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V CONGRESO INTERNACIONAL DE ESTELAS FUNERARIAS
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V CONGRESO INTERNACIONAL
DE ESTELAS FUNERARIAS
SORlA, 28 de Abril al 1 de Mayo de 1993
Actas del Congreso
Edición a cargo de:
Carlos de la Casa
Con la colaboración de Manuela Doménech y Yolanda Martínez.
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El Congreso fue organizado por el
Departamento de Cultura de la
Excma. Diputación Provincial de Soria.
y por la Universidad Internacional Alfonso VIII
y
patrocinado por:
Excma. Diputación Provincial de Soria
Junta de Castilla y León
Excmo. Ayuntamiento de Soria
Publicaciones de la Excma. Diputación Provincial de Soria
Soria 1994. ISBN 84-86790-72-7

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LANZAS HINCADAS, ARISTÓTELES YLAS ESTELAS
DEL BAJO ARAGÓN
Fernando Quesada Sanz
Las estelas del Bajo Aragón con representación de lanzas constituyen un grupo bastante
homogéneo (con una veintena de piezas) que han sido objeto ya de varios estudios de conjunto
(Schulten, 1912; Cabré, 1915-20; Fernández Fúster, 1951; Marco Simón, 1978) además de
otros parciales (Marco Simón, 1976; Atrian, 1979; Benavente, 1987). No utilizaremos en este
trabajo las estelass discoideas de los conventos cesaraugustano y cluniense, de tipología
diferente y cronología posterior, sobre todo augustea (Marco Simón, 1978: 89).
Los relieves bajoaragoneses tienen una datación problemática debido a la ausencia de
contexto fiable, como en realidad ocurre con todas las estelas de la Meseta Norte (Marco, 1978:
88). Cabré (1915-20: 635 ss.) propuso un periodo del siglo 111 al I a.C. que sigue siendo
aceptable, aunque matizado por estudios modernos. Marco (1978: 91) acepta un margen
dentro del siglo 11 a.C., con perduraciones en ell a.C. Otra línea tiende a enfatizar una fecha más
avanzada, dentro del siglo I a.C. (Fernández Fúster, 1951: 20; Blázquez, 1975: 105; 1977: 282).
En las estelas se representa siempre un número variable de lanzas dispuestas verticalmente.
En ocasiones constituyen el tema principal y en otras ocupan registros secundarios, dejando el
registro central para escenas en las que aparecen jinetes armados (Figs. 1a-e). Lo normal es
que sólo se represente la moharra de la lanza, apuntando hacia arriba. Sólo en cuatro casos se
representa también el astil y regatón (Figs. 1d, 1g, 2d Y 2g). El estudio tipológico de estas
representaciones ha sido abordado en alguna ocasión (Marco, 1976: 83 ss.; Quesada, 1991:
1.059-1065), pero no nos detendremos ahora en él, sino que analizaremos otro aspecto.
En su Política, Aristóteles realizó una serie de consideraciones sobre el deseo de poder y
dominación. En ese contexto, citaba referencias de tipo etnográfico a pueblos que honraban
esa capacidad de dominación, como los escitas, los persas, los tracios y los celta. Aludía
también a diversos símbolos que indican el valor de las personas en diferentes pueblos, y entre
los ejemplos que escogió aparece el siguiente: "Entre los Iberos, pueblo belicoso (lbersin,
ethnei polemikol) se elevan tanto obeliscos (obelískol) en torno a la tumba de un hombre como
enemigos haya aniquilado" (PoI. VII, 2, 11; 1324b).(trad. García Valdés).
Aristóteles escribió durante la segunda mitad del siglo IV a.C. No sabemos de dónde tomó su
información, que en principio debe aceptarse como algo más que una simple invención.
Probablemente Aristóteles bebió de algún autor siciliano, o quizá de Eforo, (vid. FHA 11: 61).
