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Los celtíberos
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ALBERTO J. LORRIO
UNIVERSIDAD DE ALICANTE
UNIVERSIDAD COMPLUTENSE
DE MADRID

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de la obra
Edición electrónica:
© Alberto J. Lorrio
Universidad de Alicante
Universidad Complutense de Madrid, 1997
ISBN: 84-7908-335-2
Depósito Legal: MU-1.501-1997
Edición de: Compobell

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LOS CELTÍBEROS
ALBERTO J. LORRIO
VI. Artesanado y arte

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Índice
Portada
Créditos
VI. Artesanado y arte. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6
1. Orfebrería . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
2. Objetos relacionados con la vesti menta . . . . . . . . . . 21
2.1. Fíbulas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21
2.2. Alfileres. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31
2.3. Pectorales. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 32
2.4. Broches de cinturón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47
2.5. Elementos para sostener el tocado . . . . . . . . . . 69
3. Adornos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 70
3.1. Brazaletes y pulseras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71
3.2. Collares y colgantes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 74
3.3. Torques. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 82
3.4. Diademas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83
3.5. Placas ornamentales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 84
3.6. Otros objetos de adorno. . . . . . . . . . . . . . . . . . . 86
4. Elementos de banquete . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 88
5. Útiles. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93
5.1. Pinzas y navajas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93

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Índice
5.2. Tijeras. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95
5.3. Hoces . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 98
5.4. Dobles punzones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 100
5.5. Agujas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 102
5.6. Útiles agrícolas y artesanales. . . . . . . . . . . . . . 102
5.7. Arreos de caballo y herraduras. . . . . . . . . . . . . 105
6. Otros objetos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 113
7. La producción cerámica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 115
7.1. Los recipientes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 115
7.2. La coroplástica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 122
7.3. Fusayolas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 132
7.4. Pesas de telar. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 137
7.5. Bolas y fichas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 138
8. La expresión artística . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 141
Notas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 154

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ÍNDICE
VI. ARTESANADO Y ARTE
Uno de los aspectos de mayor trascendencia de la
Cultura Celtibérica es el importante desarrollo que
alcan zó la actividad artesanal a lo largo de un pe-
ríodo de casi seis centurias (siglo VI-I a.C.), sobre todo en lo
que se refiere al trabajo del hierro y el bronce, así como a la
producción cerámica. Prueba de esta actividad se halla en
las armas, los adornos y los útiles descubiertos en las necró-
polis y poblados celtibéricos, en buena medida fa bricados en
talleres locales.
La siderurgia encuentra su máximo exponente en el arma-
mento y en el utillaje metálico de diverso tipo y funcionalidad,
aunque el hierro también fuera utilizado para la realización de
ciertos objetos de adorno, como fbulas y pulseras. El trabajo
del bronce, ocasionalmente vinculado con la fabricación de
ciertas armas (escudos, cascos y discos-coraza), se centró

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ÍNDICE
en la producción de objetos relacionados con la vestimenta y
el adorno perso nal, como fíbulas, broches de cinturón, pec-
torales, braza letes, pulseras, pendientes, anillos, cuentas de
collar, etc., elementos en los que se emplearon a veces el
hierro y la plata, lo que determinará la adopción de formas
diferen tes. La orfebrería, basada en los objetos de adorno,
gene ralmente de plata, aparecidos formando parte de tesori-
llos, sólo alcanzó un desarrollo notable en época avanzada.
Una parte importante de estos objetos metálicos -sobre todo
armas y adornos- pueden ser considerados como elementos
de prestigio, según se deduce de su presencia habitual en
los ajuares funerarios, así como por las ricas decoraciones
que muchas de estas piezas ostentan. Un claro carácter sim-
bólico puede defenderse para los ele mentos de banquete y
una serie de utensilios, como las tijeras o las hoces, dada su
presencia en tales ajuares, a veces en tumbas consideradas
«ricas», asociados frecuen temente con armas. Interpretación
que puede hacerse ex tensiva a otros útiles agrícolas presen-
tes ya de forma excepcional en conjuntos funerarios, e inclu-
so a ciertos objetos de toilette como las llamadas «pinzas de
depilar».
El análisis del artesanado celtibérico puede realizarse desde
diferentes planteamientos. Por un lado, globalmente desde

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una perspectiva diacrónica, de acuerdo con la es tructura que
ha servido para el estudio del armamento. Esta aproximación
resulta factible dado que una buena parte de los objetos ana-
lizados proceden de necrópolis, cuya seriación ha sido esta-
blecida siguiendo la evolución de la panoplia (vid. capítulos V
y VII). Este es el caso de los objetos que se vinculan con la
vestimenta y el adorno personal o de los elementos de ban-
quete, algunos útiles, los arreos de caballo, etcétera. A ellos
habría que añadir la mayor parte de los utensilios relacio-
nados con diversas actividades agrícolas o artesanales, así
como el volumen más importante de las piezas de orfebrería,
procedentes en su mayoría de hábitats o atesoramientos de
finales de la Edad del Hierro.
Otra opción, la que aquí se ha elegido, es tratar indivi-
dualmente cada categoría de elementos. Tiene la ventaja de
permitir su caracterización morfológica -lo que re sulta de es-
pecial interés al estar en muchos casos ante objetos con una
gran variabilidad tipológica- con inde pendencia de los pro-
blemas de cronología que a menudo ofrecen, al tratarse en
muchos casos de hallazgos descontextualizados, como es el
caso de los procedentes de las excavaciones de Cerralbo y
Morenas de Tejada, o por haber sido encontrados formando
parte de ajuares poco significativos desde el punto de vista

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cronológico. Otro problema añadido es el de la perduración
de ciertos tipos a lo largo de un dilatado espacio de tiempo.
No obstante, se ha intentado seguir la evolución de cada tipo,
adscribiéndolo siempre que ello ha sido posible a las fases
establecidas a partir del estudio del armamento (vid. capítu lo
V), ya que algunos de los elementos analizados, como fíbu-
las, broches de cinturón o ciertos útiles, están registra dos en
conjuntos militares relativamente bien fechados.
A continuación se abordará una amplia panorámica del
artesanado celtibérico, comenzando por la orfebrería para
continuar con los objetos relacionados con la vesti menta y el
adorno (excluyendo las piezas realizadas en metales nobles,
analizadas previamente), los útiles de diverso tipo, etcétera.
Un análisis independiente merece la cerámica, tanto las pro-
ducciones vasculares, entre las que destacan las especies a
torno conocidas como «cerá micas celtibéricas» o las produc-
ciones pintadas numanti nas, como otro tipo de manifestacio-
nes, las ya comenta das trompas de guerra, la coroplástica,
etcétera. Por lo que se refiere a los recipientes cerámicos,
la enorme cantidad de material recuperado y su amplia cro-
nología dificulta su tratamiento pormenorizado, habiéndose
opta do por ofrecer una panorámica general, remitiendo a
los trabajos de síntesis existentes (vid., en cualquier caso,

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el capítulo VII, donde se ofrece una visión diacrónica de la
producción cerámica).
1. ORFEBRERÍA
El desarrollo de la orfebrería constituye un fenómeno emi-
nentemente tardío en el mundo celtibérico. Como excepción,
tan sólo cabe hacer referencia a algunas pie zas de cronolo-
gía incierta, anterior en cualquier caso a la de la orfebrería
propiamente celtibérica (finales del siglo III-1 a.C.), como
determinados objetos de oro y plata aparecidos en los túmu-
los de Pajaroncillo (fig. 82,1) (Almagro-Gorbea 1973: 90 ss.),
cuya cronología puede remontarse al siglo VIII a.C., y los
dos torques de oro con decoración troquelada de Jaramillo
Quemado (Burgos) (Almagro-Gorbea 1995: 494, fig. 1,C),
piezas éstas que han sido interpretadas incluso como pro-
ductos de La Tène (Lenerz-de Wilde 1991: 162, fig. 119,1-2).
Junto a ellas, un pendiente o colgante de plata procedente
de la tumba 4 de Chera (Cerdeño et alii 1981: 45, fig. 6,2),
adscrita a la fase más antigua de este cementerio (fase I), y
un conjunto de joyas, todas ellas de plata, que forman parte
de los ricos ajuares de algunas sepulturas del Alto Duero ads-
cribibles a la fase IIA. (vid. capítulos V y VII).

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El conjunto más variado y numeroso procede de la necró-
polis de La Mercadera (fig. 82,2-3) (Taracena 1932; Lorrio
1990). Está constituido por veinticinco piezas de plata maciza
distribuidas en media docena de tumbas, tres de las cuales
(sepulturas 5, 9 y 73) -integradas exclusivamente por piezas
argénteas con un peso de 110, 81 y 148 gramos, respectiva-
mente- constituyen las de mayor riqueza respecto al resto de
las sepulturas con elementos de adorno de este cementerio.
Se trata de tres parejas de pulseras, dos de ellas formadas
por un lingote macizo con remate circular con grueso reborde
cilíndrico donde se encaja una chapita en forma de casquete
esféri co (tumbas 5 y 73), y otra con remates en forma de «ofi-
dio» (tumba 9); cuatro pares de pendientes y dos ejemplares
sueltos, ocho de ellos de tamaño grande, ador nados con tres
troncos de cono macizos, a veces perdi dos, a modo de cam-
pánulas (tumbas 5, 9 -un único ejemplar-, 45 y 73, así como
una pieza sin contexto), y dos pequeños rematados con una
laminita doblada en forma de trébol (tumba 66b); dos torques
formados por un vástago cilíndrico con remates esféricos
(tumba 66b y 73), de los que el de la tumba 66b fue interpre-
tado (Taracena 1932: 25) como perteneciente a una niña; tres
fíbulas anulares (tumbas 5, 7 y 9); dos botones ornamen tales
(tumbas 9 y 66b), el de la tumba 66b, de bronce y plata, es
similar a otro de plata de la necrópolis de Carabias (Taracena

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1932: 26); y dos aros (tumba 73), que Taracena (1932: 28 s.)
consideró que corresponderían a otras tan tas fíbulas anula-
res.
El propio Taracena (1932: 29) apuntó la excepcional riqueza
de estas sepulturas respecto a lo registrado en las restantes
necrópolis de la zona. Baste recordar que en Gormaz úni-
camente se localizó una pieza de plata, anillo o pendiente,
decorada con un triángulo de gránulos (Mo renas de Tejada
1916a: 175; Mélida 1917: 157, lám. XIII, der.; Taracena 1941:
84). A estas piezas viene a sumarse un pendiente de plata de
la necrópolis de Carratiermes (Argente et alii 1991a: fig. 22) y
una fíbula de plata del mismo tipo que las documentadas en
La Mercadera, así como un aro incompleto, también de plata
y que quizás formaría parte de un pendiente, procedentes de
la tumba 29 de Ucero, conjunto integrado por un importante
ajuar (fig. 87,A,6-7) (García-Soto y Castillo 1990).
En cuanto a la cronología de estos hallazgos, merecen aten-
ción especial las fíbulas argénteas de las tumbas 5, 9 (en
ambos casos junto con objetos de plata que las pone clara-
mente en relación con las tumbas 66b, 73 y 45) y 7 (en la que
aparece con dos fíbulas anulares del tipo 613 de Argente -vid.
infra- y adornos espiraliformes de bron ce). Los tres ejempla-
res se han interpretado como perte necientes al tipo de timbal

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2d, con cabuchón (Cuadrado 1958: 15 y 61, figs. pp. 2-4 y
42; Martín Montes 1984b: 39 y 41, esquema 2; Argente 1994:
274, fig. 44.382), forma que según Cuadrado aparecería en
el siglo III, y se desarrollaría en el II a.C. (Cuadrado 1958:
61), si bien dada la cronología general de la necrópolis de
La Mercadera (ca. siglos VI-finales del IV/primer cuarto del III
a.C.) hay que considerar esta datación con ciertos reparos,
debiendo aceptarse una fecha anterior para estos ejempla-
res, situándolos posiblemente en el siglo IV a.C. (fase IIA).
Una cronología semejante -entre finales del siglo N, o incluso
algo antes, y mediados del III a.C. se ha sugerido para la tum-
ba 29 de Ucero (García-Soto y Castillo 1990: 63 s.).
La excepcionalidad de los hallazgos de piezas de plata en los
cementerios celtibéricos ya fue señalada por Cerralbo (1916:
35), quien describe un disco de bronce con aplicaciones de
láminas argénteas hallado en Aguilar de Anguita (vid. infra)
como el único objeto con plata de esta necrópolis (Barril y
Martínez Quirce 1995), siendo rarísima su presencia en el
resto de los cementerios por él excavados, en los que nunca
encontró «la más insignifi cante partícula de oro» (nota 1).
La utilización de la plata, con todo, está bien documenta-
da a través de la técnica del damasquinado aplicada en la
decoración de las espadas de antenas del «tipo Arcóbriga»

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Fig. 82.-1, anillo y cuentas de oro del túmulo 84 de Pajaroncillo; 2-3, La Mercadera:
ajuar de plata (pulseras, pendientes y fíbula anular) de la sepultura 5 y fíbula anu-
lar argéntea de tumba 7; 4, fíbula de plata de Numancia; 5-6, fíbulas argénteas
del tesoro de Driebes; 7, fibula áurea de Cheste. (Según Almagro-Gorbea 1973
(1), Schüle 1969 y Taracena 1932 (2), Argente 1994 (3-4), San Valero 1945 (5-6)
y Lenerz-de Wilde 1991 (7)).

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(Aguilera 1916: 25, fig. 11-12, lám. IV) y en los broches de
cinturón de tipo ibérico (Cabré 1937). Para Taracena (1932:
29), la pre sencia de estas piezas no debía resultar extraña
en una comarca no muy alejada de las minas de plata de
Hiendelaencina (Guadalajara).
El resto de las joyas celtibéricas se halla formando parte de
algunos tesoros de orfebrería (Almagro-Gorbea y Lorrio 1991:
39 ss.) localizados en el territorio meri dional de la Celtiberia
(lám. III) y su prolongación hacia el Levante, individualizando
lo que Raddatz (1969: mapa 2), llamó «Cuenca Gruppe», y
que configuraría lo que puede denominarse como orfebre-
ría celtibérica meri dional. Su estudio permite documentar la
evolución de este artesanado y sus diversos contactos en
particular con el ámbito ibérico, con una inspiración de origen
helenístico indudable pero con el sabor lateniense de ciertos
moti vos. Casi todas las piezas son de plata, lo que se ha
relacionado con las explotaciones de Sierra Morena, aun que
también exista alguna realizada en oro.
La mayoría de estos tesorillos corresponden, según la cro-
nología de las monedas que los acompañan, a oculta ciones
de la Segunda Guerra Púnica o del inicio de las guerras de la
conquista romana, lo que proporciona una segura cronología
ante quem de inicios del siglo II a.C. para los objetos que los

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integraban (García-Bellido 1990: 110 s.; Villaronga 1993).
Entre dichos tesoros cabe seña lar los valencianos de Los
Villares II (Raddatz 1969: 206, lám. 2,1-9; Villaronga 1993:
70 s., n° 29), el denominado de «La Plana de Utiel» (Ripollés
1980 y 1982: 201 ss.; Ripollés y Villaronga 1981; Villaronga
1993: 70 s., n° 34), que al parecer procede también de Los
Villares (Martínez García 1986: 259), Mogente (García-Bellido
1990; Villaronga 1993: 70 s., n° 18), y Cheste (Raddatz 1969:
207 s.; Villaronga 1993: 70 s., n° 24), así como los conquen-
ses de Valeria (Raddatz 1969: 266 s., láms. 81- 82; Villaronga
1993: 70 s., n° 27) y Cuenca (García -Bellido 1990: 110 s.;
Villaronga 1993: 70 s., n° 25) y el de Driebes, en Guadalajara
(Raddatz 1969: 210 ss., láms. 7-21; Villaronga 1993: 70 s.,
n° 31). Una cronología más avanzada ofrece el tesoro de
Salvacañete (Cuenca) (Raddatz 1969: 244 ss., fig. 18, láms.
50-54), que incluía denarios ibéricos y republicanos (lám.
VIII,2), el más reciente de los cuales proporciona una fecha
post quem en el año 100 a.C. (Villaronga 1987: 10; Idem
1993: 42, n° 63).
Entre los objetos mas significativos, destacan las fíbulas de
resorte bilateral, que responden al esquema general de las de
La Tène (Lenerz-de Wilde 1991: 149 ss.), con el puente de-
corado con escenas de caza relativamente rea listas (Lenerz-

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de Wilde 1991: 151 ss.), ejemplares docu mentados en Los
Villares I (Raddatz 1969: fig. 6,3) y La Muela de Taracena
(Guadalajara) (Angoso y Cuadrado 1981: 19 s., fig. 1), o con
representaciones zoomorfas, como las piezas de Los Villares
I y Driebes (Raddatz 1969: fig. 6,1 y lám. 8,9-12, respectiva-
mente), modelos que se documentan mejor en hallazgos de
Andalucía Oriental (Raddatz 1969: láms. 2,10, 2,17, 48,1-3,
62,5-6; Angoso y Cuadrado 1981: 20, fig. 2; Lenerz-de Wilde
1991: 149 ss. y 154) y en el portugués de Monsanto da Beira
(Raddatz 1969: lám. 94,3; Lenerz-de Wilde 1991: 154 s.).
Otro tipo, que pudiera ser anterior pues sólo se documenta
en Driebes (Raddatz 1969: láms. 7 y 8,2; Lenerz-de Wilde
1991: 157 s.), ofrece varias cabezas humanas exentas y re-
pujadas de evidente estilo céltico, no plenamente integradas
con la decoración vegetal acce soria (fig. 82,5-6; lám. III).
Más peculiar es la existencia de alguna fíbula anular, carac-
terística del mundo ibérico, decorada con caras hu manas es-
tilizadas siguiendo esquemas de La Tène, como el ejemplar
áureo de Cheste (fig. 82,7) (Lenerz-de Wilde 1981: lám. 67,4;
Idem 1991: 159, fig. 117) localizado en la zona levantina de
transición hacia las tierras conquenses. También aparecen
en estos tesoros anillos de fíbulas anu lares decorados con

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contarios (Raddatz 1969: láms. 6,6 y 11,88-93 y 81,7), crea-
ción que debe considerarse de estí mulo ibérico.
Torques y brazaletes de plata se encuentran asimismo en
estos tesoros, si bien su apogeo corresponde a los hallazgos
posteriores de época sertoriana (Raddatz 1969: 53). Entre
los torques, sólo se conocen escasas piezas de alambres re-
torcidos (Raddatz 1969: láms. 12-13, 51,1-2 y 81,2); los bra-
zaletes son de sección cilíndrica (Raddatz 1969: láms. 3,4-5,
12-14 y 51-52), de cinta y serpentiformes con decoración
troquelada (Raddatz 1969: fig. 8 y lám. 14,196 ss.; Martínez
García 1986), éstos con claros precedentes ibero-helenísti-
cos como el tesoro de Jávea (Mélida 1905).
Muy peculiares son los anillos (Raddatz 1969: 129 s.), que
aúnan un esquema iconográfico de inspiración púnica en
unos casos, como el caballo con estrella (nota 2), y griega
en otros, como los cruciformes (Raddatz 1969: lám. 15,233
y 81,9) derivados de las dracmas de Rodhe y Massalia
(Villaronga 1994: I1 ss.), pero con un estilo curvilíneo propio
de las creaciones de La Tène final.
También los vasos argénteos (fig. 141,1) están inspira dos
en creaciones del mundo helenístico (Raddatz 1969: 68 ss.;
Gomes y Beirão 1988; Martínez García 1986), pero interpre-
tadas por los artesanos celtibéricos. En efec to, están decora-

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dos con troqueles geométricos, lo que permite relacionarlos
con la rica producción de fíbulas y broches de cinturón de
bronce (Rovira y Sanz 1986-87; Romero 1991b).
Mención especial merecen las representaciones sobre cha-
pa de cabezas humanas en relieve de Salvacañete (Raddatz
1969: lám. 50,5-6), uno de los elementos iconográficos más
frecuentes en el arte céltico peninsular (Almagro-Gorbea y
Lorrio 1992 y 1993).
Parece deducirse, por tanto, que gran parte de los tipos
característicos de la orfebrería celtibérica meridional, cuya
distribución geográfica se centra en el Sur de Guadalajara,
el Norte y Este de Cuenca y las zonas levantinas aleda ñas,
pueden haberse formado a lo largo del siglo III a.C. con una
mezcla de elementos mediterráneos y otros que pueden más
fácilmente relacionarse con influjos de La Tène.
Resulta significativa la excepcionalidad, en las dos centurias
anteriores al cambio de era, de los hallazgos de joyas en
el territorio celtibérico del Valle Medio del Ebro y la Meseta
Oriental, habiéndose documentado solamen te alguna pieza
aislada y dos tesoros, formados por denarios y vasijas argén-
teas, que permitieron individuali zar a Raddatz (1969: mapa
2) el «Soria Gruppe», y que en realidad corresponde a la
Celtiberia estricta.

