El Tourmalet

Mikel Landa, un mito en el Tour

Tourmalet por Sergi López Egea

Tourmalet por Sergi López Egea / EPC

Sergi López-Egea

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Mikel Landa es uno de esos ciclistas -incluso se podría añadir uno de esos deportistas para darle mayor trascendencia- a los que siempre hay que amar, porque puede fallar -él y otros lo han hecho-, pero nunca se rinde cuando encuentra su lugar en el pelotón y se siente feliz, como ahora, en su nuevo equipo belga.

Él es el único ciclista de todo el pelotón mundial, ni Pogacar, ni Vingegaard, ni nadie, que goza de su propia religión, denominada el ‘landismo’, de incondicionales que se entregan a él en cuerpo y alma, que lo apoyan cuando falla y que lo subirían a hombros cuando destaca en el pelotón, sobre todo en el Tour donde ya ha terminado dos veces en cuarta posición. En 2017, se le escapó el podio por un segundo con Romain Bardet. Y eso es terrible. Por un puñetero segundo no poder pisar el podio de los Campos Elíseos.

Los incondicionales

“’Landismo’ o barbarie”, gritan los incondicionales de Landa, los que lo animaron en el Tourmalet cuando el pelotón de figuras subió por la entrañable montaña al trote, sin nada que añadir, con el protagonista de esta historia camuflado, como los demás.

No me cansaré nunca a la hora de destacar las virtudes como corredor de Landa. El ciclismo español, hoy por hoy, está como está. A algunos nos gustaría que estuviera más alto, pero como los ríos que van a morir al mar los tiempos de Induráin nunca regresarán, ni los de Contador, ni la pasión que desató a finales de los 80 Perico, algo que ni siquiera llegó a provocar Miguel con el éxtasis de ganar cinco Tours de forma consecutiva.

Pero en el momento actual, cuando Juan Ayuso, que vale un potosí como corredor, trabaja de gregario para Pogacar, cuando Carlos Rodríguez ilusiona, sí, pero lejos de convertirse en el ídolo de masas de sus antecesores, allí aparece Landa, calladito y sin hacer ruido como a él le gusta, para estar entre los diez mejores del Tour, su posición, y como un ayudante de Evenepoel que hasta ahora no ha precisado de sus servicios para que el ‘landismo’ se mueva a sus anchas por las carreteras de la ronda francesa.

Una inspiración

Landa sigue siendo una inspiración, un artista sobre la bici que comparte hotel y éxitos con Evenepoel para sentirse feliz tras muchos años en el pelotón. Cuando estaba con Froome, cuando lo acompañó en la última de las cuatro victorias del británico, nunca esbozó una sonrisa, entre otras cosas, porque su jefe, subiendo el Izoard, con el Tour resuelto y sin nadie que le hiciera sombra, no le permitió demarrar para buscar la victoria, para sentirse dichoso y para obtener la recompensa que necesitaba por los servicios prestados. Corrió ese Tour atado de pies, manos y pedales.

Ahora, se siente mucho más libre, sin cadenas, sólo con pedaladas de solidaridad entregadas a Evenepoel, al que aconseja, al que calma en los momentos más intrascendentes y al que le advierte de los peligros y sinsabores de la carrera. Así que él, un poquito, sólo un poquito más rezagado, corre con alegría, siempre entre los mejores, al son que marcan los compañeros de Pogacar para divertirse en el Tour, que ya es mucho, y para reivindicar el espíritu del ‘landismo’, convencidos sus admiradores de que Landa es un mito.

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