir no ver una sola falla, pero ten por seguro que los falleros harán que te enteres de que están de fiesta.
Lo que más me molesta de los falleros es su impunidad. Pueden montar una carpa enorme en medio de la calle. Pueden prender hogueras enormes en los cruces. Pueden alterar el tráfico de vehículos a su antojo. Pueden hacer estallar artefactos explosivos de cualquier potencia, a cualquier hora, en cualquier lugar y hacia cualquier dirección. Pueden ensuciar los pueblos y ciudades con niveles de mierda que nadie soñaría con ver junta. Pueden cometer faltas gordas de ortografía. Pueden desfilar bajo tu ventana con una banda de música anuladora del libre-pensar y tirando cohetes a las ocho de la mañana. Pueden montar verbenas de madrugada. ¡Y la policía mirando!
Seamos serios: en cualquier país civilizado y con un puñado de leyes estos falleros acabarían sus días en prisión. Pero resulta que vivimos en Valencia, territorio sin ley gobernado por el MAL. Con un poco de suerte éstas serán las últimas fallas que tenga que soportar en mi vida.
O eso, o concesión de bula para todo el mundo DESDE YA para cometer actos terroristas. A ver si los falleros van a ser los únicos que puedan incendiar las calles.
PD: por cierto, siempre me ha llamado la atención la similitud fonética entre «falla» y «fire». ¿Alguien sabe algo?