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De la ciudad de Numancia procede una fíbula simétri ca de
plata (fig. 82,4) (VV. AA. 1912: lám, LXI,8; Argente 1994:
232, fig. 32,223), modelo que constituye el más habitual en
los tesoros prerromanos de la Submeseta Norte (Delibes y
Esparza 1989: 118 s.) y único objeto de este metal proceden-
te de la ciudad (Taracena 1932: 29). En Quintana Redonda
se halló hacia 1863 un tesorillo cons tituido por un casco de
bronce de tipo Montefortino (García Mauriño 1993: 115, fig.
28) que cubría dos tazas argénteas, una de perfil liso y otra
con dos asas, actual mente perdidas, en cuyo interior se ha-
llaron según Taracena (1941: 137; Pascual 1991: 181, fig. 95)
1.300 denarios ibéricos, sobre todo de Bolskan, y romanos
(vid., asimismo, Raddatz 1969: 242 s., lám. 98 y Villaronga
1993: 52, n° 109, con modificaciones relativas al conteni do
del tesorillo), conjunto que cabe fechar en la primera mitad
del siglo I a.C. (Raddatz 1969: 165), concretamen te en épo-
ca sertoriana (Villaronga 1993). Otro tesorillo fue localizado
en Retortillo, donde una vasija de plata contenía un delfín
de bronce y denarios ibéricos (Taracena 1941: I43; Raddatz
1969: 243; Villaronga 1993: 52, n° 110). La casi inexistencia
de joyas en este territorio contras ta con la información pro-
cedente de la Celtiberia meri dional y zonas aledañas, el ya
comentado «Cuenca Gruppe», cuyas ocultaciones se escalo-
nan desde finales del siglo III hasta inicios del I a.C., y el área

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vaccea, el «Nordmeseta Gruppe» de Raddatz, circunscrito en
gran medida a las tierras del Duero Medio, donde se defiende
una datación sertoriana (Palencia, Padilla, Roa, etc.) o pos-
terior (El Raso de Candeleda, Arrabalde I, Ramallas y San
Martín de Torres) (nota 3). En relación con este último grupo
se ha sugerido que, aun cuando la ocultación ma yoritaria de
los tesoros corresponda al siglo I a.C., se estaría ante manu-
facturas más antiguas, como lo confir maría la presencia en
el tesoro de Driebes de algunos de sus tipos de joyas más
característicos (Delibes 1991: 23).
La práctica ausencia de joyas en la Celtiberia estricta se ha
relacionado (Delibes et alii 1993: 458 s.) con los enormes
botines en oro y plata obtenidos por los roma nos a lo largo
del siglo II a.C. que acabaron por dejar exhausto este terri-
torio (Fatás 1973; Salinas 1986: I32 s.), hasta tal punto que
Escipión, tras la destrucción de Numancia el 133 a.C., úni-
camente repartió a sus solda dos siete denarios por cabeza
(Plin., 33, 141). A pesar de ello, la disponibilidad de plata
acuñada en el territorio celtibérico con posterioridad a las
Guerras Celtibéricas resulta evidente, siendo prueba de ello
la relativa abun dancia de atesoramientos numismáticos que
proliferan por la región (Azuara, Arcas, Maluenda, Alagón,
Borja, Pozalmuro, Retortillo, Quintana Redonda, Burgo de

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Osma, Numancia, Muela de Taracena,... ), en buena medida
datados en época sertoriana, por más que en algún caso ad-
mitan una cronología algo anterior (Villaronga 1987: 20 ss.;
Idem 1993: 81 ss.).
2. OBJETOS RELACIONADOS CON LA VESTI MENTA
En esta categoría se incluyen una serie de elementos como
fíbulas, alfileres, pectorales, broches de cinturón y unos pe-
culiares objetos al parecer destinados a sostener el tocado,
todos ellos relacionados con la vestimenta, aunque algunos,
como ocurre con las fíbulas, los pectorales o los broches de
cinturón, tengan un claro valor como objeto de adorno.
2.1. Fíbulas
Con la excepción de los ejemplares incluidos en el apartado
anterior, las fíbulas celtibéricas están realizadas en su ma-
yoría de bronce, aunque también se utilizara el hierro para
su elaboración total o parcial. Estos objetos, destinados a la
sujeción de la vestimenta tanto del hom bre como de la mujer
(nota 4), ofrecen un claro carácter orna mental, evidente en
sus variadas formas, algunas real mente ostentosas, y por la
decoración que a menudo muestran, que hacen de ellas, en
ocasiones, auténticas piezas de lujo, como lo confirma la uti-

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lización de metales nobles en su confección y su presencia
formando parte de ricos ajuares funerarios.
El volumen de piezas supera el millar y su análisis exhaustivo
ha podido realizarse gracias a la recopilación sistemática lle-
vada a cabo por Argente (1994). Se trata, en su mayoría, de
ejemplares procedentes de las necrópo lis del Alto Tajo-Alto
Jalón-Alto Duero que, de forma general, ofrecen importan-
tes problemas relativos a la contextualización de los objetos
recuperados. Destaca, asimismo, el caso de la ciudad de
Numancia, donde se recuperaron más de 200 ejemplares
(nota 5).
De los objetos que integran el artesanado, las fíbulas son los
más susceptibles a los cambios impuestos por la moda, lo
que les confiere un contenido cronológico no siempre posible
de determinar en otro tipo de piezas. Dado su gran número
y variedad, han sido objeto de diversos estudios tipológicos
que han hecho de ellos los elementos del artesanado celti-
bérico mejor conocidos, habiéndose establecido con cierta
fiabilidad la secuencia evolutiva de los mismos (Cuadrado
1958, 1960 y 1972; Cabré y Morán 1975b, 1977, 1978, 1979
y 1982; Martín Montes 1984a-b; Argente 1974, 1990 y 1994;
Argente y Romero 1990; Cerdeño 1980; Lenerz-de Wilde
1986-87 y 1991: 10 ss.; Esparza 1991-92; Almagro-Gorbea

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y To rres e.p.). Tenidas habitualmente como «fósil director», a
menudo presentan un marco cronológico excesivamente di-
latado, produciéndose asimismo fenómenos de perdu ración.
Se trata de piezas realizadas, las más sencillas, a partir de
un alambre, aunque por lo común se obtienen por fundición,
al menos de forma parcial. Las técnicas deco rativas son
variadas, desde la incisión hasta la aplicación de punzones
y troqueles diversos. Resulta frecuente la incorporación de
elementos decorativos, soldados o re machados, como esfe-
ras, placas, anillas, etc., así como la incrustación de coral,
ámbar, etc. (Argente 1990: 253). A ellos hay que añadir las
representaciones figuradas, entre las que destacan las que
reproducen un caballo, acompa ñado a veces de un jinete (fig.
81,3-5 y lám. IV,3-4).
Con independencia del tipo, las fíbulas presentan una es-
tructura semejante, diferenciándose diversas partes (agu ja,
cabecera, puente o arco y pie), algunas de las cuales pueden
aparecer simplificadas en determinados casos. Los principa-
les modelos de fibulas prerromanas apareci dos en las necró-
polis celtibéricas fueron sistematizados por E. Cabré y J.A.
Morán (1977), individualizando un total de diez tipos: fíbulas
sin resorte, de codo, de doble resorte, de bucle, fíbulas y alfi-
leres de alambre espiraliforme, de placa, de pie alzado, anu-

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lares, ancoriformes y de tipo La Tène, aunque excluyendo las
piezas de este último modelo que copian a los europeos y a
las que, no obstante, dedicaron algunos trabajos monográfi-
cos (1978, 1979 y 1982). El tipo anular hispá nico ha sido ob-
jeto de una especial dedicación, destacan do los trabajos de
Cuadrado (1958 y 1960) y Martín Montes (1984 a-b). Por su
parte, J.L. Argente (1994) ha recopilado todos los ejemplares
procedentes de las pro vincias de Soria y Guadalajara, que
clasifica en nueve modelos (sin resorte, de codo, de doble
resorte, de bucle, de áncora, anulares, de pie vuelto, de La
Tène y de la Meseta Oriental), que básicamente coinciden
con los pro puestos por Cabré y Morán, divididos a su vez
en diver sos tipos y variantes. Además de ofrecer un amplio
reper torio de piezas, el trabajo de Argente tiene el interés de
recoger en una única clasificación todos los modelos ya sis-
tematizados, simplificando algunos de los tipos.
A continuación se ofrece la tipología de las fíbulas prerroma-
nas de la Meseta Oriental, siguiendo en líneas generales la
propuesta de Argente (1990 y 1994) en lo que a la clasifica-
ción y a la caracterización de los tipos se refiere (figs. 83-84).
A estos tipos habría que añadir cier tos modelos plenamente
romanos, como las fibulas en omega, dada su presencia en
conjuntos funerarios indíge nas.

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Fig. 83.-Tipología de las fíbulas celtibéricas según Argente. Tipos 1 a 7. (Según
Argente 1990 y 1994).

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1) Fíbulas sin resorte. Es un modelo de gran simplici dad
constructiva del que únicamente se conocen hallaz gos en la
Meseta, estando apenas representado en la Celtiberia.
2) Fíbulas de codo. Los ejemplares documentados en la
Meseta Oriental constituyen el desarrollo final de las fíbulas
de codo de la Edad del Bronce. Los hallazgos se reducen al
modelo de pivotes (Argente 2C), constituido por dos piezas
y cuyo cierre se realiza por medio del giro horizontal de la
aguja, del que sólo se conocen dos ejem plares, y al llamado
«tipo Meseta» (2D).
3) Fíbulas de doble resorte. Sin duda es uno de los modelos
más característicos de la Protohistoria peninsu lar. Ofrecen
una amplia difusión, con variados tipos y una larga crono-
logía. En la Meseta Oriental el modelo adquirió una fuerte
personalidad, con creaciones exclusi vas de esta zona. Los
diferentes intentos de clasificación de las fíbulas de doble
resorte se han realizado a partir de la evolución del puente,
del número y sección de los resortes o de la forma del pie.
Argente ha diferenciado cuatro tipos: puente filiforme (3A),
de cinta (3B), rómbico u oval (3C) y de puente en cruz (3D),
éstos realizados ya mediante fundición.
4) Fíbulas de bucle. El puente aparece formado por dos rom-
bos unidos por una espira, que da nombre al tipo. Presentan

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resorte bilateral con un buen número de espi ras, ofreciendo
un pie largo, simple (4A) o con arrolla miento final (4B1), pro-
visto de profunda mortaja. El tipo más evolucionado (4B2)
muestra puente aplanado, con decoración troquelada e inci-
sa, y ancho pie rematado en arco macizo.
S) Fíbulas de áncora. Constituyen una derivación del modelo
anterior, ofreciendo un menor tamaño. De las tres variantes
establecidas -las dos primeras identifica das en Navarra-, la
tercera se circunscribe a la Meseta Oriental, fabricada ya a
molde. Presenta resorte bilateral, puente laminar y pie con
mortaja marcada rematado en ancho arco, en cuyos extre-
mos se incrustan pequeñas esferitas decorativas, proporcio-
nando la forma que da nombre al tipo.
6) Fíbulas anulares hispánicas. Es un tipo caracterís tico de la
Península Ibérica a lo largo de toda la Edad del Hierro, ofre-
ciendo una amplia distribución geográfica. Su rasgo más des-
tacado, y que confiere la forma que le da nombre, consiste en
la incorporación de un aro en el que se sujetan la cabecera y
el pie. Existen un buen número de tipos y variantes estable-
cidos inicialmente por Cuadrado (1958) a partir de las pecu-
liaridades de puentes y resortes. Más recientemente, Argente
ha pro puesto una clasificación que, partiendo de los broches
anulares (6A), hace hincapié en las técnicas de fabrica ción:

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fibulas realizadas a mano (6B), semifundidas (6C) y fundidas
(6D).
7) Fíbulas de pie vuelto. Este grupo está caracterizado por la
prolongación acodada del pie, diferenciándose cua tro tipos.
El más antiguo (7A) incluye los modelos Alcores, Bencarrón
y Acebuchal (Cuadrado 1963: 27-34). Los res tantes se dis-
tinguen por la diferente altura de la prolonga ción, que puede
estar unida al puente en los ejemplares más evolucionados
(7D), y por la forma del remate: en cubo, esfera o disco.
Suelen presentar decoración incisa y/o troquelada.
8) Fíbulas con esquema de La Tène. Vienen a ser la conti-
nuación del modelo anterior, con el cual llegaron a convivir.
Siguiendo el esquema desarrollado para la cla sificación de
este modelo en Europa Central pueden ha cerse tres grandes
grupos (Lenerz-de Wilde 1986-87 y 1991: 32 ss.): las que si-
guen el esquema de La Tène I (8A), en las que el pie aparece
inclinado hasta el puente sin llegar a tocarlo; los modelos con
esquema de La Tène II (8B), en los que el pie aparece unido
al puente, pudien do estar fundidos o unidos por una grapa; y
las que presentan esquema de La Tène III (8C), con el pie y
el puente realizados en una sola pieza. Se han diferenciado
un buen número de variantes, algunas de mayoritaria disper-
sión meseteña. Cabe destacar las fíbulas simétricas (8A1.1 y

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8A1.2), que presentan en la cabecera un apéndi ce similar al
localizado en el pie, modelo adscribible al grupo de La Tène
temprana, a pesar de ofrecer en ciertas variantes el pie y el
puente fundidos; los ejemplares de torrecilla (8A2); de cabe-
za de pato (8A3), o las fíbulas zoomorfas (8B1.1), entre las
que destacan las de caballi to y los ejemplares de jinete (8B1)
(fig. 81,3-5 y lám. IV,3-4).
9) Fíbulas de la Meseta Oriental. Están constituidas por dos
grupos: las fíbulas y alfileres decorados mediante adornos
espiraliformes y las fíbulas-placa. Entre los pri meros cabe
distinguir dos tipos: los que ofrecen función de fíbula (fig.
85,B,10-12) (Tipo VA de Cabre/Morán y 9A1 de Argente) y
los alfileres (fig. 85,B,1-4 y 6-7) (tipo VB y 9A2, respectiva-
mente), que tienen la aguja libre, pudiendo por tanto incluirse
entre los pectorales (vid. infra). En los modelos de placa, la
fíbula es un elemento secundario, al que se le añade la placa
decora da, habiéndose diferenciado diversos tipos. Las más
sen cillas y abundantes carecen de resorte (tipo VIA de Ca bré/
Morán), estableciéndose variantes en función de la forma de
la placa: rectangular (Argente 9B1), circular (9B2) o lobulada
(9B3). Otros modelos son los que pre sentan una fíbula de
doble resorte (Cabré/Morán VIB y Argente 9B4) o los de re-

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sorte bilateral y placa romboidal (VIC y 9B5). Constituyen un
modelo exclusivo de las provincias de Soria y Guadalajara.
Las fíbulas prerromanas documentadas en el territorio cel-
tibérico muestran una amplia cronología que abarca desde
los siglos VII-VI hasta el I a.C., excepción hecha del modelo
de pivotes (2C), conocido en La Península Ibérica desde el
siglo VIII a.C., habiéndose sugerido una fecha de finales de
esa centuria o incluso el siglo VII para los ejemplares mese-
teños (Ruiz Zapatero 1985: 879 s. y 950 s.). Esta cronología
vendría avalada por el reciente hallazgo -que ha venido a
sumarse al ejemplar soriano de Valdenarros- de una aguja
perteneciente a este mo delo en el asentamiento de Fuente
Estaca (Embid, Guadalajara), para el que se cuenta con una
fecha radiocarbónica de 800 ±90 a.C. (Martínez Sastre 1992:
76 s., lám. V,b) (nota 6).
Una datación algo más baja puede defenderse (Argente 1990:
254 ss.; Idem 1994: 103 ss.) para los modelos presentes en
los yacimientos celtibéricos desde sus fases más antiguas
(nota 7). En este momento deben situarse los ejemplares sin
resorte, fechados en el siglo VI a.C., o las fíbulas de codo
tipo meseta (siglos VI-V a.C.). Las fíbulas de doble resorte,
cuyos ejemplares más antiguos se re montan al siglo VII, se
fechan en la Meseta desde el siglo VI hasta mediados del IV

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a.C., caso de los ejemplares más evolucionados (3D). Similar
cronología presentan las fbulas de bucle (segunda mitad del
siglo VI-finales del V a.C. o, en ciertos casos, inicios del IV),
mientras las fíbulas de áncora, ya realizadas a molde, se si-
túan entre el siglo V y gran parte del IV a.C. Las fíbulas de
la Meseta Oriental comprenden desde finales del VI a fina les
del IV a.C. Las anulares se fechan, de forma general, entre
finales del siglo VI o inicios del V hasta el siglo 1 a.C., aun-
que, según Argente (1994: 107), el broche anu lar se remonte
a finales del VII-inicios del VI a.C. Por su parte, las fíbulas de
pie vuelto son datadas entre media dos del siglo VI-primera
mitad del V, el tipo 7A, hasta el siglo IV a.C., en tanto que
las de tipo La Tène abarcan desde finales del siglo V hasta
finales del I a.C. A estos modelos cabe añadir, dada su pre-
sencia en determinados ambientes indígenas, algunos tipos
ya plenamente roma nos, entre los que destacan las fíbulas
en omega, de las que se conocen ejemplares en tumbas y
poblados celtibéricos de los siglos II-I a.C. (nota 8).
2.2. Alfileres
Es poca la documentación que en general se ofrece sobre es-
tos objetos, morfológicamente muy sencillos. Las necrópolis
celtibéricas proporcionaron algunos alfileres (Aguilera 1916:
66) que, a partir de la escasa documenta ción conservada,

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parecen corresponder al tipo de cabeza enrollada (Requejo
1978: 57; García Huerta 1980: 26; etc.) (nota 9), modelo del
que se conocen dos ejemplares en el poblado de Fuensaúco,
uno, sin contexto (Bachiller 1993: 204 s., fig. 1,2 y lám. 1,2) y
el otro, del nivel intermedio, que cabe atribuir a un momento
avanzado de la Primera Edad del Hierro (Romero y Misiego
1995: 137 s.). Una adscripción similar puede defenderse para
un alfiler de cabeza circular procedente del nivel inferior de El
Royo (Eiroa 1979b: 127; Romero 1991a: 322).
2.3. Pectorales
Generalmente se denomina «pectoral» a un objeto, realizado
en bronce, cuya funcionalidad y ubicación en el atuendo no
está suficientemente clara, si bien parece evi dente que a su
utilidad como prendedor se impone un claro carácter orna-
mental (nota 10). Se distinguen dos tipos: los espiraliformes
y los formados por una placa a la que se añaden otros ele-
mentos decorativos, modelos ya iden tificados por Cerralbo
(1916: 66 ss.) pero que han sido definitivamente sistematiza-
dos a partir de un número im portante de hallazgos, en mag-
nífico estado de conserva ción, procedentes de la necrópolis
de Carratiermes (Argente et alii 1992b; Argente et alii 1992:
304 ss.) (nota 11).

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Fig. 84.-Tipología de las fibulas celtibéricas según Argente. Tipos 8 y 9. (Según
Argente 1990 y 1994).

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Fig. 85.-A, tumba 291 de Carratiermes; B, diversos modelos de pectorales,
adornos y fíbulas espiraliformes: 1-2, La Hortezuela de Océn; 3 y 7-8, Clares; 4
y 9, Aguilar de Anguita; 5, Hijes; 6 y 11-12, Garbajosa; 10, Castilfrío de la Sierra.
(Según Argente et alii 1992 (A), Argente 1994 (B, 1-3, 6-7 y 11-12) y Schüle 1969
(B, 4-5 y 8-10)).

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Fig. 86.-A, tumba 9 (calle I) de Alpanseque; B, «sepultura de dama celtibérica» de
La Olmeda. (Según Cabré y Morán 1975b (A) y Schüle 1969 (B)).

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a) El modelo de espirales se realiza partiendo de un vástago,
formado por una o, a veces, dos o tres varillas, ocasional-
mente de hierro, a las que se enrolla un alambre que permite
la sujeción de los extremos de las espirales, que quedan
así fijados al eje. Las espirales, cuyo número suele ser de
cuatro, ocho, diez o doce, aunque se conozca una pieza con
veinticuatro, están distribuidas de forma simétrica a ambos
lados del vástago, disminuyendo por lo general su tamaño
al aproximarse a los extremos de la pieza, en cuyo centro
se halla la aguja que permite la sujeción del conjunto. Las
piezas de mayor tamaño, que son también las que ofrecen
una mayor complejidad for mal, suelen presentar, pendiendo
de las espirales inferio res, espirales dobles realizadas con
un mismo alambre (fig. 85,A) o, más raramente, colgantes
cónicos (nota 12) (fig. 85,B,2) o en forma de 8 (fig. 85,B,1),
que se unirían a aquéllas por medio de una serie de vás-
tagos -entre seis y ocho, en el primer caso, y uno, en los
dos últi mos-. Estos elementos decorativos pueden estar
presen tes de forma ocasional en las piezas más sencillas
(las constituidas por cuatro espirales), como en un ejemplar
de Clares de cuyo eje central cuelgan ocho alambres retor-
cidos rematados en espirales (fig. 85,B,3). Sus di mensiones
varían notablemente, desde los que apenas superan los 5
cm. de longitud máxima, grupo donde se hallan buena parte

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de los modelos de cuatro espirales (fig. 85,B,6-7), hasta los
que sobrepasan los 30 cm., como ocurre con algunas piezas
de doce (figs. 85,B y 86,B,1), e incluso los 50 cm., como es
el caso del ejemplar doblado de la sepultura 9 (calle I) de
Alpanseque (fig. 86,A,2).
La marcada variabilidad en el tamaño y en la comple jidad
formal del tipo deben de llevar implícitas diferen cias en lo que
a la funcionalidad y significado se refiere. Además, el estado
de fragmentación en que a menudo se encuentran, siendo
habitual hallar únicamente las espira les o algún fragmento
del vástago principal, dificulta su adscripción a un tipo con-
creto (vid. Cerdeño 1976a: 6 ss.; Requejo 1978: 56; García
Huerta 1980: 26; de Paz 1980: 49; Domingo 1982: 258, lám.
IV,2). Los adornos espiraliformes, cuya presencia resulta
relativamente abun dante en los cementerios de la Meseta
Oriental, han lla mado la atención de diversos investigadores
(vid. Schüle 1969: 140 ss., quien diferenció distintas varian-
tes). En ciertos casos, se ha sugerido su consideración como
alfi leres, especialmente para las piezas de menores dimen-
siones (vid. Cabré y Morán 1977a: 123 ss., fig. 7; y, siguiendo
a estos autores, Argente 1994: 96, fig. 11), abordando su es-
tudio conjuntamente con las fíbulas de espirales (vid. supra),

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ya que la diferencia entre unos y otros sería más formal y
tecnológica que puramente fun cional.
b) Otro tipo de pectorales son los constituidos por una placa
rectangular a la que se incorporan diversos elemen tos para
completar su decoración. Por la parte inferior de la placa se
añaden colgantes cónicos y, por encima de ella, una placa
recortada (fig. 87,B,1) que se remacha a la pieza principal, o
sendas espirales (fig. 87,B,2 y lám. IV,2) (Argente et alii 1992:
fig. 3) que se unen al elemento central mediante un alambre.
La aguja se coloca sobre la pieza superior. Un caso diferente
sería el que ofrece un garfio de forma rectangular (fig. 87,A,2)
remachado a la pieza principal (Argente et alii 1992b: 589;
Argente et alii 1992: 305).
Normalmente, estas piezas presentan decoración so bre la
placa central, generalmente de hoyitos repujados enmar-
cando la pieza (fig. 87,A,2 y lám. IV,2), a los que se añaden
motivos incisos en zigzag e incluso representa ciones de ani-
males, concretamente cérvidos, como los reproducidos en
dos ejemplares de Carratiermes y Arcobriga (fig. 87,B,1 y 3),
a veces combinados con haces de líneas realizadas median-
te «trémolo» (fig. 87,B,1). También están documentados los
círculos concéntricos troquelados, que ocupan la placa recor-
tada superior, donde aparecen rodeados por otros de hoyitos

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repujados, pudiendo también realizarse sobre la principal (fig.
87,B,1).
Como excepcionales pueden ser calificadas dos placas
con decoración figurada procedentes de la necrópolis de
Alpanseque (fig. 87,B,4) (Cabré 1917: lám. XX,2; Cabré y
Morán 1975a) que no hay duda en relacionar con la pieza
figurada de Carratiermes en lo que se refiere a la técnica de-
corativa, la sintaxis compositiva, el tamaño y, seguramente,
la funcionalidad (nota 13). La única completa mide 7,3 por
11,3 cm., dimensiones similares al ejemplar de Carratiermes.
Los motivos decorativos se hallan enmarcados en tres meto-
pas de diferente tamaño, situán dose las representaciones
figuradas en las exteriores. Se combina la técnica del repu-
jado, utilizada para la delimi tación exterior de las metopas
mediante finos puntitos en relieve y para los grandes círculos
que ocupan el centro de las metopas mayores, rodeados a
su vez de pequeños hoyitos, con la del «trémolo», con la que
se ha realizado el resto de la decoración, la línea interna que
recuadra las metopas, la serie de líneas verticales en zigzag
que llenan el espacio central y las figuras humanas esque-
máticas que, encadenadas en número de cuatro, se localizan
en las metopas más externas.

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Fig. 87.-A, tumba 29 de Ucero; B, diversos modelos de pectorales de placa
rectangular: 1, tumba 235 de Carratiermes; 2, Valdenovillos; 3, Arcobriga; 4,
Alpanseque. (A, según García-Soto 1990. B, según Argente et alii 1992 (1),
Cerdeño 1976a (2), Lenerz-de Wilde 1991 (3) y Cabré y Morán 1975a (4)).

