Café de vacaciones.
El sitio donde tomo el café a diario cierra estos días de agosto. En el centro, con tanta gente fuera y este calor que no invita a salir, me parece una decisión lógica que minimiza el impacto, evita sustituir personal y permite al empresario resetear en temporada de menos ventas.
He probado el local de al lado. No había estado nunca, lo confieso, somos de costumbres, de piñón fijo. No sé por qué, la verdad.
No sé por qué siempre iba al mismo ni tampoco por qué no había entrado en este otro. Y eso que no soy de los que entablan conversación ni de los que le gusta que le pongan su desayuno habitual sin pedirlo, es más, cuando el camarero amablemente me sugiere «lo de siempre», pido otra cosa.
Cambiaré de local donde tomar el café a diario, decidido. Este de al lado me gusta más, la persona que me atendió correctísima, el ambiente menos ruidoso y el café en sí –el líquido negro– está mejor, más aromático, más intenso.
Le van a salir caras las vacaciones al empresario que cerró en agosto, va a perder clientes. Por aquí veo alguno de los otros habituales… me fijaré en septiembre a ver quién recupera la antigua costumbre.
El problema no es haber cerrado por vacaciones –me reafirmo, creo que fue una decisión impecable–, el problema, en mi opinión, es no saber que el local de al lado hace mejor café que tú y que el personal de al lado es más atento que el tuyo. Si no lo sabes no podrás mejorar, entiéndase, competir.
Habernos mantenido de clientes –perdone que incluya a más parroquianos– durante tanto tiempo en estas circunstancias fue un grave error, nosotros que confiábamos con lealtad, hacernos esto, sin saber que teníamos algo mucho mejor al lado...
La enseñanza. Antes de salir de vacaciones, date una vuelta por el barrio… a lo mejor este año las tienes que dejar pendientes porque toca renovar, para que tus clientes no dejen de serlo.