El Tourmalet

¡Viva el Tourmalet!

El Tourmalet y otros colosos.

Tourmalet por Sergi López Egea

Tourmalet por Sergi López Egea / EPC

Sergi López-Egea

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Una vez hubo que bautizar a esta sección. ¿Qué nombre poner a una especie de blog que hablaría principalmente de ciclismo siguiendo carreras como el Tour o la Vuelta? No fue necesario ni esperar 10 segundos para obtener una respuesta acertada: Tourmalet. Así, sin más. Porque si había que nombrar a un espacio en este diario que hablara de este deporte y de la intrahistoria que lo rodea, nada mejor que hacerlo con la montaña más simbólica no sólo de la ronda francesa sino de todo este deporte.

Los cicloturistas con los que uno se cruza en la carretera -a los que hay que respetar sobre todas las cosas- no obtendrán el carnet correspondiente hasta el día que suban el Tourmalet; a sufrir, sobre todo en la parte final cuando las rampas parecen las propias de un garaje por el cansancio, pero se sentirán dichosos y tremendamente felices al coronar la cumbre. Será su mejor día deportivo.

Llorar en la cumbre con Delgado

Yo he visto a ciclistas llorar en la cima del Tourmalet. Recuerdo una mañana de un sábado de junio por allá 2018 en la que se me ocurrió con otros amigos acompañar a Pedro Delgado, el que calza y viste, a revivir sus años de gloria. Lo seguí en coche porque hacerlo en bici requiere un esfuerzo titánico por los siglos de los siglos, y que dure muchos años. Un grupo de cicloturistas lloró de tremenda alegría porque cumplieron dos sueños a la vez: coronar el Tourmalet y coincidir en la cima nada más ni nada menos que con Perico. Lloraban cuando lo vieron, como ir un día a visitar el Camp Nou, cuando terminen las obras, coger un balón para dar cuatro chuts y encontrarse de repente a Messi, que te pasa la pelota y hasta te sugiere que lo regatees.

El Tourmalet es más que una montaña, es el Maracaná del ciclismo, el Silverstone particular de todo cicloturista que ascendiendo y sufriendo por sus cuestas se cree durante unos minutos interminables que es Induráin, Merckx, Hinault, Coppi, Anquetil y Bahamontes, que hace un año nos dejó, y que firmó en su dominio una de las mejores ascensiones que se recuerdan a tan legendario monte.

Los gladiadores

Y este sábado lo subirán los gladiadores del Tour, a toda máquina, sin piedad, a por todas, para convertirse de nuevo en la joya de la corona; cientos de aficionados habrán dormido en las cunetas y aunque no se conozcan de nada habrán hecho amigos, vino y cerveza, cánticos y mucha fiesta porque las noches en los Pirineos son gélidas, aunque sea el mes de julio.

En el Tourmalet la piel se pone de gallina, como al visitar un monumento, una obra de arte, símbolo de la humanidad; la misma sensación que se tuvo hace ya 15 días cuando se entró en la Galería de la Academia de Florencia para colocarse a los pies de David y observar la obra cumbre de Miguel Ángel.

Así es la montaña de las montañas, la cima de los Pirineos, el principal símbolo del Tour, el monte que se ascendió por primera vez en 1910 por caminos de carro que habrían convertido en autopistas las rutas de gravel que superaron los corredores de la prueba el domingo pasado en la etapa a la vez más extraña pero emocionante de esta edición de la carrera.

Otros monumentos

El Tourmalet es como subir a la torre Eiffel cuando se va a París por primera vez, como entrar en el Coliseo romano, como revolcarse por las dunas de Merzouga, como atravesar el puente de Brooklyn a pie o como bañarse en una playa de ensueño de la Polinesia, donde se habla francés y el Tour se ve en hora intempestiva.

Por eso, este sábado no hay que perderse la ascensión ni el descenso, aunque por años que pasen nunca se alcanzará el éxtasis que produjo la maravillosa bajada que protagonizó Induráin en el Tour de 1993 para capturar a Rominger y salvar la tercera victoria en París cuando estuvo en riesgo. ¡Viva el Tourmalet! No hay nada más que añadir.

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