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Cuadernos de Arqueología
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Cuadernos de Arqueología
Universidad de Navarra, 21, 2013, págs. 151 – 218
SIGLO Y MEDIO DE INVESTIGACIONES: ESTADO ACTUAL
DE LA ARQUEOLOGÍA DE ÉPOCA ANTIGUA EN NAVARRA
Javier ARMENDÁRIZ MARTIJA1
RESUMEN: El presente artículo analiza cuáles han sido las etapas y los ritmos de
la historiografía arqueológica en Navarra de la Edad del Hierro y de la Época
Romana durante los últimos 150 años con el fin de evaluar el estado actual de
su investigación. También evalúa sus aciertos y desatinos con el fin de hacer
una prospectiva sobre la investigación arqueológica de estas épocas de cara al
diseño de un posible planteamiento estratégico de futuro de la misma.
PALABRAS CLAVE: Historiografía, arqueología, Navarra, Edad del Hierro, roma-
nización.
ABSTRACT: The present article analyses which have been the stages and the rates
of the archaeological historiography about the Iron Age and the Roman time in
the last 150 years in Navarre, so as to evaluate the current state of the research.
This paper also evaluates the success or the failure of the studies with the
purpose of having a general survey of the archaeological research through the
time to outline a reasonable approach to it for the future.
KEYWORDS: Historiography, Archaeology, Navarre, Iron Age, Romanization.
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Dirección electrónica: javarmar@terra.com
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A don Juan Maluquer de Motes, a los 25 años de su fallecimiento,
por su dedicación y entrega a la Arqueología navarra
1. INTRODUCCIÓN (Fig. 1)
En el Almacén de Arqueología del Gobierno de Navarra se conserva un
bonito cartel de época que recuerda e informa de que el día 28 octubre de 1856,
a la altura de los números 16 y 18 de la pamplonesa calle Curia, en el contexto
de unas obras públicas, se descubrieron y recuperaron dos mosaicos romanos
que representaban un caballo marino el primero y la puerta y murallas de una
ciudad el segundo, que fueron expuestos en lugar público “como monumento
digno de perpetua memoria por su venerable antigüedad”. Gracias al aprecio
de entonces, estos mosaicos hoy siguen formando parte de la exposición
permanente del Museo de Navarra (puerta y murallas) o está depositado en los
fondos arqueológicos públicos que la Administración Foral tiene en Cordovilla
(hipocampo). Este hallazgo fue el primero de una larga serie de descubri-
mientos arqueológicos ininterrumpidos hasta la actualidad llevados a cabo por
generaciones de investigadores, no solo en Pamplona sino por buena parte de la
región, que han ido construyendo y modelando la historiografía de la arqueo-
logía en Navarra. Por ello, si tuviéramos que fijar una fecha del comienzo de lo
que hemos denominado en el título de este artículo “arqueología de época an-
tigua en Navarra” –entendiendo por tal la investigación, protección, estudio y
divulgación de lo que hoy conocemos como patrimonio arqueológico de la
Edad del Hierro y el período romano promovido desde las administraciones
públicas, con una cierta sistematicidad científica y proyección en el tiempo– no
tendríamos dudas en señalar esa fecha y estos hallazgos localizados no lejos de
la catedral pamplonesa.
No obstante, no haríamos justicia si antes no mencionásemos cuando me-
nos unos antecedentes historiográficos, como son las noticias aisladas con cierto
contenido arqueológico transmitidas por destacados historiadores de los siglos
anteriores. Por orden cronológico, en primer lugar hay que citar la figura del
que fue obispo de Pamplona e historiador Prudencio de Sandoval (1552-1620),
que redactó un Catálogo de los obispos que ha tenido la santa Iglesia de Pamplona. En
este estudio, al hablar sobre la antigüedad de esta ciudad, basándose en los es-
critores clásicos (Estrabón y Ptolomeo, entre otros) describe la recogida de mo-
nedas romanas en los cimientos de una casa junto al convento del Carmen, así
como el descubrimiento de un idolillo de bronce al derribar “muros viejos” y
“una torre cuadrada obra de romanos” en un contexto histórico de descubri-
miento y revalorización del mundo clásico en Occidente (Sandoval, 1624: 2-4).
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P. Sandoval también relata hallazgos de otras “antigüedades romanas” en San-
güesa, Villatuerta, Mués, Tafalla y Cascante; sin embargo, su mayor aportación
para la arqueología fue, sin duda, la transcripción de tres láminas de bronce
(dos pactos de hospitalidad –uno de ellos de la ciudad de Pompelo– y una carta
dirigida a dos duunviros pompelonenses) fechadas respectivamente en los años
57, 185 y 119 de nuestra era; las dos primeras se encontraron en Arre, cerca de
Pamplona, en 1583 “en una viña contigua a la Iglesia y Hospital de La
Trinidad” (Díaz y Guzmán, 2009). Todas, lamentablemente, desaparecieron al
poco tiempo de ser transcritas.
Una centuria más tarde, el jesuita e igualmente historiador José de Moret
(1615-1687), nombrado por las Cortes primer cronista del reino en 1654, reco-
giendo y matizando las aportaciones de P. Sandoval, reconstruyó los orígenes
de la actual Navarra en la antigüedad precristiana, analizando las informacio-
nes que los distintos autores clásicos dejaron sobre el área vascónica y particu-
larmente de los restos que en ella habían aparecido. El padre Moret, en su obra
publicada en 1665 Investigaciones históricas de las antigüedades del reino de
Navarra,revisó la nómina de ciudades y mansiones fácilmente reconocibles por
su toponimia parlante como Pompelo, –en la que incluso abordó el papel jugado
por Pompeyo El Magno en su “fundación”, un debate historiográfico muy
actual, por cierto– Cascantum, Calagurris, Ilumberri y otras que por primera vez
documentó sólidamente, caso de Andelo (Muruzábal de Andión, Mendigorría) y
Cara (Santacara), en donde describió y transcribió restos arqueológicos e
inscripciones romanas (Moret, 1776: 31-32). También localizó, con cierta
imprecisión, la ciudad de Curnonium en las “inmediaciones” de Los Arcos (en la
“Oya de Cornava”, que está en jurisdicción de Viana), eso sí, utilizando sólidos
argumentos documentales aunque confundió los toponímicos.
De la sistemática recopilación histórica de J. de Moret han bebido buena
parte de los historiadores posteriores hasta prácticamente el siglo XX. Sus apor-
taciones también se recogieron en los diccionarios Geográfico e Histórico de Espa-
ña de la Real Academia de la Historia (1802) y el posterior Geográfico-Estadístico-
Histórico de España de Pascual Madoz (1845-1850), en los que se añaden y
describen nuevos hallazgos como el miliario de Constantino de la ermita de
Santo Domingo de Pitillas (hoy desaparecido) y otros, como los que se enume-
ran en la voz “Berrabia” (al oeste del valle de Lana): vestigios romanos –estelas
funerarias con inscripciones– en la ermita de San Sebastián de Gastiáin y las
fortificaciones “romanas” en los sitios de Muro y Ormas (Madoz, 1986: 74). El
aprecio por las estelas hizo que en el siglo XX se trasladaran al Museo de
Navarra, donde hoy se exhiben, mientras que los restos de fortificaciones desde
hace años sabemos que son castros de la Edad del Hierro tras la investigación
realizada por quien suscribe. También debemos señalar la recopilación e in-
ventario sistemático de los restos romanos descubiertos en Navarra hasta en-
tonces que por esos años hace Juan Agustín Ceán Bermúdez (1748-1829) en
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Sumario de las antigüedades romanas que hay en España, en especial las referentes a las
Bellas Artes, su obra póstuma (Ceán, 1832).
En estas páginas nos disponemos a relatar, sin poder ser exhaustivos, lo
que han sido los ritmos de la historiografía arqueológica en Navarra de la Edad
del Hierro y de la Época Romana durante los últimos 150 años con el fin de
evaluar el estado actual de su gestión e investigación. También procederemos a
chequear sus aciertos y desatinos, a hacer una prospectiva sobre la misma y
contribuir a plantear una propuesta de estrategia de futuro para la misma.
2. HISTORIOGRAFÍA DE LA ARQUEOLOGÍA NAVARRA DE ÉPOCA
ANTIGUA
a) El trabajo arqueológico de la Comisión de Monumentos hasta la
guerra civil (1856-1936)
El descubrimiento en la calle Curia el año 1856 de los mosaicos en blanco y
negro del hipocampo y las murallas, su posterior arranque, custodia y exhibi-
ción en dependencias municipales de Pamplona por parte de Pablo Ilarregui
Alonso, secretario del Ayuntamiento e historiador perteneciente a la Real Aca-
demia de la Historia, así como poco después también el hallazgo en esta misma
la calle del emblema central del mosaico polícromo de “Teseo y el Minotauro en
el laberinto de Creta” marcan un antes y un después de la investigación
arqueológica y su gestión pública en nuestra Comunidad. Pocos años antes, en
1844, siguiendo el modelo francés de salvaguardia patrimonial, en Navarra se
había fundado, como en el resto de España y a instancias del Gobierno isabe-
lino, la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos Provincial, de la que
P. Ilarregui llegó a ser vicepresidente. En sus primeros años tuvo poca activi-
dad; declarada como “de utilidad pública”, tras su refundación en 1865, con
nuevas y mayores atribuciones dedicadas a la conservación del patrimonio
cultural en esta región, fue un organismo muy activo, trabajando en estrecha
relación con las Reales Academias de la Historia y de San Fernando. El Regla-
mento de ese mismo año aprobado por el Ministerio de Fomento confería a las
Comisiones provinciales amplios poderes en materia arqueológica, no sólo a
nivel de excavación sino también para procurar su protección y conservación.
Concretamente, su artículo 17 otorgaba a las CCMM la dirección de las excava-
ciones arqueológicas previo consentimiento de la Academia de la Historia,
“todas las excavaciones que consideren oportunas para la ilustración de la
historia nacional” (Lavín, 1997: 406).
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La Comisión, desde el principio y siguiendo el guión de su Reglamento,
puso el punto de mira de su actuación en la creación de un museo en Navarra
–inexistente hasta entonces– que mostrase todos los bienes muebles históricos y
artísticos que poco a poco se fueron acopiando en su sede, sita en el antiguo
edificio de la Cámara de Comptos de Navarra desde 1868, un inmueble em-
blemático del gótico civil muy adecuado para tal fin, declarado Monumento
Nacional en ese mismo año pues una de las labores de la Comisión fue preci-
samente evitar su demolición y procurar su conservación de manera más o me-
nos digna. Algunos de estos bienes eran de carácter religiosoprovenientes de las
desamortizaciones religiosas, otros del control ejercido sobre las ventas de
objetos artísticos y antigüedades; pero otros muchos eran restos arqueológicos
que procedían de las primeras pesquisas de la arqueología prehistórica (en el
siglo XIX es cuando nace la Prehistoria como disciplina científica) y de las pros-
pecciones y excavaciones de yacimientos de época antigua que poco a poco se
fueron generalizando. Figuras y miembros activos de la Comisión navarra,
desde su fundación hasta su desintegración en los prolegómenos de la última
guerra civil fueron, entre otros, José Yanguas y Miranda, Juan Iturralde y Suit,
Nicasio Landa, Florencio Ansoleaga, Pablo Ilarregui, Arturo Campión, Julio
Altadill y, en sus últimos años de existencia, José Esteban Uranga. Todos sus
trabajos se fueron dando a conocer en las actas de la comisión, informes ele-
vados a las Reales Academias de la Historia y Bellas Artes y en noticias y ar-
tículos publicados sin periodicidad entre los años 1895 y 1936 en el órgano de
expresión de esta institución tutelar: el Boletín de la Comisión de Monumentos
Históricos y Artísticos de Navarra.
Los datos más antiguos sobre la investigación arqueológica promovida
por la Comisión del período que estamos analizando se remontan al año 1866,
cuando se supo del hallazgo de un mosaico romano en Lumbier. Dos años des-
pués esta Comisión Provincial de Monumentos pudo analizar y recoger objetos
de unas excavaciones arqueológicas realizadas por el médico de los Baños Vie-
jos de Fitero en unas “importantes construcciones romanas” del complejo ter-
mal. En ese mismo año, Nicasio Landa redactó e ilustró una memoria sobre el
conjunto de lápidas romanas empotradas en los muros de la ermita de San
Sebastián de Gastiáin (Valle de Lana), conocidas por su vistosidad y número
desde finales del siglo XVIII, y sobre las que Pablo Ozcáriz trabaja en este
mismo volumen. En 1868 Ilarregui informó sobre el hallazgo casual de dos mil
monedas romanas en Sangüesa, que no pudieron reclamarse debido a que la
legislación del momento otorgaba la propiedad a sus descubridores; a finales de
ese mismo año se extrajeron varias lápidas romanas de la ermita de San Sebas-
tián de Gastiáin (Lavín, 1997: 431).
Los primeros hallazgos de restos de la Edad del Hierro tuvieron lugar
alrededor del año 1870, cuando Juan Iturralde y Suit excavó varias sepulturas y
cuevas en el municipio de Echauri. J. Iturralde actuó movido por el interés que
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había despertado fechas atrás el hallazgo en las obras de una carretera, cerca del
pueblo, de una colección de armas y herramientas agrícolas de hierro (Lavín,
1997: 431-432), que Pere Bosch Gimpera dio a conocer en un artículo de 1921
donde incluso bautizó un nuevo tipo de espada de antenas con el nombre
“Echauri” (Bosch Gimpera, 1921).
Tras el parón de la Segunda Guerra Carlista (1872-1876), los trabajos ar-
queológicos de la Comisión Provincial se intensificaron, en parte porque perdió
como atribución la restauración de monumentos arquitectónicos y volcó su
interés en los bienes muebles y la creación de un museo. En 1879 la Comisión
tuvo conocimiento de que en las inmediaciones de Cascante –la antigua civitas
de Cascantum– se encontraban señales de “construcciones romanas”, pues ha-
bían aparecido a poca profundidad restos de esculturas y monedas, por lo que
se acordó practicar una excavación de la que no existen más datos (Quintanilla,
1995: 316-318).
En 1883 la Comisión realizó excavaciones en Arellano para estudiar un
llamativo mosaico romano polícromo que un año antes un agricultor de Arró-
niz había descubierto en el sitio denominado “Alto de la Cárcel”, algunos de
cuyos fragmentos habían desaparecido (Quintanilla, 1995: 317 y Mezquíriz,
2003: 23). Los trozos mayores del mosaico fueron adquiridos por el Gobierno
con destino al Museo Arqueológico Nacional, e incluso intentó comprar los
terrenos; otros restos recuperados pasaron a dependencias de la Comisión en el
edificio de Comptos. Todos ellos volvieron a reunirse en Madrid en 1945 tras
llegar a un acuerdo entre la Institución Príncipe de Viana y el Museo Arqueo-
lógico Nacional. Estudiado por A. Fernández de Avilés, es conocido desde en-
tonces como “El mosaico de Arróniz de las Musas acompañadas de Maestros”
(Fernández de Avilés, 1945).
En 1890 el alcalde de Los Arcos pidió en un oficio a la Comisión de Monu-
mentos que hiciese exploraciones arqueológicas en las “galerías de los moros”,
en las que se gastaron 3.790 reales, según consta en las actas. En esta localidad
existían ciertas informaciones previas que citaban hallazgos de “túneles, mosai-
cos, una pierna de hombre de mármol, trozos de un gran cuerpo e inscrip-
ciones, objetos antiguos de servicio doméstico, cazuelas, un dedo de bronce”
(Lavín, 1997: 432).
En 1892 la Comisión recuperó para sus fondos los famosos mosaicos
descubiertos en la calle Curia tras haberlos reclamado al Ayuntamiento de Pam-
plona un año antes, pues estaban “arrinconados donde nadie los ve”, con miras
a exhibirlos en el futuro Museo de la Comisión que se estaba formando. En
Pamplona la última década del siglo XIX fue arqueológicamente prolífica en las
calles Curia y Navarrería, pues en labores de limpieza y obras del alcantarillado
se encontraron más fragmentos de mosaicos. La Comisión habló con el Ayun-
tamiento y propietarios de las casas con números pares de Curia para diseñar
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una excavación arqueológica en toda regla, que se tradujo en una serie de catas
o sondeos realizados en ambas calles y en algunos de los sótanos de las casas
entre los meses de abril y julio de 1895. Estos trabajos concluyeron poco des-
pués con el hallazgo de “restos de antiguas construcciones, considerable núme-
ro de monedas romanas y fragmentos de cerámica romana”. En este contexto
también se recuperaron una columna de fuste acanalado, un capitel corintio,
una estela funeraria y dos restos de esculturas en bronce que lamentablemente
desaparecieron: una cabeza femenina de busto o estatua que, según J. Altadill,
pertenecía a la diosa Juno y una estatua femenina de tamaño natural, acéfala
también, hallada por Iturralde y Suit en la calle Navarrería, que representaba a
la diosa Ceres por portar un manojo de espigas en su mano derecha.
Los últimos años del siglo XIX marcan el nacimiento o, mejor dicho, el
descubrimiento de la Prehistoria navarra pues, desde 1894, la Comisión comen-
zó a descubrir, catalogar y estudiar los abundantes monumentos megalíticos
que jalonan nuestra región, algo que escapa a nuestro ámbito cronológico de es-
tudio. Sin embargo, hay que señalar cómo también a partir de 1895 se planteó la
necesidad de hacer una especie de “Carta Arqueológica de los restos romanos
conocidos en Navarra”. Para ello, se giraron visitas a localidades navarras en las
que “es probable que existan vestigios de antigüedades romanas importantes, convi-
niendo en que se acopien cuantas noticias sean oportunas, y se verifiquen a su tiempo,
con las precauciones debidas, los trabajos de exploración indispensables para exhumar
dichos restos”. Florencio Ansoleaga y Juan Iturralde y Suit propusieron “trazar
un plano de Navarra marcando los puntos donde se han encontrado restos de cons-
trucciones romanas, vestigios de vías, acueductos, hornos, mansiones, sepulturas,
lápidas, mosaicos, piedras miliarias y votivas, etc., consten o no su nombre en los histo-
riadores, con objeto de poseer una representación gráfica de la ocupación romana en Na-
varra” (Actas números 338 y 340 de la Comisión de Monumentos de 8 de
febrero y 6 de mayo de 1895, respectivamente). Sin embargo, estos resultados
no se hicieron públicos hasta 1928, no sabemos si como fruto de este proyecto o
de la propia labor investigadora de Julio Altadill, que llegó a ser vicepresidente
de la Comisión además de miembro de la Real Academia de la Historia. Él es el
autor de la obra recopilatoria “De re geographico-historica: vías y vestigios
romanos en Navarra” que contiene numerosas noticias inéditas y una
interpretación histórica y espacial del fenómeno de la romanización (Altadill,
1928).