Antes de analizar la evidencia arqueológica que se pueda asociar a esta noticia de Aristóteles,
debemos plantearnos cómo traducir obleiskoi. Ya hemos visto como la traducción de García
Valdés para la BCG se limita a transcribir el término griego como "obelisco", lo que podría
interpretarse de varias maneras. La traducción española podría ser "piedra hincada". El
problema es que resulta difícil visualizar una tumba rodeada por un número variable de piedras
hincadas que indiquen la belicosidad del individuo en particular y de los Iberos en general. El
traductor de la Loeb Classical Library (H. Rackham) prefirió traducir "asadores", mientras que
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Fig. 1 a) Caspe (Palermo); b-c) San Antonio de Calaceite; d-e) El Palao (Alcañiz); f) Torre Gachero (Valderrobles);
g) El Palao (Alcañiz); h) Torre Gachero (Valderrobles); i-j) Caspe (Palermo), (No a escala).
(Según Atrián, 1979; Cabré, 1915-20; Fernández, 1951; MarcO, 1976).
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A. Schulten eligió -con otros autores- el término "lanzas" (Schulten, 1925: 216). Esta opción
está bien apoyada en textos antiguos (Apiano, Be 111,69; Dionisio Ha!. V, 46) que emplean este
nombre para el largo hierro del pilum. Esta traducción es a nuestro juicio la más plausible y es
desde luego la que se ha impuesto en la bibliografía española, desde que Schulten relacionara
en 19121a noticia aristotélica con las representaciones de diverso número de lanzas dispuestas
verticalmente en las estelas aragonesas. Con todo, sorprende que Aristóteles no usara dory.
la idea de Schulten (1912: 196) de que las lanzas representadas en las estelas aragonesas
-que él entendía funerarias- sustituían simbólicamente las lanzas reales hincadas es muy
sugestiva, pero no fue seguida hasta sus consecuencias últimas por autores posteriores.
Marco Simón matizó entre 1976 y 1984 la interpretación directa y "realista" de Schulten o
García y Bellido, considerando que las lanzas no representarían, como escribió Aristóteles, el
número de enemigos muertos, sino que "indicarían simplemente que el difunto está heroizado..
Que esto es así lo prueba el hecho de que el número de lanzas existentes va en función del
espacio disponible para decorar la pieza: en buena parte de los documentos son cuatro las que
aparecen". (Marco, 1978: 34, n.º 114).
No dudamos de que las representaciones de las estelas se relacionen con la heroización del
difunto (Marco, 1978: 33-37; 1984: 89 ss.; Blázquez, 1975: 105), denominada en ocasiones
"heroización equestre" (Blázquez, 1977: 281-283; 1983: 272). El muerto aparece así a menudo
montado a caballo, en una tradición -documentada en el Mediterráneo y entre los Celtas- que
en la P. Ibérica continuaría en las estelas discoidales augusteas de Clunia y otros lugares
(sobre las representaciones ecuestres, Marco, 1978: 33 ss.). Junto a esta visión se ha
propuesto otra (Caro Baroja, 1975: 163-164), que postula la existencia de una divinidad
ecuestre masculina, que sería la representada en las estelas. En realidad, ambas opciones no
son necesariamente excluyentes, como apunta el propio Caro Baroja. Ahora bien, aunque no
dudamos de la heroización, creemos que debe discutirse más la interpretación puramente
abstracta predominante en la actualidad.
El posible significado de las lanzas se ha puesto a menudo en relación con el de las series de
varios escudos de las estelas burgalesas más tardías, aceptándose para ambos casos (p. ej.
García y Bellido) un significado relacionado con el número de enemigos vencidos. (Crítica de la
bibliografía pertinente en los trabajos de Marco, 1976: 84-85 y 1984: 92-93). Ahora que la
investigación tiende a desechar una interpretación tan literal del texto de Aristóteles, proponien-
do una interpretación más ambigua (lanza y escudo como "elemento de índole escatológica,
que expresa la pujanza, yen definitiva, el estado de apoteosis del muerto" Marco Simón, 1984:
93), lópez Monteagudo, en su publicación de la estela ibérica tardía de Caspe, vuelve a
suscitar viejos temas.
En efecto, la estela de Caspe presenta grabados un scutumy tres caetrae, que llevan a lópez
Monteagudo a recordar un pilar griego de Xanthos, en cuya cara B se representó un hoplita y
encima seis escudos solapados, todo ello sobre otro guerrero caído. "la escena queda bien
explicada por el texto griego grabado en la cara norte del pilar en donde, entre las hazañas de
la dinastía licia, se cita su victoria sobre siete hoplitas arcadios. Es decir, la figura del guerrero
caído sería la representación de los siete hoplitas que por razones obvias de espacio quedan
suplidos por sus escudos". (lópez Monteagudo, 1983: 264). Ante semejante paralelo sólo cabe
retomar la idea de Aristóteles en términos más cercanos a la literalidad, aunque es muy cierto
que el número de lanzas representadas en estelas se ciñe al espacio disponible -cuatro es un
número habitual- mientras que en ocasiones el número de puntas parece excesivo (al menos
45 lanzas en la de Torre Gachero, Fig. 1h).
