Que Steve Jobs es un genio del márketing no hace falta recordarlo. Su modo de crear y vender sus productos formaba parte de la imagen de Apple, de los motivos por los cuales millones de personas se siguen fiando de la marca. Lo hemos visto en implacables negociaciones y en cómo confiaba ciegamente en sus ideas.
Por sus genialidades, muchos se toman en serio lo que en principio pueden parecer ideas absurdas sobre sus rutinas de trabajo. Y una de esas rutinas era la mar de curiosa: lo centraba todo en una regla llamada "regla del tres". Esa cifra dirigía sus reuniones, su estrategia de venta y su modo de comunicarse con las personas.
Tres, tres, tres
¿Cómo presentó Jobs el iPhone en 2007? Diciendo que era la tercera gran revolución de Apple después del Mac y de Mac OS X. Tres. ¿Qué combinaba el iPhone en un sólo producto? Un iPod, un móvil y un comunicador. Tres cosas. ¿Sus reglas para reuniones productivas? Agenda corta, lista de asistentes corta y menos de 30 minutos. Tres reglas.
¿Cómo presentó el iPad? Como un tercer dispositivo entre un smartphone y un ordenador portátil. Tres. ¿En cuántas cantidades de almacenamiento se venden los iPhone? En 128, 256 y 512 GB. Tres cantidades. ¿Su sistema para resolver problemas? Mira más allá, enfócate y desconecta. Tres reglas. No hace falta que siga, ¿verdad? El tres está en todos los rincones de Apple.
Jobs tiene este número tanto en cuenta por ser un número que encaja muy bien en nuestras mentes. Una persona humana suele recordar bien tres puntos clave de cualquier conversación, por corta o larga que sea. Dos puntos dan la sensación de que has dejado algo en la palestra, y cuatro puntos dan la sensación de ser demasiados. Tres, por alguna razón, encaja en nuestro subconsciente.
Eso se refleja también en otros ambientes fuera de Jobs: una película u obra de teatro suele dividirse en tres actos. Los consejos del gobierno tras un anuncio de medicamentos: tres. Y cualquier guía de mejora en los estudios te recomendará resumir fragmentos de texto en tres claves.
Probablemente Jobs debió llevar esa regla al extremo, sabiendo que siempre se aferraba a unos hábitos bien estrictos. Lógicamente hay debate sobre el modo con el que trabajaba en Apple y su actitud, pero no hay debate posible sobre el éxito que pudo cosechar.
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