El cambio de siglo y sus cuatro primeras décadas trajeron consigo una
cierta inactividad en los trabajos arqueológicos de campo de la época antigua, lo
que contrasta y coincide con el despegue de la arqueología prehistórica, pues
fue entonces cuando se fueron publicando los primeros trabajos de in-
vestigación sobre el megalitismo navarro, tanto por miembros de la Comisión
(P. Ansoleaga y J. Iturralde y Suit, fundamentalmente) como por investigadores
foráneos que trabajaron en Navarra (José Miguel de Barandiarán, Telesforo
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Aranzadi y Enrique Eguren). Sí que las Actas de la Comisión registran, en 1904,
el interés por incrementar las colecciones con destino al museo procurando la
adquisición de las lápidas romanas de Oteiza, monasterio de La Oliva, Estella y
Villatuerta. En 1911 se descubrieron nuevas inscripciones romanas en Barbarin
y Estella. La documentación administrativa demuestra la tutela patrimonial
efectiva ejercida por la Comisión, pues hubo copiosa correspondencia cruzada
con particulares y autoridades locales encaminada a su protección, recupe-
ración y salvaguarda en el museo del edificio de Comptos. También se solicitó
informes al respecto al P. Fidel Fita, destacado historiador, filólogo y miembro
activo de la Real Academia de la Historia, quien por esos años estudió todas
estas inscripciones y algunas de las de la ermita de San Sebastián de Gastiáin en
varios artículos publicados en los Boletines de la Comisión de Monumentos y
de la Real Academia de la Historia (Fita, 1907, 1911 y 1913).
En 1921, al hacer trabajos agrícolas en una finca de Nicanor Pérez de
Obanos en Liédena se descubrió un “hermoso mosaico romano, abundancia de
piezas de cerámica, una piedra con inscripción romana incompleta y cuatro monedas del
emperador Antonio Pío y su esposa Faustina y de marco Arurelio y Masimino I
(Quintanilla, 1995: 319). La Junta de la Comisión, en comunicación con las
Reales Academias, el Gobernador Civil y el alcalde de Liédena, ordenó la pro-
tección del yacimiento y de los restos que iban apareciendo en las excavaciones,
para lo cual se creó una subcomisión capitaneada por J. Altadill. La importancia
de lo encontrado en tan espectacular emplazamiento frente a la Foz de Lumbier
condujo a la supervisión directa de los trabajos realizados, así como a adquirir
el terreno para su conservación integral y convertirlo en una estación arqueo-
lógica permanente. Merece la pena destacar esta actuación, pues en ella se ve
por primera vez no solo el intento de proteger in situ los restos arqueológicos de
carácter inmueble de la actividad agraria sino también el de diseñar un plan-
teamiento metodológico de investigación y conservación a largo plazo de un
yacimiento, aunque los resultados, como veremos, no fructificaron hasta pasada
la guerra civil, cuando se abordó la excavación en área íntegra de la Villa Ro-
mana de Liédena, una de las más referenciadas en la historiografía de las villas
romanas hispanas y sobre la que, también, se aportan novedades en este volu-
men.
La creación de un museo provincial fue uno de los fines principales de la
Comisión desde su fundación en 1844 para lo cual, como hemos visto, se esta-
bleció su sede en el edificio de la Cámara de Comptos, adonde fueron a parar
las colecciones artísticas y arqueológicas reunidas por distintas gestiones hasta
el final del siglo XIX. Desde 1902, en este proyecto trabajó a plena dedicación
Altadill, reactivando la recogida de objetos y donaciones durante esos años. En
1904 se adecuaron cuatro salas del edificio de Comptos para Museo Provincial.
En 1906 las Actas de la Comisión destacan que la campaña de petición de dona-
tivos a los particulares y miembros de la Comisión para el museo se tradujo en
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la entrega de múltiples objetos, tanto prehistóricos como romanos (Acta número
406 de la Comisión de Monumentos de 3 de agosto de 1906). Con todos los
materiales reunidos, el 28 de junio de 1910 fue inaugurado el Museo Artístico-
Arqueológico de Navarra (nombre que se le adjudicó ya en 1906) con discurso
del propio Altadill, que se abrió al público en este edificio pamplonés de la calle
San Francisco. Las piezas de gran formato fueron colocadas en la planta baja del
edificio, mientras que la sala de Arqueología y Numismática se estableció en el
primer piso. Con el paso de los años el museo fue creciendo con, entre otras
colecciones, los legados de Ansoleaga e Iturralde y Suit. Sin embargo, el declive
de la actividad y la politización de la Comisión en los años veinte mermó con-
siderablemente la proyección y actualización de las salas del museo, que se des-
manteló en 1940 (Quintanilla, 1995: 251-268) (Fig. 2).
Al margen de la Comisión Provincial de Monumentos, en la zona de San-
güesa y las Cinco Villas de Aragón, el jesuita P. Francisco Escalada realizó una
incansable recopilación de restos arqueológicos que reunió en el Museo del
Castillo de Javier (Maruri, 2006). De esta importante colección, que hoy se con-
serva en el Museo de Navarra, destaca la muestra epigráfica de estelas, cipos
funerarios y miliarios, así como restos arquitectónicos recuperados en El Cas-
tellar de Javier, Santa Criz de Eslava, Los Casquilletes de San Juan de Gallipienzo y
otros recogidos en las localidades de Aibar, Rocaforte, Sofuentes, Castiliscar,
Campo Real y Sos del Rey Católico. Esta importantísima labor de salvaguarda y
de estudio de las colecciones las dio a conocer en su obra de referencia: La ar-
queología en la villa y castillo de Javier y sus contornos (Escalada, 1943).
En el ámbito de la investigación prerromana, no será hasta el año 1926
cuando por primera vez se tenga noticia de la existencia de un poblado indí-
gena de la Edad del Hierro en El Castejón de Arguedas, posteriormente roma-
nizado. Fue dado a conocer por Jesús Etayo, aunque no consiguió que la Comi-
sión de Monumentos realizara una excavación en este yacimiento “ibero-ro-
mano” por falta de medios (Etayo, 1926). Un año después el afamado arqueó-
logo Juan Cabré Aguiló, durante una estancia en el Balneario de Fitero, localizó
a escasos metros de este lugar uno de los poblados que más tarde sería objeto
de minuciosa investigación arqueológica desde el Servicio de Excavaciones de
la entonces Diputación Foral de Navarra: la Peña del Saco (Lavín, 1997: 434).
Desde el campo de la investigación prehistórica, durante el primer tercio del
siglo XX también se van a producir las primeras investigaciones arqueológicas
realizadas en la zona pirenaica en los círculos de piedras o crómlech de la Edad
del Hierro, también denominados en euskera baratzak. En este sentido, cabe ci-
tar los trabajos ejecutados por José Miguel de Barandiarán en Olegui, cuyo in-
forme de excavación se perdió, aunque por publicaciones posteriores sabemos
que no apareció nada de importancia (Barandiarán Ayerbe, 1949 y Arrese, 1988:
68-69). Poco después, en 1926, elP. Barandiarán y Telesforo de Aranzadi rea-
lizaron una cata en el interior de un crómlech ubicado cerca del collado de
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Atalosti, donde únicamente exhumaron materiales modernos (Aranzadi
yBarandiarán, 1953: 86).
En los años veinte del pasado siglo los posicionamientos políticos e ideo-
lógicos en la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de Navarra enra-
recieron y enfrentaron las relaciones entre sus miembros, entre los que domi-
naban las tesis nacionalistas. El último libro de Actas data de 1927, aunque el
Boletín siguió publicándose en los años 1927, 1928, 1934, 1935 y 1936. Todo ello
repercutió en la propia actividad de la Comisión y sus funciones de defensa,
protección y divulgación del patrimonio cultural, particularmente en los traba-
jos de índole arqueológica. Fue disuelta de manera legal en el año 1940, coinci-
diendo con la creación de la Institución Príncipe de Viana, tras los años de la
guerra civil en los que la atención político-administrativa se desvió a otros pro-
blemas y la protección patrimonial quedó relegada a un segundo plano.
b) La labor del Servicio de Excavaciones de la Institución Príncipe de
Viana desde su creación hasta la inauguración del Museo de Na-
varra (1940-1956)
El 20 de octubre de 1940 la Excelentísima Diputación Foral fundó la Insti-
tución “Príncipe de Viana” como Consejo de Cultura Navarra, lo que puso re-
medio al estado de abandono en el que se encontraba la tutela y protección del
patrimonio después de la guerra civil, pues la Comisión de Monumentos ya se
había disuelto de facto años atrás. Entre sus objetivos fundacionales destacaban
la investigación, protección, restauración y vulgarización de la cultura por medio de
publicaciones, bibliotecas, museos y exposiciones, cursos y conferencias. En su primera
sesión la Institución ordenó cerrar y desmantelar el Museo Artístico-Arqueo-
lógico de Navarra de la Cámara de Comptos; tras 30 años de vida, sus fondos se
trasladaron provisionalmente al Archivo General de Navarra a la espera de
mejor destino (Quintanilla, 1995: 251-268). También se fundó la revista perió-
dica epónima en la que se irían publicando todos los trabajos e investigaciones
de esta Institución, también en los primeros años los de índole arqueológica, si
bien estos últimos se editaron con posterioridad conjuntamente en la serie Exca-
vaciones Arqueológicas en Navarra para lograr mayor difusión en los círculos ar-
queológicos.
En el ámbito del patrimonio arqueológico la recién creada Institución Prín-
cipe de Viana inició una trepidante etapa de excavaciones arqueológicas promo-
vidas y financiadas por la Diputación Foral de Navarra. A tal fin se contó con
los mejores profesionales y especialistas de la Arqueología española del mo-
mento: Cayetano de Mergelina, Salvador Rivera Manescau, Blas Taracena, Luis
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Vázquez de Parga, Octavio Gil Farrés, Jorge de Navascués y Juan Maluquer de
Motes. Las primeras tareas las realizó el catedrático de la Universidad de
Valladolid C. Mergelina, quien redactó una cartilla de divulgación arqueológica
y cuestionario para la concienciación y divulgación popular encabezada y
dirigida fundamentalmente a los “Señores Sacerdotes, Secretarios, Médicos,
Maestros, Abogados...” (Mergelina, s. a.). Dicha publicación didáctica impresa
con textos y láminas de dibujos de piezas arqueológicas, en la que no consta año
de edición, procuraba “iniciar una franca y útil labor, encaminada a la recons-
trucción histórica”, para lo cual también se invitaba a los doctos lectores a par-
ticipar cumplimentando el cuestionario final dirigido a saber de la existencia en
sus pueblos de residencia de posibles restos arqueológicos, ruinas, poblados,
castros y sepulturas, al objeto de tener un conocimiento exhaustivo de la reali-
dad arqueológica, recuperar restos muebles de esta índole, procurar su conser-
vación y conocer sus posibilidades de estudio (Fig. 3).
Un paso cualitativo en esta materia se dio cuando en 1942 se constituyó
oficialmente, dentro de la Institución Príncipe de Viana, un Servicio de Excava-
ciones de la Diputación Foral para promover el estudio arqueológico de los ya-
cimientos navarros de espectro variado (desde la Prehistoria a la época tar-
doantigua). B. Taracena lo dirigió hasta su muerte, en 1951, sustituyéndolo tem-
poralmente ese año Luis Vázquez de Parga. En 1952 fue nombrado director de
este Servicio Juan Maluquer de Motes, que fue catedrático de Arqueología de
las universidades de Salamanca y Barcelona y trabajó desde estas ciudades,
encargándose de él hasta el año 1964. Durante estas dos décadas fueron siste-
máticamente investigados por el Servicio de Excavaciones de “Príncipe de
Viana”, numerosos yacimientos de la Edad del Hierro y Romanos, aparte de los
prehistóricos.
Entre los primeros destacan El Castejón de Arguedas (Taracena y Vázquez
de Parga, 1943), los “poblados” de Leguín, San Quiriaco y Santo Tomás de
Echauri (Taracena y Vázquez de Parga, 1945), El Castellar de Javier (Taracena y
Vázquez de Parga, 1946a), Andelo de Mendigorría (Taracena y Vázquez de Par-
ga, 1946a), Peña del Saco de Fitero (Taracena y Vázquez de Parga, 1946b y
Maluquer de Motes, 1965), el Alto de la Cruz y la necrópolis de La Atalaya de
Cortes (Taracena y Gil Farrés, 1951, Gil Farrés, 1952, 1953 y 1956 y Maluquer de
Motes, 1954 y 1958) y la necrópolis de La Torraza de Valtierra (Maluquer de
Motes, 1953). En Castejón, B. Taracena y L. Vázquez de Parga, que eran director
y subdirector del Museo Arqueológico Nacional, también excavaron por esos
mismos años en el cerro El Castillo de este municipio ribereño, intervención
arqueológica que nunca se llegó a publicar. Se sabe que Taracena, durante su
actividad arqueológica en Navarra, excavó varios crómlech protohistóricos en
Arriurdiñeta (Baztán), de cuyos resultados nada sabemos pues este insigne in-
vestigador soriano falleció al poco tiempo de realizar el trabajo sin haber pu-
blicado la memoria. De todos estos trabajos en yacimientos de la Edad del
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Hierro destacan los de Juan Maluquer de Motes en los poblados superpuestos
en el Alto de la Cruz de Cortes, verdadero modelo de investigación científica y
crítica de los años cincuenta y referencia ineludible de los estudios del primer
milenio a. C. en el valle del Ebro, particularmente de la extensión de la cultura
transpirenaica de Campos de Urnas en la península ibérica (Fig. 4).
No fue menor la actividad desplegada durante estos lustros en la in-
vestigación arqueológica de la Navarra romana a partir de los trabajos previos
de J. Altadill y del P. Escalada, pues fueron muchos los yacimientos de esta
época por ellos señalados que se excavaron, algunos ya citados en el párrafo
anterior por tener un origen en la Edad del Hierro como El Castejón de Ar-
guedas en 1942, que fue un vicus, la ciudad de Andelo de Mendigorría (catas en
los años 1941, 1943 y 1944 por Manescau y Taracena), en San Quiriaco de
Echauri en 1943 o en El Castillo de Castejón en 1946. También se hicieron catas
en el Alto de la Cárcel de Arellano –en el sitio donde en el siglo anterior se había
encontrado el famoso mosaico de las musas y poetas– y en Los Casquilletes de
San Juan de Gallipienzo en 1944, donde hubo un importante mausoleo romano
y poco antes se había descubierto un miliario (Taracena y Vázquez de Parga,
1946a y Blázquez, 1961), y en la cercana Santa Criz de Eslava. B. Taracena tam-
bién realizó prospecciones superficiales en los términos de Mosquera (Tudela) y
en Los Paiñares o Paliñares de Mués, donde en 1942 localizó en superficie abun-
dantes e importantes restos romanos, ya conocidos desde el siglo XIX. Gran
virtud de B. Taracena y de L. Vázquez de Parga fue dar a conocer puntualmente
estos trabajos de campo que realizaron por encargo de la Diputación Foral. Un
trabajo de síntesis de todo ello fue publicado en 1946 en la revista Príncipe de
Viana en el artículo Excavaciones en Navarra. La Romanización y Epigrafía Romana
en Navarra (Taracena y Vázquez de Parga, 1946) (Fig. 5).
Pero qué duda cabe que los yacimientos de referencia de la actividad ar-
queológica de “Príncipe de Viana” en estos años fueron las excavaciones de la
villas romanas de Liédena (entre los años 1942-1947) y del Soto del Ramalete de
Tudela (año 1946). La excavación integral de la villa de Liédena, conocida desde
los años veinte, cuando se descubrió y exhumó un mosaico polícromo con em-
blema del Triunfo de Baco y reservada desde entonces para su estudio, permitió
definir en España el modelo tipo de villa romana residencial “de peristilo” y
explotación agrícola, fechada entre los siglos I y V d. C. (Taracena, 1949 y 1950).
En torno a un patio central con estanque se articularon las habitaciones, termasy
dependencias agrícolas como bodega, trujal y almacenes. La excavación en el
Soto del Ramalete fue corta y precaria pues se limitó a excavar las dependencias
más suntuosas de la misma, ya que se localizaba en unos terrenos agrícolas
privados junto a la margen derecha del Ebro que tras la finalización de los tra-
bajos arqueológicos siguieron explotándose en régimen de regadío (Taracena y
Vázquez de Parga, 1949). En ambas villas las principales habitaciones residen-
ciales estuvieron soladas con vistosos mosaicos geométricos en blanco y negro
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(Liédena) en los primeros siglos de la Era y otros algo más tardíos y vistosos
con emblemas figurados, como el seductor retrato ecuestre de “Dulcitius” alan-
ceando a una cierva en el Ramalete. Todos estos mosaicos fueron arrancados
con método y restaurados posteriormente en Pamplona, donde en esos años se
estaba trabajando en el proyecto de un nuevo museo arqueológico para Navarra
(Fig. 6).
Como último dato interesante de esta etapa señalaremos la excavación que
en 1951, con motivo del arreglo de la carretera, el profesor L. Vázquez de Parga
realizó en el alto de Ibañeta, en el Summo Pyreneo de las fuentes clásicas, en la
zona de un antiguo hospital de peregrinos jacobeos, donde logró encontrar un
fragmento de ara romana dedicada al Sol Invicto y restos de cerámica de la mis-
ma época junto al ábside de la iglesia de San Salvador. El dato es importante,
pues permite trazar por este sitio con bastante certeza el paso de las comuni-
caciones entre las ciudades romanas de Pompelo (Pamplona) y Burdigala (Bur-
deos).
c) Los posteriores proyectos del Museo de Navarra, Universidad de
Navarra y otros centros de estudio (1956-1995)
Justo un siglo después del descubrimiento de los mosaicos romanos de la
calle Curia van a coincidir dos hechos fundamentales en el devenir historio-
gráfico de la gestión de la arqueología en Navarra, como son la inauguración
del Museo de Navarra y el inicio de la excavación estratigráfica de la Pamplona
romana.
La inauguración del Museo de Navarra el 24 de junio de 1956 en el an-
tiguo hospital de Nuestra Señora de la Misericordia, junto a la calle Santo Do-
mingo de Pamplona, fue un acontecimiento institucional relevante. Adecuado
como Museo general de Navarra por el arquitecto José Yárnoz, dirigió su
instalación museográfica Joaquín María de Navascués con colecciones arqueo-
lógicas y artísticas. Entre las primeras, de gran peso en el discurso de la exposi-
ción, se mostró el legado arqueológico del antiguo Museo que la Comisión de
Monumentos montó en la Cámara de Comptos, pero sobre todo los numerosos
restos prehistóricos, de la Edad del Hierro y romanos, que el Servicio de Exca-
vaciones acumuló en sus investigaciones desde su creación2. Precisamente este
Museo fue desde entonces la sede del Servicio de Excavaciones dirigido por J.
2
Para rellenar lagunas de conocimiento de algunas etapas prehistóricas se dispuso de ma-
teriales cedidos por el Museo Arqueológico Nacional de las terrazas del río Manzanares
(Madrid), de la cueva de El Castillo (Cantabria), de la cultura de El Argar (Almería) y dis-
tintas piezas de la cultura ibérica, entre los que se encontraba algún idolillo de bronce.