Existe además otro problema complementario que no se ha tenido en cuenta a la hora de
relacionar el texto de Aristóteles con las estelas bajoaragonesas, y es el espacio de unos dos
siglos que media entre el texto del autor griego, redactado hacia el tercer cuarto del siglo IV a.C.
-tomando datos aún anteriores- y las estelas aragonesas, datadas entre el siglo 11 y el I a.C. Si
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Fig.2 a) Tossal de les Forques; b) Mas de Magdalenes; c) Mas de Pere la Reina; d) Mas de Sigala;
e) Mas de Pere la Reina; 1) Mas de Perchades; g) Val de Vallerías. (No a escala).
(Según Atrián, 1979; Cabré, 1915-20; Femández, 1951; Marco,1976).
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la iconografía de las estelas y la costumbre ibérica tienen una relación -y estamos convencidos
de que es así- entonces la representación de lanzas en estelas debe ser un reflejo tardío,
terminal, de una costumbre muy anterior, al menos dos siglos más antigua.
Así pues, las estelas suponen la petrificación celtibérica (¿o ilercavona?) de una práctica
previa que consistiría en clavar lanzas sobre la tumba del muerto. No es necesario que fueran
tantas lanzas como enemigos vencidos: Aristóteles puede recoger una referencia imprecisa
deformada por la distancia y el tiempo. En realidad, la costumbre de clavar armas sobre las
tumbas se conserva hasta nuestros días, y es por otra parte bastante lógica en sociedades que
valoran sobremanera la virtus militar.
A propósito de estas consideraciones, cabe recordar algunos datos arqueológicos que
podrían estar relacionados con una práctica antigua de clavar lanzas sobre las sepulturas.
Por un lado, conocemos numerosos casos en que en una sepultura han aparecido regatones
-nunca sabemos la posición exacta en que se hallaron-, pero no la punta de lanza correspon-
diente a esos regatones. Teniendo en cuenta que la aparición de regatones sin su punta es
estadísticamente significativa (44% de los regatones del Cabecico aparecen sin punta; en
Cogotas también es frecuente el caso, Kurtz, 1987: 68), nos preguntamos (ya lo hicimos antes,
Quesada, 1989a: vol. 11, págs. 43-45) si tal hecho no puede deberse a que una vez cerrada la
tumba se hincaran una o varias lanzas -normalmente con la punta hacia arriba, otras veces al
revés- en el suelo. Con el tiempo, el astil de madera desaparecería, de modo que el regatón
enterrado quedaría dentro de la tumba, mientras que la punta sería reaprovechada por los
vivos o, más probablemente, arrastrada por la lluvia o cubierta por la tierra pero fuera de la
tumba. Si esto es así, cabe proponer una costumbre de hincar lanzas previa al siglo 11 a.C.
Por otro lado, hay evidencia directa de lanzas clavadas verticalmente en el suelo dentro de
las tumbas. Así por ejemplo, F. Fernández anota que en la necrópolis abulense del Raso de
Candeleda "parece existir a veces cierta tendencia a colocar en la tumba las puntas de lanza
clavadas en el suelo, verticales. Así se hallaron los ejemplares de las tumbas 43 y 52"
(Fernández, 1986: 800). También en Prados Redondos (Guadalajara) hay constancia de que
en la Sep. 12/81 se hincaron verticalmente las armas de astil (Cerdeño 1981: 196 y Lámina
11.1). En este caso, sin embargo, estaban clavadas las dos lanzas y los dos regatones, lo que
significa que hay tres posibilidades: (a) Las cuatro piezas se clavaron después de su crema-
ción; (b) las lanzas se hincaron partidas, pero no quemadas, conservando por tanto el astil; y (c)
se clavaron cuatro lanzas, dos por la punta y dos por el regatón, de modo que se han perdido
por arrastre dos puntas y dos regatones. Aunque la hipótesis "c" sea la más sugestiva para
nosotros, debemos reconocer que la más probable es la "a". Incluso así, sin embargo, la
afirmación aristotélica tiene algún sentido, porque si las armas se hincaron verticales en el
suelo tras la cremación, ello debió tener algún significado simbólico (aunque no necesariamen-
te el número de enemigos muertos).