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Los modelos comentados pueden considerarse como ele-
mentos de prestigio, siendo frecuente su presencia en sepul-
turas calificadas como ricas. Se trata de conjuntos formados
por adornos de bronce de diverso tipo, y en los que las ar-
mas, con alguna excepción dudosa, están au sentes. En la
necrópolis de Carratiermes, este tipo de piezas se asocia con
objetos realizados en bronce, sobre todo brazaletes, fíbulas y
broches de cinturón, siendo habitual también su relación con
cuchillos de dorso cur vo, de hierro, y con collares de cuentas
de pasta vítrea (Argente et alii 1992b: 591). De las 21 sepul-
turas en las que se han hallado restos de pectorales, 17 pro-
ceden de una misma zona de la necrópolis, donde constitu-
yen algo más del 36% de los enterramientos documentados,
co rrespondiendo el resto a conjuntos provistos de armas.
Algo similar sucede en La Mercadera, donde los ador nos
espiraliformes -presentes en el 23% de las tumbas de este
cementerio- caracterizan, junto con los brazale tes de aros
múltiples, un tipo de ajuar del que está ausen te el armamento
y que estaría integrado además por fíbulas, broches de cin-
turón y pulseras simples, realiza dos en diversos materiales,
así como cuchillos curvos y, en una ocasión, un punzón, todo
ello de hierro, pudiendo ser también el único objeto deposi-
tado en la sepultura (fig. 88). De igual modo, la necrópolis de

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Almaluez ha permitido documentar la personalidad de este
tipo de adorno, encontrado en 6 de las 91 sepulturas de las
que se conoce la composición del ajuar (vid. capítulo IV,6.1
y Apéndice I), asociándose habitualmente a otros elemen tos
broncíneos -en general a brazaletes (tumbas 2 y 281) o, en
una ocasión, a un broche de cinturón (tumba 10)-, o siendo el
único elemento metálico del ajuar (tumbas 1, 83 y 242).
Este tipo de conjuntos ha sido generalmente atribuido, como
hiciera Taracena (1932: 28) en el caso de La Mercadera, con
enterramientos femeninos, pero la falta de análisis antropoló-
gicos dificulta cualquier avance en este sentido. Para el caso
de Carratiermes se ha propues to, a pesar de carecer de este
tipo de análisis, su vincula ción con varones de clase eleva-
da, con lo que, dada su asociación en una misma zona del
cementerio con enterramientos militares, se estaría ante una
necrópolis mayoritariamente masculina (Argente et alii 1992b:
594 s.). Sin embargo, la presencia de tumbas femeninas está
perfectamente documentada en el mundo celtibérico, inclu-
so en las pocas sepulturas analizadas que cabe con siderar
como contemporáneas a los conjuntos de Carratiermes pro-
vistos de pectorales (Cerdeño y García Huerta 1990: 90s.).
A veces se han hallado restos de adornos de espirales -no
ocurre lo mismo con los pectorales de placa- en tumbas mi-

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litares. Este es el caso de las sepulturas 1, 19, 28 y 29 de
Sigüenza (Cerdeño y Pérez de Ynestrosa 1993: fig. 27), de la
tumba 278 de Carratiermes -aun que el único elemento arma-
mentístico sea en realidad una vaina de espada-, de los ente-
rramientos 1, 12 y 77 de La Mercadera, de las tumbas A, T, U,
Fig. 88.-Combinaciones de los elementos de ajuar considera dos como propios de
tumbas femeninas en la necrópolis de La Mercadera: A, espirales; B, espirales
y brazaletes múltiples; C, espirales, brazaletes múltiples y otros elementos; D,
espirales y otros elementos; E, brazaletes múltiples más algún otro ele mento; F,
brazaletes múltiples; G, dos pulseras sencillas y/o pendientes (en ocasiones tam-
bién un torques, etc.). Los porcen tajes situados sobre los histogramas se refieren
al total de tumbas posiblemente femeninas (=31). (Según Lorrio 1990).

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W de Quintanas de Gormaz, o de los conjuntos 10 (M.A.N.),
10 (M.A.B.) y A de Osma y 11 de Gormaz (Cabré 1917: lám
XLV; fotografía M.A.N.). Podría plantearse que estos elemen-
tos decorativos son ajenos al ajuar, al no haberse encon trado
completos en ningún caso, pudiendo haberse mez clado
posiblemente en el proceso de cremación o en la recogida
subsiguiente de los restos de la incineración, o por cualquier
otro motivo antrópico o no. Pese a todo, no hay que dejar de
lado la posibilidad de que los conjuntos militares incluyeran
algún tipo sencillo de adorno de es pirales, sin que los restos
recuperados permitan avanzar mucho al respecto. Por lo que
se refiere a la adscripción sexual de los conjuntos, únicamen-
te ha podido determi narse en la sepultura Sigüenza-1, cuyos
restos pertene cen, al parecer, a una mujer.
La dispersión geográfica de los diferentes modelos analiza-
dos aparece claramente restringida a las necrópo lis de la
Meseta Oriental, estando perfectamente docu mentadas tan-
to en el núcleo del Alto Tajo-Alto Jalón, al que se vincularían
los cementerios de Carratiermes y Alpanseque, situados al
Norte de la Sierra de Pela y de los Altos de Barahona, respec-
tivamente, como entre las necrópolis situadas en la margen
derecha del curso alto del Duero (nota 14).

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Los distintos tipos de pectorales (de espirales y de placa)
están presentes desde la fase inicial de los cemen terios
celtibéricos (fase I). Así parece confirmarlo el caso de las
tumbas 1, 5 y 8 de Sigüenza o el de los conjuntos con este
tipo de piezas de la necrópolis de Carratiermes, todos ellos
pertenecientes a las fases iniciales de estos cementerios. La
continuidad en el uso de los modelos de espirales durante la
fase IIA en Carratiermes estaría pro bada por su asociación
en la tumba 278 con una vaina de espada.
Una adscripción similar, dada la semejanza con los ejemplos
señalados, se puede plantear para los dos úni cos conjuntos
cerrados identificados en La Olmeda -la «sepultura de dama
celtibérica» (fig. 86,13) y la tumba 27 (García Huerta 1980:
13 s.)- o para la tumba Aguilar de Anguita-U. La asociación
en una misma sepultura de los modelos de espirales y de los
realizados con una placa rectangular es un hecho que resulta
relativamente fre cuente, como lo confirman las referidas tum-
bas de Sigüenza y La Olmeda o las sepulturas 142, 235, 280
y 293 de Carratiermes (fig. 87,13,1 y lám. IV,2).
La continuidad en el uso de los modelos de espirales viene
dada por la tumba 9 (calle I) de Alpanseque (fig. 86,A), donde
un pectoral de dicho tipo se asocia a una fíbula de apéndice
caudal zoomorfo (Argente 8A3) que ha sido fechada en el

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primer tercio del siglo IV a.C. (Cabré y Morán 1975b: 136).
Restos de este tipo de adorno se han documentado en la
tumba Aguilar de Anguita-Y, conjunto que incluía una fíbula
de tipo La Tène (Argente 813), datada a partir de finales del
siglo IV a.C.
El empobrecimiento de los ajuares en un sector de la
Celtiberia desde finales del siglo IV a.C. (fases IIB y III) afec-
tó a la representatividad de estos objetos. Si en Luzaga apa-
recen «escasos adornos espiraliformes» (Aguilera 1911, IV:
16, láms. XXII,2 y XXIV,2), éstos faltan por completo en Riba
de Saelices (Cuadrado 1968), La Yunta (García Huerta y
Antona 1992) o Monteagudo de las Vicarías (Taracena 1932:
32 ss.; Idem 1941: 100) (nota 15). Tampoco debió ser un tipo
de adorno muy abundante en necrópolis como Arcobriga, a
tenor de las pocas referen cias al respecto, aunque sí se do-
cumente su inclusión en algún conjunto (tumba H).
En el Alto Duero, los modelos de espirales ofrecen una larga
perduración, estando su presencia atestiguada en algunos
conjuntos adscritos a la fase IIA, como es el caso de La
Mercadera (vid. supra), Quintanas de Gormaz-A y Ucero
(García-Soto 1990: fig. 14), en cuya sepultura n° 29 se do-
cumenta un ejemplar de placa asociado a un adorno espi-
raliforme (fig. 87,A). Una cronología más reciente puede de-

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fenderse para,la sepultura 10 (M.A.B.) de Osma, donde una
espiral de bronce se halló adherida a un resto de hierro, así
como para los restos de adornos espiraliformes de la necró-
polis de Fuentelaraña, Osma (Campano y Sanz 1990: 67 s.,
fig. 6), habiéndose señala do igualmente su presencia en Los
Castejones de Calatañazor (Pascual 1991: fig. 24, 56-57) y
en la ciudad de Numancia (fig. 96,A,15) (Taracena 1932: 23;
Schüle 1969: lám. 171,15).
2.4. Broches de cinturón
Los broches de cinturón son uno de los elementos más ca-
racterísticos de los ajuares funerarios de las necrópolis de la
Meseta Oriental, estando también documentados en pobla-
dos y ciudades celtibéricas de época avanzada (nota 16).
Son piezas de fundición que, en la inmensa mayoría de los
casos, están realizados sobre una lámina de bronce, cono-
ciéndose algunos de hierro. Constan de dos partes: la pieza
macho, provista de uno o más ganchos o garfios, y la hem-
bra, formada por un alambre serpentiforme o, más corrien-
temente, por una placa con una o varias hen diduras para su
enganche y en la que se introduce la primera. Ambas irían
sujetas al cinturón, que normal mente sería de cuero, median-
te un número variable de clavos o remaches (nota 17).

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Se conocen más de 300 broches de cinturón en la Meseta
Oriental, en su mayoría procedentes de necrópo lis, prin-
cipalmente de las excavadas por el Marqués de Cerralbo.
Su presumible valor como indicador cronológi co, cultural, e
incluso étnico no ha podido ser suficiente mente explotado
ya que la mayoría de ellos carecen de contexto (89,3%). Sin
embargo, en algunos casos se han podido definir asociacio-
nes más o menos significativas, bien a partir de conjuntos
inéditos, mediante fotografías, dibujos o la simple descripción
de los mismos (7,2%), o bien de las escasas excavaciones
antiguas que fueron publicadas (2,7%), como es el caso de
La Mercadera (Taracena 1932) y de Atienza (Cabré 1930).
Desgracia damente, los trabajos de campo realizados con
posteriori dad a 1975 (que aportan el 0,7% de los broches)
tampoco han proporcionado los resultados esperados, aun-
que se cuente con algunas aportaciones de indudable valor,
como las procedentes de las necrópolis de Carratiermes
(Alon so 1992) o Numancia, ésta todavía en proceso de
excava ción (nota 18).
Los diversos modelos de broches de cinturón docu mentados
en la Meseta Oriental han sido objeto de diver sos intentos de
clasificación (Bosch Gimpera 1921: 29 ss., fig. 6; Cabré 1937;
Schüle 1969: 132 ss.; Cerdeño 1977, 1978 y 1988; Mohen

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1980: 78 s., fig. 32; Lorrio 1995c: 316 ss. y Apéndice II), pu-
diéndose diferenciar cuatro grandes grupos (figs. 89-92):
A. Broches de placa subtrapezoidal, cuadrada o rec tangular,
sin escotaduras ni aletas y un solo garfio (tipo B de Cerdeño).
Se han diferenciado dos tipos básicos según la forma de la
placa, y diversas variantes en función de la decoración, que
puede ser a base de lineas en resalte o incisas y de triángu-
los y puntos grabados (figs. 89-90).
B. Broches de placa triangular o trapezoidal, con escotadu-
ras abiertas o cerradas y número variable de garfios (tipos
C y D de Cerdeño). Los diferentes tipos y variantes se han
establecido a partir de una serie de características formales y
decorativas. Así, se ha tenido en cuenta la presencia de es-
cotaduras laterales, abiertas -en número de dos, valorando la
tendencia de éstas a cerrarse- o cerradas -en número de dos
o cuatro-, el número de garfios -de 1 a 3 en las de dos esco-
taduras abiertas, 1 ó 3 en los ejemplares de dos escotaduras
ce rradas, y 2 ó, con más frecuencia, 4 ó 6 en los de cuatro
escotaduras cerradas, los llamados broches dobles o gemi-
nados-, y la decoración, de carácter geométrico con lineas en
resalte o incisas, puntos grabados, círculos concéntricos tro-
quelados o remaches ornamentales, aun que también pueda
faltar por completo (fig. 89-91).

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C. Broches de tipo ibérico, constituidos por una placa cua-
drada o rectangular con dos aletas flanqueando el garfio.
Teniendo en cuenta las características morfológicas y deco-
rativas se pueden diferenciar dos grandes grupos (figs. 89 y
92). El primero, caracterizado por ofrecer aletas redondeadas
más o menos señaladas que enmarcan un corto y ancho gar-
fio rectangular; pueden estar decora dos a base de líneas in-
cisas, puntos grabados, botones ornamentales, etc. (tipo C1).
El segundo presenta el gar fio de forma trapezoidal y aletas
redondeadas o apunta das, con decoración damasquinada
(tipos C2A1 y C3C1) o grabada (C3B1).
D. Broches calados de tipo La Tène. Muy escasos, aun cuan-
do su presencia en contextos meseteños resulta de gran in-
terés cultural (figs. 89 y 92).
Los dos primeros grupos corresponderían al tipo que Cerdeño
(1978) denomina «céltico», término que debe ser matizado,
ya que aplicado a la Península Ibérica (Almagro-Gorbea y
Lorrio 1987a) se circunscribe a un territorio que supera con
creces la zona de máxima con centración del modelo, situada
en la Meseta Oriental. Tampoco es justificable su utilización
por lo que se refie re al mundo céltico continental, puesto que
son muy escasos los hallazgos de estas piezas fuera de la
Penínsu la Ibérica, localizándose sobre todo en la Aquitania

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y el Languedoc (Mohen 1980: 78), territorios no específica-
mente célticos. Además, los Celtas de la Cultu ra de La Tène
desarrollaron un modelo propio que, aun en número muy es-
caso, también está documentado en la Meseta. De acuerdo
con esto, podría resultar más ade cuada la utilización del tér-
mino «celtibérico» para estos modelos, o por lo menos para
algunas de sus variantes, ya que el área de dispersión de la
mayoría de los hallaz gos coincide con la zona nuclear de la
Cultura Celtibérica.
Estas piezas, cuya funcionalidad no es otra que la de servir
de enganche al cinturón, son también un indicador del estatus
de su poseedor, que se manifiesta tanto por la complejidad y
riqueza de su decoración, como por su presencia en contex-
tos funerarios, a menudo formando parte de sepulturas que
por el número y calidad de los objetos de sus ajuares pueden
ser consideradas ricas. Al gunas de estas piezas muestran
signos de haber sido re paradas, confirmando así su carácter
práctico al tiempo que un cierto valor simbólico o puramente
económico (Rovira y Sanz 1986-87: 356 s.). Este carácter
simbólico de los broches de cinturón, concretamente de los
mode los de escotaduras, ha sido analizado por J.A. Morán
(1975 y 1977).

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En La Mercadera (Lorrio 1990: 46: figs. 2 y 6), los broches de
cinturón se han documentado en siete conjun tos, asociados
tanto con armas -lo que ocurre en el 6,8% de las sepulturas
militares de este cementerio como con adornos espiraliformes
-en el 6,4% de las tumbas de atribución femenina-, estando
presentes en sepulturas muy «ricas», como es el caso de las
tumbas 3 y 15 (ambas provistas de armamento), o siendo
el único elemento metálico del ajuar (tumbas 37 y 64). En
Carratiermes (Alonso 1992: 577, fig. 1; Argente et alii 1992:
303 s., fig. 14), se han encontrado en tumbas mili tares y, en
una proporción mayor, en aquellas caracteriza das por la pre-
sencia de adornos de bronce (fig. 85,A), conjuntos todos ellos
que incluyen un buen número de objetos en su ajuar. En otros
casos, los broches de cintu rón se vinculan con individuos fe-
meninos, como ocurre en la necrópolis vaccea de Padilla de
Duero (Sanz 1990a: 165), pues de las seis tumbas que tienen
este tipo de piezas, todas ellas sin armas, sólo una se ha
identificado como correspondiente a un varón.
La distribución geográfica de los distintos modelos resulta
desigual, poniendo de relieve la mayor concentra ción de un
buen número de ellos en el área celtibérica, especialmente
en las tierras del Alto Tajo-Alto Jalón, en lo que hay que ver
razones de tipo cronológico, al locali zarse en esta zona algu-

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nas de las necrópolis celtibéricas de mayor antigüedad (fig.
93).
Los hallazgos de broches sin escotaduras (Tipo A) se
concentran fundamentalmente en el Oriente de la Mese ta,
siendo relativamente abundantes en las necrópolis del Alto
Tajo-Alto Jalón, principalmente en la cuenca alta del Henares
(Cerdeño 1978: fig. 2).
Bastante más amplia es la zona de dispersión de los tipos
provistos de escotaduras (Tipo B), con una marca da concen-
tración en la Meseta Oriental, siendo más abun dantes en el
Alto Tajo-Alto Jalón y, en menor medida, en el Valle del Ebro
y Cataluña, así como en Aquitania y el Languedoc (Cerdeño
1978; Mohen 1980; Parzinger y Sanz 1986). Destaca su
rareza en el resto de la Meseta, a excepción de un modelo
singular, el llamado tipo Bureba (Sanz 1991). No obstante,
debe señalarse la presencia de diferentes ejemplares en
Sanchorreja (Cerdeño 1978: fig. 9,4; González-Tablas et alii
1991-92: figs. 3-6), Lara de los Infantes (Schúle 1969: lám.
155,25-26) o la zona de Segobriga (Cerdeño 1978: fig. 12,5).
Resulta signifi cativa la completa ausencia de los modelos de
escotaduras abiertas en las necrópolis del Alto Duero (fig.
93), con la excepción de Carratiermes, cementerio que en
su fase antigua, a la que se adscriben los broches de cintu-

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rón, se vincularía culturalmente con el Alto Henares. Entre
es tos modelos cabe destacar el tipo Acebuchal (B1D1), con
un garfio, dos escotaduras abiertas y decoración a molde,
cuya aparición en la Meseta se circunscribe al Alto Tajo-Alto
Jalón (fig. 93), habiendo de añadir un ejemplar procedente
de Sanchorreja (González-Tablas et alii 1991-92: fig. 3). De
las nueve necrópolis celtibéricas en las que se han encontra-
do piezas de este tipo caracte rístico, cuatro se hallan en la
cuenca alta del río Henares, dos más en la del Tajuña, una
en el Alto Jalón, que dando las restantes algo más alejadas,
en las proximi dades de Molina de Aragón y en la Sierra de
Albarracín, respectivamente. Esta dispersión, junto con la
estandarización de su tamaño respecto a las piezas del
mismo tipo aparecidas fuera de la Meseta, hace pensar en
la existencia de un único taller local, situa do quizás en el
Alto Henares. Una distribución más homogénea muestran
los ejemplares de escotaduras cerradas, muy abundantes
entre las necrópolis del Alto Tajo-Alto Jalón y relativamente
frecuentes entre las del Alto Duero (fig. 93).
Menos habitual es la presencia de broches de tipo ibérico
(Tipo C), que resultan especialmente abundantes en el Alto
Duero (fig. 93), tanto en necrópolis, en alguna de las cuales
-La Revilla- representan una abrumado ra mayoría, como en

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Fig. 89.-Tipología de los broches de cinturón localizados en el territorio celtibéri-
co.

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Fig. 90.-Tipología de los broches de cinturón localizados en el territorio celti-
bérico. Tipos A, B1 y B2: 1, 3, 3 y 22, Carabias; 2, Torresabiñán; 4 y 7, Aguilar
de Anguita; 6, 11, 28, 33 y 39, La Olmeda; 8 y 17, Sigüenza; 9, Gormaz; 10,

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ciertos poblados, donde suelen cons tituir el único modelo
identificado. Bien documentados en el mundo ibérico (Cabré
1937), los broches con deco ración damasquinada están per-
fectamente atestiguados en las necrópolis del Alto Tajo-Alto
Jalón, siempre de forma minoritaria, con la excepción de la
necrópolis de Arcobriga, donde parece ser un tipo frecuente.
Asimis mo, están presentes en poblados y en algunas necró-
polis del Alto Duero, en las que suelen ser minoría respecto
a los demás tipos documentados. A diferencia de lo obser-
vado en los modelos de los grupos A y B, estos broches
son abundantes en yacimientos del área occidental de la
Meseta (Cabré 1937), como es el caso de las necrópolis de
Las Cogotas y, en particular, de La Osera, lo que debe verse
como un indicador de la modernidad y riqueza de los cemen-
terios vettones. Tanto su presencia minoritaria res pecto a los
tipos precedentes como su mayor área de dis persión pueden
interpretarse por razones cronológicas, ya que suelen ir aso-
ciados a elementos de datación avanzada.
Quintanas de Gormaz; 12, 27, 30-31 y 40, Clares; 13 y 18, Garbajosa; 14, 20, 32,
35 y 36, Valdenovillos; 15, 21, 23, 29, 34 y 38, Almaluez; 16, Molina de Aragón;
19, Alpanseque; 24, Villar del Horno; 25, Carratiermes; 26, Atienza; 37, Hijes.
(Según Cerdeño 1978 (1-8, 9 pieza macho-, 14, 15, 17-19, 21-23, 26-33, 35-38),
Cabré 1937 (9, pieza hembra), Schüle 1969 (10), Cerdeño 1977 (11-13, 20, 34,
39 y 40), Cerdeño et alii 1981 (16), Almagro-Gorbea 1976-78 (24) y Alonso 1992
(25)). Números 4 y 10, de hierro; el resto, de bronce.

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Fig. 91.-Tipología de los broches de cinturón localizados en el territorio celtibé-
rico. Tipos B3 y B4: 1 y 16, Alpanseque; 2 y 7, La Olmeda; 3 y 21, Carabias; 4,
Osma; 5, 15 y 19, Valdenovillos; 6, procedencia desconocida; 8-11, Carratiermes;

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Las necrópolis de Osma y La Osera han proporciona do los
dos únicos broches de cinturón calados de tipo La Tène
Inicial (Tipo D) aparecidos en la Península Ibérica (Cabré
1937: 120 s., lám. XXIX, fig. 69; Lenerz-de Wilde 1981: 315-
317, lám. 64,1 y 3; Idem 1991: 182). Se trata de un modelo
bien conocido en la Europa céltica (Lenerz de Wilde 1981:
317, lám. 64,5-9) a partir del siglo V a.C., y cuya presencia en
la Meseta cabe relacionarla con la existencia de un comercio
de objetos de prestigio que se manifiesta en productos tales
como fíbulas, espadas o cascos.
Ambos ejemplares presentan una importante modifi cación
respecto a los modelos originales, ya señalada por Cabré
(1937: 121) y Lenerz-de Wilde (1981: 316s.; 1991: 182), se-
gún la cual la zona del broche correspondiente al talón, una
vez modificado en las piezas meseteñas, haría las veces de
garfio; por su parte, dos remaches de hierro atravesarían la
pieza, aprovechando la decoración calada, permitiendo así su
fijación al cinturón de cuero. Tal mo dificación debió de afec-
tar igualmente al garfio original, aunque esto no pueda ser
afirmado categóricamente pues ambas piezas se hallan en
12 y 14, Hijes; 13, Quintanas de Gormaz; 17, La Revilla; 18, Monteagudo de las
Vicarías; 20, Aguilar de Anguita. (Según Cerdeño 1977 (1-3, 16 y 19), Schüle
1969 (4), Cerdeño 1978 (5-7, 12-15 y 20-21), Alonso 1992 (8-11), Ortego 1985 (5)
y Taracena 1932 (18)).