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Maluquer y en el que, desde 1952 y por encargo de L. Vázquez de Parga, ya
había comenzado a trabajar la joven arqueóloga María Ángeles Mezquíriz in-
ventariando y preparando los materiales para la instalación del Museo; también
estudiando los objetos y mosaicos hallados en la Villa deLiédena, Villa del Soto del
Ramalete y Andelo que la prematura e inesperada muerte de B. Taracena dejó
inéditos. Muy pronto Mª. Á. Mezquíriz se hizo con la dirección del Museo, que
en 1958, 1959, 1967, 1975 y 1982 fue inaugurando nuevas salas y ampliando sus
instalaciones y servicios, constituyendo desde entonces el “escaparate” público
de la arqueología navarra (Fig. 7).
A partir de 1986 se iniciaron unas obras de rehabilitación estructural del
edificio y una nueva instalación museográfica, inaugurándose en 1990 el museo
que conocemos hoy. Desde 1964 Mª Á. Mezquíriz también pasó a dirigir el
Servicio de Excavaciones, reconvertido en 1973 en una Comisión de Excava-
ciones y Arqueología al amparo de la Institución Príncipe de Viana; a su vez,
esta última fue sustituida en 1985 por una Comisión Técnica de Arqueología
dentro del Consejo Navarro de Cultura, que hoy sigue vigente. Las funciones
de todas ellas han sido asesorar sobre la conservación del rico patrimonio ar-
queológico de Navarra y asegurar la coordinación de los distintos equipos de
investigación propios (Museo), de la Universidad de Navarra y de otros centros
de investigación foráneos.
Otro hecho relevante ocurrido en 1956 fue la primera excavación arqueo-
lógica que llevó a cabo Mª. Á. Mezquíriz en Pamplona, cuando comenzó el estu-
dio estratigráfico de Pompelo. Sus excavaciones en la zona del Arcedianato
supusieron un revulsivo en la arqueología clásica española, hasta entonces
estrechamente ligada con el anticuarismo y la Historia del Arte. El mérito de Mª
Á. Mezquíriz radicó en aplicar los métodos de excavación estratigráfica de los
prehistoriadores y la elaboración de una completa y necesaria tipología cerá-
mica para las producciones romanas peninsulares que aprendió de Nino Lam-
boglia durante su etapa de formación en Italia. La aportación de Mª Á. Mezquí-
riz a las investigaciones sobre las antigüedades romanas de la provincia a través
de excavaciones arqueológicas y el estudio de materiales de especial significa-
ción ha sido fundamental, con tres campos principales de acción: las ciudades,
las villas rústicas y las obras públicas. A lo largo de su carrera profesional y
hasta prácticamente la actualidad,Mª Á. Mezquíriz no abandonó el estudio del
pasado romano de la capital navarra, donde ha excavado en múltiples cam-
pañas, las últimas de ellas en el interior de la Catedral y en el Palacio Real
(Mezquíriz, 1958, 1978 y 1994)3. En los años 70, esta prolífica arqueóloga tam-
bién inició excavaciones en las civitates romanas de Cara (Santacara),
3
Como resulta casi imposible recoger aquí la totalidad del repertorio bibliográfico de María
Ángeles Mezquíriz solo citaremos las obras más importantes. Para el resto nos remitimos al
homenaje que le tributó el número 17 de la revista Trabajos de Arqueología Navarra, donde se
recopila toda su trayectoria.
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Cascantum(Cascante) y una década después lo hizo en la de Andelo
(Mendigorría), que la Institución Príncipe de Viana ya había comenzado a
estudiar en los años curenta, donde pudo descubrir los restos de
infraestructuras hidráulicas establecidas para el abastecimiento público de
aguas a la ciudad (Mezquíriz, 2009). En cuanto al estudio del poblamiento rural,
las excavaciones dirigidas por esta investigadora se han centrado en Villafranca,
Corella, las villae de San Esteban y Los Villares de Falces y, sobre todo, la “villa de
Las Musas” en el Alto de la Cárcel de Arellano (Mezquíriz, 2003). En el campo
de las obras públicas, aparte del estudio del abastecimiento de agua a Andelo,
Mª Á. Mezquíriz ha trabajado en el acueducto romano de Lodosa-Alcanadre
(Mezquíriz, 1979), la explotación minera de Lantz y la torre-trofeo de Urkulu en
Orbaitzeta (Mezquíriz y Tobie, 1992). Por último, en el tema de la minería
romana inició unos prometedores trabajos en la zona de Ayerdi, en Lantz
(Mezquíriz, 1973 y Tabar y Unzu, 1996) (Fig. 8).
Paralelamente a los trabajos de Mª Á. Mezquíriz, desde el Servicio de
Excavaciones de Príncipe de Viana Jorge de Navascués también intervino entre
1959 y 1961 en la excavación de las villas romanas de Castejón (campaña iné-
dita) y Funes, donde exhumó unas amplísimas instalaciones para la producción
de vino emplazadas en la primera terraza de la margen izquierda del río Ebro, a
la altura del puente de Rincón de Soto (Navascués, 1959).J. Maluquer de Motes,
por su parte y durante esos mismos años, prosiguió con el estudio de nume-
rosos yacimientos prehistóricos y de la Edad de Hierro y romanos, algunos en
colaboración con el arqueólogo alavés Domingo Fernández Medrano como los
del poblado El Dorre/Gazteluzar de Artajona4, trabajo que nunca se llegó a pu-
blicar y la ciudad romana de Santa Criz de Eslava. De todos sus trabajos destaca
el realizado en el poblado de Cortes de Navarra cuya memoria “Estudio Crítico
II” la editó la Institución Príncipe de Viana en el número VI de la serie Excava-
ciones en Navarra (Maluquer, 1958).
Bastantes años después, J. Maluquer de Motes reemprendió en 1983 las
excavaciones arqueológicas en el Alto de la Cruz, muriendo dos días después de
finalizar la campaña de 1988, por lo que podemos decir que a Cortes dedicó su
último trabajo intelectual; sus colaboradores Francisco Gracia y Gloria Munilla
siguieron con las investigaciones de este yacimiento protohistórico, que
tuvieron continuidad hasta 1993 (Maluquer de Motes y otros, 1990, Gracia
Alonso, 1994, Munilla y otros, 1994-1996 y 1995 y García López y otros, 1994).
Por último, en 1989 desde el Museo de Navarra se encargó una excavación de
salvamento de las nuevas sepulturas que habían aflorado al hacer una planta-
ción de árboles en la necrópolis de La Torraza de Valtierra (Castiella, 2007).
4
En el Almacén de Arqueología del Gobierno de Navarra se conservan los materiales recupe-
rados en estas campañas, que permanecen inéditos.
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Asimismo a partir de 1957 resulta destacable la actividad investigadora
del Seminario de Arqueología de la Universidad de Navarra, al frente del cual
estuvo al comienzo Alejandro Marcos Pous, que centró sus trabajos en La Rioja,
y al que después se unió Rafael García Serrano; el primero estudió la estela de
Lerga y ambos publicaron un conjunto de estelas de Aguilar de Codés (Marcos
Pous, 1960 y Marcos Pous y García Serrano, 1972). En este Seminario también
queremos destacar la labor de Enrique Vallespí, si bien dirigió sus trabajos en el
campo de la arqueología prehistórica, como así lo hizo también su alumna
María Amor Beguiristáin, que hoy sigue al frente del mismo. Seguidores de
E. Vallespí fueron Juan Cruz Labeaga y Alberto Monreal, quienes emprendie-
ron un plan de cartas arqueológicas locales (Viana y Señorío de Learza respec-
tivamente) como memorias de licenciatura (Labeaga, 1976 y Monreal, 1977);
Labeaga elaboraría poco después la de Sangüesa, cuya mayor aportación fue
dar a conocer el campamento romano de Los Cascajos (Labeaga, 1987).Este in-
vestigador centrará sus estudios posteriores en el yacimiento vianés de La Cus-
todia, con numerosas publicaciones a lo largo de estos años y recientemente en
una obra de conjunto (Labeaga, 1999-2000). La promoción en este Seminario de
la alumna Amparo Castiella Rodríguez por parte de Marcos Pous, con quien
colaboró en las excavaciones de Sansol (Muru Astráin) y El Castillar (Mendavia),
culminó con la lectura de su tesis doctoral en la Universidad de Navarra,
titulada La Edad del Hierro en Navarra y Rioja (Castiella, 1977) (Fig. 9).
En 1977 la ya doctora A. Castiella asumió la dirección de la excavación
arqueológica en El Castillar de Mendavia, terminando sus trabajos de campo en
1982 y dándolos puntualmente a conocer en sucesivos artículos científicos
(Castiella, 1979, 1983, 1985 y 1986-1987). A. Castiella también procedió a son-
dear los poblados de la Edad del Hierro de Tuturmendia de Oteiza de la Solana,
La Custodia de Viana (Castiella, 1976), Matxamendi y Allomendi en la cuenca de
Pamplona (Castiella, 1991-1992). Entre 1987 y 1988 abordó la excavación
sistemática del yacimiento de Sansol en Muru-Astráin, que ya en 1971 sondeara
con el profesor Alejandro Marcos Pous, al tiempo que en esos mismos años
limpió las viviendas semirrupestres de Leguín en Echauri y acometió una
excavación de urgencia en el Fosal/Merkatondoa de Estella (Castiella, 1988, 1990 y
1991-1992). En 1991 volvió a intervenir en El Castillar de Mendavia (Castiella,
1995: 194 y 207-210), yacimiento cuyo estudio abandona definitivamente para
emprender la investigación de El Castejón de Bargota, que excava sistemáti-
camente entre 1992 y 1996 (Castiella y otros, 2009).
También en el seno del Seminario de Arqueología de la Universidad de
Navarra, entre 1986 y 1993 María Luisa García y Jesús Sesma van a realizar el
más completo estudio territorial que se haya hecho sobre una comarca navarra
desde una perspectiva de análisis arqueológico sobre las épocas prehistórica y
romana: las Bardenas (Sesma y García, 1994). Los resultados que presentan am-
bos investigadores sobre el poblamiento prehistórico, protohistórico e histórico
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de este singular paisaje navarro son un gran tributo para la arqueología regio-
nal, no tanto –que también– por las aportaciones que realizan sobre los hábitats
de la Edad del Hierro investigados –prácticamente inexistentes y de escasa
entidad urbana– sino en cuanto que facilitan por primera vez la ordenación de
la secuencia cronocultural de la hasta entonces casi desconocida Edad del
Bronce en el área meridional de la Comunidad Foral y el estudio de hábitats
romanos secundarios de carácter rural en relación con las vías pecuarias de la
comarca. Igualmente Pedro Arrese, alentado porA. Castiella, en los años ochen-
ta reanudó los estudios sobre los crómlech o baratzak navarros, redactando su
tesina de licenciatura sobre estas construcciones funerarias de la Edad del
Hierro tan características de la zona pirenaica y la depresión atlántica. Excavó
en los monumentos de Soldadu-harriak (Quinto Real), Xantoxoten-harriak en
Sorogain (Valle de Erro) y Azpegui (Valle de Aezkoa), parece ser que sin obtener
grandes resultados ni conclusiones (Arrese, 1988: 70).
En los años ochenta y noventa, Juan José Bienes realizó sondeos arqueo-
lógicos en el Cerro de Santa Bárbara de Tudela, cuyos niveles fundacionales son
de la Edad del Hierro (Bienes, 2001: 12-21) y procedió a la excavación siste-
mática de la necrópolis protohistórica del poblado de El Castejón de Arguedas,
cuya memoria publicó con Amparo Castiella años después (Castiella y Bienes,
2002). Entre 1991 y 1996 Javier Armendáriz hizo lo propio con el poblado de Las
Eretas de Berbinzana (Armendáriz, 1995-1996 y 1998 y Armendáriz y De Mi-
guel, 2006). Sobre el recinto fortificado de Olite Carmen Jusué realizó un com-
pleto estudio morfológico e histórico que, como Taracena, fechó en época im-
perial romana (Jusué, 1985), mientras que Mikel Ramos lo contextualizó en
época sertoriana (Ramos, 1987), si bien Bernabé Cabañero cuestiona su roma-
nidad por cuestiones históricas y tipológicas y no duda en considerarlo de épo-
ca islámica (Cabañero, 1991).
En cuanto al poblamiento romano rural, también hay que destacar las
aportaciones de José Luis Ona en la zona del Ega (Ona, 1984) y, fundamental-
mente, la tesis doctoral de María Jesús Peréx sobre los vascones, que tiene la
virtud de ser una puesta al día interpretativa sobre el poblamiento y el fenó-
meno de la romanización de esta región en época romana, abordándolo tanto
desde los postulados de la Historia Antigua como los de las fuentes arqueo-
lógicas (Peréx, 1986). Mª J. Peréx, junto a Mercedes Unzu, dirigirá los trabajos
de excavación arqueológica en Espinal entre los años 1986 y 1995, que dieron
como resultado la localización de un asentamiento romano identificado como la
mansio de Iturissa–mencionada en el Itinerario de Antonino y por Ptolomeo– y
de dos de las necrópolis que tuvo en época altoimperiral: Ateabalsa y Otegui
(Peréx y Unzu, 1992 y Unzu y Peréx, 2010). Ambas investigadoras, en 1995,
también trataron de localizar unas termas romanas en Ibero (Unzu y Peréx,
1997). En 1988 el que suscribe realizó una pequeña excavación arqueológica de
urgencia en la villa romana del Soto Galindo, en Viana. En 1991 también se hi-
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cieron sondeos en la villa romana de El Cerrao de Sada (Armendáriz y otros,
1993-1994).
En el ámbito editorial debemos destacar la creación en 1979, por parte del
Gobierno de Navarra, de la revista Trabajos de Arqueología Navarra de la que ya
se han editado 24 números que recogen los artículos y memorias de excava-
ciones más significativas de la investigación arqueológica de nuestra Comuni-
dad. En el primer número se editó, entre otros, un interesante artículo recopi-
latorio de Francisco Marco de todas las estelas decoradas de época romana en
Navarra (Marco, 1979) y uno de Mercedes Unzu sobre las cerámicas romanas de
paredes finas que ella denominó “pigmentadas” (Unzu, 1979).
d) Investigaciones recientes y aportación de la arqueología preventiva
(1995-2013)
La gestión de la arqueología navarra en el último lustro del pasado siglo y
en los años que llevamos del presente ha sufrido cambios importantes, al igual
que ha ocurrido en otras regiones de España. La arqueología foral continuó es-
tando administrada al principio de este período por la dirección del Museo de
Navarra, organismo que desde 1996 contó en su plantilla con un nuevo arqueó-
logo, Jesús Sesma. Sin embargo, desde 2004 se creó dentro del Servicio de Patri-
monio Histórico de la Dirección General de Cultura una Sección de Arqueo-
logía –que sigue vigente en el organigrama administrativo foral– como órgano
gestor independiente del Museo de Navarra. Sus principales funciones son: la
protección legal, documentación, mantenimiento y difusión de los bienes mue-
bles e inmuebles del patrimonio arqueológico así como la elaboración del In-
ventario Arqueológico de Navarra y la tramitación y gestión del Plan Anual de
Excavaciones, este último con el preceptivo informe favorable de la Comisión
de Arqueología del Consejo Navarro de Cultura. Sin embargo, lamentable-
mente durante estos años no se han creado en paralelo estructuras o servicios
de arqueología municipales en las principales ciudades históricas de Navarra,
ni siquiera en Pamplona, de ahí que la creciente y casi siempre difícil gestión de
su arqueología urbana también sea tarea realizada por la administración auto-
nómica en unos años en los que las obras públicas y privadas de renovación
urbana han tenido gran dinamismo5.
5
Curiosamente la Institución Príncipe de Viana recomendó en 2001 la creación en Pamplona
de un Servicio Municipal de Arqueología en la Resolución 27/2001, de 23 de mayo, por la
que se informaba la aprobación inicial del Plan Especial de Protección y Reforma Interior del
casco viejo. En el art. 8 de la Memoria del documento de aprobación definitiva del PEPRI se
recoge esta propuesta y en el art. 48.2 de la Normativa se especifica que se encargaría de la
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En estos últimos veinte años los proyectos de investigación propios diri-
gidos desde el Gobierno de Navarra han descendido drásticamente al volcar
sus esfuerzos en otras tareas importantísimas y prioritarias de la tutela patri-
monial como han sido la catalogación, protección, conservación y difusión del
patrimonio arqueológico, aspectos que habían quedado postergados en las eta-
pas anteriores, cuando no olvidados, y que son ineludibles en la gestión del día
a día. Como consecuencia de ello, las excavaciones arqueológicas abiertas desde
los años setenta en las ciudades y villas romanas como Andelo, Cara, Pompelo,
Liédena y Arellano fueron cerrándose a la vez que sus conjuntos arqueológicos se
han ido acondicionado para la visita pública, abriendo sus ruinas a la sociedad
y al turismo con presentaciones atractivas, nuevas infraestructuras museísticas,
espacios de esparcimiento y con un horario de apertura fijo atendido por per-
sonal preparado para la atención al público. La ciudad romana de Andelo cuenta
con un museo monográfico como puerta de entrada al conjunto arqueológico
mientras que la villa romana de Arellano y los últimos mosaicos descubiertos en
ella, aparte de las instalaciones agrícolas y el espacio de culto, se pueden visitar
cómodamente en un edificio que cubre gran parte de la excavación. También se
han acondicionado con material y soportes didácticos, que los hacen accesibles
y comprensibles al público en general, los conjuntos arqueológicos de la ciudad
romana de Cara y la villa romana de Liédena (Vizcaíno y otros, 2013) (Fig. 10).
Pero la verdadera labor de la administración cultural navarra en estos
años, aunque callada y casi siempre posicionada frente a la sociedad en un dis-
creto segundo plano, ha sido el papel tutelar ejercido por la Sección de Arqueo-
logía en todo lo relacionado al patrimonio arqueológico, particularmente en la
elaboración del Inventario Arqueológico de Navarra y en el control preventivo
o “de urgencia” de todas aquellas obras que afectan al subsuelo o interven-
ciones humanas en el territorio susceptibles de ocasionar perturbaciones en los
yacimientos, cuando no destruirlos por completo.
Por un lado, el Inventario arqueológico de Navarra es una herramienta fun-
damental para la gestión de los yacimientos existentes pues difícilmente se
puede proteger, conservar, estudiar y divulgar lo que no se conoce o, a al me-
nos, no se sospecha que existe; se viene elaborando sistemáticamente desde
1989 y, a comienzos de 2013, cuenta con un registro de 6.016 yacimientos cata-
logados en una superficie estudiada que supone el 65% de la Comunidad,
“gestión de las intervenciones arqueológicas y de cuantas cuestiones relativas al Patrimonio
Histórico pudieran surgir”. No obstante, el Ayuntamiento de Pamplona hasta la fecha no ha
tomado ningún acuerdo en este sentido para la creación de un servicio de arqueología muni-
cipal. El caso del Ayuntamiento de Tudela es parecido, aunque durante algunos años llegó a
tener en plantilla contratado administrativamente al arqueólogo Juan José Bienes para tra-
bajos puntuales y, especialmente, dirigido al estudio del cerro de Santa Bárbara, pero nunca
el Gobierno de Navarra llegó a delegar la tutela del patrimonio arqueológico en la adminis-
tración municipal de esta ciudad.
