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Josep Maria Fonalleras
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'From Russia with love'

Ante el ímpetu cibernético de Putin, el juez Aguirre se inmola como un defensor de la fe democrática

El juez Joaquín Aguirre, en el centro con gafas, en uno de los registros del 'caso Macedonia', en 2022.

El juez Joaquín Aguirre, en el centro con gafas, en uno de los registros del 'caso Macedonia', en 2022. / Efe/Alejandro García

"La guerra ya no es lo que era". Leo esta frase en una información sobre la nueva imputación del juez Joaquín Aguirre (delito de traición y malversación de caudales públicos) contra Carles Puigdemont, pero también, entre otros, contra Carles Porta, el de 'Crims' y 'Tor', el de “poner luz a la oscuridad”, que, al parecer, “algún papel de relevancia debía tener en la trama ruso-catalana”. Leo más detalles sobre el auto y sobre los delirios del instructor, pero resulta que son de tal envergadura que no me acabo de creer que el juez Aguirre pueda alcanzar unos niveles tan elevados de desvarío, con una avalancha de alucinaciones que solo serían admisibles en series como la mítica 'Superagente 86' o en películas como 'Austin Powers'. No quisiera faltar al señor juez, ni verme incriminado por un delito de ofensas. Intento aplicar un método científico. No hablo de la ingesta de sustancias psicotrópicas, pero sí de desvaríos y alucinaciones, que quizás forman parte consustancial de la estructura mental de determinados miembros del estamento judicial. Hay jueces, y esto es una evidencia, que aprovechan la posibilidad que tienen a su alcance debido a la propia condición de magistrados para dar rienda suelta a un instinto fabulador que, en otras condiciones, se convertiría en una novela. Lo repito: como no me acabo de creer lo que leo en la prensa, voy a los orígenes, es decir al auto dictado por Joaquín Aguirre.

Y, efectivamente, la frase está ahí: “En el siglo XXI, la guerra ya no es lo que era”. Este es el corolario de toda una declaración de intenciones como ensayista, travestido de historiador y filósofo. La sarta de razonamientos del juez Aguirre es portentosa. Decide que la Modernidad empieza con “la conquista de América” y “con la Ilustración burguesa” (¡yo pensaba que nacía con la caída de Constantinopla, pobre de mí!) y explica que antes se hacían guerras para delimitar territorios y que los conflictos del siglo XX son el “modo moderno de entender el conflicto bélico”. Nos trajeron muchas desgracias, pero fueron positivas (¡eso lo dice él!) porque “aprendimos a mitigar sus efectos colaterales”. Ahora, la guerra que se lleva, es "la guerra híbrida", que consiste "en lograr resultados influyendo directamente en la sociedad mediante la desmoralización". La conclusión que extrae es que "la zona gris y las amenazas híbridas se han convertido en la nueva técnica militar", que es mucho más barata, simple y efectiva que la antigua fórmula del bombardeo. Todo esto dice el juez Aguirre (que no ve los Telediarios, al parecer) y se erige en salvador de la civilización cuando argumenta que hace lo que hace (“pensar una solución alternativa” para saltarse a la torera las objeciones de la Audiencia Provincial e imputar de nuevo a Puigdemont y compañía) “por razones de equidad y justicia, así como por las de importancia histórica para la Unión Europea”. Ante el ímpetu cibernético de Putin, Aguirre se inmola como un defensor de la fe democrática. No exageraban las crónicas, no. La realidad es peor.

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