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Fig. 92.-Tipología de los broches de cinturón localizados en el territorio celtibérico.
Tipos C y D: 1, Almaluez; 2, Aguilar de Anguita; 3 y 5, Carabias; 4, Alpanseque;
6, Hijes; 7,17 y 22, Osma; 8-10 y 14, La Revilla; 11, La Olmeda; 12, 15 y 19,

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la actualidad fracturadas (nota 19). Con ello se pretendería
aproximar estas piezas a los mo delos peninsulares, de ancho
garfio, al igual que las vai nas de espada latenienses fueron
adaptadas a la moda celtibérica (vid. capítulo V,2.2.1.1),
como vendría a de mostrarlo la asociación del ejemplar de
Osma, decorado con líneas de puntos grabados, con una
pieza hembra de tipo ibérico, seguramente damasquinada
(fig. 92,22).
E1 ejemplar de Osma, el único que formaba parte de un
conjunto cerrado, pertenece a la tumba 13 (M.A.N.) de dicha
necrópolis (vid. Apéndice I); así lo confirma un dibujo esque-
mático de Cabré (1917: 91) y la documenta ción fotográfica
conservada en el Museo Arqueológico Nacional, aun cuando
el resto de los materiales que for maban parte del ajuar no
coincida con la relación ofreci da por el propio Cabré (1937:
120).
En apariencia, los broches sin escotaduras y un garfio (Tipo
A) serían los de mayor antigüedad, pero no convie ne olvi-
dar que todos los ejemplares adscritos a este pri mer grupo
Arcobriga; 13 y 21, El Atance; 16, Atienza; 18, Izana; 20, Numancia. (Según
Cerdeño 1977 (1-5), Lenerz-de Wilde 1991 (6, 11, 12, 15, 17-21 y 22, pieza hem-
bra), Schüle 1969 (7), Ortego 1985 (8-10 y 14), Cabré 1937 (13), Idem 1930 (16)
y E. Cabré 1951 (22, pieza macho)).

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son elementos tipológicamente muy sencillos y carecen de
contexto en su mayoría, por lo que podría tratarse en ocasio-
nes de piezas relativamente modernas. La tumba Aguilar de
Anguita-M (Cerdeño 1977: 162) ofrece un broche de tipo A1
con decoración de líneas de puntos en zigzag y otro ejemplar
de escotaduras abiertas, un garfio y ausencia de decoración,
tipo B2A1, conjunto adscribible a la fase IIA por la presencia
de un puñal de frontón exento. La datación avanzada es evi-
dente en el caso de dos piezas de hierro, adscribibles a la
fase IIB, procedentes de las tumbas Arcobriga-J (tipo A1A1)
y Quintanas de Gormaz-V (tipo A2A1). La relativa anti güedad
del modelo, así como su larga perduración, se pondría de
manifiesto en las únicas piezas aparecidas en contextos de
habitación, adscribibles a las fases PIIIa, PIIb y PIa del pobla-
do de Cortes de Navarra (Cuadrado 1961: figs. 6,2, 6,9 y 3,7,
respectivamente).
Mayor información han proporcionado los broches de escota-
duras abiertas o cerradas y número variable de gar fios (Tipo
B), aunque la escasez de conjuntos cerrados constituya una
importante traba al tratar de establecer una ordenación de
estos objetos que vaya más allá de su simple clasificación
siguiendo criterios puramente tipológicos. Las asociaciones

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conocidas permiten, sin embargo, apuntar algunas conside-
raciones de interés.
La antigüedad del tipo Acebuchal (tipo B1D1) parece estar
clara dada su aparición en contextos antiguos docu mentados
en áreas periféricas a la Meseta y por su proxi midad a los
prototipos. La posible asociación en un su puesto conjunto
de Chera (Cerdeño 1983a: 283 ss.) de un ejemplar del tipo
mencionado con otro decorado con líneas incisas (tipo B1C1)
no haría sino confirmar la evidente relación entre ambos mo-
delos (Cerdeño 1978: 284), tanto desde el punto de vista
morfológico, al ofrecer, por lo común, la parte inferior de las
escotaduras forma redondeada y con tendencia a abrirse,
como del decorativo.
La presencia de dos escotaduras cerradas parece ser un
elemento bastante antiguo como lo demuestra un bro che
procedente de Valdenovillos (B3C1) similar en todo a los de
tipo Acebuchal salvo por la particularidad de presentar sus
dos escotaduras cerradas.
La fase inicial de las necrópolis celtibéricas (fase I) propor-
ciona algunos ejemplares pertenecientes al tipo B. La tumba
Sigüenza-5 incluía un broche de escotaduras cerradas y un
garfio con decoración de puntos grabados (tipo B3B1), con-
junto que cabe adscribir a la fase inicial de este cementerio.

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De esta misma necrópolis procede un ejemplar sin escota-
duras (tipo A1C1), aparecido fuera de contexto, cuya morfo-
logía y sintaxis decorativa constitu yen un antecedente de los
ejemplares de escotaduras ce rradas y un garfio.
La fase más antigua de la necrópolis de Carratiermes, asdcri-
bible de forma general a la fase I, ha proporcionado un buen
número de broches de cinturón de los modelos de escotadu-
ras cerradas y uno o tres garfios, con decora ción sobre todo
de alineaciones de puntos impresos (tipo B3B), asociados
a hembras de forma serpentiforme, en los ejemplares de
tres garfios (lo que también está documentado en la tumba
Valdenovillos-A y en la U de Aguilar de Anguita), o de placa
cuadrangular y un vano, en las piezas de un garfio. También
se ha encontrado algún ejemplar de escotaduras abiertas y
un garfio (tipo B1B1/B1C1) y uno de los de cuatro escotadu-
ras cerradas y otros tantos garfios, tipo B4B4 (Alonso 1992:
576). A estos ejemplares habría que añadir, al parecer, un
broche de tipo tartésico (Argente et alii 1992b: 592).
E1 tipo de escotaduras abiertas con tendencia a cerrar se,
un garfio y ausencia de decoración (B2A1) se ha documen-
tado, asociado a una placa hembra rectangular de un vano,
en la sepultura n° 66 de Carabias junto con una fíbula de
doble resorte de puente circular (Argente 3C), modelo éste

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Fig. 93.-Distribución porcentual de los broches de cinturón identificados en la
Meseta Oriental por tipos y ámbitos geográ fico-culturales. (Con el grupo del Alto
Tajo-Alto Jalón se han incluido los cementerios de Alpanseque y Carratiermes).

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propio de la fase I, por más que la presencia de una espada
de antenas aconsejaría la atribución del conjunto a la fase
IIA. A este mismo período se puede adscribir un broche de
características similares procedente, como se ha señalado,
de la tumba M de Aguilar de Anguita, donde apareció junto a
un ejemplar del tipo Al; otro se encontró, junto con una fíbula
de pie vuelto (Argente 7B), en la tumba 27 de La Olmeda
(García Huerta 1980: 13 s., fig. 2,8); y dos más en la tumba 9
(calle 1) de Alpanseque (fig. 86,A), asocia dos a una fíbula de
La Tène Inicial con pie zoomorfo en forma de S (tipo Argente
8A3), de cronología algo más moderna, y a los fragmentos de
una chapa de bronce que adornaría el cinturón, entre otros
elementos (fig. 86,A). Por su parte, la sepultura 7, calle I, de
Alpanseque (Ca bré 1917: lám. IV; Cabré y Morán 1975a:
609) ha pro porcionado, junto a una fíbula de bronce de La
Tène Inicial y un fragmento de cinturón de bronce, dos bro-
ches de forma cuadrangular, grandes escotaduras cerra das,
un ancho garfio y decoración, al menos uno de ellos, de cír-
culos concéntricos troquelados.
Entre las necrópolis del Alto Duero está documentado en
contexto el tipo de escotaduras cerradas, un garfio y decora-
ción de puntos impresos (B3B1). Dos piezas de este modelo
aparecieron, respectivamente, en las tumbas 3 y 84 de La

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Mercadera. En la tumba Quintanas de Gormaz-A, un broche
del tipo de escotaduras cerradas, tres garfios y aparentemen-
te sin restos de decoración (tipo B3A3) se halló junto a una
fíbula de La Tène de pie zoomorfo, no recogida por Argente
(1994), y a una espa da de «tipo Echauri», como elementos
más característi cos (fig. 72,B). Aun no siendo frecuente, la
perduración de los modelos de escotaduras cerradas y uno o
tres garfios (tipo B3) hasta la fase lIB-III es un hecho consta-
tado, como evidencian las tumbas Quintanas de Gormaz R
(fig. 72,D) y Osma-9 (M.A.B.) (fig. 76,A), donde están presen-
tes broches de tres garfios, así como el hallazgo de un ejem-
plar de un garfio en la ciudad de Numancia (Schüle 1969:
lám. 171,29).
La relativa antigüedad de los broches geminados de cuatro
garfios (B4) está confirmada por su asociación, en la tumba
Aguilar de Anguita-E, con una espada de «tipo aquitano»
(fase lIAI). Una espada «tipo Echauri» se do cumentó en la
tumba 15 de La Mercadera junto a un fragmento decorado
(fig. 71,B), del tipo con cuatro escotaduras cerradas y otros
tantos garfios. De la sepultu ra 14 de Alpanseque procede un
fragmento de una pieza hembra con dos filas de ventanitas
que, en número de cuatro o seis, servirían de enganche a un
broche bien del tipo anterior o bien de seis garfios. Está aso-

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ciado, como elemento más significativo, a una fíbula de pie
vuelto del tipo 711 de Argente.
Los broches de placa cuadrangular de tipo ibérico y sus va-
riantes meseteñas (Tipo C) están perfectamente documen-
tados en diferentes necrópolis celtibéricas. A pesar de que
el carácter descontextualizado de la mayoría de ellos dificul-
te la correcta adscripción cronológica del grupo, no parece
que exista duda alguna en su vincula ción a las fases II y III,
al menos en cuanto a las piezas procedentes de conjuntos
cerrados (cuadros 1-2 y Apén dice II, n° 80). A un momento
avanzado de la fase IIA y a la fase IIB cabe adscribir las
piezas de La Revilla-A, con decoración grabada (fig. 74,A),
Osma-1 (M.A.B.), que no ha conservado la decoración (fig.
75,A), así como las piezas damasquinadas de Atienza-16
(fig. 68,13), La Revilla-C (fig. 74,C) y Osma-2 (M.A.N.), ésta
con deco ración figurada y quizás ya a caballo entre esta fase
y la siguiente. A la fase III pertenecerían los broches de Izana
(Cabré 1937: lám. XXV,59), Langa de Duero (Taracena 1932:
lám. XXXIV) y Numancia (Martínez Quirce 1992).
E1 hallazgo en la sepultura Osma-13 de un puñal biglobular
asociado a una placa de cinturón de tipo La Tène (Tipo D)
permitiría fechar el conjunto ca. siglo III/ II a.C. (fase IIB-III).

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Finalmente, habría que hacer referencia a una serie de pie-
zas de forma similar a las hebillas de cinturón actua les, de las
que se conocen al menos dos ejemplos en el área celtibérica
(tumbas 18-M.A.N. y 12-M.A.B. de Osma), adscribibles a la
fase IIB-III (fig. 76,D).
2.5. Elementos para sostener el tocado
Cerralbo (1916: 61 s.; Schüle 1969: 161) halló, for mando par-
te de algunos ajuares funerarios, un peculiar objeto de hierro
que identificó con el descrito por Artemidoro (en Str. 3, 4, 17)
para sujetar los tocados. Está compuesto «de una bandita
casi circular de hierro que se colocaba alrededor del cuello y
de una delgada varilla de 30 a 36 cm. de larga, bifurcándo-
se a su extre midad en otras dos más finas, y suelen medir
cada una de 10 a 15 cm. de largo; la banda del cuello tiene
regular mente de anchura 2 cm., y en ambas extremidades
unos agujeritos, sin duda para los cordones que le atasen al
cuello; en los extremos de las dos finales varillitas hay otros
agujeros que servirían para sujetar los mantos o las altas mi-
tras o caperuzas...» (Aguilera 1916: 61 s.).
Su presencia resulta habitual en la necrópolis de Arcobriga
(fig. 94,A-B), formando parte de «todas» las sepulturas que
Cerralbo atribuyó a sacerdotisas (Aguilera 1916: 61), siem-

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pre uno por sepultura, aunque la tumba 53 de Clares, un
conjunto integrado por un buen número de elementos de
adorno, como excepción, ofreciera dos (Aguilera 1916: 73).
En Aguilar de Anguita únicamente se hallaron tres de estos
objetos en otras tantas sepultu ras (Aguilera 1911, III: 64,
lám. 23,2XLIX). En Almaluez está documentada su presen-
cia (Domingo 1982: 267 s., lám. 111,3). Su asociación con
armas está documentada en la tumba J de Arcobriga y en el
Alto Duero, forman do parte de diferentes conjuntos, adscri-
bibles a la fase IIB y III, de las necrópolis de Quintanas de
Gormaz (tumba Ñ) y Osma -tumbas 3 y 14 del M.A.B. y 14
del M.A.N. (figs. 75,C, 76,E y 78,A)-. A estos hallazgos habría
que sumar un ejemplar sin contexto conservado en el Museo
de Atienza, procedente al parecer de esta comarca, así como
los documentados en la necrópolis de Aragoncillo (Arenas y
Cortés e.p.).
3. ADORNOS
A pesar de que en esta categoría podrían incluirse la mayor
parte de las piezas de orfebrería, las fíbulas, los pectorales
y los broches de cinturón, sólo se han clasifi cado como tales
aquellos elementos en los que prima, sobre cualquier aspec-
to funcional, el carácter puramente ornamental.

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3.1. Brazaletes y pulseras
Las necrópolis celtibéricas han proporcionado dife rentes mo-
delos de brazaletes y pulseras realizados co múnmente en
bronce, aunque se conocen ejemplares en hierro y plata, es-
tos últimos analizados con el resto de la orfebrería. Cerralbo
(1916: 65) señaló la existencia de dos modelos broncíneos,
«brazaletes de un anillo y otros de bastantes, reunidos por
presión», pero su procedencia de necrópolis nunca publica-
das dificulta el análisis tipológico de estos objetos (nota 20).
Necrópolis como La Mercadera (Taracena 1932: 24 s.) han
permitido, sin embargo, identificar diferentes mode los que, si
se exceptúan los realizados en metales nobles, se reducen a
tres tipos bien diferenciados, los dos prime ros relativamente
frecuentes en otros cementerios celtibéricos de diversa cro-
nología:
a) Brazaletes de bronce de aros múltiples, general mente de
sección rectangular (figs. 86,A,7 y 94,D,1) (nota 21). Están
formados por un número variable de aretes, entre 10 y 40, si
bien algunos llegan hasta las 60 piezas, como en la tumba
86, donde yuxtapuestos miden 22 cm., con diámetros que
van aumentando desde 62 a 96 mm., o en la 29, que alcan-
zan los 15 cm. de longitud y diámetros internos de 47 a 60
mm. La tumba 20 ofreció, además de estos aretes de sección

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rectangular de un milímetro de lado, cinco más de sección
plano-convexa y 6 mm. de altura. Los aretes tienen forma de
circunferencia aplasta da, con tendencia rectangular los de
menor tamaño, sin que se hayan conservado en ningún caso
varillas a modo de vástago de unión, si bien en una ocasión
han apareci do agrupados por medio de una pequeña presilla.
Debido a sus diámetros internos, que oscilan entre 40 y 54
mm. los menores, Taracena (1932: 25) los relacionó en su
mayor parte con tumbas infantiles.
b) Pulseras sencillas de bronce (fig. 86,A,8, 87,A,5 y 94,E,6-
7).
c) Pares de pulseras de hierro de arete sencillo o do ble, con
remates rectangulares (fig. 94,C).
Los brazaletes y las pulseras suelen encontrarse en ajuares
formados por elementos broncíneos de adorno, aun cuando
en una proporción mucho menor puedan aso ciarse con ar-
mas. En el caso de La Mercadera (fig. 88), los brazaletes de
aros múltiples nunca se hallan en tum bas militares, siendo
frecuente su asociación con adornos espiraliformes, pudien-
do ser también el único objeto de positado en la sepultura.
Algo similar puede señalarse para las escasas pulseras de
hierro, de las que se han localizado únicamente dos parejas
(tumbas 10 y 34). Por el contrario, los dos únicos ejemplares

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de pulseras sim ples de bronce proceden de sepulturas mi-
litares (tumbas 19 y 77) (nota 22). E1 ejemplar de la tumba
77, de sección rectangular, atraviesa «una cuenta de resina»
(Taracena 1932: 24 y 26, lám. XXII,77).
La relativa antigüedad de los brazaletes de aros múlti ples
queda confirmada por su presencia en las sepulturas 1 y 3
de Chera (Cerdeño et alii 1981: 22 y 24, figs. 3 y 4), o en
las tumbas 2 y 14 de Sigüenza, éstas femeninas según los
análisis antropológicos si bien la última de ellas contiene
armas (Cerdeño y Pérez Ynestrosa 1993: cuadro 5). En
Carratiermes, este modelo resulta frecuen te en las sepulturas
caracterizadas por poseer adornos broncíneos adscribibles a
la fase inicial de este cemente rio (Argente et alii 1992: 308).
La tumba 235 proporcio nó los restos de uno o más brazale-
tes de aros múltiples, de sección rectangular, algunos de los
cuales presentaban decoración incisa en una de sus caras
(Argente et alii 1992: 311).
Por su parte, la presencia de diferentes tipos de braza letes
y pulseras en las necrópolis de la margen derecha del Alto
Duero está registrada desde la fase IIA, siendo buen ejem-
plo de ello los casos de La Mercadera, Ucero (tumba 29),
Quintanas de Gormaz (tumba Q) y Osma (Schüle 1969: lám.
63,11-12). También se documentan brazaletes en los castros

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de la serranía soriana, identifi cándose dos modelos diferen-
tes (Romero 1991a: 319 s.): el de sección circular rematado
por un ensanchamiento redondeado (fig. 94,E,6) y el de sec-
ción rectangular de forma oval (fig. 94,E,7).
3.2. Collares y colgantes
Los collares están formados por cuentas de diversas formas
y materiales. Cerralbo (1916: 66) señala cómo sus necrópo-
lis proporcionaron una «suma crecida de cuen tas de collar»
de bronce y varias «de ámbar amarillo del Báltico». La exis-
tencia de collares de diverso tipo es conocida desde la fase
inicial de las necrópolis celtibéricas. En Chera (Cerdeño et alii
1981: 24 y 26 s.), se han hallado un buen número de aritos
de bronce en la tumba 3 y en el interior de los dos ustrina
identificados (Cerdeño et alii 1981: figs. 5,5, 7,1-2 y 8,2) -
hasta 265 en el n° 1-, estructuras que cabe adscribir a la fase
inicial de este cementerio. Formando parte de las tumbas con
ador nos de bronce (fase I), la necrópolis de Carratiermes ha
proporcionado collares de cuentas de pasta vítrea (nota 23)
(Argente et alii 1992: 308), como en la tumba 235, de color
amarillo, muy deterioradas por el fuego (Argente et alii 1992:
311). En la tumba 291 se halló un collar completo formado
por 2.247 pequeñas cuentas de bron ce, con una longitud
en torno a los 3,5 m., y restos de cuentas de pasta vítrea

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Fig. 94. -A-B, tumbas E y F de Arcobriga; C, La Mercadera-10 (el conjunto incluye
otro brazalete similar al reproducido); D, sepultura 5 de Griegos; E, diversos ele-
mentos de bronce de la cultura castreña soriana: 1-3, pasadores; 4-S, botones;
6-7, brazaletes. (Según Schüle 1969 (A-B y D), Taracena 1932 y Lenerz-de Wilde
1991 (C) y Romero 1991a (E)).

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(Argente et alii 1992: 313, fig. 291) (nota 24), y en la tumba
4 de Chera, una cuenta de collar de bronce esférica con per-
foración central (Cerdeño et alii 1981: fig. 6,2), tipo del que
se conocen más ejem plares entre los materiales sin contexto
de esta necrópolis (fig. 95,A,24-25), estando igualmente do-
cumentado en otros cementerios celtibéricos (Requejo 1978:
61; García Huerta y Antona 1992: 144, fig. 57; Cerdeño y
Pérez de Ynestrosa 1993: fig. 29,11; etc.).
También se registran collares de cuentas cerámicas, como el
procedente de la tumba 5 de Griegos (fig. 94,D,5), formado
por cuentas redondas y elipsoidales. En Almaluez, este tipo
de cuentas son habituales, presentan do formas esféricas,
ovaladas, estrelladas, cilíndricas, etc. (Domingo 1982: 258,
lám. IV,3) (nota 25). De excepcional puede calificarse el ha-
llazgo en una rica sepultura de Clares (tumba 53) de un buen
número de cuentas «de barro tosco y mal cocido», 89 de las
cuales eran circula res, 4 de ellas con doble perforación, 18
elipsoidales, 3 eran barras con triple perforación transversal,
4 ruedecitas con otras tantas perforaciones, 4 dobles cuer nos
perforados y el mismo número de aves estilizadas de diferen-
te tamaño, también perforadas. Según Cerralbo, las cuentas
formarían parte de un único collar, recons truido a partir de
las diferentes posibilidades que ofrecían aquéllas (Aguilera

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1916: 73 ss., lám. XIII). La singulari dad del hallazgo, tenido
por Cerralbo por un «collar side ral», vendría apoyado por la
propia importancia de la sepultura, que para su excavador
correspondía a «la gran sacerdotisa del Sol» (nota 26).
La larga perduración de estos objetos de adorno queda con-
firmada por su presencia en la necrópolis de cronolo gía avan-
zada de Riba de Saelices (fase IIB). La tumba 99 proporcionó
16 cuentas de distintas dimensiones, la ma yor en forma de
tonel y el resto, de alambre de diferente diámetro; cuentas
similares a éstas se hallaron en la tum ba 50, además de un
trozo de un ejemplar globular de pasta vítrea, de color azul,
con un reborde ocre en su extre mo, y un colgante cilíndrico;
etc. (Cuadrado 1968: 29).
Aunque suelen aparecer formando parte de ajuares integra-
dos por objetos de adorno, cuentas en conjuntos militares
están documentadas en la tumba 9 de Atienza (fig. 67,E), un
pequeño ejemplar de pasta vítrea de tono azulado con círcu-
los amarillos y rojos, o en la sepultura 77 de La Mercadera
donde una cuenta de «pasta vítrea o resinosa» se halló
ensartada en una pulsera (Taracena 1932: 24 y 26, lám.
XXII,77) (nota 27).
Mayor variedad documentan los colgantes. Presentan formas
diversas (figs. 95,A,1-4,7-8,10,17-18 y 26-28 y 96,A,16-22) y

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suelen estar hechos en bronce, conocién dose, incluso, ejem-
plos en piedra y cerámica. Cerralbo (1916: 66) menciona
el hallazgo de «bastantes descono cidos adornos colgantes
para el pecho en forma de cru ces, compuestas por placas
abombadas y discoidales», realizados en bronce.
Un conjunto importante procede de la necrópolis de Chera
(fig. 95,A), donde constituyen el objeto metálico más nume-
roso. En su mayoría carecen de contexto, aun que se han
documentado, igualmente, formando parte de algunas de las
escasas tumbas excavadas en este cemen terio o integrando
los dos únicos ustrina identificados, conjuntos todos ellos
que cabe atribuir al momento de mayor antigüedad de este
cementerio (fase I). Los col gantes corresponden a diferentes
modelos (Cerdeño et alii 1981: 42 s.) habituales en otros ce-
menterios de la zona, a veces formando parte de objetos más
complejos, como es el caso de los ejemplares en forma de 8
(fig. 95,A,8) que en ocasiones se asocian a adornos espira-
liformes (fig. 85,13,1), o, como en una sepultura de Clares,
que adorna ban lo que se interpretó como una diadema (fig.
95,13). Los formados por un alambre enrollado serían parte
inte grante de los pectorales, no siendo sino vástagos de los
que penderían otros adornos (figs. 86-87).