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fundamentalmente concentrada en la mitad sur de Navarra6. Por otro lado, el
control desde el órgano administrativo de la arqueología navarra de todo lo
relacionado con las grandes obras de infraestructuras públicas, sean de carácter
lineal o en área, concentraciones parcelarias y nuevos regadíos, urbanizaciones
y explotaciones de áridos, renovaciones y reformas urbanas de los centros his-
tóricos, restauración de monumentos históricos o redacción de nuevos docu-
mentos de ordenación del territorio –aspectos que en las etapas precedentes
apenas merecían mayor atención– han permitido crear y ampliar considerable-
mente el conocimiento prehistórico e histórico de nuestra región a través de los
servicios de profesionales y empresas del ámbito de la arqueología que algunos
llaman “de gestión”, hasta el punto de que en la actualidad este tipo de actua-
ciones preventivas o de urgencia suponen el 90% del total de las intervenciones
arqueológicas, frente a las programadas (Sesma, 2011: 235).
Bien es cierto que el mayor aporte de información científica en el ejercicio
de este tipo o forma de hacer arqueología que otros califican como “de inter-
vención” ha sido para las culturas al aire libre de la Prehistoria reciente que
tenían un nivel de conocimiento bastante precario, particularmente para las
épocas del Neolítico, Calcolítico y Edad del Bronce, pues los yacimientos de esta
época son menos perceptibles, previsibles y perdurables que los de la Edad del
Hierro o la época Romana, que por lo general disponen de estructuras
arquitectónicas en duro y una superposición estratigráfica que facilitan su con-
servación. Aun así, el control arqueológico preventivo ejercido desde la Admi-
nistración Foral ha supuesto un importante caudal informativo sobre estas últi-
mas etapas que brevemente trataremos de resumir, tanto en obras de infraes-
tructuras públicas, como en las privadas o las intervenciones puntuales en los
monumentos y cascos históricos de nuestros municipios.
De la Edad del Hierro merece destacar la intervención arqueológica
llevada a cabo en la parte baja del poblado de La Atalaya de Los Arcos, en el
contexto de las obras de la autovía entre Pamplona y Logroño y de las obras
auxiliares del polígono industrial anexo (Ramos, 2009: 56-59); también la
excavación sistemática de la necrópolis tumular celtibérica del poblado El Cas-
tillo de Castejón, en relación con las instalaciones de la Central de Ciclo Com-
binado de Iberdrola en esta localidad de la Ribera del Ebro, cuyos resultados y
materiales se muestran ya restaurados en el Museo de Castejón, que ha sido
promovido y es gestionado por el ayuntamiento de esta localidad. Esta excava-
ción realizada en la necrópolis de El Castillo de Castejón puede considerarse
6
Agradezco a Jesús Sesma, Jefe de la Sección de Arqueología del Gobierno de Navarra, la
entrega de estos datos, entre los que también constan los monumentos megalíticos inven-
tariados de forma selectiva entre los años 2006 y 2010 ante la urgencia de dotarlos de pro-
tección legal, debido a que desde la entrada en vigor de la Ley Foral 14/2005, del Patrimonio
Cultural de Navarra, tienen la consideración de Bienes de Interés Cultural por ministerio de
esta ley.
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como un ejemplo bien planteado de arqueología de gestión con excelentes
resultados de investigación, conservación y divulgación (Faro y otros, 2002 y
2002-2003). Destaca igualmente la localización de sendas necrópolis protohistó-
ricas muy deterioradas –La Playa Grande y Lezáun– en relación con las obras de
urbanización de Sarriguren y probablemente otra más –Muga de Noáin– en
Tajonar (Aranguren) en la apertura de una zanja para un abastecimiento de
aguas a Mendillorri desde el planta potabilizadora del Canal de Navarra en
Tiebas. El seguimiento de obras del Parque Eólico de Uzquita (Leoz) propició la
excavación de una vivienda semirrupestre en el castro de Murugáin de Uzquita
(Leoz), de la Primera Edad del Hierro, y otros proyectos han permitido inter-
venir con sondeos estratigráficos en los poblados de El Castillar/El Viso de
Lodosa (Armendáriz Aznar y Mateo, 2002-2003), el castro de Peñaochonda
(Cabredo) y el poblado de Sanchoabarca en Fitero (Armendáriz, Mateo y Nuin,
2002-2003). La restauración arquitectónica de algunos monumentos y conjuntos
históricos también ha facilitado la recuperación de materiales protohistóricos en
el monasterio de Yarte, el castillo de Monjardín, el castillo de Miravalles y en la
iglesia de San Saturnino y El Cerco de Artajona. Por último, recientemente se ha
recuperado en el oppidum prerromano de Turbil, en Berie, una interesantísima y
monumental estatua-estela de tipología ibérica que representa a un guerrero
(Armendáriz, 2012).
La práctica de la arqueología urbana en Pamplona y Tudela, promovida y
amparada desde el Gobierno de Navarra y los respectivos ayuntamientos a
través de sus Planes Especiales de Protección y Reforma Interior (PEPRI), tam-
bién ha ampliado notablemente el conocimiento que teníamos sobre la Pompelo
y la Tudela romanas, como se pone de manifiesto en este volumen por parte de
María Jesús Peréx, Mercedes Unzu y María García Barberena por un lado y Juan
José Bienes por el otro, por lo que a sus trabajos y bibliografía nos remitimos.
Otra ciudad romana en la que se ha intervenido y ofrece novedades es Ilumberri
(Lumbier), donde entre los años 1999 y 2000 se actuó en la recuperación de un
mosaico en blanco y negro –conocido desde el siglo XIX– y la exhumación y
documentación de su trama urbana, todavía difícil de interpretar (Ramos, 2007).
En el ámbito del poblamiento rural destaca el descubrimiento y exca-
vación parcial de las villas romanas de El Mandalor de Legarda en las obras de
la autovía Pamplona-Logroño (Ramos, 2009: 19-25 y 93-105), la de Oioz de
Nardués-Aldunate (Urraúl Bajo) en las de la autovía Pamplona-Jaca y las de Los
Olmos de Murillo el Cuende, El Barrancaz de Pitillas y San Julián de Beire en el
contexto de la concentración parcelaria e implantación de los nuevos regadíos
del Canal de Navarra. En relación con la instalación en Castejón de la Central
Térmica de Iberdrola y, sobre todo, por la construcción de la depuradora de
aguas residuales de NILSA en esta localidad, se ha intervenido en la zona de la
“villa” romana de El Montecillo, donde hace medio siglo también excavara
J. Navascués por encargo del Servicio de Excavaciones. Los trabajos de excava-
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ción de este yacimiento ubicado junto al cerro castejonés de El Castillo, que
como se sabe fue fundado en el Bronce Final o la Edad del Hierro Antigua, han
permitido analizar la trama urbana de lo que probablemente no fue una villa
romana o explotación rural agraria al uso en la zona llana al pie del cerro sino
un vicus como secuela del poblado anterior, además de recuperar valiosos ma-
teriales romanos entre los que destaca una originalísima jarra de hierro con
forma de busto de mujer(Fig. 11).
La restauración integral de la iglesia del monasterio de Zamartze, en
Uharte Arakil, y el descubrimiento de un importante enclave romano estructu-
rado bajo este templo ha posibilitado apuntalar este sitio como el solar de la
mansio de Araceli en el itinerario 34 de Antonino, algo sobre lo que ya se había
especulado y que Rafael Carasatorre llegó a plantear en firme hace ya bastantes
años (Armendáriz y Mateo, 2009 y Peréx, 2010). También cabe señalar el des-
cubrimiento y posterior excavación de urgencia, en 1995, de un mausoleo tar-
dorromano en la necrópolis de la villa romana de La Torrecilla de Corella al abrir
una cantera para explotar gravas (Bienes, 1995-1996).
Por último, un apartado especial merece la gestión conjunta de la Sección
de Arqueología para la protección, salvaguarda e investigación llevada a cabo
en tramo de la calzada romana “Vía de Italia in Hispanias” entre Tarraco y
Asturica Augusta (Itinerario 1 de Antonino), que atraviesa la Ribera de Navarra
entre las localidades de Mallén (Zaragoza) y Alfaro (La Rioja), en las obras de
concentración parcelaria y modernización de viejos regadíos en los términos
municipales de Ablitas, Ribaforada y Cortes. Este trabajo, en el que han
participado varios profesionales y empresas de Arqueología, se ha culminado
recientemente con su señalización, balizamiento y puesta en valor en un Área
de Interpretación en Ablitas, promovida por el Consorcio Eder de Tudela (Fig.
12).
El aumento espectacular de las intervenciones arqueológicas no progra-
madas o “de urgencia” contrasta exponencialmente con la drástica reducción de
los proyectos y estudios apriorísticos “de investigación” para estas épocas. Al-
gunas causas de esta nueva situación ya las hemos analizado, pero otra no
menos importante se debe a la supresión en 1996 por parte del Gobierno de
Navarra de la línea presupuestaria de subvenciones para realizar interven-
ciones arqueológicas programadas, sin que los nuevos proyectos de investi-
gación hayan encontrado buenas alternativas para la financiación de los estu-
dios, de ahí que la trayectoria de los trabajos haya sido en líneas generales
bastante irregular. Aún así, destacaremos cómo a partir de 1996 A. Castiella
dirigió la exhaustiva investigación sobre el “Poblamiento y Territorialidad en la
Cuenca de Pamplona”, proyecto arqueológico que incluyó una campaña de
excavaciones en el Castillo medieval de Tiebas, construcción defensiva y residen-
cial de los Reyes de Navarra en la Edad Media que se levanta sobre las ruinas
de un poblado de la Edad del Hierro (Castiella y otros, 1999).
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Las investigaciones programadas sobre la Edad del Hierro se han redu-
cido drásticamente; por mi parte se han limitado a la continuación de algunas
acciones de excavación en el poblado de Las Eretas de Berbinzana, al desarrollar
un proyecto de puesta en valor de sus ruinas, y a realizar sondeos estrati-
gráficos en el poblado Matacalza de Mendigorría, los castros de la Peña de la
Gallina y Galtzarra en el valle de Lana y el castro de la Peña Bardagorría en Eraul
(Yerri). Todas estas excavaciones estuvieron encaminadas a la redacción en 2004
de la tesis doctoral sobre el poblamiento durante el primer milenio a. C. en
Navarra, que defendí en Madrid un año después (Armendáriz, 2008). Otros
investigadores también han dedicado esfuerzos al estudio de la Edad del
Hierro, como Manuel María Medrano Marqués que entre 2004 y 2006 ha
excavado en Peñahitero de Fitero (Medrano y Díaz, 2006) y Salvador Remírez
que ha hecho lo propio en el poblado de San Sebastián de Cintruénigo (Remírez,
2006).
Aún mayor es el descenso de proyectos arqueológicos de investigación de
época antigua que se produce a partir de 1995, lo que se explica porque la
intervención en yacimientos romanos –por su escala– implica casi siempre de
mayor presupuesto para sufragar los gastos de personal, registro, documen-
tación y herramienta. Capítulo especial merece la ciudad romana de Santa Criz,
en Eslava, conocida desde los trabajos de Escalada y por las posteriores inter-
venciones de B. Taracena y J. Maluquer de Motes. Comenzó a ser estudiada por
R. M. Armendáriz, M. R. Mateo y P. Sáez de Albéniz a mediados de los no-
venta, en unas campañas en las que se descubrió una necrópolis de cremación
altoimperial con vistosos monumentos funerarios con forma de altar rematados
por pulvini (Armendáriz, Mateo y Sáez, 2007). En 2005 el Gobierno de Navarra
adjudicó a estas investigadoras de la empresa Olcairum un proyecto trianual
para la redacción del Plan Director del Yacimiento. Desde entonces, financiadas
por el Gobierno de Navarra y el Ayuntamiento de Eslava, se han practicado
varias campañas de excavación, con altibajos en su desarrollo y escasa comu-
nicación científica de sus resultados, tanto en la necrópolis de la ciudad como
en la parte del foro. En esta última se ha descubierto un edificio de grandes
dimensiones de 30 metros de ancho por unos 9 de largo, que estuvo soportado
y engalanado por gruesas columnas de fuste acanalado rematadas por grandes
capiteles corintios de magnífica factura, fechables hacia el cambio de Era.
Además, en el derrumbe de este soberbio edificio se han encontrado fragmentos
de esculturas, entre las que destaca un togado de mármol al que le faltan los
brazos, cabeza y pies. La también arqueóloga Marta Gómara en los últimos
años está abordando el estudio de otra ciudad romana, Cascantum, si bien de
forma indirecta ya que las pesquisas arqueológicas en el casco urbano de
Cascante no han vuelto a dar grandes frutos desde que lo estudiase
Mª Á. Mezquíriz en los años setenta del pasado siglo (Gómara, 2009). Lo está
haciendo desde la “Asociación Cultural Vicus” analizando su territorio y,
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especialmente, por medio de la excavación arqueológica de las villas romanas
de su entorno productivo denominadas Piecordero y Campo Nuevo. Muy cerca de
Cascante, en Ablitas y por encargo de su ayuntamiento, desde 2010 Juan José
Bienes está realizando sondeos estratigráficos en la villa romana de El Villar,
conocida desde 1925 cuando se descubrió allí un tesorillo de monedas iberorro-
manas (Mateu y Llopis, 1945). Por último, desde el año 2010 Fran Valle de
Tarazaga desarrolla un nuevo proyecto de investigación en la mansio de Araceli
o Aracaeli, en el monasterio de Zamartze (Uharte Arakil). Otros trabajos de
campo también nos han permitido la localización definitiva de algunas ciuda-
des vasconas de las fuentes clásicas, como es el caso de la identificación de Cur-
nonium en Los Arcos (Armendáriz, 2006) o más recientemente la confirmación
de la de Iturissa entre Espinal y Burguete, en término de Zalduaa partir de los
trabajos de Peréx y Unzu(Agirre y otros, 2012), como un gran complejo urbano
ubicado a los pies del paso pirenaico de Ibañeta, lugar este último donde hace
sesenta años L. Vázquez de Parga también descubriera un establecimiento ro-
mano al servicio a la vía romana entre Pompelo y Burdigalaque rindió culto al Sol
Invicto
En cuanto a la investigación sobre las obras públicas de ingeniería romana,
en los últimos años se han descubierto dos nuevos miliarios en Arellano
(Armendáriz y Velaza, 2006a), uno en Garínoain (Armendáriz y Velaza, 2006b),
uno en Allo (inédito), uno en Gabarderal-Sangüesa (hallazgo inédito de David
Maruri) y tres en el término de Asibar en el Concejo de Aurizberri-Espinal
(Agirre y otros, 2011). Particular interés tiene el hallazgo de estos últimos por
encontrarse in situ en un tramo de calzada romana que parece conectar la
ciudad de Ilumberri (Lumbier) con el enclave de Iturissa y el paso de Ibañeta;
este ha sido uno de los resultados de un proyecto de la Sociedad de Ciencias
Aranzadi mucho más ambicioso que abarca el estudio de las calzadas romanas
en el Pirineo Occidental. Por último, Marta Gómara y quien suscribe hemos
comenzado en 2012 el estudio de la presa de embalse denominada La Estanca,
en Cascante, con un planteamiento metodológico que intentará demostrar la
autoría romana, por muchos discutida, de esta obra de ingeniería que sospe-
chamos estuvo orientada hacia el riego de los fundi de las villas romanas cas-
cantinas.
En estos últimos años sí que ha habido novedades en relación con el capí-
tulo de los asentamientos romanos de carácter militar en nuestra región. Por un
lado, se ha descartado la interpretación como campamento romano del yaci-
miento sangüesino de Los Cascajos, como también la de El Castellón de ese mis-
mo municipio, planteada por J. C. Labeaga en 1987 en la Carta Arqueológica de
Sangüesa. Personalmente estoy finalizando los trabajos de revisión y reinter-
pretación de este yacimiento de Los Cascajos y, a la luz de los nuevos hallazgos
arqueológicos que hemos obtenido en varios sondeos estratigráficos y la total
ausencia de materiales militares en el mismo, podemos afirmar que no hay
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ninguna base que sustente un origen castrense para este sitio. No tenemos
dudas de que se trata de un gran oppidum o ciudad indígena fundada en el
Hierro Final que se abandonó a comienzos del siglo I a. C., probablemente en
las guerras sertorianas. Por otro lado, el descubrimiento en el valle de Aran-
guren, cerca de Pamplona, de un posible campamento de campaña romano
republicano en relación con proyectiles de honda con cuño impreso de Sertorio
y un escenario bélico de las guerras sertorianas en torno al Castillo de Irulegui
aleja la hipótesis tantas veces repetida por algunos, aunque sin bases arqueo-
lógicas de peso que la sustente, de que Pompelo nació del campamento romano
que supuestamente Pompeyo El Magno instaló en territorio vascón el invierno
del año 75 a. C., entre otras cosas porque el pequeño poblado indígena prerro-
mano de Pamplona a comienzos del siglo I a. C. no debió tener mayor rele-
vancia territorial en la cuenca de Pamplona, importancia que sí tuvo el Castillo
de Irulegui en el valle de Aranguren (Armendáriz, 2005). Por último, la aparición
de abundante material militar romano-republicano (proyectiles de honda –
algunos glandes plumbeae firmados por Sertorio– y otras armas, monedas re-
publicanas acuñadas en Roma e indígenas fundamentalmente de ciudades
meridionales, etc.) en una amplia zona comprendida entre los términos de San
Sebastián (Cintruénigo) y la Dehesa de Ormiñén (Fitero), sobre la terraza fluvial
de la margen derecha del río Alhama, descubre al menos otro escenario de
guerra y acampada, cuando no un recinto campamental de las sertorianas, del
que hasta el momento no se ha descubierto ninguna evidencia arquitectónica
(Medrano y Díaz, 2003, Medrano, 2004a y 2004b y Olcoz y Medrano, 2006 y
Medrano y Remírez, 2009)7.
3. ESTADO ACTUAL DE LA ARQUEOLOGÍA DE ÉPOCA ANTIGUA EN
NAVARRA
Toca hacer balance de este siglo y medio de investigaciones arqueológicas
en Navarra, tarea nada fácil en unos años de profunda crisis económica en
nuestro país que probablemente ha supuesto un retroceso de varias décadas en
su nivel, por lo que vamos a procurar sustraernos de esta coyuntura para no ser
derrotistas en nuestras apreciaciones. Evidentemente el estado de la profesión
7
No obstante, al respecto debemos señalar la problemática que entraña la validación científica
en su conjunto de estos materiales arqueológicos que se han publicado, pues proceden de
rebuscas ilegales con detector de metales por personal no especializado que han sido ad-
quiridos en el mercado negro. Nos consta que entre los objetos adquiridos a terceros con
“procedencia” de este sitio los hay falsos y otros probablemente que no fueron encontrados
en este lugar pero que así se han ofrecido por la demanda en el mercado para facilitar su
venta.