Hemos citado dos ejemplos de la Meseta, pero también en el ámbito ibérico hay evidencia de
lanzas hincadas, aunque escasa. En la tumba 14 de La Oriola (Amposta, Tarragona) aparecie-
ron dos lanzas hincadas sin sus regatones (Esteve, 1974: 31). En la tumba del Cami del
Bosquet (Valencia) se hallaron punta y un regatón aparentemente hincados en las cenizas
(Aparicio, 1988: 7).
Es en el Cigarralejo (Murcia) donde tenemos más evidencia: en las Seps. 57, 118, 138 Y308
aparecieron puntas de lanza clavadas verticalmente, casi siempre en la urna; pero en todos los
casos junto con regatones (a no ser que se clavaran dos lanzas, una de punta y otra por el
regatón). Sin embargo, en el Cigarralejo también se han documentado falcatas hincadas (Seps.
103, 115, 123) e incluso manillas de escudo (Seps.1 03 y 308) (Cuadrado, 1987). Esto último
confirma nuestra idea (Quesada, 1989a: 1,225) de que los escudos con seguridad, y posible-
mente todas las armas, se quemaban en la pira, de modo que las lanzas hincadas lo fueron
cuando ya habían perdido su asta. Nos preguntamos si esto podría tener que ver con el hecho
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de que en casi todas las estelas aragonesas se representen sólo las puntas y no las lanzas
completas.
En conclusión, es a nuestro entender probable que Aristóteles reflejara una práctica antigua
de hincar sobre las sepulturas lanzas o las puntas de las mismas una vez quemadas en la pira,
noticia que tomaría de Eforo o de algún autor siciliano cuya fuente original desconocemos. La
práctica tardía aragonesa de grabar puntas de lanza o lanzas completas en estelas sería un
reflejo crepuscular y monumental, limitado geográficamente, de esa práctica trasladada a la
piedra. La evidencia apunta -sólo apunta- a que esta costumbre estaba extendida en la costa
mediterránea y en el Ebro, pero también en la Meseta.
En cambio, es más dudoso que el número de lanzas o puntas aluda al número de enemigos
vencidos, sino que estaría más probablemente en relación con el arma como símbolo personal
del difunto, activa y capaz hasta el final; todo ello dentro -quizá- de un concepto global de
heroización del guerrero muerto.
El hecho de que se usara la lanza como símbolo en concreto no debe engañarnos: esta
evidencia de la preeminencia simbólica de la lanza se circunscribe al Bajo Aragón, mientras
que en el resto de la Península hay pruebas claras de que fue la falcata más que la lanza el
arma más cargada de connotaciones simbólicas (Quesada, 1992,201-225, espec. pág. 210-
211). En todo caso debemos recordar aquí la preeminencia táctica de la lanza sobre la espada
en combate en todo el Mediterráneo antiguo (Quesada, 1991: 1.114-1.119), así como la
importancia simbólica de la lanza entre otros pueblos mediterráneos, de modo que esta
práctica simbólico-ritual se integra perfectamente dentro de un cuadro general de costumbres.
funerarias protohistóricas.
La lanza sufre, desde el punto de vista de su interpretación simbólica, de una contradicción
interna. Es en principio menos noble que la espada, arma que el guerrero lleva siempre encima,
de la que no se debe desprender arrojándola, y que por tanto resulta profundamente personal.
Es menos noble que el casco o el escudo, que pueden asegurar la supervivencia del guerrero
protegiendo su cuerpo, y que por tanto pueden ser decorados con motivos apotropaicos; el
escudo además es campo para desplegar símbolos de identidad personal o nacional (Chase,
1902; Bendala, 1987).
