Catalunya desaprovecha el talento extranjero

El 40% de migrantes trabaja en puestos para los que está sobrecualificado: "Hacemos los oficios que los europeos no quieren"

Un informe del Departament de Treball señala que la sobrecualificación lastra el doble a las personas migradas que a los nativos

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Jóvenes y migrantes, dos veces excluidos

Reportaje sobre migrantes sobrecualificados. Entrevista a Matt López.

Reportaje sobre migrantes sobrecualificados. Entrevista a Matt López. / JORDI OTIX

Gabriel Ubieto

Gabriel Ubieto

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La falta de profesionales cualificados se ha convertido en uno de los problemas que más rápido y frecuentemente dicen tener las empresas hoy en día. Hasta el punto de que estudios recientes cuantifican en unos 8.150 millones de euros los que deja de generar la economía española por esa escasez de manos debidamente formadas. Mientras, Catalunya, en una línea muy similar al conjunto de España, no está sabiendo aprovechar el talento que le llega de fuera.

Un reciente informe de la Generalitat señala que el 40% de las personas nacidas en el extranjero que trabajan en Catalunya lo hace en puestos para los que está sobrecualificado. Una tasa dos veces superior a la que sufren los nacidos en Catalunya.

"Yo le puedo dar fe de esas estadísticas", afirma Víctor Eduardo, mientras remueve con parsimonia un café en el bar de la estación de Renfe de Terrasa. La camarera que se lo ha servido es latinoamericana. Los otros dos clientes del local, que hace poco estaban asfaltando una calle de enfrente de la estación, también toman café mientras conversan entre ellos en árabe. 

“Mi hija mayor es ingeniera petrolera y trabaja como encargada de tienda en KFC, casualmente hoy la han pasado al área administrativa”, cuenta. “Y mi hija mediana, que es ingeniera mecánica, ha estado trabajando de vendedora en Mediamarkt, luego en Bauhaus y ahora, por fin, está en una consultora dedicada a la obra civil. Está motivada, pero las condiciones no son las mejores”, relata. 

A su hija no le reconocen el título de ingeniera ya que lo obtuvo en su Venezuela natal, pero ejerce como tal. Cobra unos 20.000 euros al año y una ingeniera en su puesto, como mínimo, cobraría 30.000 euros, según explica el padre. 

Entrevista con Víctor Eduardo Benavides, ingeniero.

Entrevista con Víctor Eduardo Benavides, ingeniero. / ZOWY VOETEN

Víctor Eduardo es también ingeniero titulado, industrial y con 20 años de experiencia. “Era asistente del supervisor industrial en una empresa petroquímica de Venezuela. Tenía a mi cargo la formación en prevención de riesgos laborales de 120 personas”, afirma. Desde que llegó a Catalunya en 2017 solo ha tenido algún contrato temporal, de no más de seis meses.

Sus principales desventajas a la hora de presentarse a una entrevista de trabajo son su edad, 63 años, y su invidencia. “Sobre el terreno no puedo hacer inspecciones, eso es cierto, pero mi especialidad es formar a la gente. Y elaborar todas las estadísticas de las horas trabajadas y revisar y elaborar de todos los informes en caso de accidente. Y todo eso puedo hacerlo sin problema. Llevo años haciéndolo”, cuenta. 

Demostrar el doble

“Sientes que llegas aquí con una formación importante y luego no te vale de nada. Es un bajón”, cuenta Matt, maestro de educación infantil y formador en materia de género en universidades. Desde que vive en Barcelona ha sido paseador de perros, camarero, limpiador de casas y cuidador de ancianos. Ahora, mientras convalida los títulos universitarios que se sacó en su Colombia natal, ejerce de monitor de niños en un centro cívico. 

Entrevista a Matt López

Entrevista a Matt López / JORDI OTIX

Matt considera que las empresas se aprovechan de esa burocracia que dificulta la convalidación de títulos para pagar menos por una elevada formación. Es un nuevo tipo de "colonialismo", considera. “¿Porque las personas que venimos de otra parte, sobre todo del sur global, se nos ponen tantas trabas? ¿Qué pasa con nuestras formaciones, con nuestro tiempo, con nuestros conocimientos? ¿Vale menos? A los europeos no se les ponen ni la mitad de trabajas cuando van a trabajar allá”, afirma. "Es ponernos muchas trabas para tenernos a nosotros en los oficios que Europa piensa que tiene que hacer un migrante", añade.

A Gladys el problema de las homologaciones le hizo desistir de su prometedora carrera como bióloga. En Colombia se graduó en la universidad con todos los honores y durante muchos años trabajó como alta ejecutiva en una farmacéutica internacional. Posteriormente se mudó a Italia, donde lideró un laboratorio clínico. Para luego aterrizar en Catalunya, donde tuvo que renunciar a su carrera por el “lío de las homologaciones”. Ahora trabaja en una tienda vendiendo maniquíes y estanterías. 

Techo de cristal

Gabriela llegó de Buenos Aires para trabajar como arquitecta cuando en Barcelona todavía se pagaban los cafés en pesetas. Si bien ella pudo convalidar rápidamente sus estudios, cuenta como varios colegas suyos, también venidos de Latinoamérica, estuvieron tiempo diseñando proyectos que luego firmaba otro arquitecto nacido y formado en Catalunya.

Ella se ha especializado en resolver problemas de accesibilidad para edificios y gran parte de su carrera la ha realizado como autónoma, saltando de proyecto en proyecto. Ahora, a sus 56 años, busca consolidarse en una empresa y ganar la estabilidad que suele conllevar un trabajo asalariado.

El problema es que pese a sus dos décadas de experiencia, dos másteres, cuatro idiomas y varias estadías internacionales no logra un puesto de perfil sénior como el que le correspondería a su currículo. "Cuando postulo a una oferta muchas veces pienso: 'Este puesto yo lo cumplo de A a Z’. Pero luego nunca me llaman. No se si es por mi edad o porque me formé fuera. Parece que hay un techo de cristal invisible que me dice 'hasta aquí'", explica.

Gabriela, Matt y Víctor Eduardo surfean como pueden las dificultades que se encuentran para encontrar trabajo con la ayuda de los servicios de ocupación de Barcelona Activa. De los que, honestamente, hablan satisfechos. Pese a ese enlace local con las vacantes que precisa cubrir la ciudad, a los tres les cuesta romper la barrera de la entrevista de trabajo. 

Víctor Eduardo acaba su café. Los dos obreros ya hace un rato que han apurado el suyo y vuelven a darle caña a la hormigonera. "El marido de una de mis hijas trabaja como ellos. Trabajó conmigo ventitantos años en la petroquímica como ingeniero. Aquí es albañil. Es lo que hay", afirma.

Entrevista con Víctor Eduardo Benavides, ingeniero.

Entrevista con Víctor Eduardo Benavides, ingeniero. / ZOWY VOETEN

Antes de terminar la entrevista, añade un último comentario. "Las empresas deben dar oportunidades a todo el mundo, también a las personas invidentes. Si tú me ofreces un trabajo que no va contra la moral y las buenas costumbres, para mí es un trabajo digno. Si me das 2.000 euros por engañar a la gente, no lo voy a hacer. Si me das una escoba para que te barra todo este andén, lo haré con la cara bien alta. Porque es un trabajo digno, pero primero hace falta que alguien te de una oportunidad", concluye.

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