El Santo cuelga las alas
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Iker Casillas pone punto y final a su carrera como futbolista profesional. A los 39 años, cuelga los guantes, y como muchos dicen, las alas.
San Iker, el santo, con esas alas que le hicieron volar hacia balones imposibles, paradas y despejes inverosímiles. Esas que le encumbraron como uno de los mejores porteros de la historia del Real Madrid y de la Selección Española, por trayectoria profesional, por títulos y por personalidad. La historia tenía reservado para él un hueco fabricado entre el trabajo duro, el esfuerzo, el talento y la fortuna de estar en el momento adecuado, en el sitio oportuno. Le respetaron las lesiones y pudo hacer valer todos sus dones en el verde.
A Casillas siempre le acompañó esa pizca de suerte que hace falta para sobresalir en un campo tan minado como es el fútbol, tan competitivo y tan escaso de oportunidades por exceso de candidatos. En una carrera tan longeva y expuesta como la suya hubo altibajos, momentos cumbre y épocas de aguantar el vendaval. Muchos focos encima de sus hombros. Mucho peso a cuestas de una historia que supo sostener y agrandar con gran holgura. Mucha presión incorporada en un brazalete que lució con orgullo para guiar a una generación de oro hasta las cimas más altas jamás conquistadas. Toda la pasión que supo concentrar en el dorsal número 1.
Ese número y esas alas que le siguen acompañando, pero su vuelo será ahora más lento, más bajo, alejado del verde y de los palos. Seguirá siendo el capitán de una familia, más pequeña y cercana a su lastimado corazón. Seguirá vinculado al fútbol que tanto quiere, seguramente, pero de fuera hacia adentro.
A Casillas le toca hacer la transición del deportista, esa tan crucial para la que algunos se preparan durante toda su carrera profesional, y seguir escribiendo su camino en la vida, aportando toda la experiencia que atesora, que es de gran valor para la industria profesional del fútbol. Le toca mirar hacia atrás con cariño y emoción, a un camino mágico que le ha construido como persona. Al presente con energía renovada y al futuro con ilusión y optimismo. Desde la gratitud por haber sido un privilegiado, la serenidad y satisfacción de haber hecho un gran trabajo, y la tranquilidad de haber abierto un camino de ejemplaridad para los jóvenes, un legado para varias generaciones.
Para los que hemos crecido viendo a Iker Casillas volar en la portería, su despedida es el cierre de un capítulo irrepetible que recordaremos siempre. El de saberse protegido por el último bastión, ese implacable guardián de los palos al que acompañan siempre los milagros. El de nunca perder la esperanza porque la última defensa estaba protegida por el santo, tocado por un destino de leyenda que perdurará para siempre en los registros del fútbol español. Gracias Iker por hacernos creer en lo imposible sobre el césped, por haber sido el guardameta más determinante del fútbol moderno y por llevar hasta la cima todo el talento que tenías dentro. Gracias por recorrer este camino, futbolista elegido. Hasta siempre, portero.
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