Entre otras características y elementos que la definen, la democracia implica la participación de muchos/todos en las decisiones que afectan a muchos/todos.
El domingo 4 de febrero recién vivimos una nueva elección presidencial y de asamblea legislativa en El Salvador. Como cada vez, ejercí mi derecho a elegir lo que considero más conveniente para mi país y para todos, porque siempre lo he asumido como un real deber ciudadano, además de una de las más grandes responsabilidades del ser humano. Porque este poder de elegir y de "dar poder" a otros para gobernar exige una responsabilidad indiscutible para las y los ciudadanos de una nación. La responsabilidad de tomar decisiones que afectarán (positiva o negativamente) a mis compatriotas y que, sin duda, impactará en las generaciones que vengan después de mí.
Así como sucede en las repúblicas, algunas corporaciones en la modernidad implementan sistemas más o menos participativos para la toma de decisiones. Salvo algunas reglas que deben existir para el orden general y la armonía, la cultura empresarial más actual implica valores democráticos, invita a la participación, promueve la tolerancia y motiva a la libertad de opinión sobre distintos procesos que se quieren llevar a cabo dentro y en la proyección externa de las corporaciones. Cuando esto ocurre, procesos como "el cambio" pueden ocurrir con menos resistencia y con más participación, volviéndolo parte de la cultura con más facilidad y apropiación.
¡Bravo! por las líderes que apoyan la innovación y fomentan nuestra creatividad, como personas y dentro de los equipos de trabajo, reconociendo el derecho a pensar con libertad y expresar libremente las opiniones, de participar de nuevas iniciativas y de promover lo que más nos hará crecer como integrantes del todo.