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Son frecuentes los colgantes abalaustrados, a veces de forma
rómbica -tipo identificado en la tumba 2 de Grie gos (Schüle
1969: lám. 70,1-3)- provistos de un ensan chamiento globular
en el extremo donde se localiza la perforación y, general-
mente, de una base cónica. De este modelo se han recogido
en Chera algunos ejemplares sin contexto (fig. 95,A,1-4) y
otros procedentes de los dos ustrina identificados, estando
bien documentado en Aguilar de Anguita (Aguilera 1916: fig.
36,A), Almaluez (Domingo 1982: 258, lám. IV,3) y Montuenga
(Aguilera 1909: 98; Cabré 1917: lám. XLIX,1). En otros casos
se trata de una varilla cilíndrica con engrosamiento globular
en su centro y, a veces, en el extremo perforado, de los que
se conocen ejemplos en Aguilar de Anguita (Aguilera 1911,
III: lám. 59,1), Almaluez (Domingo 1982: 258, lám. IV,3),
asociándose en la tumba 7 a ejemplares del modelo anterior,
Monteagudo de las Vicarías (Taracena 1932: lám. XXVI,2-4)
y Arcobriga (Aguilera 1916: 63 s., lám. XII).
También se ha identificado en la tumba 1 de Chera un colgante
esférico (Cerdeño et alii 1981: fig. 3,4) (vid. fig. 95,A,7), cuya
amplia cronología se confirma por su presencia en la tumba
103 de La Yunta (García Huerta y Antona 1992: fig. 97). Un
modelo relativamente frecuen te son los colgantes en forma
de campanita, tipo que, con variantes, además de en este

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Fig. 95.-A, diversos objetos de bronce (1-25) y pasta porosa (26-28) de la ne-
crópolis de Molina de Aragón; B, supuesta diadema de la necrópolis de Clares.
(Según Cerdeño et alii 1981 (A) y Barril y Dávila 1996 (B)).

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cementerio, se documenta en Aguilar de Anguita (Aguilera
1911,111: 23, láms. 56,2 y 59, 1), Almaluez (Domingo 1982:
262), La Yunta (García Huerta y Antona 1992: figs. 13 y 37) o
Ucero (García -Soto 1990: fig. 14). En Riba de Saelices-50 se
halló otro, cilíndrico (Cuadrado 1968: fig. 21,7).
De la necrópolis de Chera proceden dos ejemplares más,
uno en forma de pie (fig. 95,A,10) y otro con moti vo circular
provisto de radios (fig. 95,A,18), con parale los en la ciudad
de Numancia (fig. 96,A,16-18), lo que no implica necesaria-
mente la perduración del modelo dada la amplia cronología
que los materiales descontex tualizados sugieren para este
cementerio (vid. capítulo VII,2.1).
A estas piezas hay que añadir una serie de colgantes realiza-
dos en «una pasta o masa muy porosa de bajo peso especí-
fico», en forma de estrella, fusiformes o cuadran gulares (fig.
95,A,26-28), provistos de una o dos perfora ciones (Cerdeño
et alii 1981: 57 y 59), sin paralelos en el resto de los cemen-
terios celtibéricos.
Como un colgante puede interpretarse una pieza cúbi ca
de barro con perforación central procedente de la tum ba
Gormaz-A, al ser el único elemento de tales caracte rísticas
aparecido en esta sepultura. Una pieza similar, también de

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Gormaz, presentaba decoración incisa, con motivos en zig-
zag (Mélida 1917: 157, lám. XIII, dere cha).
Se ha documentado, asimismo, la existencia de col gantes
de piedra caliza (García Huerta y Antona 1992: 144 s.) o de
pizarra (Cuadrado 1968: 29, fig. 19,3).
Finalmente, cabe referirse a los colgantes antropomor fos
(Almagro-Gorbea y Lorrio 1992: 425), como un ejem plar
de Calatayud (Zaragoza) que reproduce una figura exenta
(Cancela 1980: 28,4), o una pieza de Belmonte (Zaragoza)
en forma de cabeza (Díaz 1989: 33 s., lám. II, 1).
3.3. Torques
El hallazgo de torques en el área celtibérica estricta resulta
claramente excepcional. Suele tratarse de piezas de plata
que generalmente forman parte de atesoramientos, cono-
ciéndose únicamente dos ejemplares en ámbitos fu nerarios,
concretamente en La Mercadera (vid. supra). A ellos cabe
añadir dos torques de bronce, ambos sin con texto, de las
necrópolis de La Mercadera (Taracena 1932: 25) y Carabias
(Requejo 1978: 61). El ejemplar de La Mercadera estaría
formado por un vástago cilíndrico cuyo diámetro se reduce
hacia los extremos, que apare cen rematados en botoncitos
esféricos, modelo similar a los ejemplares argénteos de este

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cementerio. De la pieza de Carabias tan sólo se sabe que
ofrecía sección circular (vid., sobre el uso del torques entre
los Celtas, Castro 1984-85).
3.4. Diademas
Formando parte de una sepultura de Clares, integrada entre
otros elementos por una fíbula-placa (Argente 9B4), se halló
lo que Cerralbo interpretó como una diadema (fig. 95,B), sin
paralelos en las restantes necrópolis celtibéricas (Aguilera
1916: 68 s., fig. 38). La pieza, objeto de un reciente estudio
tras su restauración (Barril y Dávila 1996: 40 ss.), está for-
mada por una cinta de bronce, de 28,7 cm. de largo, 0,8 de
ancho y 0,2 de grosor, curvada de forma semicircular y hora-
dada por una serie de pequeñas perforaciones que acogen
los esla bones, formados por pequeños alambres arrollados
y ca denillas, de los que penden unos colgantes en forma de
8, en su mayoría cubiertos con un baño de estaño; sobre el
conjunto, una varilla de hierro recubierta de un alambre de
bronce enrollado. Los paralelos más cercanos hay que bus-
carlos en el área itálica durante los siglos VI-V a.C. (Barril y
Dávila 1996: 44).

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3.5. Placas ornamentales
En los ajuares funerarios es frecuente el hallazgo de placas
broncíneas para las que hay que suponer una fun ción pura-
mente decorativa. Destaca un disco de bronce con damas-
quinado en plata procedente de Aguilar de Anguita (Barril y
Martínez Quirce 1995). Tiene un diá metro de 15,8 cm. y un
grosor de 1-1,4 mm., estando perforado en su zona central
para su sustentación. Pre senta una decoración distribuida en
tres niveles concéntricos, a saber: palmetas y róleos, circuli-
tos concéntricos y una composición central formada por ocho
figuras, semejantes cuatro a cuatro en disposición alter na, in-
terpretadas como representaciones zoomorfas. En La Yunta,
aparecen en el 10% de las tumbas excavadas, indistintamen-
te en sepulturas masculinas y femeninas según permiten vis-
lumbrar los análisis antropológicos (García Huerta y Ántona
1992: 143). Son placas de for ma circular o rectangular, de un
mm. de grosor, a veces dobladas y sujetas por un remache.
Están decoradas mediante círculos concéntricos repujados,
líneas de puntos en resalte y rayitas incisas. De Almaluez
procede un interesante conjunto con decoración repujada e
incisa, en el que destacan una serie de placas formadas por
dos discos de unos 5 cm. de diámetro unidos por una cinta,
prolongación de ambos, de los que aparecieron cuatro o cin-

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co ejemplares en la tumba 21 (Domingo 1982: 261, fig. 5,8,
lám. V,2).
La tumba 9, calle I, del cementerio de Alpanseque ha propor-
cionado fragmentos de chapa de bronce interpreta dos como
adornos de cinturón (fig. 86,A,6), decorados con líneas de
zigzag mediante «trémolo» enmarcadas por sendas alinea-
ciones de hoyitos repujados (Cabré y Morán 1975b: 134, fig.
3,6). Idéntica interpretación se ha suge rido para un fragmen-
to similar de la sepultura 7, calle I, de este mismo cementerio
(Cabré 1917: lám. IV; Cabré y Morán 1975a: 609).
De la necrópolis de Arcobriga procede un interesante con-
junto constituido por una serie de pequeñas placas cuadran-
gulares de bronce, halladas en lo que Cerralbo (1916: 64 s.,
figs. 34-35) interpretó como «sepulturas de sacerdotisas», al
conservar todas ellas el aparato «para sostener las mitras»
(vid. supra). Aparecen en número de una a cuatro en cada
sepultura. Presentan decoración repujada con motivos de
círculos concéntricos, soles y caballos estilizados (fig. 97).
Funcionalmente (vid., al respecto, Argente et alii 1992b: 597),
Cerralbo des echó su utilización para guarniciones de cintu-
rón, tanto por su debilidad como por haberse hallado en una
ocasión cuatro ejemplares provistos de un alfiler ad herido a
la placa.

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Cabe mencionar, por último, una serie de placas circula res de
bronce recuperadas en Numancia (fig. 96,A,11-12) (Schulten
1931: lám. 55,A) y Langa de Duero (Taracena 1932: lám.
XXXIV), que quizás fueran utilizadas como adornos pectora-
les femeninos, tal como parece indicarlo una representación
pintada numantina que reproduce a una dama (fig. 125,3). No
puede descartarse, sin embar go, su utilización como parte
del revestimiento de las corazas o, menos probablemente,
incluso, como protec ción de los escudos (vid. capítulo V).
3.6. Otros objetos de adorno
El Marqués de Cerralbo (1916: 66) cita, entre los ha llazgos
broncíneos de las necrópolis por él excavadas, «muchas
sortijas, siempre sencillas» y «pocos pendien tes», si bien al
analizar la necrópolis de Aguilar de Anguita hace referencia a
la presencia de bastantes pendientes de aro simple (Aguilera
1911, III: 23). Los anillos respon den a modelos sencillos,
normalmente una estrecha cinta de bronce, que en alguna
ocasión aparece decorada. Éste es el caso de un ejemplar
de Montuenga con decoración grabada (Cabré 1917: lám.
XLIX,3); de otro hallado en Almaluez, decorado con trazos
ondulados paralelos a los bordes (Domingo 1982: fig. 6,5);
de una pieza de Riba de Saelices con pares de incisiones
oblicuas en zigzag (Cua drado 1968: fig. 24,9); del aparecido

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en la tumba 103 de La Yunta, perteneciente a un enterra-
miento masculino, que presenta en su parte superior una
anilla fundida que alojarla alguna incrustación no conservada
(García Huer ta y Antona 1992: fig. 97); o del encontrado en
la ciudad de Numancia, decorado con un doble hilo helicoidal
(fig. 96,A,7).
Entre los pendientes, destacan los documentados en
Numancia, en creciente (fig. 96,A,2-5) o rematados en forma
de bellota (fig. 96,A,8-10).
Otros objetos de bronce presentes en los conjuntos funera-
rios son las cadenitas, seguramente parte de algún adorno
más complejo (Cerdeño 1976: 7; Requejo 1978: 61; de Paz
1980: 49), como ocurre en una tumba de Clares (figs. 84,B1
y 85,B,8) (Aguilera 1916: 69 ss., fig. 39) donde también figura
una malla de características similares a la documentada en
Almaluez, formada por pequeñas anillas (Domingo 1982: 261
s., fig. 6,6, lám. IV,4) (vid. capítulo V,2.1.1.5).
Resulta frecuente en las necrópolis el hallazgo de bo tones
de bronce, circulares y ligeramente curvados (fig. 95,A,9),
semicirculares con perforación central, o, los más habitua-
les, de tipo semiesférico con travesaño (García Huerta 1980:
27; Domingo 1982: 262, fig. 6,3); de este último hay cuatro
piezas en el Castro del Zarranzano (fig. 94,E,4-5) (Romero

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1991a: 321 s.) y un buen número en la ciudad de Numancia
(fig. 96,A,23-24) (Schüle 1969: 271, lám. 171,24-25).
4. ELEMENTOS DE BANQUETE
Las necrópolis celtibéricas han proporcionado una se rie de
objetos, que cabe vincular con el ámbito ritual, interpretados
como elementos de banquete. Se trata de varios asadores
de bronce o hierro, de unas trébedes y de dos parrillas de
hierro. Pueden considerarse como asado res dos objetos de
bronce procedentes, respectivamente, de Aguilar de Anguita
(Aguilera 1911, III: lám. LIX,1) y de Carabias (Requejo 1978:
61), dos varillas de hierro de sección rectangular de la se-
pultura 14 de La Mercadera, pertenecientes a uno o dos
ejemplares (Taracena 1932: lám. VI; Lorrio 1990: 45), así
como algunas varillas de Monteagudo de las Vicarías. Las
únicas trébedes docu mentadas proceden de la necrópolis de
Atienza (Cabré 1930: 7, lám. I). La Revilla de Calatañazor y
Monteagudo de las Vicarías han proporcionado una parrilla
cada una (Arlegui 1990a: 58).
Con estos objetos pueden relacionarse otros elementos que
integrarían el ajuar del banquete suntuario, principal mente
los calderos de bronce (Almagro-Gorbea 1992c: 646 s.), de
los que se conocen dos ejemplares en Carratiermes (tumbas

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Fig. 96.-Numancia: adornos diversos (A) y simpula (B) de bronce. (Según Schüle
1969).

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Fig. 97.-Placas ornamentales de bronce de la necrópolis de Arcobriga (n° 10 po-
sible broche de cinturón). (Según Schüle 1969).

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321 y 327), aplastados con clara intencionalidad (Argente et
alii 1992b: 592) (nota 28).
En los cementerios celtibéricos se han encontrado, excepcio-
nalmente, otros recipientes broncíneos, posible mente piezas
de importación, cuyo papel en el ritual funerario no siempre
puede determinarse con claridad. De Quintanas de Gormaz
procede un vaso, de 11,5 cm. de diámetro, «a modo de cube-
to, con la boca ligeramente acampanada y en ella un saliente
en que enganchaba un asa» (Mélida 1923: 351; Taracena
1941: 138), así como algún fragmento de chapa quizás in-
terpretable en este sentido (Schüle 1969: 275 s., láms. 33,4
y 39,19); en Monteagudo de Las Vicarías se localizaron dos
vasos, uno de ellos con asa, utilizados como recipientes cine-
rarios (Taracena 1932: 34; Idem 1941: 100); en La Mercadera
se identificó un único vaso broncíneo (Lorrio 1990: fig. 2).
Además, de Carabias (Requejo 1978: 61) proceden los frag-
mentos de un trípode, también de bronce. Una inter pretación
más clara ofrecen los hallazgos de simpula, recipientes sa-
grados para realizar libaciones en los sacri ficios, de los que
se conoce uno en la tumba 362 de Carratiermes (Argente et
alii 1992b: 592) y, al menos, los restos de siete ejemplares
de bronce (fig. 96,B), a los que habría que unir otro más de

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cerámica (fig. 103,3), procedentes de la ciudad de Numancia
(Martín Valls 1990: 148s.).
Como puede comprobarse, el hallazgo de elementos relacio-
nados con el banquete suntuario, a los que hay que atribuir un
valor ritual y de estatus, a pesar de no ser frecuente, sí está
perfectamente documentado en el terri torio meseteño. Su
presencia es bien conocida en las necrópolis abulenses de
Las Cogotas y La Osera, donde aparecen asadores, tenazas,
parrillas, trébedes, morillos, paletas y tenazas (Cabré et alii
1950: 74 y 198 s.; Kurt 1982; Idem 1987: 226 ss.), objetos to-
dos ellos realizados en hierro, que en la tumba 514 de la zona
VI de La Osera se asocian a un caldero de bronce. Resulta
habitual su hallazgo en tumbas militares, lo que también se
ha cons tatado en la Celtiberia. Así ocurre en los conjuntos
de La Mercadera -formando parte de una de las sepulturas
más ricas de esta necrópolis- y La Revilla, y lo mismo puede
decirse respecto a las piezas broncíneas de Carratiermes y
Quintanas de Gormaz, donde un puñal de hierro apareció
adherido al vaso.
Con la excepción de las sepulturas de Carratiermes, perte-
necientes a la fase I, el resto de los elementos de banquete
procedentes de conjuntos cerrados celtibéricos se adscriben
de forma general a la fase IIA.

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Puede sumarse a estos objetos el hallazgo de morillos, siem-
pre en contextos de habitación, como el ejemplar de Reillo
(fig. 104,4) con decoración plástica (Maderuelo y Pastor
1981: 165, figs. 1-4).
5. ÚTILES
Amplia categoría que incluye una serie de objetos de muy di-
versa funcionalidad, desde los relacionados con la «toilette»,
como pinzas y navajas, hasta los vinculados con las diversas
actividades agrícolas y artesanales.
5.1. Pinzas y navajas
Cerralbo (1916: 63) señala cómo los hallazgos de pin zas en
sepulturas son muy frecuentes, tanto en tumbas con armas
como en las integradas por objetos de adorno. Consisten en
una cinta, generalmente de bronce, plegada por su mitad,
que en ocasiones aparece decorada. Suelen encontrarse en
conjuntos militares formados por un buen número de objetos
(tablas 1 y 2, n° 97), hallándose, tam bién, en tumbas integra-
das por objetos de adorno, como la tumba G de Arcobriga,
donde aparecen unidas al alam bre que permitiría llevarlas
suspendidas (Aguilera 1916: 63) (nota 29). Un caso hasta
ahora excepcional lo constituye la necrópolis burgalesa de

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Pinilla Trasmonte (Moreda y Nuño 1990: 178, fig. 4), donde
tanto las pinzas de bronce como las «navajas de afeitar» de
bronce o hierro y de variada tipología, son los objetos metáli-
cos predominan tes.
Cronológicamente están documentadas en la Meseta Oriental
desde la fase IIA, como lo confirma el ejemplar broncíneo de
la tumba 29 de Sigüenza, conjunto integra do por una espada
de frontón y una urna de orejetas, entre otros objetos (fig.
66,D). Sin embargo, resulta un objeto habitual en conjuntos
más evolucionados, como lo demuestran los hallazgos de
Quintanas de Gormaz -tumba A (fig. 72,B) y, las más moder-
nas, R (fig. 72,D) y G (?)-, La Revilla (fig. 74,A-B) -tumbas A
y B-, Atienza (fig. 68) -tumbas 15 y 16-, El Atance (tumba A) y
Arcobriga (tumbas G, L y N).
Entre las piezas decoradas cabe mencionar el ejemplar
broncíneo con decoración troquelada a base de círculos,
puntos y líneas que determinan dos fajas rellenas de rombos
de la tumba 16 de Atienza (fig. 68,B), o una pieza de forma
y decoración similar de Almaluez (Do mingo 1982: 261, fig.
5,5). Junto a ellos, hay que referir se al tipo calado (Cuadrado
1975), de procedencia ibérica como los anteriores, igualmen-
te constatado en la ciudad de Numancia.

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La presencia de «navajas de afeitar» resulta menos frecuente
(tabla 1 y Apéndice II, n° 93), documentándose su asociación
con pinzas, ya señalada en Pinilla Trasmonte (vid. supra), en
la tumba Atienza-15 (fig. 68,A) que pro porcionó un ejemplar
similar a otro de Arcobriga, de la sepultura inmediata a la de
un supuesto régulo (Cabré 1930: 23).
5.2. Tijeras
Las tijeras de hojas paralelas constituyen un elemento relati-
vamente frecuente en la Celtiberia, aunque su consi deración
como objeto de prestigio venga dada por apare cer formando
parte de conjuntos funerarios (tablas 1 y 2 y Apéndice II, n°
91).
Son especialmente habituales en las necrópolis del Alto
Duero, como lo demuestran los hallazgos de La Mercadera
(tumbas 14, 19, 68, 76, 78, 80 y 98), La Revilla de
Calatañazor (tumbas A-D), Gormaz (Cabré 1917: 207 ss.),
Quintanas de Gormaz (tumba G y X), Ucero (tumba 13),
Osma (conjuntos 6, 15, 16 y 17 del M.A.N. y tumbas 1 y 9
del M.A.B.) y Numancia, encon trándose siempre asociadas
con armas (figs. 71,C,E y G, 74, A-D, 75,A, 76,A y 78,B). En
La Mercadera están presentes en el 16% de los conjuntos
militares, propor ción aún más elevada si se excluyeran las

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tumbas adscri tas a la fase I, que en ningún caso albergaron
este tipo de objeto. Esta asociación se mantiene en los ajua-
res cono cidos de Arcobriga (tumbas D y N), Atienza -tumba
15 (fig. 68,A)- y, posiblemente, El Atance (de Paz 1980: 44 y
48), constituyendo un objeto prácticamente desco nocido en
el resto de las necrópolis del Alto Tajo, donde Cerralbo (1916:
63) las halló «raras veces» (nota 30). La pre sencia de tijeras
en conjuntos militares está bien docu mentada en las necró-
polis del área ibérica (Broncano et alii 1985: fig. 38; Cuadrado
1987: 93, fig. 133; etc.), aunque, a diferencia de lo que ocurre
en la Celtiberia, también se registra en tumbas desprovistas
de armas (Cua drado 1987: tumbas 79 y 110).
Desde el punto de vista morfológico constituyen un grupo
muy uniforme, sin apenas variaciones, pudiendo en algún
caso presentar el muelle de flexión retorcido, como en
Atienza-15 o Gormaz-10 (figs. 68,A y 74,D). Realizadas en
hierro, y con unas dimensiones que oscilan entre los 16 y 23
cm., suelen carecer de decoración, si bien Cabré (1917: 92)
hace referencia a una pieza de grandes dimensiones «con
labores punteadas en ambas hojas». El modelo coincide con
el utilizado para el esquileo de ovejas (Taracena 1932: 18),
de modo que su presencia en las tumbas puede interpretarse
como un símbolo de riqueza y, en cualquier caso, evidencia

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la importancia de la economía lanar en la sociedad celtibérica
(Salinas 1986: 101 ss.) (nota 31). Esta consideración como
elemento de estatus, que perdurará en la Meseta durante lar-
go tiempo (Caballero 1974: fig. 32,6), vendría confir mada por
su asociación con conjuntos militares que cabe considerar
como ricos, frecuentemente con aquellos que incluyen espa-
da o puñal.
Diferente sería la interpretación dada al hallazgo de tijeras
en las necrópolis del Occidente de la Meseta. Así parece
indicarlo la tumba 1.442 de Las Cogotas (Cabré 1932: lám.
LXXVI; Kurtz 1987: 211 s.) o la sepultura 2 (sector N50-1) de
la necrópolis de Palenzuela (Martín Valls 1985: 43, fig. 12),
que se caracterizan por la miniaturización de los objetos que
forman su ajuar, pu diendo considerarse como sepulturas
infantiles (Cabré 1932: 28). Un caso diferente sería el de la
tumba U del túmulo C (zona I) de La Osera (Cabré 1937:
111), en la que las tijeras tampoco se asocian con armas y sí,
en cambio, con instrumentos de banquete (Kurtz 1982; Idem
1987: 226 ss.).
El origen de estos objetos parece ubicarse en la Euro pa
Céltica, donde hacen su aparición a partir de La Tène B
(Jacobi 1974: 87 ss.; Lenerz-de Wilde 1991: 186). Su presen-
cia en la Meseta Oriental hay que situarla a partir de la fase

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IIA, constituyendo un elemento muy frecuente desde ese mo-
mento (vid. tablas 1 y 2).
5.3. Hoces
El hallazgo de hoces en contextos funerarios no cons tituye
un hecho habitual, aunque estén presentes en algu nas
necrópolis del Alto Duero, siempre asociadas a armas
(nota 32). Este es el caso de La Mercadera (tumbas 1, 3, 6,
14 y 68), donde se documentan en el 11,4% de los conjuntos
militares, La Revilla -tumbas A (fig. 74,A) y D- y Osma -tum-
ba 11 (fig. 76,C)-. Las característi cas morfológicas descritas
por Taracena (1932: 17s.) para las hoces de La Mercadera
resultan perfectamente váli das para el resto de los ejempla-
res aparecidos en conjun tos funerarios celtibéricos (tabla 2
y Apéndice II, n° 90). Se trata de piezas realizadas con una
lámina curvada de hierro, de filo interno, cuya empuñadura
de material pe recedero (madera o asta) quedaría fijada por
medio de dos o tres roblones. Sus dimensiones oscilan entre
20 y 25 cm. de longitud en su eje mayor y de 3 a 3,5 cm. de
anchura máxima. Taracena (1932: 18) señaló la diferen cia
entre estos modelos, adscritos de forma mayoritaria a la fase
IIA, y los más modernos (fase III), procedentes de contex-
tos habitacionales (figs. 98,B y 118), como Langa de Duero,
Izana o Calatañazor (Barril 1992: 7 s.).