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en estos momentos no es bueno a todos los niveles –administración, profesio-
nales liberales y empresas de arqueología, museos, universidades y otros cen-
tros de investigación, etc.– como lo ha reflejado Jesús Sesma en un reciente
artículo (Sesma, 2011). Pero hay que ser optimistas porque tiempos peores
hemos pasado en esta trayectoria y creo que es el momento de valorar y recono-
cer de forma tranquila el trabajo realizado durante los últimos 150 años, con sus
luces y sus sombras, con el fin de diseñar a medio y largo plazo un horizonte de
luz para la arqueología navarra de época antigua que esté siempre orientado a
la ampliación del conocimiento histórico –la base y fundamento de nuestra
ciencia– y a cumplir con la ineludible función social que desempeña. En este
devenir historiográfico hemos visto cómo a la etapa que podríamos definir “de
descubrimiento y rescate” de la Comisión de Monumentos, tras la creación en la
posguerra de la Institución Príncipe de Viana sucedió otra con un programa
ambicioso y riguroso de investigación para la época en la que participaron pro-
fesionales y centros de investigación foráneos, lo cual siempre es muy enrique-
cedor. En los últimos años los esfuerzos de la Administración se han centrado
–entre otras razones por imperativo legal– en la protección a todos los niveles
de este patrimonio que es finito y tan frágil a la vez, dejando en un segundo
plano la puesta en marcha de nuevos proyectos de investigación aunque sin
olvidar que las actuaciones “de urgencia” son también trabajos “de investiga-
ción” y, por consiguiente, se debe procurar que tengan y se ejecuten sobre sóli-
dos fundamentos epistemológicos.
a) La protección legal del patrimonio arqueológico
A diferencia con otros patrimonios culturales el arqueológico tiene la con-
sideración legal de ser “bienes de dominio público”, de ahí que su marco
legislativo sea uno de los más desarrollados en nuestro país, sobre todo a partir
de la magnífica Ley 16/1985 del Patrimonio Histórico Español que estableció
claramente los principios y criterios sobre los que debe regirse la Arqueología,
cuya práctica por tanto es una función pública. Navarra reglamentó su ejercicio
mediante el Decreto Foral 218/1986 por el que se regula la concesión de licencias
para la realización de excavaciones y prospecciones arqueológicas, que sigue
vigente a pesar de que en el Capítulo 1 del Título V de la reciente Ley Foral
14/2005 de Patrimonio Cultural de Navarra se desarrollan nuevos aspectos del
patrimonio arqueológico como son las actuaciones arqueológicas de urgencia, el
Inventario Arqueológico de Navarra, o la declaración de Áreas Arqueológicas
de Cautela, entre otros, que harían aconsejable una nueva reglamentación. Tam-
bién se echa de menos una definición más concreta del papel del director y, en
su ausencia, la del subdirector en los proyectos de investigación, regulando su
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presencia efectiva a pie de excavación y exigiendo la responsabilidad del trabajo
con su firma y no con la de una empresa o institución, por la importancia y
trascendencia de las órdenes que hay que tomar en una excavación abierta en
cualquier momento. Observamos que en determinados proyectos se ha abusado
de la figura de los arqueólogos ayudantes, a veces jóvenes recién licenciados o
graduados en proceso de aprendizaje sobre los que recae el peso de la investi-
gación y que, para más inri, se suelen ven privados de participar y firmar los
éxitos obtenidos cuando los hay, lo que está desmotivando el ejercicio de esta
profesión y no propicia la necesaria renovación generacional. Lo podemos ilus-
trar con un símil médico: a nadie nos gustaría que en una operación a cuerpo
abierto el cirujano no estuviese presente en el quirófano dejando la intervención
en manos de un aprendiz o ayudante.
La consideración como “bienes de dominio público” del patrimonio ar-
queológico, de la práctica de la arqueología y también de la de los resultados
materiales e inmateriales que se obtienen con su ejercicio obliga a que su regu-
lación y tutela recaiga, como no puede ser de otra manera, en la administración
cultural autonómica, que como hemos visto no ha podido delegar sus funciones
en ningún ayuntamiento navarro o mancomunidad de servicios dado que no se
ha creado en estas administraciones públicas la estructura funcionarial mínima
que garantice el cumplimento de estos cometidos, que evidentemente no pue-
den ser dejados en las manos de profesionales o empresas de servicios de libre
concurrencia que como mucho pueden asesorar. A pesar de los duros recortes
presupuestarios y de plantilla que en los últimos tiempos ha sufrido la Sección
de Arqueología del Gobierno de Navarra creemos que está funcionando razo-
nablemente bien en el cumplimiento de sus funciones, priorizando los escasos
recursos y su gestión en lo sustantivo como es la protección de los bienes y, por
tanto, evitando, o procurando, según se mire, la pérdida o adquisición de cono-
cimiento científico. En este sentido la creación en los años ochenta por recomen-
dación del Ministerio de Cultura del Inventario Arqueológico de Navarra ha
sido una herramienta de gestión fundamental, también de investigación en
cuanto que amplía nuestro conocimiento; es un proyecto que en ningún caso se
debería detener hasta cubrir la totalidad del territorio foral. Eso sí, convendría
procurar una modernización de la estructura informática de su base de datos
integrándola en un sistema de información geográfica o volcando sus registros
en una capa del SITNA (Sistema de Información Territorial de Navarra) para
mejorar su accesibilidad, la georreferenciación y la transferencia de datos para
que con estas sinergias se faciliten rápidamente sus efectos legales. También
convendría acometer una revisión y actualización constante de sus registros con
un criterio unitario, pues creo que una de sus debilidades es precisamente que
ha sido redactado por profesionales de varias empresas con distinta formación
y que el grado de conocimiento arqueológico y experiencia profesional que
tenemos ahora sobre algunas etapas pre-históricas es muchísimo más amplio
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que el de hace 25 años cuando se inició. De los 6.016 yacimientos arqueológicos
registrados en el IAN a comienzos de 2013, 860 lo son de la Edad del Hierro (de
los que 285 son crómlech) y 1.478 son de época romana8.
El marco normativo para la protección del patrimonio arqueológico ac-
tualmente es suficiente, pues los yacimientos se pueden declarar bajo varias
figuras legales como Bienes de Interés Cultural, Bienes Inventariados, Bienes de
Relevancia Local y Áreas Arqueológicas de Cautela. Sin embargo, son escasas
las declaraciones realizadas en Navarra (9 Bienes de Interés Cultural como Zo-
nas Arqueológicas y 1 Área Arqueológica de Cautela), con el agravante de que
no se han desarrollado los preceptivos Planes Especiales de Protección munici-
pales para los mismos, a excepción de los PEPRI's en los cascos históricos de
Pamplona y Tudela; los ayuntamientos como administraciones públicas que son
no acaban de asumir la función que les corresponde en la protección del patri-
monio comprendido en su jurisdicción. Beneficia mucho que el patrimonio ar-
queológico también está protegido por la legislación medioambiental, por la ur-
banística y por la de la ordenación del territorio. Estas últimas normas y meca-
nismos sectoriales son especialmente prácticos en cuanto que regulan en el día a
día los usos por el hombre del suelo y la gestión del territorio, de ahí que los
esfuerzos de la administración cultural autonómica en volcar los registros del
IAN en los estudios de impacto ambiental, planes urbanísticos y territoriales
esté siendo muy efectiva en cuanto a que permite informar y delega en otros
Departamentos del Gobierno de Navarra y en las administraciones locales su
protección por medio de estos instrumentos de planeamiento, sin perder en nin-
gún caso la tutela efectiva sobre los mismos.
b) La conservación del patrimonio arqueológico
El campo de la conservación física y preventiva de los bienes muebles e in-
muebles del patrimonio arqueológico es otra área de actuación prioritaria para
la gestión pública de la Arqueología. Las piezas y muestras arqueológicas que
no están expuestas en los museos y colecciones museográficas se guardan en los
almacenes que la Sección de Arqueología dispone en Cordovilla, al lado de
8
Al hilo de lo anterior, creemos que la cifra de 860 yacimientos de la Edad del hierro no es
real debido a que se ha abusado del análisis técnico de la cerámica como criterio para deter-
minar cronologías, por lo que si se revisaran muchos registros pasarían a ser yacimientos de
la Edad del Bronce; en otros la presencia de cerámicas celtibéricas obedece a que son
instalaciones agrícolas fundadas a mediados del siglo I a. C. como consecuencia de la nueva
ordenación del territorio romana de ocupación del espacio rural. Respecto a los yacimientos
de época romana su horquilla cronológica abarca desde la época republicana hasta la tar-
doantigüedad.
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Pamplona. Allí se conserva todo el legado arqueológico acopiado desde el siglo
XIX por las instituciones públicas que lo han recuperado y los materiales exhu-
mados desde entonces en las excavaciones arqueológicas, que han ido creciendo
exponencialmente en los últimos años a medida que lo han hecho las autoriza-
ciones administrativas9. Sin ser unas instalaciones modélicas la conservación de
los materiales está garantizada, lo mismo que su consulta por parte de los
profesionales que la requieran; no obstante, la falta de personal especializado
impide que toda la colección esté debidamente inventariada, documentada,
informatizada, restaurada y publicada como sería deseable. Más difícil resulta
la conservación preventiva y el mantenimiento de los yacimientos arqueo-
lógicos diseminados por toda nuestra geografía, particularmente los excavados.
Desde antiguo las ruinas exhumadas en las excavaciones arqueológicas se han
venido dejando al aire libre, con escaso mantenimiento–cuando lo había– y con
toda su fragilidad estructural expuesta a los agentes meteóricos, biológicos y
humanos, de ahí que se hayan dado muchos procesos de deterioro que podría-
mos describir como “la ruina de la ruina”.Afortunadamente, ha sido un criterio
y exigencia de la última etapa de la gestión arqueológica navarra el que todos
aquellos restos arquitectónicos exhumados a los que no se les dote de cubierta
protectora o se proceda a su inmediata consolidación que asegure su preser-
vación vuelvan a ser sepultados por tierra una vez se hayan estudiado, sin duda
alguna la mejor garantía de conservación que tenemos ¡y la más barata! Y es
que son más de cien años de enseñanzas y aprendizaje en los que hemos visto
cómo se deterioran los restos a la intemperie, cuando no han llegado a desapa-
recer por completo. Es de ilusos pretender que una estructura de adobe, un
muro de sillarejo colocado a seco, un mortero de cal, un pavimento de arga-
masa, un hipocaustum, un aljibe romano o un estuco de pared puedan resistir a
la intemperie frente a los procesos de deterioro químicos, mecánicos y bioló-
gicos a los que se ve sometido por los distintos agentes del entorno que actúan.
Las administraciones en los últimos años han enmendado esta situación en
todos aquellos proyectos de puesta en valor patrimonial de los yacimientos,
como veremos a continuación, pero son muchos los que han llegado a una si-
tuación crítica o que esperan una próxima actuación, sea de consolidación o de
aterramiento: El Castellar de Javier, Peña del Saco de Fitero, El Castillo de Cas-
tejón, El Castejón de Arguedas, El Castillar de Mendavia, Gazteluzar/El Dorre de
Artajona, El Castejón de Bargota, Peñahitero de Fitero, villas romanas de San
9
Como también por las donaciones de particulares, las piezas requisadas a clandestinos por
las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado o guardas de medio ambiente y la repatriación
de otros materiales que estaban depositados en instituciones de fuera de Navarra, como la
cesión por parte de la Sociedad de Ciencias Aranzadi de los materiales navarros recuperados
por don José Miguel de Barandiarán y otros investigadores en excavaciones navarras o la
colección de piezas del Alto de la Cruz de Cortes que estaba en depósito en el Seminario de
Arqueología de la Universidad de Salamanca.
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Esteban y Los Villares de Falces, El Montecillo de Corella, Bodega romana de Funes o
el acueducto Alcanadre-Lodosa10.
c) Los museos y la puesta en valor de los yacimientos (Fig. 13)
Como ya hemos visto, la puesta en valor a disposición de la sociedad de
nuestro patrimonio arqueológico de época antigua es un esfuerzo colectivo que
viene de antiguo, pero que ha mejorado mucho en la última década. El Museo de
Navarra sigue siendo el centro público de referencia de la arqueología foral pues
en él se exhiben sus piezas más representativas y una importantísima colección
epigráfica; lamentablemente en sus salas no se muestra a sus visitantes los des-
tacados fondos numismáticos que atesora, que se guardan en su cámara acora-
zada. Hasta hace relativamente poco tiempo era el único centro con fines de
divulgación arqueológica, pero hoy también el Museo Decanal de Tudela enseña
en su sala de Arqueología algunos materiales de estas épocas recuperados en la
Ribera Tudelana. El Museo de Castejón, el Museo y Yacimiento Las Eretas de Ber-
binzana, el Museo de la Ciudad Romana de Andelos y la Villa Romana de Arellano
ofrecen al visitante colecciones de la Edad del Hierro y romanas que explican
sus respectivos yacimientos, que a excepción de la necrópolis castejonesa se han
consolidado, restaurado y acondicionado para facilitar su visita comprensiva.
Recientemente también se han consolidado, acondicionado e ilustrado con pa-
neles didácticos para la visita libre la ciudad romana de Cara (Santacara), la villa
romana de Liédena y un tramo de la calzada romana en Ablitas. Algunos mate-
riales arqueológicos se han cedido desde el Gobierno de Navarra a instituciones
para su muestra pública in situ como el mosaico de las Benedictinas de Lumbier
(en la fachada del centro cívico, ubicado en la antigua iglesia del convento), el
miliario de Artajona (que se muestra en el zaguán de su ayuntamiento) o vitri-
nas con materiales romanos en el Centro de Salud del Casco Viejo y en el Cen-
tro Cívico Condestable de Pamplona o en el Centro de Espiritualidad de
Zamartze (Uharte Arakil). También se han consolidado, señalizado y balizado
las estaciones de crómlech de Lesaka y Goizueta o la muralla del poblado de la
Edad del Hierro de San Gregorio (Cabanillas). Se ha hecho mucho, pero a corto
plazo queda pendiente actuar en el acueducto romano de Alcanadre-Lodosa,
Peñahitero de Fitero y las villas romanas de Falces y Funes, aunque quizás ha-
bría que valorar si el esfuerzo necesario para acondicionar estas últimas merece
la pena, teniendo en cuenta que Navarra dispone de dos villae visitables –Are-
llano y Lumbier– que son culturalmente mucho más representativas que aque-
10
La solución del aterramiento es la que finalmente se adoptó en el yacimiento del Alto de la
Cruz de Cortes, dada la fragilidad de sus estructuras y la importancia de sus depósitos estra-
tigráficos.
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llas y pueden ser ejemplos suficientes para explicar el mundo rural romano.
También echamos en falta que ciudades como Pamplona no hayan sabido
dotarse de un centro de interpretación o museo de la ciudad que muestre y
explique algo de lo que fue la vida en la “principal ciudad romana de los vas-
cones” en palabras del sabio geógrafo clásico Estrabón, lo ni siquiera se ha plan-
teado; en este sentido, creemos que en 2005 se perdió una magnífica oportu-
nidad con los restos de la ciudad romana exhumados en la excavación arqueo-
lógica y la posterior urbanización de la plaza de San Fermín de Aldapa pues ese
podría haber sido un espacio muy adecuado para tal fin. Sí que en 2008 se
organizó en el palacio del Condestable una exposición monográfica sobre la ar-
queología de la ciudad –”La Pamplona Reencontrada”– que puso al día las in-
tervenciones realizadas en los últimos años con gran éxito de visitantes, comi-
sariada para la época que nos ocupa por José Luis Ramírez Sádaba (Ollo, 2008 y
Ramírez Sádaba, 2008). En Tudela sí que se ha proyectado y redactado un Plan
Director para hacer un Parque Arqueológico con un Centro de Interpretación en
el histórico cerro de Santa Bárbara, ocupado desde el Bronce Final, si bien no
hay fecha para su ejecución debido a la coyuntura económica de su ayunta-
miento, que es quien lo ha promovido con el asesoramiento científico del Go-
bierno de Navarra (Fig. 14).
d) La arqueología en el Museo de Navarra
Un punto y aparte merece la valoración del papel que ejerce el Museo de
Navarra, que desde su creación abanderó la investigación arqueológica y la
muestra de sus piezas más señeras. Las salas de esta disciplina (Prehistoria y
Roma) siguen siendo las más demandadas para su visita por los centros educa-
tivos de nuestra región, como también la respuesta del público es la mejor en las
exposiciones temporales monográficas que ha organizado en los últimos veinte
años: “Los niveles del tiempo. Arqueología en la catedral de Pamplona”,
“Bardenas Reales. Arqueología de un desierto”, “La Moneda en Navarra” y “La
Tierra te sea leve. Arqueología de la muerte en Navarra”. Sin embargo, la
segregación administrativa de la gestión arqueológica del Museo, que se
produjo en 2004, creemos que ha dejado algo “huérfana” la arqueología de esta
benemérita institución museística, que en la actualidad no cuenta en su plantilla
con ningún arqueólogo o especialista en esta materia. Aunque los arqueólogos
de la Sección de Arqueología han comisariado la última de las exposiciones
monográficas sobre arqueología y han colaborado en la actualización de los
fondos de la sala de Prehistoria y Edad del Hierro, choca bastante que el Museo
de Navarra no haya hecho lo propio con las salas de Roma y la vitrina
arqueológica sobre Pamplona, que siguen prácticamente inmóviles desde su
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reinauguración en 1990 a pesar de que los descubrimientos y los avances de la
investigación en esta materia hayan sido espectaculares. También creemos que
las salas de Arqueología y de exposiciones temporales del Museo de Navarra
deben hacer rotar con más frecuencia la ingente cantidad de materiales
guardados en los fondos de reserva de los almacenes, algunos de ellos muy
significativos, de actualidad y con gran relevancia científica. Creemos que el
Museo de Navarra debe seguir siendo la ventana de la arqueología de nuestra
comunidad, tal vez de nuevo un centro de investigación como lo fue antaño y
también el foro de transferencia de datos y de presentación anual de piezas
significativas por los profesionales que trabajamos en una ciencia experimental
de investigación del pasado que, sin duda, es en la actualidad la que más está
aportando para la renovación del discurso y el conocimiento histórico. Su rica
biblioteca especializada sobre Arqueología también debería actualizar sus
fondos sobre esta materia, cosa que no se está haciendo últimamente más allá
de la recepción de las revistas que entran por intercambio o las monografías que
lo hacen por donación.
e) La difusión de la actividad arqueológica
En el campo de la difusión y divulgación científica las cosas no están bien,
a todos los niveles; también en el de educar y hacer comprender a la sociedad
sobre los fines de esta secular actividad –sin duda la mejor medida para pro-
teger este patrimonio– que pese a su popularidad no ha calado lo suficiente en-
tre la gente, como sí ha ocurrido con otros legados y funciones públicas no más
importantes como son el patrimonio natural y la conservación de la Naturaleza.
