Periodista
Albert Soler
Periodista
Ponga un Borbón en su boda
Imagino que no es lo mismo alquilar a Felipe y Leticia que al emérito y un par de sus hijas, como hizo Almeida
Cuando me casé, y eso que no hace ni seis años, todavía no podía uno contratar a los borbones para dar lustre a la boda. Almeida ha tenido más suerte y ha podido alquilar a un par o tres de ellos, eso sí ha sido un casorio y no lo mío, que acabamos todos bailando borrachos en una pista polideportiva del barrio. De haber tenido un Borbón en la boda, mi señora y yo nos habríamos marcado un vals, o por lo menos un chotis, como el alcalde de Madrid, para que viera la realeza que la plebe también sabe bailar, y me habría ahorrado la resaca. Si llego a saberlo, espero unos años.
Lo que se vio en la boda de Almeida fue un bofetón a quienes sostienen que la monarquía no sirve de nada: se la puede alquilar. Ignoro a cuánto están los borbones actualmente, en la web de la Casa Real no consta, aunque imagino que no es lo mismo alquilar a Felipe y Leticia que al emérito y un par de sus hijas, como hizo Almeida. Dependerá de la economía de los contrayentes, o de sus familias, si es que todavía las hay que se hacen cargo de la boda de los niños. Aprovechando los aires de transparencia que están llegando a la monarquía, estaría bien hacer públicas las tarifas, así cada español en edad de merecer sabrá a qué Borbón puede aspirar. Quien no pueda permitirse los servicios de un Juan Carlos -además de la elevada tarifa, hay que celebrar la boda en un local adaptado- o una infanta, podrá permitirse un Froilán o una Victoria Federica, y quien no, algún primo segundo, hay borbones al alcance de todos los bolsillos. Incluso los que dejaron de serlo, como Marichalar y Urdangarin, no iban a perder la ocasión de comer de gorra y darían un toque de alcurnia. Un Borbón jamás rechaza una comilona, y si encima le pagan, se planta ahí aunque tenga que ir acompañado de un tipo que le sostenga, como el rey emérito.
Las tarifas deben especificar los extras que se pagan aparte. No es lo mismo asistir a la ceremonia, que prolongar la presencia al guateque -aunque hay que reconocer que los borbones difícilmente se perderían la fiesta-, igual que no es lo mismo la mera presencia que hacerse fotos con los contrayentes, no digamos ya bailar -en caso de que el Borbón contratado no esté físicamente impedido- con la novia. Que el Borbón sea el encargado de cortar en pedazos la corbata del novio al grito de “mi reino por unas tijeras” dependerá tanto de los honorarios abonados como de la frecuencia con que el camarero le reponga la copa de vino durante el banquete.
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