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En el resto de la Meseta, sólo se conoce un ejemplar, de ma-
yores dimensiones que los celtibéricos, aparecido en la tum-
ba 632 de Las Cogotas (Cabré 1932: lám. LXXVIII), conjunto,
también integrado por una urna a torno, que se ha relacio-
nado con actividades agrí colas (Martín Valls 1986-87: 75 s.;
Kurtz 1987: 210). La asociación hoz-armamento es conocida
en una sepultura aislada hallada en un bancal del granadino
Cerro de la Mora, cuyo ajuar estaba formado por una espada
de antenas del tipo Alcácer do Sal y su vaina, cuatro puntas
de lanza, un regatón, un broche de cinturón de tipo ibé rico
decorado, dos pequeñas anillas y una hoz (Pellicer 1961). En
las necrópolis ibéricas, la vinculación de la hoz con ajuares
militares es excepcional, habiéndose documentado su pre-
sencia en la tumba 209 de El Cigarralejo (Cuadrado 1987)
junto con una falcata y tres podaderas.
Por lo que se refiere al Alto Duero, la hoz constituye clara-
mente un elemento de prestigio, apareciendo siem pre en
conjuntos con un buen número de objetos. Su reiterada
asociación con armas, unida a la representación iconográfica
monetal que reproduce a un jinete portando -o esgrimiendo-
una hoz o falx (fig. 80,D), permitiría plantear, al menos para
los contextos funerarios, la posi bilidad de que se trate real-
mente de un arma, aun cuando sea sólo de carácter ritual
(nota 33). En La Mercadera, con la excepción de la sepultura

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3, y en los demás casos conoci dos en el Alto Duero, la hoz se
asocia con la espada, o al menos con su vaina (tumba 6 de
La Mercadera), y con todos los demás elementos de la pano-
plia (lanza, escudo y cuchillo). En la tumba 3, conjunto que
ostenta el mayor número de elementos de este cementerio,
podría plan tearse que la hoz ha venido a ocupar el lugar de
la espa da, explicándose así la ausencia de ésta, lo que cons-
tituye una excepción entre las tumbas de más de seis objetos
de esta necrópolis.
Sin embargo, parece más adecuada una interpretación de
tipo funcional y simbólico para explicar su presencia en los
ajuares funerarios, considerándolo un claro objeto de pres-
tigio que reflejaría el control de la producción agrícola y/o la
posesión de la tierra, de igual modo que las tijeras de esqui-
leo pueden representar el dominio de la riqueza ganadera.
La sugerencia de un carácter pura mente funcional de la hoz,
según la cual serviría para proporcionar el forraje necesa-
rio para la manutención de la montura (Ortego 1983: 575)
(nota 34), no parece que pueda admitirse como una explica-
ción global para estos obje tos.
5.4. Dobles punzones
En relación con el armamento de tipo ofensivo se encuentran
unos objetos de funcionalidad controvertida: los «dobles pun-

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zones». Se trata de una barrita delgada de hierro con punta
en ambos extremos y sección cuadrada o rectangular que
suele medir de 10 a 15 cm. de longitud (Aguilera 1916: 36).
Estos objetos, tenidos por Cerralbo como poco frecuentes,
han sido considerados general mente como elementos para
sujetar el regatón al asta de madera de la lanza (nota 35),
como quedaría confirmado por un ejemplar de la tumba A de
Aguilar de Anguita que apareció clavado dentro de un rega-
tón (Sandars 1913: 64, fig. 42,12; Aguilera 1916: 36; Cabré
1930: 20, 23 y 25).
Suelen documentarse en tumbas con puntas de lanza y re-
gatones, como es el caso de La Mercadera (Lorrio 1990: fig.
2), donde está documentada mayoritariamente la aso ciación
de estos objetos, cuyas longitudes oscilan entre 6 y 17,5 cm.,
con armas de variado tipo, lo que llevó a Taracena (1932: 14
s.) a considerarlos como «dardos», lo que no parece proba-
ble, estudiándolos conjuntamente con el resto del armamen-
to.
Sin embargo, en ocasiones se hallan en tumbas donde faltan
los regatones, habiéndose localizado también en enterra-
mientos sin armas (Kurtz 1987: 217; Lorrio 1990: 45), llegan-
do incluso a ser, como ocurre en Las Cogotas (Kurtz 1987:
217), el único objeto del ajuar. Esto ha llevado a su cataloga-

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ción como instrumentos de trabajo (Martín Valls 1986-87: 75;
Kurtz 1987: 215 ss.), por lo que tal vez cabría plantear una
multifuncionalidad para estas piezas.
5.5. Agujas
La presencia de agujas de bronce en contextos funera rios
ya fue indicada por Cerralbo (1916: 66), habiéndose recu-
perado algunos ejemplares tras la revisión de los materiales
de su Colección (Requejo 1978: 57; García Huerta 1980: 76;
Cerdeño 1976a: 7 ss.), en algún caso decorados mediante
incisiones, coma un ejemplar de Sigüenza (Cerdeño y Pérez
de Ynestrosa 1993: fig. 29,3). Su hallazgo en hábitats denota
la realización de activida des textiles, encontrándose en am-
bientes tan dispares como el nivel inferior del castro soriano
de El Royo (Eiroa 1979b: 127; Romero 1991a: 322), adscri-
bible a la Prime ra Edad del Hierro, o la ciudad de Numancia
(Schulten 1931: lám. 55,A).
5.6. Útiles agrícolas y artesanales
La mayor parte de estos objetos, generalmente de hie rro,
procede de hábitats de finales de la Edad del Hierro, aunque
a veces se documentan también en los lugares de enterra-
miento. Este es el caso, ya comentado, de las ho ces, las

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tijeras y los punzones, elementos realizados to dos ellos en
hierro, de las agujas de bronce, o el de las fusayolas cerámi-
cas, cuyo hallazgo resulta frecuente en los contextos funera-
rios. A ellos hay que añadir la pre sencia en una sepultura de
Turmiel (fig. 98,A) de una reja de arado, anillas del timón, una
azadilla, una azada y un buril o formón (Artíñano 1919: 21,
n° 107; Barril 1993); el hallazgo en la necrópolis de Arcobriga
de una reja de arado junto con sus anillas (Taracena 1926a:
17), así como de algunas hachitas (Taracena 1926a: 16),
materia les que cabe atribuir a un momento avanzado de la
fase II; una hachita de la tumba P de Quintanas de Gormaz; o
una alcotana en la tumba Osma-1 (M.A.N.), cuya asocia ción
con una fíbula en omega permite su adscripción a la fase III
(tabla 2 y Apéndice II, n° 95). La revisión de los materiales de
la necrópolis de Carabias permitió identifi car un pequeño cin-
cel, una hachita, «un hacha grande trapezoidal sin el mango
perforado» y dos badales de campanilla de hierro, así como
restos de escoria (Requejo 1978: 61), si bien no debe des-
echarse que estos materia les procedieran de alguno de los
poblados excavados por Cerralbo, donde constituyen objetos
habituales (vid. infra).
Mucho más abundante es la presencia de útiles de diverso
tipo en los poblados de finales de la Edad del Hierro, de-

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jando constancia de la realización de diferentes actividades
(figs. 98,B, 118, 120 y 122). Los conjuntos más completos
proceden principalmente de los poblados de Langa de Duero
(Taracena 1929 y 1932), Los Castejones de Calatañazor
(Taracena 1926a) y Castilterreño, en Izana (Taracena 1927;
Pascual 1991: figs. 59-60). A ellos debe añadirse una serie
de hallazgos recuperados por Cerralbo en algunos hábitats
del Alto Henares, como El Perical, en Alcolea de las Peñas
(Artíñano 1919: 22, n° 116-122), El Castejón de Luzaga
(Artíñano 1919: 23 s., n° 123-131) o Los Castillejos de El
Atance (Artíñano 1919: 24 s., n° 136-138), sin olvidar el
importante conjunto de la ciudad de Numancia (Manrique
1980). Un gran interés presenta el procedente de la llamada
Casa de Likine, en La Caridad de Caminreal, donde se ha
documentado un área de actividades domés ticas y otra de
talleres y actividades artesanales (Vicente et alii 1991: 112
y 119) que han permitido identificar un buen número de he-
rramientas y útiles relacionados con los trabajos agrícolas y
ganaderos (hoces, horcas, azadas, rejas de arado, molinos,
las ya mencionadas tijeras de esquileo y campanillas), útiles
artesanales relacionados con diversas actividades, como la
textil (agujas, fusayolas, pesas y cardador), la carpintería y la
explotación forestal (hachas, sierras, cuchillas, podaderas y
barrena), la side rurgia (tenazas, martillos, mallos y yunque),

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el trabajo de la piedra (compases, tallantes o picoletas y pi-
cos) o el curtido de las pieles (cuchilla).
5.7. Arreos de caballo y herraduras
Los arreos de caballo constituyen un elemento relati vamente
habitual entre los hallazgos procedentes de ne crópolis, re-
sultando significativa su asociación reiterada con armas. Los
ejemplares meseteños han sido sistematizados por Schüle
(1969: 122 ss.) y Stary (1991: 150 ss.), pudiéndose diferen-
ciar diversas variantes (tablas 1 y 2 y Apéndice II, nos 50-55)
que incluirían filetes con anillas o charnelas, bocados de
anillas, con dos o tres eslabones y, en ocasiones, barbada
metálica, bocados de camas curvas o rectas y serretones.
Se trata de elementos funcionales realizados en hierro,
aunque se conozca algún caso de bronce, como una de las
camas de un ejemplar de la tumba 15 de Atienza (fig. 68,A)
o una pieza decorada procedente de Segobriga (Quintero
Atauri 1913). Su procedencia mayoritaria de contextos fune-
rarios hace de ellos auténticos objetos de prestigio, ya por
sí mismos o formando parte del equipo del caballo, como lo
confirmaría su presencia en las se pulturas de ajuares más
destacados.

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Fig. 98.-A, ajuar de una sepultura de Turmiel, B, diversos útiles procedentes de
Numancia. (Según Barril 1993 (A) y Manrique 1980 (B)).

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Aunque su incorporación a los ajuares funerarios, a tenor de
los datos aportados por Carratiermes (Argente et alii 1989:
235), se habría producido en la fase 1 (mo delos sencillos con
filetes o bocados con anillas y barba da metálica) su presen-
cia generalizada no se haría efecti va hasta la fase siguiente.
En Aguilar de Anguita (figs. 63 y 64, A) más de la mitad de las
tumbas con espada, que son también las de mayor riqueza
del cementerio, tienen arreos de caballo, registrándose en
ocasiones -tumba A (fig. 63)- hasta dos ejemplares en un mis-
mo conjunto, estando presentes igualmente en los conjuntos
más desta cados de Alpanseque (fig. 65,A-B) y Sigüenza (fig.
66,D), todos ellos adscribibles a la subfase IIAI (vid. capítulo
V). Se trata de diversas variedades del modelo de camas
curvas, estando también documentado el bocado de ca mas
rectas así como serretones.
En la necrópolis de Atienza (subfase IIA2), donde los arreos
de caballo se asocian con las diferentes variantes de la pano-
plia identificadas en este cementerio, se man tiene la tenden-
cia observada en la subfase precedente. Aparecen siempre
en tumbas con más de cinco elemen tos (figs. 67,B,C,E y G y
68), estando además presentes en las cuatro sepulturas con
mayor número de objetos (tumbas 9, 12, 15 y 16), a veces
con más de un ejemplar por conjunto, lo que viene a confir-

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mar la importancia del caballo para las élites celtibéricas du-
rante este período. Los hallazgos incluyen serretones, filetes
de doma y bo cados de camas curvas, que a veces presentan
aspecto liriforme, y rectas.
En Arcobriga (fase IIB) resulta significativa la extre ma rareza
de arreos de caballo, ya que sólo se conoce uno, de camas
rectas, aparecido en la sepultura B (fig. 69,C), tenida por
Cerralbo como la de ajuar «más importante», propio de un
«jefe» (Aguilera 1911, IV: 36, lám. 33,1; Idem 1916: fig. 31), lo
que quizás haya que poner en relación con el progresivo em-
pobrecimiento de los ajuares en las tierras del Alto Tajo-Alto
Jalón a partir de un momento avanzado de la fase II, definida
a partir del armamento (subfase IIB).
En el Alto Duero, constituyen un elemento relativa mente fre-
cuente en las sepulturas con armas adscribibles a la fase IIA.
La Mercadera proporcionó un total de seis enterramientos con
estos objetos (Lorrio 1990: 45), aso ciados en todos los casos
a armas, lo que supone que el 13,6% de los ajuares milita-
res de este cementerio posee rían elementos de atalaje. Su
presencia en las sepulturas puede ser contemplada como un
indicador social de su propietario, lo que parece confirmarse
en este cemente rio, donde cinco de las sepulturas con arreos
pueden considerarse como «ricas», dado el elevado número

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de objetos que contenían. Todos lo ejemplares presentan es-
labones articulados, estando a veces incluso dentados.
Menor información han proporcionado al respecto las res-
tantes necrópolis de la zona (figs. 74,A, 75,C y E y 76,C),
al tratarse en muchos casos de excavaciones reali zadas en
las primeras décadas de este siglo. Con todo, la presencia
de arreos de diverso tipo se mantiene en estos cementerios
hasta la fase III, momento en el que se regis tra su presencia
en contextos de hábitat, como evidencian los hallazgos de la
ciudad de Numancia (Mélida 1918a: lám. XIV D). A pesar de
poseer una menor información sobre los elementos de atala-
je, las fuentes literarias y la iconografía destacan el papel del
caballo como montura durante el período más avanzado de
la Cultura Celtibérica. Un buen ejemplo de ello lo constituyen
las representacio nes monetales (fig. 139,B y lám. VIII), las
estelas funera rias (figs. 50,3 y 81,1-2), la cerámica pintada
(fig. 81,6), las conocidas fíbulas de caballo con jinete (fig.
81,3-5 y lám. IV,2-3) e incluso ciertos estandartes o báculos
de distinción (portada).
No es habitual el hallazgo en la Península Ibérica de herradu-
ras con clavos atribuibles a la Edad del Hierro, a pesar de que
en la Europa céltica se conozca su uso con seguridad desde
el inicio del período lateniense e incluso desde el Hallstatt

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Final (Motyková 1994). Aparecen con centrados en las necró-
polis del Alto Tajo y Alto Duero y proceden de excavaciones
desarrolladas a principios de este siglo. El conjunto más
importante procede de las necrópolis de La Carretera y El
Altillo, en Aguilar de Anguita, donde se hallaron diez herradu-
ras completas, además de varios trozos muy corroídos, ejem-
plares todos ellos aparecidos fuera de las tumbas, aunque se
hallaran depositados en sus inmediaciones (Aguilera 1916:
43 ss., fig. 20; Artíñano 1919: 19, n° 88; Paris 1936: lám. XIII,
l). Son herraduras gruesas, grandes y pesadas, de bordes
lisos, con nueve o diez orificios cuadrados, conservándo se
en algunos casos los clavos. Fragmentos de herraduras
semejantes fueron localizados en la tumba 14 (calle I) de
Alpanseque (fig. 99,10) (Cabré y Morán 1975b: 130, fig. 2) y
en la 28 de Clares (Aguilera 1916: 96 s.), ambas con armas
(punta de lanza y regatón) y, en la primera de ellas, con los
restos del atalaje del caballo.
Un modelo diferente, seguramente debido a su datación
más avanzada, es el documentado en la necrópolis de La
Cava (Luzón). Se trata de un ejemplar de menor tamaño, con
perforaciones rectangulares, más cercano a los mo delos la-
tenienses, aparecido próximo a una urna cineraria (Aguilera
1916: 96; Artíñano 1919: 19, n° 89). A un modelo similar pare-

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ce corresponder el ejemplar de la tumba 44 de La Requijada
de Gormaz, conjunto integra do, entre otros elementos, por
una espada y arreos de caballo (Aguilera 1916: 95 s.).
En Osma (tumba 1 M.A.N.) se halló un trozo de herra dura
(Morenas de Tejada 1916b: 609) que conservaba un clavo,
cuya asociación con una fíbula de tipo omega permite la ads-
cripción del conjunto a la fase III.
Restos de herraduras se han localizado, asimismo, en la
necrópolis de La Cabezada (Torresabifián), de donde proce-
den dos fragmentos hallados en las proximidades de otras
tantas sepulturas, y en Renales, en el paraje denominado
Villacabras, donde se encontró media herra dura junto a una
fíbula (Aguilera 1916: 96). Requejo (1978: 61) ha registrado
la presencia de un fragmento en la necrópolis de Carabias.
A estos hallazgos cabe añadir tres ejemplares incom pletos
semejantes a los de Aguilar de Anguita, que fueron recupe-
rados en los sondeos realizados por Cerralbo en las laderas
del Cerro del Padrastro en Atienza, junto a una vasija similar
a la de la tumba 16 de la cercana necrópolis del Altillo de
Cerropozo (Cabré 1930: 29 s., nota 1).
Aun considerando el aspecto moderno que ofrecen las herra-
duras documentadas, las condiciones de su hallaz go, a ve-

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Fig. 99. Ajuar de la tumba 14 (calle I) de Alpanseque. (Según Cabré y Morán
1975b).
ces formando parte de conjuntos cerrados (fig. 99), así como
la propia evolución que presentan y la probada antigüedad de
su uso fuera del territorio peninsular, abo gan por la tesis de-
fendida por Cerralbo (1916: 97), según la cual «se herraron
los caballos en la Celtiberia, por lo menos, desde el siglo IV
a. de J.C.» (vid., asimismo, Schüle 1969: 130 s.; Stary 1994:
159, mapa 48,C).

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6. OTROS OBJETOS
Las necrópolis y los poblados celtibéricos han propor cionado
una gran diversidad de objetos. Sin pretender ser exhausti-
vos se ofrece una relación de aquellos que, por su excepcio-
nalidad, no han sido incluidos en ninguno de los apartados
anteriores, no resultando siempre fácil su catalogación. De
la necrópolis de Montuenga procede un hacha de fibrolita
(Aguilera 1911, IV: lám. IV,2); de La
Yunta un asta de ciervo pulimentada, decorada con mo tivos
incisos en retícula (García Huerta 1992: 146); en Carabias
(Requejo 1978: 61) se localizaron algunos hue sos de cérvi-
do decorados con motivos geométricos, así como «algunos
restos de madera carbonizada con deco ración geométrica in-
cisa típicamente céltica» y una pie dra de afilar de forma rec-
tangular (Requejo 1978: 59); una de las tumbas de Riba de
Saelices (Cuadrado 1968: 32, fig. 24,8) proporcionó una con-
cha; en las an tiguas excavaciones de la ciudad de Numancia
se encon tró un mango de marfil (Pastor 1994: 203 s., fig. 2,1);
etcétera.
En la necrópolis de Gormaz se halló un sencillo vasito de pas-
ta vítrea (Taracena 1941: 84) y en los alrededores de Cabeza
del Griego, donde se localiza la Segobriga celtibérico-roma-
na, un aryballos de vidrio polícromo (Feugére 1989: 44), al

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que hay que añadir algunos frag mentos de vidrio de núcleo
de arena procedentes de los niveles augusteos de la ciudad
(Almagro-Gorbea y Lorrio 1989: 198; Feugére 1989: 59).
Entre los objetos realizados en hierro, cabe destacar el ha-
llazgo de cadenas de gruesos eslabones en ambientes fune-
rarios, como ocurre en la tumba Quintanas de Gormaz-S y en
Luzaga (Aguilera 1911, IV: lám. XIII, l).
Un aspecto difícilmente valorable, dada la precariedad del
registro arqueológico en este campo, es el que se refiere
al mobiliario y a la cerrajería, cuya presencia debió ser fre-
cuente en los hábitats de finales de la Edad del Hierro. En La
Caridad de Caminreal se identificaron los elementos metáli-
cos de puertas, armarios y arcones, así como los dispositivos
de iluminación interior (Vicen te et alii 1991: 112). También en
la casa 2 de Herrera se encontraron posibles elementos de
cerradura (Burillo y de Sus 1988: 65). En este, sentido, la
presencia de clavos de hierro en poblados resulta habitual,
siendo más excep cional su hallazgo en sepulturas, como
sucede en La Mercadera, donde únicamente los había en
una de ellas, pudiéndose poner en relación con la existencia
de reci pientes o cajas funerarias hechas en madera (Lorrio
1990: 47). Algo similar ocurre con las llaves, de las que sólo

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se conoce un hallazgo interpretado como tal en necrópolis,
en la tumba Osma-2 (M.A.N.) (tabla 2 y Apéndice II, n° 96).
7. LA PRODUCCIÓN CERÁMICA
Entre el artesanado cerámico destacan los recipientes de
muy diverso tipo y calidad, que constituyen el ele mento ar-
queológico más frecuente. Su abundancia y va riabilidad tipo-
lógica hace que no se haya analizado en detalle, remitiendo
en última instancia a los diversos tra bajos de síntesis que
han abordado el estudio de estos productos (vid., asimismo,
capítulo VII). Junto a ellos, se analiza la rica coroplástica, así
como ciertos objetos cuya funcionalidad no siempre es fácil
de determinar: las fusayolas, las pesas de telar, las bolas, a
veces realizadas en piedra, y las fichas.
7.1. Los recipientes
La producción de vasos cerámicos constituye con di ferencia
el elemento artesanal más abundante de la docu mentación
arqueológica. De hecho, a menudo los restos de la vajilla son
el único objeto recuperado en los pobla dos celtibéricos, sobre
todo por lo que concierne a los estadios iniciales, permitiendo
así la adscripción cultural y cronológica de los lugares donde
aparece (vid. capítulo VII). La cerámica resulta un elemento

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ambiguo, a veces enormemente conservador, como lo de-
muestra la presencia de cerámicas a mano a lo largo de toda
la secuencia evolutiva, pero otras de una gran innovación.
Esto ha llevado a su completa exclusión de algunos tra bajos
de síntesis (Schüle 1969; Lorrio 1994a: tablas 1 y 2), centra-
dos en los aparentemente más fiables objetos metálicos (vid.
tablas 1 y 2 y Apéndice II). Sin embargo, la cerámica, tanto la
realizada a mano como la torneada, tiene la ventaja de refle-
jar mejor que ningún otro ele mento las originalidades locales,
evidente por ejemplo en ciertas producciones numantinas,
así como las simili tudes formales y decorativas utilizadas
frecuentemente para definir grupos culturales al tiempo que
fases cronológicas.
El conocimiento de la producción vascular celtibérica resulta
dispar, con una mayor información procedente del registro
funerario que, en cualquier caso, presenta importantes de-
ficiencias. En este sentido, basta compro bar el reducido
espacio que generalmente se dedica a estos objetos en los
diversos trabajos de revisión de algu nas de las necrópolis
que integran la Colección Cerralbo, especialmente por el es-
caso número de urnas cerámicas conservadas que, como en
La Olmeda, pueden llegar a faltar casi por completo (García
Huerta 1980: 30 s.). Tampoco han gozado de mayor fortuna

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Fig. 100.-Tabla deformas cerámicas de los castros sorianos. (Según Romero
1991a).