Por lo general, los arqueólogos somos unos profesionales a los que a algunos
nos cuesta escribir y dar a conocer los resultados, bien sea en foros científicos
como el que supone esta publicación o en el entorno mismo de los yacimientos
donde trabajamos, aunque sobre esto último hemos mejorado estos años con
algunos ejemplos como la apertura de blogs y foros en las redes sociales donde
se editan diarios de excavación o la realización de jornadas de puertas abiertas
en los yacimientos. Da la impresión que a la hora de transmitir nuestros cono-
cimientos a la comunidad científica las nuevas generaciones lo estamos hacien-
do peor que las anteriores a pesar de que contamos a nuestra disposición con
dos revistas especializadas –Trabajos de Arqueología Navarra y Cuadernos de Ar-
queología de la Universidad de Navarra– cuyas direcciones y consejos de redacción
tienen problemas para recibir originales interesantes y seguir editándolas en su
periodicidad anual. Es un contrasentido que esto esté ocurriendo en la “Socie-
dad de la Información y el Conocimiento” donde una noticia se transfiere en
microsegundos a todo el mundo, cuando además se han multiplicado las exca-
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vaciones arqueológicas, aunque sean de urgencia, y los almacenes arqueoló-
gicos están llenos de materiales inéditos. A todos nos han relatado en la carrera
la metáfora de que una “excavación arqueológica es como la lectura de un li-
bro...”; que es un método destructivo en definitiva, de ahí la importancia del
registro de cuanto observamos e interpretamos. Pero deberían grabarnos a
fuego en la frente que los arqueólogos somos científicos–prehistoriadores e his-
toriadores– que obtenemos un conocimiento único e irrepetible “de interés
general” y que si no lo transmitimos y no llega a la sociedad, con la no publica-
ción de los resultados estamos provocando una segunda destrucción de los
yacimientos. Precisamente por ello, esto es algo inaceptable y contradictorio a la
vez que debemos corregir, pues no puede ser que al amparo de una supuesta
“propiedad intelectual” los resultados de las intervenciones arqueológicas –que
según la Ley 14/2005 de Patrimonio Cultural de Navarra son también “de
dominio público”– duerman el sueño de los justos y no puedan ser aprovecha-
dos por otros investigadores, porque así la Ciencia no avanza. Creo sincera-
mente que debemos regular pronto la caducidad de la propiedad intelectual de
los resultados obtenidos en una intervención arqueológica (quizás no más de
cinco años desde su última autorización) y que, en aras a la transparencia, los
informes técnicos preceptivos deberían ser puestos a pública disposición inme-
diatamente después de su preceptiva entrega. También parece necesario que
debería ser obligatorio que todo aquel que obtenga un permiso de intervención
arqueológica publique al menos una ficha resumen de su actividad en la revista
oficial Trabajos de Arqueología Navarra, como se hizo en su día entre los años 1986
y 1995.
f) La investigación arqueológica
Y, con estos precedentes, ¿cuál es el estado actual de la investigación de la
arqueología de época antigua en Navarra? Pues no está en su mejor momento y
no precisamente por la crisis, sino porque hace dos décadas hubo un impor-
tante punto de inflexión que marca el declive de la puesta en marcha de nuevos
planes de investigación sobre la Edad del Hierro y la Época Romana, también
los de la Prehistoria. Un ilustrativo dato lo corrobora: en los últimos 20 años
únicamente se han defendido 6 tesis doctorales sobre temas arqueológicos de
Navarra, de las que solo tres han abordado de alguna manera la época anti-
gua11. La estadística es contundente pues si algo marca el nivel de investigación
11
Nos referimos a las tesis de Jesús Sesma (1993) y María Luisa García (1994), que estudiaron
el poblamiento en las Bardenas Reales desde el Bronce Antiguo hasta la Edad Media y la mía
(2005), que abordó el estudio del poblamiento durante la Edad del Hierro en Navarra. Las
otras tres corresponden a David Vélaz (2003), que investigó “El Megalitismo en el valle del
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de un país y la formación de su personal especializado es la labor realizada por
sus universidades, en las que la lectura de una tesis doctoral es, por lo que ella
significa, uno de los actos académicos más importantes de cuantos realiza. En
parte esto está relacionado con el declive general del número de estudiantes
universitarios que cursan el grado de Historia, también en la Universidad de
Navarra cuyo Seminario de Arqueología ha visto decrecer su actividad. Pero a
todo ello hay que sumar el escaso apoyo que desde las administraciones públi-
cas se está dando a este tipo de iniciativas pues, como mucho y con suerte, se
financian becas para la formación del personal investigador independiente-
mente de las áreas donde se trabaje. Y todos sabemos lo que cuesta hacer una
tesis doctoral en Arqueología a diferencia con otras ramas del saber de la His-
toria fundamentadas en el ámbito documental o bibliográfico. La búsqueda de
información en los yacimientos y la construcción de conocimiento a partir de
ellos supone la mayor parte de las veces trabajar en el campo, cuando no
intervenir directamente en los yacimientos, la toma y análisis de muestras en
laboratorio, etc., costos añadidos que desde 1996 no se están financiando con
cargo a los Presupuestos Generales de Navarra. A lo que se añade lo que ya
hemos visto que ha sucedido en las dos últimas décadas en la administración
autonómica, donde el Museo de Navarra ha abandonado por completo sus pla-
nes de investigación sobre la arqueología navarra y ha habido necesariamente
que reconducir y priorizar la labor arqueológica del Gobierno de Navarra hacia
los campos de la documentación, protección, conservación, tutela patrimonial y
puesta en valor de los yacimientos. Pese a todo esto, el punto de partida para el
diseño y la puesta en marcha de nuevos planes de investigación creemos que no
es malo, evidentemente podría ser mejor, pues siglo y medio de trabajos ar-
queológicos de distinta índole no cae en saco roto y el grado de conocimiento
patrimonial que ahora tenemos sobre la arqueología de época antigua en Na-
varra es muy bueno, entre otras razones porque nunca hemos tenido a nuestra
disposición tanta y tan variada información.
La Edad del Hierro
También ahora sabemos mucho más sobre los precedentes de la Edad del
Hierro en nuestra región, pues las intervenciones de urgencia de los últimos
años han permitido reconducir la secuencia de la Edad del Bronce –hasta hace
no mucho un verdadero cajón de sastre– y conocer mejor los patrones de asen-
Salado”, Ester Álvarez (2007) que desde un punto de vista más antropológico defendió la
“Historia de la Percepción del Megalitismo en Navarra y Guipúzcoa” y la más reciente de
María Amparo Laborda (2010), que disertó sobre “Análisis de las huellas de uso. Su aplica-
ción al estudio de la funcionalidad del instrumental lítico de la Cueva de Zatoya (Navarra)”.
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tamiento de sus hábitats. No me voy a extender en repetir la innovadora
ocupación del territorio y su evolución en el tiempo que se produjo en Navarra
a lo largo del primer milenio a. C. en de la Edad del Hierro, que estructuré aho-
ra hace 10 años en mi tesis doctoral, pues ya la resumí en los anteriores
Encuentros Navarra en la Antigüedad y está disponible en sus actas. Creo que
el esquema evolutivo que entonces pergeñé sigue siendo válido todavía con al-
gunos retoques, entre otras razones porque lamentablemente no ha habido
mucha más investigación al respecto. Sí que ha mejorado algo el conocimiento
que ahora tenemos sobre la ocupación castreña en las cuencas prepirenaicas y la
comarca montañosa de Navarra con el descubrimiento de nuevos poblados for-
tificados en altura, lo que viene a confirmar mis hipótesis de trabajo sobre este
espacio; gracias a ello en estos momentos disponemos de un catálogo yaci-
mientos de hábitat de esta época que se acerca a los 300 registros. Bien es cierto
que sobre estos últimos debemos manifestar muchas reservas arqueológicas
pues no se han estudiado bien, todavía carecemos de referencias estratigráficas
validables y desconocemos por completo la cronología de sus momentos funda-
cionales, algo que es necesario para calibrar cuándo se implantó este fenómeno
en el Norte de Navara, sin olvidar que casi todos muestran en su techo niveles
tardoantiguos y sin descartar que quizás algunos se levantaron ex novo en esta
última época.
Sabemos que la estructura del poblamiento en pequeños núcleos urbanos
siempre fortificados, siguiendo ejemplos de los Campos de Urnas del valle del
Ebro se implantó y generalizó a partir del siglo VIII a. C. Como también ocurrió
en el resto del valle del Ebro, este modelo de poblamiento igualitario estructu-
rado en pequeños hábitats diseminados por el territorio sufrió un complejo
fenómeno de destrucción por fuego entre los siglos VI y V que todavía no cono-
cemos bien, provocando subsidiariamente el posterior abandono de muchos
poblados a resultas del cual a partir del siglo IV a. C. y, hasta el primer contacto
con Roma, el poblamiento se jerarquizó comarcalmente en oppida o ciudades. La
sociedad también cambió en esos momentos pues se produjo la aristocratiza-
ción de una poderosa clase comercial y guerrera; lo sabemos bien por las exca-
vaciones de la necrópolis de El Castejón de Arguedas y, sobre todo, la de la de El
Castillo de Castejón. Esta última es un valioso testimonio sobre la estructura
social de un asentamiento urbano de cierta importancia ubicado en el teórico
territorio celtibérico quizás de la etnia lusona, así como al mismo tiempo es un
espejo de su religiosidad y rituales funerarios, enfermedades, producción arte-
sanal, estética de la época, iconografía simbólica y de la economía de inter-
cambio comercial de productos exóticos a larga (urna de orejetas ibérica) o lar-
guísima distancia (escarabeos egipcios).
Conocemos bastante bien los poblados del Bronce Final y el Hierro An-
tiguo, sobre todo gracias a las excavaciones del Alto de la Cruz de Cortes, El
Castillar de Mendavia y Las Eretas de Berbinzana. Sin embargo, apenas se ha in-
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vestigado en poblados del Hierro Final, si exceptuamos las excavaciones anti-
guas en la Peña del Saco de Fitero y las más recientes de La Atalaya de Los Arcos;
ambos poblados debieron abandonarse en la primera mitad del siglo II a. C.
Resulta evidente que tenemos un claro déficit en la investigación de los últimos
siglos del Hierro, especialmente en la de los oppida, a pesar de la gran aporta-
ción que ha supuesto el estudio de los materiales arqueológicos recogidos en las
prospecciones de la ciudad berona de La Custodia, especialmente productivas
por ser un sitio donde los trabajos agrícolas han hecho aflorar su nivel de des-
trucción, que fechamos en el primer tercio del siglo I a. C. en el contexto de las
guerras sertorianas. La Custodia (Viana) es un yacimiento excepcional en el
panorama arqueológico regional para estudiar los modos en que se fue implan-
tando en una ciudad indígena la romanización en esta parte del valle del Ebro
desde la fundación en el año 179 a. C. de Graccurris (Alfaro). Pese al deterioro
que ha sufrido el yacimiento en algunos sectores de sus más de 13 hectáreas de
superficie, todavía mantiene en bastante buen estado su estructura arquitec-
tónica –no así su amurallamiento– y su estratificación interna (Armendáriz,
1997-1998). Sucede lo contrario en otra ciudad indígena coetánea –de 7 hectá-
reas de superficie– sin un origen tan antiguo pero con parecido final que no-
sotros hemos identificado en la punta oriental de Navarra con el yacimiento de
Los Cascajos de Sangüesa, pues aquí se conserva íntegra su fortificación mientras
que se ha perdido casi por completo su estructuración interna; al menos se ha
conservado extramuros una obra pública única hasta la fecha –la más antigua
de Navarra– para el suministro hídrico de sus habitantes, como es una fuente-
aljibe revestida con morteros de opus signinum de arena, cal y fragmentos de
cerámicas celtibéricas, actualmente en proceso de estudio por nosotros. Ambas
ciudades no son los únicas que se destruyeron en las postrimerías de las lla-
madas guerras sertorianas pues ocurrió lo propio en otras que hemos identifi-
cado en Altikogaña (Eraul) y el Castillo de Irulegui (Aranguren), amén de nume-
rosos poblados que también pusieron el punto y final de su trayectoria en el
siglo I a. C.
En todos estos yacimientos tenemos los “archivos de documentos” para
analizar y estudiar los ritmos de la romanización de las ciudades y poblados
indígenas, así como el de su participación en el conflicto civil de Roma en la
década de los setenta a. C., pues difícilmente el análisis de las fuentes clásicas
de la época podrá dar mucho más de sí. Sin embargo, otros oppida de la mitad
meridional de Navarra lo son para conocer cómo afectó la primera conquista
romana en el territorio en los últimos años del siglo III a. C. y las tres primeras
décadas del II, zona y período sobre el que hay un clamoroso silencio en las
fuentes escritas de historiadores griegos y romanos; nos referimos, entre otros, a
los sitios de el Cabezo de la Mesa de Ablitas, Turbil de Beire, Arrosia de Arróniz y
probablemente Santa Criz, Andelo, Cara, Olite y el yacimiento de El Castillo de
Los Arcos, ciudad que después se conoció por el nombre ptolemaico de Curno-
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nium. De los primeros, sin duda el yacimiento mejor conservado a todos los
niveles es Turbil, en Beire, reafirmado recientemente al encontrarse en él la más
antigua escultura de bulto redondo conocida hasta la fecha en Navarra que
probablemente fue un elemento identitario de esta ciudad prerromana que, co-
mo el Cabezo de La Mesa y Arrosia, creemos que pudieron ser destruidas y des-
manteladas en los momentos iniciales de la conquista romana.
En cuanto al ámbito funerario de la Edad del Hierro tenemos que decir
que todas las necrópolis descubiertas hasta la fecha son coetáneas en una hor-
quilla cronológica comprendida entre los siglos VI y comienzos del IV a. C. Esto
llama poderosamente la atención, no tanto la ausencia de cementerios antiguos
de Campos de Urnas, que es algo casi generalizado y desconocido en esta parte
del Ebro, como por la carencia de necrópolis del Hierro Final, algo que choca
más. Probablemente ello se deba no a que no las haya sino a que la localización
de este tipo de yacimientos es más problemática en cuanto a que ocupan áreas
deprimidas del entorno donde la actividad geomorfológica de los dos últimos
milenios ha provocado su aterramiento bajo una gruesa capa de sedimentos que
los hace imperceptibles a la vista. No dudamos que si aplicamos otras meto-
dologías de prospección o seguimos haciendo un buen control de las obras pú-
blicas acabarán descubriéndose, como ocurrió por ejemplo con las necrópolis de
la cercana ciudad berona de La Hoya (Laguardia, Álava). En cuanto a la otra
fenomenología del ámbito funerario de la Edad del Hierro antagónica a las ne-
crópolis de Campos de Urnas que tenemos en Navarra, los crómlech, seguimos
adoleciendo un clamoroso déficit sobre la investigación e implantación de este
fenómeno en el Norte de nuestra Comunidad, pues tenemos que afirmar que
tras casi un siglo de investigación nadie lo ha abordado con seriedad más allá
de los meritorios trabajos de catalogación realizados (Peñalver, 2005).
Llegados a este punto nos podríamos preguntar si de lo que sabemos por
la arqueología prerromana en Navarra hemos encontrado algún elemento iden-
titario singular que se pueda relacionar con el nombre de la etnia de los Vas-
cones que sitúan aquí las fuentes romanas a partir del siglo I a. C. Aunque en la
bibliografía se ha tratado algo sobre este tema al considerarse que los torques en
bronce que aparecen en los enterramientos de las necrópolis navarras son algo
bastante específico de este territorio (Castiella y Bienes, 2002: 186 y Castiella,
2007-2008) y el propio X. Peñalver al estudiar los crómlech apuntó una posible
relación de este fenómeno con este etnónimo, curiosamente la distribución
espacial de ambos fenómenos es excluyente. Creemos sinceramente que no hay
datos suficientes para sostener lo primero, máxime teniendo en cuenta que el
mayor número de torques se han encontrado en un área geográfica –la ribera
del Ebro– culturalmente celtibérica y son en su contexto bastante antiguos
(siglos VI-IV a.C.), mientras que lo segundo no parece tener mucha representa-
tividad en cuanto que el ámbito espacial de los crómlech abarca ambas ver-
tientes de la cordillera pirenaica y se extiende por su sector central hasta Cata-
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luña. Lo que conocemos de la cultura material indígena de carácter mueble en
Navarra en los siglos previos a la romanización no difiere en lo sustancial con la
que encontramos en áreas circunvecinas del valle del Ebro, con un fuerte peso
de lo que hallamos en la Celtiberia y en el ámbito berón, territorio este último
estrechamente ligado a ella desde el punto de vista institucional y lingüístico.
Como ya vimos en los anteriores Encuentros sobre Navarra en la Antigüedad
tampoco al análisis formal y lingüístico de las llamadas “cecas vasconas” van en
esa dirección (Beltrán Lloris y Velaza, 2009). Probablemente el etnónimo “Vas-
cones” engloba una realidad heterogénea en lo cultural y en lo lingüístico; un
complejo de ciudades autónomas y aldeas abierto y nada refractario a lo que
sucedía en su entorno, establecido en un territorio en el que las comunidades
que lo componían nunca formaron una entidad política. Sí que es posible, y así
parece que tuvo que ser, que bajo esta misma denominación hubiera algunos
marcadores étnicos que los presentase de forma algo distinta ante Roma como
para que sus historiadores los describiesen con esa denominación. Pero tenemos
que advertir un hecho historiográfico imponderable que debemos corregir:
existe casi un absoluto desconocimiento de la cultura material de los siglos IV,
III y II a. C. en la mitad septentrional de Navarra al norte de la línea que marca
la Barranca y las cuencas prepirenaicas de Pamplona y Lumbier/Aoiz. Hemos
avanzado bastante, pues se han descubierto un buen número de castros en la
Montaña navarra, pero ninguno ha sido sondeado hasta la fecha. Tal vez las cla-
ves de este reto las encontramos en el estudio de esta fenomenología arqueoló-
gica en la Montaña, pues en el análisis territorial del poblamiento indígena
entre los siglos III y I a. C. que yo planteé ya vimos cómo la respuesta de Roma
en los primeros años de su conquista no fue la misma en la Ribera que en la
Cuenca de Pamplona, donde los grandes cambios en el modelo de ocupación
territorial parece que llegaron un siglo después. En este sentido, este hecho
diferencial tan estrechamente relacionado con los contrastes geográficos Norte-
Sur de nuestra región igual tiene algo que ver también con “lo vascón” y las
claves a este planteamiento las podremos encontrar si interrogamos a yacimien-
tos del entorno de Pamplona como los del Castillo de Irulegui, Irunzu, Castillo de
Sardea, etc. y lo que nos puedan decir los castros de la montaña navarra.
La época romana en Navarra
Conocemos mejor el poblamiento romano de ciudades y establecimientos
rurales, pues el estado actual de las investigaciones viene de antiguo y ha sido
más activo, por lo que trataremos de ser breves porque existen estudios am-
plísimos que siguen siendo válidos (Peréx, 1986 y García García, 1993 y 1997).