El arma de asta no puede reclamar ninguna de esas dos virtudes, y sin embargo, es el arma
principal en el campo de batalla, el arma que tiene preeminencia táctica. Por tanto, y aunque en
principio podemos vernos tentados a limitar su papel simbólico, éste llegaa existir. Hemos visto
un ejemplo arqueológico que indica claramente su importancia en la cultura ibérica, en el
ámbito funerario (lanza-símbolo en las estelas bajoaragonesas); podríamos ampliarlo al ámbito
de los vivos (lanzas decoradas con damasquinados, Quesada, 1991: 1.084-1.089). A continua-
ción resumiremos, siguiendo sobre todo el fundamental artículo de Andrew Alfoldy, 1959), el
papel que la lanza ha tenido en otros pueblos del antiguo Mediterráneo, para probar que el caso
documentado arqueológicamente en la P. Ibérica no es en modo alguno excepcional.
En Grecia la lanza, aparte de su omnipresencia en las referencias militares, parece tener una
tradición de tipo fetichista: una lanza (dory) era objeto de culto en Queronea, y algunos papiros
testimonian incluso un culto a la lanza en época clásica, que es condenado -como el hábito de
jurar sobre una lanza- como hybris. (Alfoldy, 1959: 23-25).
Hay muchas más noticias que muestran el papel importante que para los romanos tuvo la
lanza: Verrio Flacco (recogido por Festo) pudo escribir que "hasta summa armorum et imperii
est", y es bien sabido que una de las recompensas principales militares romanas era el hasta
donatica, de la que se discute su forma y material. Según algunos autores, sería totalmente de
madera sin punta metálica, como las lanzas más primitivas (Brunaux y Rapin, 1988: 85); según
otros, tendría punta metálica como una lanza normal pero "nueva", no ensangrentada por el uso
(Couissin, 1926: 12); en el Imperio llegó a ser una lanza de plata entregada a primipili y
miembros del orden equestre (Webster, 1979: 134). En todo caso, no deja de ser significativo
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que se trate de una lanza, quizá, como quiere Guadán (1979: 42), una de las recompensas
militares más antiguas.
Por otra parte, la lanza adquiere entre los romanos un significado mágico: al declarar la
guerra a un enemigo, los tefia/es arrojaban una jabalina de madera sin punta de hierro sobre
territorio enemigo (Liv. 1, 32, 13) (ver Martínez Pinna, 1981: 242 y n.º 715 para bibliografía más
antigua sobre el papel mágico del hasta). No es extraño en estas condiciones que Alf61dy
pudiera escribir su denso artículo subtitulado ''The Spear as Embodiment of Sovereignty in
Rome", recalcando que la lanza fue, incluso en época de Augusto, el emblema de imperium por
excelencia, y que lo había sido antes, hasta el punto de que Trogo Pompeyo, refiriéndose a los
comienzos de la historia romana, podía escribir: per ea tempora adhuc reges hastas pro
diademate habebant quas Graeci sceptra dicere (Justino, Epit. 43, 3, 3). La lanza siguió siendo
el símbolo supremo de poder incluso en época imperial, aunque ahora sólo extra pomerium
(Alfoldy: 6). Las insignias legionarias, incluso, no son sino lanzas muy decoradas (Alfoldy,
1959: 12 ss.).
Por las razones que venimos comentando se explica fácilmente que las puntas de lanza
tengan una posición tan preeminente en las monedas "etnográficas" romanas que aluden a las
conquistas en la P. Ibérica (por ejemplo, junto con la falcata, en los denarios emeritenses de P.
Carisio). No queremos decir con todo esto que la lanza tuviera en Iberia un papel similar al que
tuvo en Roma o Grecia, con toda su complejidad. Simplemente, la riqueza de fuentes literarias
e iconográficas de estas culturas en comparación con la Ibérica nos obliga a buscar allí
posibles orientaciones para explicar fenómenos que en la P. Ibérica sólo se observan a través
de la arqueología.
Dicho esto, recordemos sin embargo que en aquellas culturas el valor simbólico de la lanza
derivaba de su preeminencia táctica, y esa preeminencia se produjo también en Iberia. Puesto
que hemos analizado la evidencia arqueológica de una valoración especial de la lanza,
debemos estar advertidos sobre este "valor simbólico añadido" que la lanza pudo adquirir en
determinados contextos, sobre todo en aquellos relacionados con el prestigio personal e
individual más que el de poder o imperium estatal. En ese sentido se entenderían bien las
figuraciones de las estelas aragonesas, la aparición de puntas hincadas en las tumbas, la
decoración con plata de algunas moharras de lanza, e incluso su aparición ocasional en
santuarios.
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