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los cementerios excavados por Taracena en el Alto Jalón,
como ocurre en la necrópolis de Almaluez de la que tan sólo
se ha publi cado el material metálico (Domingo 1982), o por
More nas de Tejada en el Alto Duero, donde el material ce-
rámico ha permanecido inédito en su gran mayoría (Bosch
Gimpera 1921-26: 175 ss.).
Un caso diferente lo constituye el cementerio de Luzaga,
cuya revisión se centró únicamente en los reci pientes cerá-
micos que, dadas las características de esta necrópolis, re-
presentan el material más abundante (Díaz 1976), aunque el
carácter descontextualizado de todo el conjunto limite enor-
memente sus posibilidades interpretativas.
Actualmente se cuenta con un amplio repertorio de formas
para las cerámicas a mano -para cuya cocción se utilizan
hornos de fuegos reductores, lo que les da tonalidades ne-
gras o parduzcas- principalmente por lo que se refiere a las
producciones del Primer Hierro. Las prospecciones realiza-
das en las tierras del Alto Tajo-Alto Jalón han proporcionado
abundante material cerámico a mano, permitiendo establecer
una tabla de más de treinta formas para esta región (Valiente
y Velasco 1988: 117 y 119, figs. 7-I0). Otra de las zonas donde
el incremento de las actuaciones arqueológicas ha sido im-
portante en los últimos años es el área Norte de la provincia

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de Soria, donde se individualiza la llamada «cultura castreña
soriana». Los materiales arqueológicos que definen esta cul-
tura son en su gran mayoría cerámicos, habiéndose estable-
cido una tabla de formas (fig. 100) (Romero 1984c: figs. 2-7;
Idem 1991a: 241 ss., figs. 73-74), la primera realizada para
esta cultura, en la que juega un papel fundamental el material
procedente de las excavaciones del Zarranzano, analizándo-
se también las poco abundan tes decoraciones, sobre todo
cordones aplicados e impre siones digitales o unguliformes
(vid., asimismo, Bachi ller 1987a: I7 ss., tablas lI-IV).
Sobre las cerámicas a torno, aun contándose con al gunos
estudios importantes, como los llevados a cabo con el mate-
rial de las necrópolis de Riba de Saelices, Luzaga y LaYunta
(fig. 101), faltan aún tablas tipológicas para las especies a
torno de algunas regiones de la Celtiberia. Este es el caso
del Alto Duero (Romero y Ruiz Zapatero 1992: 117), donde
la producción vascular es bien conocida tan sólo en época
avanzada, siendo buen ejemplo de ello las cerámicas nu-
mantinas (Wattenberg 1963; Romero 1976a-b).
En Riba de Saelices (Cuadrado 1968: I2 ss., figs. 11 ss.), la
cerámica está toda realizada a torno, en su mayoría con pa-
redes finas y barro rojizo u ocre claro, habiéndose individua-
lizado un total de diecinueve formas. A pesar de la dificultad

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en su conservación, Cuadrado señala cómo casi todos los
vasos debieron estar decorados al menos mediante finas
líneas horizontales pintadas. También se recuperaron algu-
nos fragmentos de una cerámica basta, de paredes gruesas,
tamaños grandes y colores rojizos, en su gran mayoría sin
decorar (Cuadrado 1968: 24, fig. 16).
Una información similar es la ofrecida por la necrópo lis de
Luzaga (Díaz 1976: 404 ss., figs. 4-18). La mayor parte de
las piezas están realizadas a torno, generalmente con barros
finos y depurados y pastas claras fruto de su cocción oxidan-
te, predominando los colores anaranjados. El engobe se ha
conservado en muy pocos casos, al igual que ocurre con la
decoración, pintada, a base de líneas paralelas y combina-
ciones de motivos geométricos sim ples (nota 36). Se han
diferenciado una docena de formas (nota 37). Entre la cerá-
mica a torno hay que destacar algunas piezas de pasta gris,
en alguna ocasión decoradas mediante lí neas horizontales
pintadas, lineas incisas o con motivos impresos (Díaz 1976:
164 ss.; fig. 19). Junto a ellas, algunas vasijas a mano, de
barros poco depurados, en los que predomina el color negro
y el rojizo. Se trata de urnas de gran tamaño o de pequeños
cuencos, con deco ración incisa e impresa, con cordones, ga-

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llones y asitas perforadas horizontalmente (Díaz 1976: 468
ss., fig. 20 y lám. V,3-6) (nota 38).
En La Yunta (García Huerta y Antona 1992: 121 ss.), las es-
pecies a torno suponen el 95% del total de los recipientes
recuperados. Son cerámicas fabricadas con barros finos y
depurados, de calidad homogénea, coci das en atmósferas
oxidantes que proporcionan tonos ocres o naranjas, estan-
do generalmente engobadas. Se han do cumentado en este
cementerio un total de nueve formas diferentes, presentando
decoración casi la mitad de las piezas recuperadas, siempre
pintada, generalmente monocroma, aunque en algún caso se
haya documentado la bicromía, a base de motivos geométri-
cos como líneas y bandas horizontales, bandas perpendicu-
lares, lineas onduladas horizontales, semicírculos y círculos
concéntricos, dobles triángulos, dientes de lobo y dobles
óvalos con radios. Sobre algunos de estos recipientes se han
realizado grafitos (García Huerta y Antona 1992: I32 ss.).
Junto a los estudios tipológicos hay que hacer referen cia a
los cada vez más frecuentes análisis de pastas cerá micas
celtibéricas (García Heras 1993a-b, 1994a-b y 1995; García
Heras y Rincón 1996), que están proporcionando resultados
de gran interés (vid. capítulo VIII,2.2).

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7.2. La coroplástica
En este apartado se incluye un conjunto de figurillas exentas
y aplicadas realizadas en arcilla cocida. Las pie zas de mayor
antigüedad proceden de la necrópolis de Aguilar de Anguita:
un objeto troncocónico rematado en cabeza de ave, hueco
en su parte inferior y con una perforación sobre la cabeza,
hallado en el interior de una urna cineraria (Aguilera 1911,
III: lám. 24; Cabré 1988: 124; Idem 1990: fig. 10), y una fi-
gura zoomorfa, posible mente un caballo, que aparece sobre
un disco cerámico. Esta pieza pertenece a la tumba P (fase
IIA), conjunto integrado por una urna y su tapadera, a torno,
un puñal de frontón exento, una punta de lanza, un arreo
de caballo y un disco metálico. Está apoyada sobre cuatro
agujeritos, de los que se han encontrado otros dos situados
a ambos lados de la figura, en el intermedio de la mano y la
pata que, para Cerralbo (1911, III: 48), estarían destinados
al jinete, no conservado. Si para E. Cabré (1988: 126; 1990:
212, fig. 10) se trataría de una tapadera con agarradero zo-
omorfo, no conviene olvidar que la urna cineraria apa reció
cubierta con una copa (Galán 1989-90: 185). A ellas hay que
añadir un vaso ornitomorfo (Aguilera 1911, III: lám. 27, 3), sin
contexto.

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Fig. 101. Alto Tajo-Alto Jalón: tabla de formas cerámicas a torno. (Según García
Huerta 1990).

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Con la excepción de estas piezas, el resto de la plásti ca
escultórica celtibérica se configura en su conjunto como un
fenómeno eminentemente tardío (fase III), pu diéndose fe-
char en gran medida en el siglo I a.C., cono ciéndose algunos
ejemplares más antiguos y otros fechables con posterioridad
al cambio de era. Cabe desta car una serie de conjuntos pro-
cedentes de diversos ce menterios y poblados de las provin-
cias de Soria, Guadalajara y La Rioja. Se analizarán primero
las figura ciones zoomorfas, cuyas piezas más antiguas como
se ha indicado se sitúan en Aguilar de Anguita, para continuar
con las representaciones humanas y, dentro de ellas, las ca-
bezas exentas.
Dentro de una vivienda del poblado de Las Arribillas (Galán
1989-90: 181 ss., figs. 3-4) se localizaron media docena de
piezas, entre las que se incluyen diversos ani males (fig.
102,A): un ave, un caballo y otro posible, un animal sentado,
quizás un perro, una cabeza de caballo y acaso un jabalí.
En otra vivienda, al pie del cerro Monobar, en Almaluez, se
hallaron «varias tinajas celtibéricas de barro rojo y multitud
de tosquísimas figuras animales y humanas» del tipo de las
aparecidas en Numancia, pero aún más rudas (Taracena
1941: 33-34). De Langa de Duero proceden dos caballos,
uno de ellos interpretado quizás como un asidero de tapa-

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dera (Taracena 1929: 43 s., lám. X), habiéndose señalado
únicamente la procedencia de uno de ellos, que apareció
en el interior de una habita ción tenida como almacén de he-
rramientas (Taracena 1929: 35 s.). De Numancia procede el
conjunto más im portante y variado (Taracena 1925: 87; Idem
1941: 76; Wattenberg 1963: 42) que, con la excepción de los
rema tes de algunas trompas en forma de fauces abiertas
de carnicero (fig. 78,C,16), reproduce figuras y prótomos de
caballos y bóvidos. Aparecen formando parte de asas (fig.
103,4 y 6), entre las que destaca una rematada en cabeza de
caballo (fig. 103,3) perteneciente a un simpulum (Martín Valls
1990: 148), con función de fusayola (?) (fig. 103,8), o simple-
mente aplicados (fig. 103,1, 5 y 9), en ocasiones, a trompas
(fig. 103,7) y cajas (fig. 103,2). Además, cabe mencionar
algunos vasos plásticos (Taracena 1954: fig. 167) en forma
de toro y jabalí, figu ras exentas de caballitos con jinete (fig.
103,12-14), y los pies votivos, algunos de ellos rematados en
prótomos de caballo (fig. 103,10-11).
Del Castillejo de Garray (Morales y Sanz 1994; Mora les
1995: 130, fig. 51) procede una copa de cerámica realizada a
mano con decoración aplicada zoomorfa en ‘perspectiva ce-
nital’ (fig. 102,B,1), elemento característi co de la iconografía

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arévaco-vaccea (figs. 102,B,2-8, 138,1 y lám. VII.3) (Romero
y Sanz 1992).
Al área meridional de la Celtiberia corresponde un conjunto
interesante de piezas aparecidas en el poblado conquense
de Reillo (Maderuelo y Pastor 1981: 165, figs. 1-7). Incluye
un morillo zoomorfo rematado en ca beza de carnero y con
serpientes en su lomo, decorado con motivos geométricos
incisos (fig. 104,4), una tapade ra realizada a mano con un
asidero en forma de cabezas de carnero (fig. 104,1), un frag-
mento de vaso calado a torno con una serpiente en relieve
(fig. 104,2), y los restos de uma a mano con decoración tam-
bién en relieve difícil de determinar (fig. 104,3).
La presencia de figuraciones humanas está constatada tanto
en poblados como en necrópolis. Por lo que se refiere a las
figuras de bulto redondo destaca el conjunto de Numancia
(Schulten 1931: 268 s., lám. 35,A y C; Wattenberg 1963:
tablas XVII,455 y 462), sobre todo una figura femenina (fig.
125,4), con decoración pintada en blanco y negro, y un jinete
claramente relacionado con los documentados en las fíbulas
(fig. 103,14). A ellos hay que añadir las ya comentadas repre-
sentaciones de pies (fig. 103,10-11 y 15), también presentes
en Langa de Duero, de donde procede un alto pie humano
calzado (Taracena 1929: 43 s., lám. X).

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Fig. 102.-A, figuras zoomorfas de arcilla cocida del castro de Las Arribillas; B,
representaciones zoomorfas en ‘perspectiva cenital’ (1-2, aplicadas sobre cerámi-
ca; 3-4, pintadas; 5, aplicada de plomo; 6, tésera de hospitalidad de bronce; 7-8,

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Entre las cabezas exentas de terracota, se encuentran los
dos ejemplares de la necrópolis de Carratiermes (fig. 105,11-
12), tal vez pertenecientes a alguna figura no conservada, al
igual que el de Estepa de Tera (fig. 105,13), ejemplar fecha-
do ya en el siglo I d.C. (Morales 1984: 115). Dentro de este
grupo se puede incluir una figurita de forma cónica, con la
representa ción esquemática de nariz y ojos, procedente de
Langa de Duero (Taracena 1932: fig. 12), similar a otras dos
de Castrillo de la Reina y del Castro de Las Cogotas, res-
pectivamente (Almagro-Gorbea y Lorrio 1992: 429 y 431), y
cuyo paralelo más próximo se halla entre las cerámicas nu-
mantinas (Wattenberg 1963: lám. X,4.1239 y 9.1244; Romero
1976a: fig. 41) (fig. 109,2-3), destacando un personaje toca-
do con un gorro cónico que se dispone a realizar un sacrificio
(fig. 126,1,c).
El conjunto más homogéneo lo constituyen, no obs tante, las
representaciones de «cabezas-cortadas» aplica das (vid., so-
bre su posible interpretación, capítulo X,3.1). Destacan una
serie de piezas, entre las que sobresale una urna hallada en
una de las necrópolis de Uxama (fig. 105,2), a la que última-
fibulas o posibles colgantes de bronce): 1, el Castillejo de Garray; 2, Palencia; 3-4
y 7-8, Numancia; 5, Termes; 6, región de Segobriga. (A, según Galán 1990. B,
según Morales 1995 (1), Romero y Sanz 1992 (2, 5 y 6), Romero 1976a (3-4) y
Schüle 1969 (7-8)). 2-8, a diferentes escalas.

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Fig. 103.-Coroplástica numantina. (Según Wattenberg 1963). A diferentes esca-
las.

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Fig. 104.-Reillo. Representaciones zoomorfas (1-2) e indeterminada (3) sobre ce-
rámica y morillo rematado en cabeza de carnero (4). (Según Maderuelo y Pastor
1981).

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mente se han venido a sumar dos ejemplares más hallados
en la propia ciudad (fig. 105,1 y 3), uno de ellos dentro de
una vivienda fechada en época de Tiberio y Claudio (García
Merino 1992: 855 s., fig. 1,1 y 3), y otro de la necrópolis de
Carratiermes (fig. 105,4), conjunto con el que se puede re-
lacionar un fragmento procedente de Numancia (fig. 105,5).
La urna de la necrópolis de Uxama, la única completa, tiene
varias representaciones de cabezas hu manas localizadas
en el interior de una estructura cua drangular pintada que,
tal vez, pudiera representar el lu gar donde se depositaba y
mostraba la cabeza, al modo de los nichos del santuario de
Roquepertuse o de la mu ralla del oppidum de l’Impernal en
Luzech (Brunaux 1988: 116). En otros casos, las cabezas
aparecen como remates de asas o bajo el arranque de éstas
(fig. 105,7- 10) o sin vinculación con elemento funcional algu-
no (fig. 105,6) (nota 39).
Cronológicamente, la coroplástica celtibérica debe si tuarse
en un momento bastante tardío, cuyo término post quem se-
ría el 133 a.C., fechándose más bien ya en el siglo I a.C. e
incluso en la centuria siguiente.

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7.3. Fusayolas
El hallazgo de fusayolas resulta frecuente en diversos
ambientes de la Edad del Hierro peninsular (Castro 1980;
Berrocal-Rangel 1992: 118 ss.; etc.), estando documenta das
en la Celtiberia tanto en necrópolis como en hábitats, en lo
que posiblemente haya que ver una diferente inter pretación
funcional. Se trata de pequeños discos, a veces decorados,
de variadas formas (troncocónicos, bitronco cónicos o cilíndri-
cos), realizados en arcilla y provistos de una perforación cen-
tral para su colocación en la parte inferior del huso (Castro
1980: 127 ss.). La presencia de fusayolas o pesas de huso
es habitual en contextos de habitación, lo que suele ser con-
siderado como una prue ba de la realización de actividades
textiles, aunque el hallazgo de 60 fusayolas en la casa 2 de
Herrera de Los Navarros, en su mayoría agrupadas, origi-
nariamente en garzadas y colgadas de la pared (Burillo y de
Sus 1986: 229 y 232, fig. 13; Idem 1988: 65), pudiera sugerir
una interpretación diferente para estos objetos, quizás como
elemento de contabilidad (de Sus 1986) (nota 40).
Distinta valoración merecen las fusayolas procedentes de
ambientes funerarios (tablas 1 y 2 y Apéndice II, n° 98), teni-
das como objetos de uso y funcionalidad sim bólica, ligadas
al culto a los muertos (Aguilera 1916: 49 ss.). Los trabajos

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Fig. 105.-1-10, representaciones de cabezas humanas aplicadas sobre recipien-
tes cerámicos: 1-3, Uxama (1 y 3, oppidum, 2, necrópolis de Viñas de Portuguí);
4, Carratiermes; 5 y 7-9, Numancia; 6, Contrebia Leukade; 10, Langa de Duero.

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de Cerralbo (1916: 49) proporcio naron «casi siempre, cual
si fuera cumplimiento ritual, una, y más frecuentemente dos,
de tales fusayolas dentro de cada urna cineraria, mezcladas
con los pequeñísimos restos incinerados del difunto...», una
de ellas en forma de cono truncado y la otra bitroncocónica.
Según este autor, tales objetos, a menudo toscos y elabora-
dos sin molde, «son los únicos que se encuentran dentro de
la urna en contacto con los leves restos del incinerado; y el
rico ajuar de armas, ornamentos espléndidos en bronce y de-
más joyas de aquella remota época, siempre los hallo fuera
de las urnas» (Aguilera 1916: 48). Lamentablemen te, el que
las necrópolis excavadas por Cerralbo nunca se publicaran
dificulta sin duda la valoración que pueda hacerse de la fre-
cuencia de aparición de las fusayolas y de sus asociaciones
(nota 41), pero sí puede señalarse, a partir de los pocos
conjuntos conocidos, su presencia tanto en sepulturas inte-
gradas únicamente por adornos broncíneos como en las mi-
litares (figs. 61,G, 63, 64,A, 67,F-G, 69,13 D, 72,A y D, 86,13,
94,A-B y 99,11-12; tablas 1 y 2) y que, aun siendo frecuentes,
faltan en un buen número de ocasiones (vid. tablas 1 y 2).
11-13, cabezas exentas en cerámica: 11-12, Carratiermes; 13, Estepa de Tera.
(Según García Merino 1992 (1-3), Saiz 1992 (4 y 11-12), Taracena 1943 (5),
Hernández Vera y Sopeña 1991 (6), Wattenberg 1963 (7-9), Martínez Quirce
1996 y Morales 1984 (13)). A diferentes escalas.

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Los trabajos más recientes arrojan alguna luz al res pecto,
poniendo de relieve una mayor variabilidad que la señalada
por Cerralbo, en particular por lo que se refiere al número de
fusayolas depositadas en cada tumba o al lugar en que se co-
locaron. En la necrópolis de Sigüenza están documentadas
en algunas sepulturas adscribibles a la fase I (tumbas 2, 5 y
11), así como en otros conjuntos más evolucionados (tumbas
32 y 33), siempre una por tumba y en conjuntos sin armas,
colocándose tanto en el interior como al exterior de la uma
(Cerdeño y Pérez de Ynestrosa 1993: fig. 27). Presentan
formas variadas (troncocónica, bitroncocónica o cilíndrica),
asociándose según los análisis antropológicos tanto a en-
terramientos femeninos (tumbas 2 y 5) como a masculinos
(tumba 32) (Cerdeño y Pérez de Ynestrosa 1993: cuadro 5).
En Riba de Saelices (fase IIB) están presentes en 17 de las
103 sepulturas excavadas, generalmente una por tumba,
aunque también se documenten dos ejemplares en algún
conjunto (Cuadrado 1968: 31). Son de forma troncocónica o
bitroncocónica, habiéndose identificado un ejemplar globular,
estando en ocasiones decoradas. Sus alturas oscilan entre
2 y 4 cm. Principalmente se hallan fuera de la urna, junto al
fondo o al lado de ella y, como se ha señalado, nunca más

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de dos, una troncocónica y la otra bitroncocónica (Cuadrado
1968: 47).
Mayor diversidad se ha observado en La Yunta, siendo fre-
cuente el hallazgo de un ejemplar por tumba, aun cuan do
en algún caso se documenten dos, tres, seis e incluso ocho
(García Huerta y Antona 1992: 134 ss.), general mente en el
interior de la urna. Suelen asociarse a fíbulas, y nunca a las
escasas armas documentadas en este ce menterio, pudiendo
ser también el único elemento depo sitado en la sepultura.
A tenor de los análisis antropológicos aparecen en idéntica
proporción tanto en sepulturas masculinas como femeninas,
habiéndose do cumentado, asimismo, la presencia de seis
ejemplares en un enterramiento infantil (nota 42). Su tamaño
es homogéneo, con alturas que oscilan entre 4 y 1,5 cm.,
estando en algún caso realizadas a tomo. La mayoría son de
forma bitroncocónica o troncocónica, existiendo algún ejem-
plar cilíndrico. Pueden estar decoradas con motivos geomé-
tricos incisos o puntillados y, más raramente, estampillados,
identificándose una pieza con decoración pintada.
No existe, pues, regla fija en lo que se refiere a la presencia
de fusayolas en las sepulturas. Frente a su rela tiva abundan-
cia, pueden llegar a ser un elemento clara mente excepcional,
como ocurre en La Mercadera, donde únicamente se hallaron

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tres, de forma troncocónica y bitroncocónica y sin contexto
(Taracena 1932: 27), estan do perfectamente documentada
su asociación con armas en buen número de tumbas de va-
riada cronología perte necientes a diversas necrópolis (tablas
1 y 2).
7.4. Pesas de telar
Resulta frecuente el hallazgo de pondera (vid. capítu lo
VIII,2.3), sobre todo en los hábitats de finales de la Edad del
Hierro (Arlegui y Ballano 1995). Destaca el caso de Langa de
Duero, donde las excavaciones de Taracena (1929: 42, fig.
24; 1932: 56, fig. 11) permitie ron identificar una gran canti-
dad de ejemplares, que apa recían formando lotes de 26, 4,
2, 17, 5, 6 y otro de 17. De los 86 ejemplares recogidos en la
campaña más re ciente, 42 formaban un único lote, con igual
tamaño y un peso de un kilogramo cada una. Predominan las
piezas prismáticas, ofreciendo en muchos casos la huella del
rozamiento de la cuerda de suspensión. Una proporción im-
portante mostraba en su cara superior o anterior mar cas inci-
sas (fig. 106), realizadas con el dedo o mediante un punzón
de punta roma, estando en un caso estampada. También son
abundantes las pesas en el poblado de Izana, documentadas
siempre por grupos (Taracena 1929: 15: fig. 4).

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De Numancia procede un conjunto importante, ha biéndose
identificado dos modelos fundamentales (Wattenberg 1963:
42): las pequeñas, en forma de paralelepípedo, generalmen-
te con un signo inciso o im preso en la parte superior y las de
mayor tamaño, de forma troncopiramidal, con algún signo in-
ciso ocasional mente. La asociación más numerosa agrupaba
17 ejem plares (Arlegui y Ballano 1995: 144).
Sorprende el hallazgo, excepcional, de pesas de telar en ne-
crópolis: un ejemplar en Aguilar de Anguita (Aguilera 1911,
III: lám. 27,3), de forma troncocónica, al parecer el único de
esta necrópolis, y otro de pequeño tamaño en una supuesta
tumba (n° 11) de Valdenovillos (Cerdeño 1976a: 7).
7.5. Bolas y fichas
El hallazgo de bolas en poblados y necrópolis de la Edad
del Hierro constituye un hecho frecuente. Cerralbo (1916:
52) señala cómo encontraba «bastantes veces en las urnas,
sustituyendo a la fusayola, una bola de arcilla cocida». Están
realizadas casi siempre en arcilla, cono ciéndose también
ejemplares de piedra, como en La Mercadera (Taracena
1932: 27) donde son mayoría. Frente a su relativa abun-
dancia en algunas necrópolis (Aguilera 1911, IV 26; Cabré
1929: láms. XIII, XIV y XVI; Cua drado 1968: 31; Requejo

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Fig. 106.-Marcas sobre pesas de telar de Langa de Duero (1) y frecuencia de
marcas y dispersión de medidas de peso de los ejemplares hallados en Numancia
(2). (Según Taracena 1932 (1) y Arlegui y Ballano 1995 (2)).