Son alrededor de mil quinientos yacimientos catalogados en el IAN de esta épo-
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ca que aportan información, en muchos de los cuales se ha intervenido durante
años como hemos podido analizar y han generado una rica bibliografía. La es-
tructura del proceso de romanización de Navarra está a la altura de la del resto
del valle del Ebro. Como hemos visto, la conquista de la zona de la Ribera fue
muy temprana, no sabemos si traumática aunque hay algunos indicios sobre
ello por los cambios observados en el poblamiento de los oppida, que se aban-
donan,y el subsiguiente impulso que se dio a las ciudades de llano.Desde
mediados del siglo II a. C. el resto de la región entró en la órbita de Roma, si
bien manteniendo en lo sustancial la ordenación territorial prerromana de ciu-
dades y aldeas hasta las guerras sertorianas; en este sentido, lo que ocurrió en la
cuenca de Pamplona es paradigmático (Armendáriz, 2009: 333-335).
Superado el conflicto civil entre Sertorio y Pompeyo, a partir de mediados
del siglo I a. C. es cuando podemos afirmar que la estructura territorial fue
plenamente romana estando planificada y ya prácticamente materializada para
la época de Augusto. Jerarquizada por las ciudades, la mayor parte de las cua-
les son continuidad del poblamiento indígena prerromano como también lo son
las aldeas o vici que dependían de ellas, la gran novedad de Roma fue la ocupa-
ción del espacio rural por medio de la implantación generalizada de una tipo-
logía de asentamiento netamente romana como son las villae.
a) Ciudades
En cuanto a las civitates de las fuentes clásicas conocemos bastante bien su
localización, aunque por la arqueología reconocemos en el territorio otras de
momento ignotas. Casi todas son herederas o continuación de un poblamiento
anterior: Cascantum (Cascante), Pompelo (Pamplona), Cara (Santacara), Cur-
nonium (Los Arcos), Andelo (Mendigorría), Ilumberri (Lumbier), Santa Criz (Es-
lava) y ¿Olite?. Otras parecen fundaciones nuevas al servicio de las calzadas
como Aracaeli (Uharte Arakil) e Iturissa (Espinal/Burguete), si bien es muy pro-
bable que en sus inmediaciones existan ocupaciones castreñas de la Edad del
Hierro que todavía no las conocemos bien. Por último, las dos ciudades prerro-
manas que estaban en los extremos oriental y occidental de Navarra y que de-
saparecieron tras las guerras sertorianas (Los Cascajos de Sangüesa y La Custodia
de Viana) fueron trasladadas a nuevos emplazamientos a menos de 5 km de
distancia, que curiosamente las han dejado fuera de nuestras fronteras; las cau-
sas se deben a que se establecieron junto a las nuevas vías de comunicación en-
tre Caesaraugusta y el Beneharno y entre Tarraco y Asturica Augusta respectiva-
mente: al otro lado del río Aragón en Fillera (Campo Real, Sos del Rey Católico)
y en la margen derecha del Ebro Varea (Logroño, La Rioja).
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La respuesta arqueológica de las excavaciones en unas y otras como he-
mos visto ha sido diferente en función de la intensidad de la investigación rea-
lizada y la conservación de las mismas. En este sentido, es mucho más fácil
intervenir y estudiar en aquellas que, tras resistir en el tiempo con una tímida
ocupación durante la Edad Media, sus solares fueron abandonados, caso de
Andelo, Santa Criz, Fillera, Iturissa y, en parte, Cara, que en el resto, donde la
superposición de las ciudades modernas a las antiguas obliga a “hacer arqueo-
logía” al ritmo que imponen las obras de renovación urbana. En cualquier caso,
entre las primeras no todas se conservan de la misma manera pues desde su
abandono la ocupación y explotación de sus solares ha llevado distinto reco-
rrido: la conservación excepcional del yacimiento de Santa Criz, abandonado
para el cultivo desde mediados del siglo pasado,es infinitamente mejor que el
de la cercana ciudad de Fillera, cuyo solar fue transformado en regadío, a pesar
de que esta última fue espacialmente mucho más generosa y de mayor impacto
territorial.
La investigación arqueológica tiene que seguir teniendo en el estudio de
las ciudades romanas un área de actuación preferente, pues es el tipo de yaci-
miento que más y mejor nos puede enseñar sobre la cultura romana clásica y los
cambios históricos y sociales que se produjeron tras la crisis del siglo III d. C. y
que, andando el tiempo, terminaron con la caída de Roma. Curiosamente, cono-
cemos bastante bien sus horizontes altoimperiales, en detrimento de sus niveles
fundacionales y terminales, básicamente porque las actuaciones arqueológicas
han estado dirigidas a destacar su nivel urbano y su monumentalización. Debe-
mos modificar esta disposición arqueográfica o positivista, pues seguramente
será más interesante para la reconstrucción histórica general de las ciudades
saber más sobre sus orígenes y matizar mejor sus declives. En este sentido, el
caso de Pompelo puede servir de ejemplo pues prácticamente no tenemos datos
concretos sobre la ocupación prerromana inmediatamente anterior a la disposi-
ción urbana que se desarrollo desde mediados del siglo I a. C., máxime tenien-
do en cuenta el interesante debate historiográfico que se ha abierto sobre la
fundación de Pamplona y el papel jugado en él por Pompeyo (Armendáriz,
2006 y Pina, 2009). No olvidemos que para este caso en concreto también debe-
remos estudiar el final del horizonte de ocupación de los oppida o ciudades
prerromanas localizadas en algunas cumbres de la cuenca de Pamplona, por lo
que se hace necesario e ineludible el punto de encuentro entre los arqueólogos
que se dedican al Hierro y los que prefieren el horizonte romano, así como
también el concurso de los especialistas de las fuentes clásicas.
El ejemplo de Pompelo es extensible a la generalidad de ciudades romanas
arriba citadas. Los estudios de Andelo y Cara deberían tener una continuidad
porque es mucho lo que tienen que aportar estos dos yacimientos, así como el
de importantes ciudades como Cascantum, Curnonium e Ilumberri, a pesar de que
es mucho más difícil intervenir en estas últimas por su emplazamiento urbano.
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No obstante, todas ellas deberían poner en marcha planes directores de inves-
tigación para que hagamos arqueología “de las ciudades” y no “arqueología en
las ciudades” y no estemos al albur de si se realiza una determinada obra o no,
que también, sino adelantándonos a ellas. Por otro lado, los nuevos horizontes
de investigación que se pueden poner en marcha en yacimientos abiertos como
Santa Criz, Aracaeli e Iturissa deberían seguir este mismo criterio y, sobre todo,
tener muy presentes los errores de planteamiento, estudio, difusión y, sobre
todo, de conservación que históricamente hemos cometido en nuestros yaci-
mientos. Santa Criz ya cuenta con un Plan Director de actuación. Ese debería ser
el modelo a seguir, con equipos de distintas instituciones interdisciplinares en
su composición e interdisciplinares en su funcionamiento, pero comenzando
por lo sustantivo y no por lo llamativo como es en primer lugar proceder a la
adquisición de los terrenos del yacimiento –que es de propiedad privada– y
creando la infraestructura mínima para poder desarrollar sin prisas los trabajos
que sean oportunos, tal y como se hizo hace 90 años con la Villa Romana de
Liédena y algo más tarde con el Alto de la Cruz de Cortes, la Villa Romana de Are-
llano o la ciudad de Andelo.
No creo que en el futuro haya grandes novedades en el descubrimiento
arqueológico de nuevas ciudades o mansiones en nuestro territorio, si acaso la
identificación de la mansio de Alantone, que no debe estar muy lejos de donde
tradicionalmente se ha localizado, en Atondo. Muscaria es una de las ciudades
del ámbito vascón citadas por las fuentes clásicas cuyo yacimiento bien ha po-
dido destruirse o que permanece oculto (caso del término de Mosquera en
Tudela o quizás el yacimiento romano a los pies del cerro de Santa Bárbara en el
casco viejo de esta ciudad para el caso de Muscaria) pues para la identificación
del resto de civitates (Ercavica, Nemantourista y Tarraga) podemos jugar con las
ciudades romanas ignotas identificadas por la Arqueología en los yacimientos
de Santa Criz, Fillera, Cabezo Ladrero (Sofuentes) y Los Bañales (Uncastillo), estas
tres últimas en las Cinco Villas de Aragón sobre las que ya hay abundante bi-
bliografía (Andreu, 2006 y Ramírez, 2006 y 2009).
b) “Vici
En el análisis del poblamiento prerromano de nuestra región a un nivel
inferior al de las ciudades se advierte un buen número de pequeñas aldeas o
poblados de caserío agrupado, algo que también ocurrió durante los siglos de
dominación romana y que se pueden englobar bajo el termino latino de vicus.
En Navarra los conocemos peor, no porque no los haya sino porque no han
mostrado el “atractivo” para los arqueólogos que sí tienen las ciudades o las
suntuosas villas de campo, de ahí que no haya muchas referencias a ellos. De
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los pocos casos que se han estudiado la bibliografía cita a El Castejón de Ar-
guedas, pero quizás también habría que interpretarlo como tal El Castillo/El
Montecillo de Castejón a la luz de las nuevas excavaciones realizadas y la
secuencia ocupacional que muestra; lo mismo que El Castellar de Javier, El
Dorre/Gazteluzar y El Cerco de Artajona, San Miguel de Barbarin, El Castillo de
Larraga y los Casquilletes de San Juan en Gallipienzo. Este tipo de asentamientos
hay que entenderlos como aldeas o pequeños núcleos rurales habitados funda-
mentalmente por campesinos, de fuerte tradición y costumbres indígenas, que
en cuanto a la relación con el territorio habrían estado estrechamente ligados a
los antiguos asentamientos prerromanos y la explotación de sus entornos. La
nómina de poblados y castros de la Edad del Hierro que siguieron habitados
durante los primeros siglos de la Era es larguísima por toda la geografía na-
varra, aunque en la mayor parte de ellos a partir de estas fechas se abandonaron
sus cumbres y recintos amurallados para el hábitat, pasando sus caseríos a
ocupar posiciones topográficas más suaves y casi siempre bajo la protección de
los vientos dominantes de la zona, sobre todo en las laderas bajas o llanuras in-
mediatas a los cerros (Armendáriz, 2008: catálogo de yacimientos). Estas aldeas
romanas estarían vinculadas a todos los niveles con las ciudades de las que de-
pendían, especialmente en el tema comercial pues será en los mercados y a tra-
vés de lo mercatores de estas grandes urbes donde darían salida a sus pro-
ducciones agrícolas y ganaderas, al tiempo que estos habitantes rurales se po-
drían avituallar en la ciudad de otros elementos y herramientas indispensables
de la vida cotidiana. En aquellos vici que también tuvieron ocupación durante la
tardoantigüedad se observa cómo en los tiempos de crisis se vuelve a ocupar
con carácter defensivo las cumbres los montes o colinas junto a los que se
asientan, incluso aprovechando para ello las viejas fortificaciones prerromanas.
Parece pues interesante desde el punto de vista histórico plantear en el fu-
turo un estudio de conjunto de este tipo de hábitats rurales, aunque los resul-
tados arqueológicos no sean espectaculares.
c) “Villae”
La auténtica novedad de la ordenación territorial surgida en los últimos
años de la República es la aparición de las villae y otros asentamientos menores
como alquerías, bien de tipo agrícola o ganadero, cuyo proceso de ocupación y
explotación del territorio se incrementó a partir de César y, sobre todo, desde el
mandato de Augusto. Alcanzaron su máximo esplendor residencial tras la crisis
del siglo III d. C., aunque desde entonces con un carácter más autárquico e
independiente y estrechamente ligado a los grandes terratenientes y oligarquías
urbanas. En realidad, el fenómeno de las villae es un nuevo sistema de insta-
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lación agraria y ganadera de carácter rural cuya ubicación en los mejores terre-
nos agrícolas junto a la aplicación de las nuevas técnicas agrarias y la ade-
cuación de zonas regables favoreció sobremanera la productividad de estas
nuevas explotaciones. Las más antiguas surgen durante la segunda mitad del
siglo I a. C., paralelamente a las modificaciones urbanas que adoptan las ciuda-
des y la reestructuración y conversión de los antiguos castros protohistóricos en
vici, de ahí que en muchas de ellas en sus niveles fundacionales todavía esté
presente la vajilla indígena de tipo celtibérico, que a partir de Augusto será pau-
latinamente sustituida por la sigillata romana, primero con tipos de importación
y después por la de producción hispana que copia modelos gálicos e itálicos.
Como hemos visto, el estudio de las villas romanas en Navarra cuenta con
una gran tradición historiográfica desde antiguo y probablemente es el sector
de la arqueología de época antigua que mejor se ha estudiado, por lo que está
bien representado en líneas generales. No nos vamos a extender sobre los
ejemplos estudiados, entre los que hay villas de primer orden como las de Are-
llano, Liédena, Ramalete, Villafranca y quizás Funes y otras menos suntuosas
como las de Falces, El Mandalor de Legarda, El Cerrao de Sada y Oioz de Urrául.
Lamentablemente muchas del tipo de las primeras las hemos perdido desde el
punto de vista patrimonial desde antiguo por obras de infraestructura agraria y
la propia actividad agrícola desarrollada sobre ellas, como por ejemplo la de Los
Paliñares de Mués (muy conocida desde el siglo XIX), La Fontaza de Buñuel, El
Coscojal de Traibuenas, Mandabeltz de Cirauqui, Provedao de Dicastillo o parcial-
mente la de El Montecillo de Corella. Pero todavía contamos con una buena
reserva arqueológica de este tipo de yacimientos romanos que tienen grandes
posibilidades, como los casos de Los Olmos de Murillo el Cuende, El Barrancaz
de Pitillas, San Julián de Beire, Soto Galindo de Viana y algunas del entorno de la
ciudad romana de Cascantum, especialmente la de El Villar de Ablitas.
Por todo lo expuesto, considero que la excavación integral de nuevas villas
romanas en Navarra no es una tarea prioritaria para la investigación, pues es un
modelo de implantación bien conocido y hasta cierto punto estereotipado en el
mundo romano. Sí la de seguir con su catalogación, valorando su implantación
en el territorio rural de las ciudades y su tejido económico y productivo que en
algunos casos, Cascantum por ejemplo, constituye la forma indirecta de abordar
su estudio debido a la problemática que tenemos para intervenir en el núcleo de
la ciudad. La excavación en otras, caso de Quilinta en Viana, sí que puede tener
un interés más específico para estudiar el alfar que allí produjo vajilla de pa-
redes finas con motivos historiados y epígrafes del alfarero calagurritanoG. Val.
Verdvllus (Gil Zubillaga, 1997).
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d) La ocupación de las cuevas
Aunque se han encontrado vestigios romanos en cuevas como las de
Abauntz (Arraitz) y Diablozulo (Guerendiáin), entre otras, todas manifiestan un
uso muy esporádico como refugio o escondrijo de época tardía, por lo que este
fenómeno no tuvo mayor trascendencia en su momento.
e) Las obras públicas
Qué duda cabe que la gran contribución de Roma a la civilización uni-
versal han sido las obras públicas y los trabajos de ingeniería, entre las que des-
tacan el diseño y ejecución de una muy racional malla de carreteras que facili-
taban el rápido tráfico rodado de una punta a otra del Imperio. Por ello la iden-
tificación de calzadas y puentes romanos en Navarra, además del descubri-
miento de los miliarios, ha sido una constante historiográfica de la investigación
desde el siglo XIX apoyada en las fuentes clásicas, que fue particularmente
desarrollada por Julio Altadill. Serían innumerables los registros bibliográficos
de puentes y calzadas “romanas” citados e desde su trabajo de 1928, pues hasta
relativamente poco tiempo a muchos puentes con arcos de medio punto y a los
caminos empedrados de apariencia arcaica del ámbito rural se les ha adjudi-
cado directamente una autoría romana.
Sin embargo las cosas han cambiado mucho en los últimos años, sobre to-
do a partir de las pesquisas del ingeniero Isaac Moreno en el campo de la inge-
niería y técnicas constructivas de los caminos romanos (Moreno, 2004), que nos
ha abierto los ojos a los arqueólogos para analizar el fenómeno de otra manera
buscando carreteras romanas bien trazadas con capas de afirmados de gravas
de sección menuda y no caminos “de uña” empedrados con losas que no per-
miten el tráfico a velocidad. I. Moreno, en sus trabajo de reconocimiento de la
caminería histórica logró identificar bastante certeramente la vía de Tarraco a
Asturica Augusta (la número 1 del Itinerario de Antonino) por la margen de-
recha del río Ebro a su paso por Navarra (Moreno, 2001 y 2005), lo que ha posi-
bilitado que, ampliando sus trabajos, la Sección de Arqueología del Gobierno
Foral haya procedido a su correcta delimitación, documentación, salvamento y
puesta en valor, como hemos visto en el tramo de Ablitas. Siguiendo esta
metodología trabajos recientes de la Sociedad de Ciencias Aranzadi están proce-
diendo a la delimitación de la vía de Asturica Augusta a Burdigala (La número 34
del Itinerario de Antonino) en la zona de Arce, Espinal y Burguete, en este caso
apoyada por el descubrimiento de varios miliarios in situ. Por otro lado, la bús-
queda de información documental ha echado por tierra la autoría romana de
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algunas calzadas empedradas “de uña”, como la que unía la localidad de
Cirauqui con el Alto de Guirguillano, que data de comienzos del siglo XIX y
tradicionalmente se ha solido poner como ejemplo “de libro” de calzada y
puente romanos (Ramos, 2006: 38). I. Moreno recientemente también ha
identificado el paso por Navarra (en jurisdicción de Sangüesa, Javier y Yesa) de
la vía que comunicaba Zaragoza con el Bearn que se corresponde con el
itinerario 33 de Antonino (Moreno, 2009: 95-98 y 153-154).
En el tema de los puentes ha ocurrido lo mismo a partir de los trabajos de
Manuel Durán (Durán, 2005), que ha supuesto un replanteamiento del tema
hasta el punto de que podemos afirmar que actualmente no se conserva ningún
puente de esta época en Navarra, ni siquiera vestigios, si excluimos el del
acueducto Alcanadre-Lodosa. La búsqueda de documentación archivística so-
bre algunos puentes descritos en la bibliografía como nítidamente romanos, ca-
so del de Dicastillo (que en realidad data de finales del siglo XIX), ha descu-
bierto que la mayor parte de estas construcciones se hicieron en época moderna
(Armendáriz y Velaza, 2006a: 116-119).
