En un día soleado, a última hora de la mañana, cuando la luna llena se estaba desvaneciendo, todo era igual. La alta temperatura heló al viento, que al estar desmotivado, se motivó a soplar sin moverse. Y eso era lo que, por no entender, era comprensible no haber entendido. Pudo haber sido diferente, y fue igual porque nadie me dijo que, al decirme, lo que yo dijera lo diría el que diría lo que aún no me habían dicho; pero, creo que eso no tiene nada que decir... Así que fui en dirección contraria y me dije en un silencio aullador: - ¿Por qué las palabras no dicen aquellas cosas para las que no fueron escritas? Todo esto confundió mis ojos que querían seguir el razonamiento lógico que, a su vez, corría tanto como una señal de 300km; que no es mucho, pero es mucho. Pude hacer este descubrimiento gracias a estar cubierto por el velo que lo cubría, debiendo descubrirlo de la manera tradicional: sacándolo del estado cubierto al estado descubierto. Estos problemas se resolvían con simples cálculos matemáticos, y solo no eran exactos por la complicación que es su propiedad. Además, está el factor relevante de las clases que me di y no recibí, referentes a la misma materia, que particularmente ya no conozco. Y encontrándome en este lugar, donde ya no me ubico, miré el mapa que nunca llevo conmigo y siempre me acordaba de olvidarlo en casa. En ese momento, fue cuando me despertó el despertador, y dije con todas las palabras que estas letras me enseñaron: - ¡Si quieres despertar de la pesadilla, asegúrate de estar durmiendo primero!