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1978: 60; García Huerta 1980: 30; de Paz 1980: 41 ss.; etc.),
en otras resulta un elemen to claramente excepcional, como
en La Yunta (García Huerta y Antona 1992), donde no se
halló ejemplar algu no, y, aun no siendo lo más habitual, en
ocasiones están decoradas (Morenas de Tejada 1916b: 608;
Cuadrado 1968: 31; de Paz 1980: 44 s. y 47, etc.). Pueden
aparecer en tumbas militares (tablas 1 y 2, n° 99), como ocu-
rre en Atienza (fig.67,F-G), El Atance (fig. 69,F), La Revilla-A
(fig. 74,A) o en Osma-B, en este caso se trata de un ejemplar
de piedra, resultando frecuente su asociación con fusayolas.
Es difícil avanzar cualquier hipótesis sobre su funcionalidad
(vid. Vegas 1983), barajándose una amplia gama de inter-
pretaciones, desde las que les otorgan un valor simbólico
(Aguilera 1916: 52) hasta las que conside ran que se trataría
de piezas de juego (Cuadrado 1968: 47).
Las fichas cerámicas son un elemento que resulta abun dante
en hábitats, destacando el conjunto de Izana (Taracena 1927:
12 ss.), donde se han hallado 233. Son de forma circular y
han sido recortadas sobre fragmentos de vasos, con un
tamaño que oscila entre 2 y 11,5 cm. de diámetro, estando
20 de ellas decoradas con incisiones realizadas a punta de
cuchillo sobre el barro ya cocido (Taracena 1929: figs. 2-3).
Cerca de la mitad de ellas están horadadas, generalmente

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en el centro de la pieza, aunque dos ofrezcan doble perfora-
ción y una triple. En general se hallan sueltas, aun cuando en
un caso aparecie ron 37 en un lote, «reunidas y apiladas en
varios pequeños montones», sin que nada pueda señalarse
respecto a su uso.
8. LA EXPRESIÓN ARTÍSTICA
Una vez analizado el artesanado como expresión de la cul-
tura material, conviene ahora, siquiera sucintamente, ofrecer
una rápida panorámica de las manifestaciones artísticas
celtibéricas. El arte celtibérico forma parte de un complejo
sistema cultural constituido a partir de un largo proceso de
aculturación y de evolución, en el que los elementos ibéricos,
sobre todo, y también los célti cos de la cultura de La Tène
jugaron un papel deter minante, alcanzando sus más altas
cotas desde princi pios del siglo II a.C. (fase III), coincidiendo
con la aparición de los oppida y de la organización urbana en
la Celtiberia, pero también con el inicio del proce so de roma-
nización.
Tan sólo en época avanzada se cuenta en la Celtiberia con
conjuntos monumentales o con manifestaciones escultóricas
dignas de mención. La arquitectura monu mental apenas es-
tuvo presente en la Celtiberia, si bien no cabe duda en cata-

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logar como tal el edificio de adobes de Contrebia Belaisca,
provisto de una columnata de estilo toscano, de proporcio-
nes poco clásicas, realizada en are nisca, conjunto que ha
sido fechado hacia el siglo II a.C. (Beltrán 1982), o ciertas
construcciones públicas de Tiermes, por otro lado difíciles de
datar (Argente, coord. 1990a: 31 s. y 60).
Las estancias principales de ciertas mansiones celtibéricas
se hallaron pavimentadas con mosaicos de opus signinum,
de clara influencia itálica. Destaca el lo calizado en la estancia
más importante de la llamada Casa de Likine de Caminreal
(figs. 33,2 y 107), ciudad destruida en el curso de las Guerras
Sertorianas (Vicente et alii 1991: 102 ss. y 120 ss., figs. 34-
39). Está decorado con motivos geométricos variados, repre-
sentaciones astrales y vegetales, peces y delfines, así como
una ins cripción en alfabeto ibérico en la que se explicita el
nom bre del propietario de la casa o del artesano que realizó
el pavimento, Likine, y su procedencia, la ciudad ibérica de
Usecerde, en el Bajo Aragón (Vicente et alii 1993: 750 ss.).
Un caso semejante se ha documentado recien temente en la
localidad navarra de Andelos, en tierra de Vascones. Es un
pavimento de opus signinum decorado a base de motivos
geométricos y vegetales que incluye una inscripción en la
que se menciona a un personaje, Likine -que sería la forma

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iberizada del gentilicio latino Licinius-, originario de Bilbilis
(Mezquiriz 1991-92; Gorrochategui 1993: 424; Untermann
1993-94; de Hoz 1995d: 73 s.; Silgo 1993).
En relación con la escultura, su incidencia en la Celtiberia
se reduce a los bajorrelieves de las estelas funerarias celti-
béricas de la zona cluniense (fig. 81,1-2), datadas entre los
siglo II-1 a.C. (Abásolo y Marco 1995: 335). La temática que
ofrecen, de tipo heroico, sobre todo guerreros a caballo y es-
cenas de caza, puede vincularse con otras manifestaciones,
como ciertas fíbulas argénteas con escenas venatorias de
La Tène Final (vid. supra) o con el tipo iconográfico caracte-
rístico de los reversos de las monedas celtibéricas, el jinete
con lanza (Almagro-Gorbea 1995e). Todo ello viene a probar
su pertenencia al mismo substrato socio-ideológico al que
se adscribirían las élites celtibéricas. Como antece dente de
estas representaciones escultóricas en relieve cabe señalar
una estela de la necrópolis de Aguilar de Anguita (fig. 50,3)
(Aguilera 1911, III: 20 s., láms. 10,1 y 27,1; Idem 1913b), pieza
que constituye un caso excep cional, al ser la única decorada,
a pesar de que algunas de las estelas documentadas en los
cementerios celtibéricos prerromanos estuvieran toscamente
trabajadas. Es un gra bado que reproduce de forma estiliza-
da un caballo sobre el que se sitúa una figura humana (vid.

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capítulo IV,4.2). La sepultura en la que apareció presentaba
un destacado ajuar formado por la espada de antenas, una
lanza con su regatón, dos discos broncíneos, dos fusayolas y
la urna cineraria (Aguilera 1913b) (nota 43).
Junto a estas manifestaciones hay que hacer mención de
ciertos grabados como los registrados en el santuario de
Peñalba de Villastar (Marco 1986: 748 ss., lám. V, fig. 1), que
incluyen diversos motivos geométricos, des tacando algunos
de evidente contenido astral, figuracio nes animales, con pre-
dominio de las aves, en algún caso cuervos, estando también
representados los caballos y algún cérvido. También hay al-
gunas figuraciones huma nas, entre las que sobresalen una
figura antropomorfa bifronte (fig. 125,5), y otra muy esquemá-
tica, caracteri zada por una gran cabeza y una representación
sumaria del resto del cuerpo, con los brazos extendidos y las
manos abiertas, interpretadas como la representación de una
divinidad, seguramente Lug, el cual aparece mencio nado en
dos ocasiones en la llamada «inscripción gran de» (vid. capí-
tulo X,1). Estilística y culturalmente, la cabeza de Peñalba de
Villastar se encuadra con las llama das «cabezas cortadas»
en piedra, características del arte céltico, y de las que en
la Península Ibérica se conocen un buen número de ejem-

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Fig. 107.-Pavimento de opus signinum de la Casa de Likine, en La Caridad de
Caminreal. (Según Vicente et alii 1991, completado).
plares, carentes, en general, de todo contexto arqueológico
(Almagro-Gorbea y Lorrio 1992: 412 ss.).
Pero, como mejor se define el arte celtibérico, y donde encon-
tró su máxima expresión fue en los objetos relacio nados con
la vestimenta y el adorno personal, incluyén dose aquí una
parte de los objetos que integran la orfe brería (vid. supra).
Las fíbulas, entre las que destacan ciertas piezas argénteas
de gran espectacularidad (fig. 82.5 y lám. III), los broches
de cinturón, en ocasiones damasquinados (nota 44), y los
pectorales (fig. 87 y lám. IV,2), se decoran profusamente,

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casi siempre con motivos geométricos y, en ciertos casos,
con figuraciones anima les o humanas (vid. supra). Es en el
ámbito definido por estos objetos donde se observan con ma-
yor nitidez las variadas influencias del artesanado celtibérico,
inicial mente hallstátticas, posteriormente latenienses y, sobre
todo, ibéricas (Schüle 1969; Lenerz-de Wilde 1991; Almagro-
Gorbea 1993), que dieron lugar a un conjunto de manifesta-
ciones artísticas de gran personalidad (Ro mero 1991b).
También las armas fueron objeto de un tratamiento artístico
particular, como lo confirman las decoraciones repujadas de
los cascos, discos-coraza y escudos broncíneos, el damas-
quinado de las empuñaduras de cier tos modelos de espadas,
la aplicación, en las vainas de algunos tipos de espadas y
puñales, de placas broncíneas decoradas, a veces mediante
damasquinado, o las sencillas líneas incisas que adornan las
hojas de algunas pun tas de lanza (vid. supra).
Una mención especial merece la numismática, cuyo tipo
principal se identifica por una cabeza masculina, a veces con
torques, con diversos símbolos en los anversos y una más
variada iconografía en los reversos, predomi nando las repre-
sentaciones del jinete, generalmente lan cero, que caracteriza
las unidades, mientras que caballo, pegaso o medio caballo,
acompañados o no de símbolos, son reproducidos en los

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Fig. 108. Numancia: cerámicas monocromas y polícromas. (Según Wattenberg
1963). A diferentes escalas.

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Fig. 109.-Numancia. Representaciones figuradas pintadas sobre cerámica.
(Según Romero 1976a (1-2) y Wattenberg 1963 (3-9)). A diferentes escalas.

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divisores (figs. 80 y 139,B y lám. VIII). En el reverso, bajo la
representación iconográfica, se halla la leyenda monetal, en
alfabeto ibérico o latino, en la que aparece el nombre de la
ciudad o del grupo emisor. El personaje varonil de los anver-
sos se ha puesto en relación originariamente con la imagen
de Melkart/Ambal de las monedas de los bárquidas, en lo que
habría que ver la representación de una divinidad de tipo po-
liado y guerrero o posible héroe fundador, a veces portando
una corona de laurel. Los reversos están toma dos de las mo-
nedas de Dionisio de Siracusa a través de los prototipos ibé-
ricos, haciendo alusión a la clase de los equites celtibéricos,
al igual que ocurre, posiblemente, con las fíbulas de caballito,
principalmente con las pro vistas de jinete (fig. 81,3-5 y lám.
IV,3-4) (Almagro -Gorbea 1995e: Idem 1996: 125 ss.).
Otro ámbito del arte celtibérico especialmente desa rrollado
es el de la pintura realizada sobre recipientes cerámicos,
donde brillan con luz propia las cerámicas monocromas y po-
lícromas de Numancia (figs. 108-109 y láms. V -VI), fechadas
a lo largo del siglo I a.C., llegando incluso las últimas hasta
los inicios del Imperio (Wattenberg 1963; Romero 1976a-b).
Entre las producciones polícromas, la figura humana (fig. 109
y láms. V,2 y VI,2-3) no es uno de los temas más tratados,
siendo los motivos geométricos, y en me nor medida las re-

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presentaciones zoomórficas, los que gozaron de mayor aten-
ción por parte de los ceramistas numantinas. En este senti-
do, resulta significativo dejar constancia de que sólo la quinta
parte de estos vasos presenta decoración figurada y, de és-
tos, únicamente en torno al 7% ofrecen representaciones hu-
manas (Romero 1976a: 144). En la cerámica de Numancia el
tratamiento de la figura humana responde a una estilización
clara mente geometrizante que, en general, es representada
de perfil aunque con el cuerpo de frente. Se observa un gusto
manifiesto por formas curvilíneas, vinculables al arte de La
Tène, pero con una evidente personalidad.
Desde el punto de vista iconográfico, destaca la rela ción de
algunas representaciones humanas numantinas con otras
manifestaciones peninsulares, como la cabeza cubierta con
un prótomo de caballo (fig. 109,9 y lám. VI,2), iconográfi-
camente relacionada con una figu ra de bronce del poblado
alavés de Atxa (Gil 1992-93: fig. IV,4), o un personaje tocado
con un casco de tres cuernos (fig. 79,3) que recuerda el que
lucen algunas figuras de la diadema de San Martín de Oscos
(Lorrio 1993a: fig. 11,E). Otras figuras de interés son aque-
llas que presentan un tocado puntiagudo que sería posible
relacionar, como se ha indicado, con el que ofrecen algu nas
terracotas (figs. 109,2-3 y 126,1,c). También son de destacar

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las escenas con figuras humanas asociadas a aves, que se
han relacionado con un ritual funerario celtibérico citado en
algunos textos literarios (fig. 79, 1-2 y lám. VI,3) (vid. capítulo
X,6). En general, se evidencia entre las cerámicas pintadas
un interés exclusivo por la representación de la figura huma-
na de cuerpo entero, mientras que la cabeza humana, cuan-
do aparece, corres ponde a piezas cerámicas aplicadas.
Por último, hay que referirse a la coroplástica (vid. supra),
que incluye algunas figurillas exentas y apli cadas, repro-
duciendo tanto animales, sobre todo caballos y bóvidos,
como representaciones humanas, entre las que destacan
los pies votivos y las cabezas aplicadas. La mayor parte de
las representaciones humanas y zoomorfas sobre cerámica
fueron halladas en poblados, estando tam bién documenta-
das en ambientes funerarios, como ocu rre con las piezas
procedentes de las necrópolis de Aguilar de Anguita, Luzaga,
Carratiermes y Osma (vid. supra).
El proceso hacia formas de vida cada vez más urba nas que
tuvo lugar en la Celtiberia a partir de finales del siglo III a.C.
contribuyó de manera decisiva al desarrollo de las manifes-
taciones artísticas celtibéricas. Dentro de este proceso se
encuadra la aparición de una verdadera arquitectura monu-
mental y de la escultura, así como el enorme desarrollo que

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alcanzó en este período la orfe brería, el trabajo del bronce,
la producción cerámica o las representaciones monetales. El
arte celtibérico es la consecuencia de un proceso de sincre-
tismo, cuyos influ jos formales provienen tanto de la tradición
ibérica como de las influencias helenísticas y más tarde roma-
nas, y, también, aunque de forma más aislada, de la tradición
lateniense, poniendo de manifiesto su indudable origina lidad
en el mundo céltico. El arte celtibérico, al igual que el ibérico,
era el producto de unos artesanos «al servicio de su socie-
dad, esto es, de sus estructuras socia les, de sus ideas y de
su religión; en una palabra era una de tantas manifestaciones
de su cultura» (Almagro -Gorbea 1986a: 504).

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1. A la pieza de Aguilar de Anguita hay que añadir una fíbula-placa de
bronce, procedente de la necrópolis de Clares, que ofrece una lámina
de plata decorada sobre el puente (Argente 1994: 418, fig. 81,739),
ejemplar publicado con anterioridad por Schüle (1969: lám. 22,4),
para quien la mencionada lámina sería de oro.
2. De estas piezas se conoce, además de las documentadas en te-
sorillos (Raddatz 1969: láms. 2,2, 15,228 ss. y 81,8), un ejemplar pro-
cedente de El Berrueco (Ávila-Salamanca) (Maluquer de Motes 1958:
107 ss., lám. XVI,1).
3. El importante incremento de hallazgos en las tierras centrales de
la Cuenca del Duero permite individualizar una joyería de marcada
personalidad, generalmente calificada como «celtibérica», pero cuya
dispersión geográfica se adecúa fundamentalmente al ámbito vacceo,
aunque también afecte al territorio astur y vettón, quedando excluida
la Celtiberia (Delibes y Esparza 1989; Delibes 1991; Romero 1991b:
85 ss.).
4. Así lo atestigua su presencia en tumbas con ajuares de guerre ro
y en las integradas por objetos de adorno. Esto queda confirmado
en aquellos casos en los que se cuenta con análisis antropológicos,
como en La Yunta (García Huerta y Antona 1992: 139), donde están
presentes en tumbas masculinas, femeninas e, incluso, infantiles.
5. Por lo que se refiere a las tierras del Alto Tajo-Alto Jalón-Alto Duero,
Argente (1994) recopiló 943 fíbulas, procedentes de las provin cias de
Soria y Guadalajara, de las que 38 no fueron inventariadas al ser de
adscripción dudosa. Los hallazgos de la provincia de Guadalajara pro-
vienen en su totalidad de necrópolis, principalmente de la Colección

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Cerralbo, mientras que los de Soria se reparten entre los encontrados
en cementerios y poblados -aunque, como se ha señalado, de la ciu-
dad de Numancia proceda el conjunto más importante, con más de
200 piezas-, correspondiendo un tercio a hallazgos sueltos (Argente
1994: 15). Esta nómina debe incrementarse, entre otros, con los ha-
llazgos recientes de las necrópolis de Ayllón (Barrio 1990), descontex-
tualizados, La Yunta (García Huerta y Antona 1992: 137 ss.), donde
37 de las 39 fíbulas recuperadas proceden de conjuntos cerrados, La
Umbría (Aranda 1990: 107 s., fig. 5), Carratiermes, aún en fase de
estudio, y Numancia, que se halla en proceso de excavación (Jimeno
1996: 71 ss., figs. 13 y 14). A ellos cabe añadir los hallazgos de los
cementerios de Griegos (Almagro Basch 1942) y Arcobriga, donde
la documentación fotográfi ca proporcionada por Cerralbo (1911, IV:
láms. XXXVI-XXXVII; Idem 1916: fig. 24) permite identificar cerca de
70 ejemplares, la mayoría de ellos sin contexto conocido, en parte
estudiados por Cabré y Morán (1979 y 1982).
6. Esta cronología parece más ajustada que la sugerida por Argente
(1994: 49 s.), para quien el modelo se fecharía entre los siglos VII-
VI a.C., datación que, con el reciente hallazgo de Embid, resulta
excesiva mente baja.
7. Vid. el capítulo VII y las tablas 1 y 2 por lo que se refiere a la ads-
cripción de los diferentes modelos a las fases culturales establecidas
para el mundo celtibérico.
8. Entre los materiales inventariados en la necrópolis de Carabias
(Requejo 1978: 56), se localizó al parecer una fíbula de charnela
roma na.

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9. Cerralbo (1911, III: lám. 59,1) reproduce un grupo de alfileres de
cabeza enrollada hallado en Aguilar de Anguita, que ensartan cada
uno de ellos una cuenta de «ámbar», pasta vítrea o bronce.
10. En el interior de una urna cineraria de Hijes apareció un broche
de cinturón, de escotaduras cerradas y tres garfios, unida a un adorno
espiraliforme mediante una anillita que «tiene sus extremos metidos
por un agujero de aquél y redoblados por la parte interior» (Aguilera
1916: 59, lám. X,4). Aunque para Cerralbo tal adorno forma ría parte
del broche, siendo portado por lo tanto en la cintura, hay que tener
en cuenta que, en ocasiones, al ser depositadas en la sepultura cier-
tas piezas que con seguridad no formaron parte de un mismo objeto
aparecen como una unidad. Un buen ejemplo de ello se halla en
las tumbas Sigüenza-9 (Cerdeño y Pérez de Ynestrosa 1993: 21) y
Carratiermes-302, en las que la aguja de una fíbula y la pieza hembra
serpentiforme de un broche de cinturón, respectivamente, ensartan
una punta de lanza a través de la perforación que ésta presenta en su
cubo de enmangue.
11. A los modelos referidos se añaden en este estudio los discos -
coraza (Argente et alii 1992b: 588 y 596), aunque su funcionalidad
y su vinculación con conjuntos militares, frente a lo que será norma
habitual en los tipos de espirales y de placa rectangular, aconseje su
tratamiento individualizado (vid. capítulo V,2.1.1.5).
12. Respecto al ejemplar de la «sepultura de dama celtibérica» de La
Olmeda (tumba A) (fig. 86,13,1), que según la documentación fotográ-
fica original (Aguilera 1916: lám. XI) ofrece colgantes cónicos, se ha

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señalado (Argente et alli 1992b: 595 s.) que éstos corresponderían en
realidad a los pectorales de placa presentes en el conjunto.
13. Estas piezas se han interpretado como fragmentos de un cinturón
de chapa de bronce, que iría reforzado por un forro de cuero, al que
quedaría sujeto por medio de una serie de orificios paralelos al borde
de la pieza (Cabré y Morán 1975a: 605). Sin embargo, al tratarse de
dos placas de idéntica decoración pero independientes, y dada su
evidente similitud con el ejemplar de Carratiermes, parece más oportu-
na su consideración como elementos de pectoral; así lo confirmaría la
presencia de orificios únicamente en la parte inferior, de los que pende-
rían los típicos colgantes.
14. Los adornos espiraliformes aparecen en un número impor tante de
necrópolis celtibéricas (vid. supra), habiéndose registrado igual mente
su presencia en contextos de habitación, como sería el caso de una
espiral aparecida en el interior de la vivienda n° 4 de la fase inicial
del poblado de La Coronilla (Cerdeño y García Huerta 1992: 88, fig.
57,11), al que habría que añadir el hallazgo de una fíbula de espirales
de Castilfrío de la Sierra (fig. 85,13,10) (Romero 1991a: 312 ss., fig.
77,2). Por su parte, el modelo de placa rectangular resulta mucho me-
nos habitual, documentándose en sus diferentes variantes en las ne-
crópolis de Sigüenza (Cerdeño y Pérez de Ynestrosa 1993: fig. 12,6),
La Olmeda (fig. 86,13,2-3), Valdenovillos (fig. 87,13,2), Alpanseque
(fig. 87,13,4), Carratiermes (fig. 87,13,1), Arcobriga (fig. 87,13,3) y
Ucero (fig. 87,A,2).
15. Llama la atención la escasez de este tipo de adorno en otras ne-
crópolis de la zona, de amplia cronología. Es el caso de Chera, en la

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que del abundante material metálico inventariado únicamente se hace
referencia a una espiral de bronce (Cerdeño et alii 1981: 31, fig. 9,6).
16. A las piezas conocidas de antiguo de Numancia (2), Izana (1) y
Langa de Duero (2) hay que sumar un ejemplar damasquinado de
Las Arribillas (Guadalajara) (Galán 1989-90: 176 ss., fig. 1). A ellos
habría que añadir los ejemplares de Herrera de los Navarros (Burillo
y de Sus 1988: 65; Burillo 1989: 86), La Caridad (Vicente et alii 1991:
112), Botorrita (Burillo 1989: 86) y Alto Chacón (Atrián 1976), ya en la
Celtiberia aragonesa.
17. En ocasiones se han documentado una serie de piezas forma das
por una delgada tirita de bronce doblada por ambos extremos sin jun-
tarse que, según Cerralbo (1916: 67, fig. 36), servían para sostener,
a modo de pasador, la fina correa del cinturón femenino. Según este
autor, su hallazgo resultaba frecuente, localizándose a menudo varios
en una sepultura.
18. La falta de fiabilidad del registro se pone de manifiesto al anali-
zar algunos ejemplares de la Colección Morenas de Tejada. Uno de
ellos fue publicado por Cabré (1937: 121, lám. XXIX, fig. 70), junto
con su pieza hembra, como procedente de la necrópolis de Gormaz,
señalando la presencia de decoración de líneas de puntos impresos
(fig. 90.9). Con posterioridad, el mismo broche aparece reproducido,
incluso con la decoración intuida en la fotografía de Cabré, como un
hallazgo de Tossal Redó (Cuadrado 1961: fig. 6,3), para finalmente, y
ya sin evidencia alguna de decoración, ser adscrito a la necrópolis de
Osma (Cerdeño 1978: fig. 5,4; Idem 1988: 111).

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Aún sorprende más el caso de otra pieza macho que el propio Cabré
(1937: 117s., lám. XXV, fig. 58) publicó, junto con el resto de las pie-
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