Por consiguiente, tras el replanteamiento metodológico para el estudio so-
bre las calzadas romanas en Navarra nos encontramos en una fase de la investi-
gación innovadora que está dando y dará en el futuro buenos frutos si segui-
mos trabajando en esta línea. No nos vamos a extender sobre este tema pues
Ohian Mendo está actualmente trabajando sobre el entramado viario romano en
esta parte del valle del Ebro y su conexión con el Cantábrico. Pero sí señalaré
que un reto prioritario para la investigación debe ser la identificación de la vía
34 de Antonino entre el límite de Navarra con Álava y Pamplona, que pasa por
la mansio de Aracaeli en Uharte Arakil, y descubrir el recorrido entre Pompelo e
Iturissa, si realmente pasa por el puerto de Erro o desde Ilumberri (Lumbier) as-
ciende al Pirineo por el valle del Urrobi. También habrá que empezar casi de
cero –con la ayuda de los miliarios– en la identificación arqueológica de las
otras vías descritas por las fuentes sin tanta precisión, como la que desde
Carcastillo a través de Cara comunica Caesarugusta con Pompelo (con restos iden-
tificados en Olite y Mendívil) y la que unía esta última ciudad con Oiasso (Irún).
Curiosamente la mayoría de los miliarios encontrados en Navarra se han loca-
lizado al margen de estas carreteras que podríamos definir como “de primer or-
den” y marcan nítidamente una red secundaria de conexión de vías como son,
entre otras: la que desde Fillera (Campo Real) se comunicaba con Varea (Lo-
groño) a través de Andelo y Curnonium, las que desde Graccurris y Calagurris
atravesaba los valles del Arga y Ega para conectar con la anterior calzada, el
tramo que unía la ciudad de Andelo con Pompelo a través de Artajona por el
Carrascal y la conexión entre Fillera, Ilumberri y Pompelo. Los trabajos arqueoló-
gicos se deberán orientar hacia la identificación en campo de los restos de estas
vías secundarias, que probablemente no se construyeron con tanto ahínco como
las citadas por las fuentes clásicas. También hacia el reconocimiento de algún
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resto de puentes que se haya podido conservar, que necesariamente los tuvo
que haber en el río Arga en Pompelo y Andelo, en el río Aragón en la zona de
Sangüesa y de Cara y en el Ebro, a la altura de Calagurris y Graccurris.
No hemos tenido grandes novedades en el ámbito de las obras públicas
para el abastecimiento de aguas de las ciudades romanas desde que se descu-
briese el interesantísimo complejo hidráulico para el consumo de boca de la
ciudad de Andelo, sobre el que habría que hacer alguna precisión en la conexión
entre la presa del Puente del Diablo y el depósito regulador y, muy particu-
larmente, en la distribución del agua en el interior de la ciudad, pues algunos
no admitimos como buena la interpretación del castellum aquae que hacen Mª Á.
Mezquíriz y M. Unzu y lo reconocemos como el podium de un pequeño templo.
Con parecido planteamiento metodológico que el utilizado para la datación de
los puentes también se echó por tierra la identificación de una presa junto a la
Villa Romana de Arellano, pues inicialmente se consideró romana pero el
análisis archivístico ha determinado su modernidad (Armendáriz y Velaza,
2006a: 120-121). En relación con el Acueducto Romano Alcanadre-Lodosa tam-
poco ha habido novedades interpretativas desde que lo excavara Mª Á. Mez-
quíriz por lo que sería deseable insistir en su estudio y, muy particularmente,
sobre su funcionalidad, pues creemos que todavía no está clara y desconocemos
si era para el consumo de boca o para el riego, más me inclino a pensar por
razones de índole topográfica que para lo segundo. Existen grandes esperanzas
de aportar alguna novedad a corto plazo con el estudio de la presa de La Estanca
de Cascante, una gran obra de ingeniería sea de la época que sea sobre la que
tenemos el gran reto de determinar su momento de construcción y la fecha de
su amortización.
Por último, en cuanto a la torre-trofeo de Urkulu todavía son muchas las
incógnitas que encierra este monumento romano conmemorativo. Tenemos
serias dudas sobre la interpretación que hacen Mª Á. Mezquíriz y J. L- Tobie de
unas ruinas que excavaron en su entorno como el “altar de consagración”, pues
están relacionadas con un contexto estratigráfico, estructural, histórico y
defensivo contemporáneo como fue la guerra de La Convención, que dejó mu-
chos testimonios en la zona. Realmente hasta la fecha no se ha intervenido ar-
queológicamente en la torre que, por cierto, no quedaba a la vista de la calzada
entre Pompelo y Burdigala como se ha dicho. Sorprende también que se trate de
una construcción a doble paramento con interior hueco, cuyo espacio está por
estudiar colmatado por derrumbes. En principio su interpretación como torre-
homenaje parece buena pero habrá que analizarla en profundidad desde los
planteamientos científicos de la arqueología, pues no solo convendría deter-
minar su autoría sino también la finalidad conmemorativa para la que se hizo, y
eso es algo que únicamente lo podremos concluir procediendo a su excavación
y recuperando restos y muestras que vengan en nuestro auxilio.
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f) La minería
La investigación de la minería en época antigua en Navarra es un campo
que sigue prácticamente virgen desde los estudios que Mª Á. Mezquíriz inició
desde el Museo de Navarra hace cuarenta años, cuando se planteó un intere-
sante estudio del panorama minero en nuestra región (Mezquíriz, 1973 y Tabar
y Unzu, 1996). En Lantz se descubrió y topografió un complejo de galerías per-
foradas en la caliza de las laderas del barranco de Ayerdi para la extracción de
mineral de cobre y hierro, en las que se llegaron a encontrar las lucernas
romanas que se utilizaron para su iluminación artificial. Lamentablemente estos
trabajos no tuvieron continuidad a pesar de los grandes recursos metaloge-
néticos existentes en la mitad septentrional de Navarra, que no habrían pasado
desapercibidos para los romanos. Se viene citando la existencia de minas ro-
manas en Aritzakun (Baztán) y en la Aezkoa, si bien la actividad minera practi-
cada en estas zonas hasta épocas modernas no permite hacer mayores valora-
ciones mientras no se profundice en su analítica.
Qué duda cabe que ahondar en el estudio de la minería romana tiene un
gran porvenir y podría justificar quizás el emplazamiento de determinados
asentamientos, sobre todo por los excelentes resultados obtenidos en regiones
circunvecinas como las minas de Arditurri de Oiartzun (Guipúzcoa) o las de
Teilary de Urepel (Baja Navarra, Francia).
g) Instalaciones militares
Descartado el yacimiento de Los Cascajos de Sangüesa como campamento
romano y otros que se han citado en la bibliografía sin demasiado éxito como
ElCastellón de Sangüesa, Las Parcelas de Ibiricu en la Sierra de Andía o el recinto
fortificado de Olite, solo nos quedan dos yacimientos que podríamos considerar
como campamentos temporales de época republicana, más concretamente de
las guerras sertorianas: el de de Aranguren y el de Cintruénigo-Fitero. En am-
bos habrá que seguir trabajando si queremos confirmarlos, tanto para aquilatar
la interpretación castrense del primero como para la identificación estructural
del segundo mediante prospección científica en campo, pues no olvidemos que
la mayor parte de los materiales que se han dado a conocer proceden del mer-
cado negro, algo que en principio es incompatible con el decálogo de nuestra
profesión.
En cualquier caso, la temprana romanización de nuestra tierra y su rápida
integración en Roma no parece que propiciase la instalación de campamentos
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permanentes en la Hispania Citerior. No obstante, la presencia militar de las le-
giones romanas sí que está muy presente en la destrucción casi masiva de po-
blados y ciudades en las guerras sertorianas (caso de Altikogaña, La Custodia,
Castillo de Sardea, Castillo de Irulegui, etc.); quizás también en otras acaecidas un
siglo atrás en la Ribera de Navarra (Turbil, Cabezo de la Mesa, Arrosia) que debe-
mos investigar.
h) Instalaciones y fuentes termales
Aunque se han buscado vestigios romanos en el manantial minero-medi-
cinal de Ibero no se han encontrado restos de esta época, por lo que solo los
encontrados en los Baños Viejos de Fitero son los únicos seguros hasta el mo-
mento. Como hemos visto, la presencia de restos romanos en los Baños de
Fitero era bien conocida desde el siglo XIX. Lamentablemente, las obras de
renovación que se ejecutaron en las instalaciones de balneario en 1982 se hi-
cieron de espaldas a la administración, por lo que M. Á. Mezquíriz se enteró por
la prensa y las supervisó cuando ya estaban terminadas, sin posibilidades de
hacer ninguna excavación como hubiese sido lo deseable. Aun así, pudo reco-
nocer algunos elementos romanos en la arqueta de captación de aguas y una
piscina circular de piedra romana que los propietarios del balneario dejaron a la
vista y es visitable (Fig. 15).
Más recientemente la propia Mª Á. Mezquíriz, en colaboración con
M. Unzu, ha querido ver en la llamada “fuente de las Vírgenes” del monasterio
de Leire algunas evidencias romanas en la talla de los sillares, sobre las que no-
sotros tenemos serias dudas. Este manantial se ha puesto en relación el ara de-
dicada a las ninfas por un aquilegus que se encontró empotrada en los muros del
monasterio en la restauración de 1943 (Mezquíriz y Unzu, 2001). Sobre esta
última, L. Vázquez de Parga postuló que pudiera proceder de la cercana esta-
ción termal de Tiermes (Zaragoza) de la que sí hay constancia que, como Fitero,
tenga un origen romano.
4. PROSPECTIVA DE FUTURO
Nos encontramos en una época difícil para la gestión y la investigación
arqueológica, pues las estructuras administrativas culturales, la financiación, las
universidades y otros centros de estudio están bajo mínimos. Precisamente por
ello hay que aprovechar la coyuntura que vivimos para proceder a una pro-
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funda reflexión y planificación estratégica de la misma teniendo en cuenta la
trayectoria seguida en estos 150 años y el análisis-diagnóstico de su estado
actual, cuyo balance en líneas generales es positivo. Lo haremos de forma
resumida.
a) Planificación estratégica de la arqueología navarra
Convendría promover desde la administración cultural, en colaboración o
audiencia con profesionales navarros y foráneos, un proyecto técnico estraté-
gico de la arqueología navarra a medio y largo plazo huyendo de los plantea-
mientos cortoplacistas que a menudo acostumbra aplicar la administración
política. Procede analizar en profundidad los aciertos y desaciertos llevados a
cabo hasta el momento para definir los criterios de actuación prioritarios y
establecer unos objetivos generales en los campos de la investigación, la pro-
tección-conservación del patrimonio y la difusión-divulgación del conocimiento
científico, sectores en lo que se debe trabajar interdisciplinarmente. Entre las
acciones concretas a tener en cuenta destacamos las siguientes:
1. Determinar las estructuras administrativas e instalaciones públicas que
sean necesarias en el futuro para mejorar la gestión arqueológica integral
en todas las administraciones e instituciones públicas.
2. Continuar potenciando la elaboración del Inventario Arqueológico de Na-
varra como herramienta base y fundamental de la gestión patrimonial.
3. Seguir insistiendo en el estudio concreto de algunos yacimientos rele-
vantes de nuestra arqueología de cara a la redacción de sus correspon-
dientes Planes Directores de Actuación.
4. Utilizar los mecanismos jurídicos y administrativos para la protección
legal de los yacimientos mediante las figuras jurídicas existentes. Particu-
larmente urgente es la redacción de un Plan Especial de Protección del
yacimiento de La Custodia de Viana.
5. Colaboración institucional entre la administración autonómica, la muni-
cipal, fundaciones públicas y las universidades navarras, amén de otros
centros de investigación sin ánimo de lucro especialmente vinculados con
la arqueología navarra.
6. Elaboración de un nuevo Reglamento para regular la actividad arqueo-
lógica adaptándola a los fundamentos de la Ley Foral de Patrimonio Cul-
tural, en el que se debe definir los papeles del director y subdirector de
una excavación, acotar la propiedad intelectual de los resultados obte-
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nidos en las intervenciones y considerando la obligatoriedad de publi-
carlos en las revistas científicas de Navarra, al menos de forma resumida.
7. Firmar con el Gobierno de La Rioja un convenio para la puesta en valor
del Acueducto de Alcanadre-Lodosa, teniendo en cuenta que este monu-
mento no solo es la división administrativa entre Navarra y La Rioja sino
que también es uno de los ejemplos más destacados de la ingeniería hi-
dráulica romana del valle del Ebro.
8. Definición de los Planes o Líneas de Investigación arqueológica priorita-
rias, procurando que su materialización se lleve a cabo por equipos com-
puestos por profesionales de distintas disciplinas o especialidades cientí-
ficas. Dichos planes deberían estar regidos desde la administración na-
varra, quien podrá delegar sus funciones en otras administraciones pú-
blicas, universidades, fundaciones o centros de investigación si en estas se
crean las unidades de gestión oportunas.
9. Posibilitar la participación y vinculación de estudiantes de Historia y
Arqueología en los nuevos proyectos de investigación, facilitando que en
el futuro dispongan de becas para hacer trabajos de investigación de grado
y tesis doctorales sobre los mismos.
10. Procurar la divulgación inmediata de los trabajos arqueológicos en los
entornos donde se realicen como medida de concienciación social hacia el
patrimonio, siempre y cuando la publicidad de los mismos no sea perju-
dicial para la seguridad y la conservación de los yacimientos.
11. Valorar el papel de la Comisión de Arqueología del Consejo Navarro de
Cultura. Convendría que el órgano asesor del Gobierno de Navarra en
materia arqueológica estuviese compuesto por un comité científico más
amplio y especializado que el que determina la heterogénea composición
de los miembros del Consejo Navarro de Cultura.
12. Potenciar el Museo de Navarra como institución fundamental encargada
de la difusión y divulgación a todos los niveles de la investigación ar-
queológica y el conocimiento que genera.
b) Planes de investigación para la arqueología navarra de época antigua
Las posibles líneas de investigación arqueológica de las Edades del Hierro
y Romana son casi infinitas, pues todas de alguna u otra forma pueden pro-
fundizar en el conocimiento de nuestro pasado. Sí que convendría que los pro-
yectos de ambas épocas se abordaran de forma conjunta pues la línea del tiem-
po no establece una división clara entre una y otra e históricamente, como en el
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resto de España, ha habido un cierto divorcio entre los arqueólogos que han
estudiado el Hierro y los que analizan el mundo romano que ha sido perjudicial
para la ciencia, de ahí que los siglos III-I a. C. no los tengamos bien estudiados,
particularmente en las ciudades romanas. Extractaremos los proyectos que a
nuestro juicio pueden completar aspectos no se han profundizado que hasta
ahora en los estudios realizados.
Para la Edad del Hierro:
1. Seguir procediendo a la catalogación de las ocupaciones castrenses de la
Montaña, pero realizando en ellos sondeos estratigráficos que nos ayuden
a acotar cronológicamente este tipo de hábitats fortificados de altura.
2. El estudio de los oppida que desaparecieron del mapa político de la Ribera
navarra en los comienzos de la conquista romana, particularmente investi-
gando por su buena conservación el yacimiento de Turbil y otros poblados
coetáneos.
3. Los orígenes de la ciudad de Pompelo y la ocupación prerromana de la
cuenca de Pamplona hasta Sertorio.
4. Los fundacionales y la topografía arquitectónica de los horizontes prerro-
manos de las ciudades de Andelo y Cara.
5. El estudio de las ciudades indígenas de época republicana que quedaron
amortizadas por destrucción en las guerras sertorianas, como La Custodia y
Altikogaña, para descifrar cómo fueron los ritmos del proceso de romani-
zación.
6. En el ámbito funerario la investigación del fenómeno de los crómlech.
Para la Época romana:
1. La investigación de las ciudades y su vinculación con el territorio rural
debe seguir siendo prioritario a nivel general, posibilitando proyectos más
específicos para algunas que conocemos peor como por ejemplo Curno-
nium y Olite con su discutido recinto amurallado. Convendría seguir estu-
diando las ciudades de Cara y Andelo para amortizar los trabajos previos e
inversiones realizadas.
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2. El siempre interesante estudio de la ciudad de Pamplona requiere un
proyecto arqueológico integral que se adelante en el tiempo al ritmo que
imponen las obras e incida en las lagunas de conocimiento que tenemos
sobre ella.
3. El proyecto de Santa Criz tiene muchas posibilidades de éxito como inter-
vención a futuro en una ciudad romana, pero su desarrollo no debe salirse
de las directrices establecidas en su Plan Director. Tampoco debe obviar el
problema de la conservación arqueológica de las ruinas ni desatender su
difusión científica.
4. Particular interés tiene, como novedad, la investigación por su emplaza-
miento y situación de una ciudad romana en el Summo Pyreneumcomo
Iturissa, para lo que habría que procurar la redacción previa de un Plan
Director de actuación como estudio-diagnóstico del yacimiento.
5. El ocaso del fenómeno urbano de las ciudades romanas y su desaparición
en la Antigüedad Tardía.
6. El estudio en profundidad de la minería romana en Navarra.
7. La investigación de las calzadas romanas bajo los nuevos presupuestos
metodológicos que tan buenos resultados están dando, así como el de sus
instalaciones de servicio como la mansio de Aracaeli.
8. En el campo de la ingeniería hidráulica, parece muy interesante desa-
rrollar un proyecto para la presa de La Estanca de Cascante. También reto-
mar el estudio del Acueducto Alcanadre-Lodosa para determinar el punto de
origen de la captación de las aguas y el destino de las mismas (áreas rega-
bles o de consumo de boca).
9. En el ámbito de los monumentos conmemorativos, la torre-trofeo de
Urkulu merece un proyecto específico para su correcta interpretación his-
tórica.
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Fig. 1
Cartel informativo del hallazgo de los mosaicos de la calle Curia del siglo XIX
(Foto: Sección de Arqueología del Gobierno de Navarra
Fig. 2
Sala del Museo Artístico-Arqueológico de Navarra en la Cámara de Comptos
(Foto: Archivo Institución Príncipe de Viana)
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SIGLO Y MEDIO DE INVESTIGACIONES
Fig. 3
Portada del Cuestionario sobre arqueología
Fig. 4
Excavaciones arqueológicas en el Alto de la Cruz de Cortes por Maluquer de Motes
(Foto: Archivo Institución Príncipe de Viana)
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Fig. 5
Inicio de las excavaciones en la Villa Romana de Liédena
(Foto: Archivo Institución Príncipe de Viana)
Fig. 6
Plano de la excavación de la Villa Romana del Ramalete (Tudela) por
Taracena y Vázquez de Parga
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SIGLO Y MEDIO DE INVESTIGACIONES
Fig. 7
Una de las salas del Museo de Navarra en la inauguración de 1956
(Foto: Archivo Institución Príncipe de Viana)
Figura 8
Acueducto romano de Alcanadre-Lodosa
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Fig. 9
Crátera de cerámica celtibérica de La Custodia (finales del siglo II comienzos del Ia.Cl.)
(Foto: Museo de Navarra)
Fig. 10
Reconstrucción virtual de la Villa Romana de Liédena en uno de los paneles explicativos del
yacimiento (según Vizcaíno y otros, 2013)
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SIGLO Y MEDIO DE INVESTIGACIONES
Fig. 11
Reconstrucción virtual de la Villa Romana de El Mandalor (Legarda) según Ramos
Fig. 12
Detalle del corte estratigráfico de la calzada romana en el término municipal de Cortes
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