Opinión | Govern
Ernest Folch

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Editor y periodista

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Gestoría sin oposición

Consciente de que de momento la oposición está desaparecida en combate, la estrategia de Illa es ignorar, como si no existieran, las invectivas de Puigdemont

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El presidente de la Generalitat, Salvador Illa, en un acto de CCOO en Bellvitge.

El presidente de la Generalitat, Salvador Illa, en un acto de CCOO en Bellvitge. / ACN

En la política catalana, una misma palabra puede ser a la vez excitante o deprimente según quien la escuche. Puigdemont acusa a Salvador Illa de dirigir la Generalitat como una “gestoría”, una palabra que, curiosamente, es a la vez un insulto en las filas de Junts y un elogio en las del PSC. El independentismo que creció, eclosionó y se marchitó con la épica de los días históricos aborrece la normalidad de la gestión, y el socialismo que caminó por una dura travesía del desierto en los años de la inflamación ve el tedio de una gestoría como el advenimiento de un nuevo tiempo en Catalunya. Puede que la mutación profunda que está sufriendo la presidencia de la Generalitat, el abismo insalvable entre el presente y el pasado, entre el talante de Illa y el de sus predecesores independentistas, se resuma en esta metafórica “gestoría” que Puigdemont le ha lanzado como un insulto, pero quien sabe si puede ser percibida como un elogio.

Puede que tras los silbidos que recibió Illa en el Tarraco Arena, como en todos los que recibirá cuando pise territorio comanche, esté el malestar de quienes se resisten a pasar página y a abandonar sus sueños en detrimento de la gestión. Sin embargo, en este choque político donde unos quieren agitar y los otros apaciguar, hay un fascinante contraste de estrategias. Mientras Puigdemont se lanza a la yugular de Illa un día sí y otro también, el presidente de la Generalitat le responde con un silencio impasible y espectral. Puigdemont ataca, Illa calla y evita el cuerpo a cuerpo. No es una táctica nueva: aquel ya lejano 8 de agosto, mientras Puigdemont buscaba el efectismo con su espectacular huida, Illa decidió ni mencionarlo en su discurso de investidura. Ante el 'show', silencio. Desde entonces, el presidente guarda un hermetismo absoluto respecto a su presunto jefe de la oposición, al que ni siquiera se ha dignado a mencionar. En una gestoría, los gestores gestionan y evitan los conflictos explícitos. De ahí que las respuestas de Illa sean puramente simbólicas y nunca directas. Si recibió a Jordi Pujol no fue por ninguna cortesía sino por una obviedad como la de empezar a ocupar silenciosamente el espacio de la vieja Convergència que Junts quisiera recuperar pero que se resiste a hacerlo, puesto que lleva años encallando en la misma duda de si ser el viejo partido de orden o el nuevo rupturista. Illa sabe que, tras la espantada del 8 de agosto, lo tiene muy fácil para hacerse dueño de la transversalidad y la centralidad, aunque sea a costa de aparecer, efectivamente, como un insípido gestor. Y es que el nuevo y silente Gobierno de Catalunya parece haberse dado cuenta de que, con la excepción de los tuits agitadores de Puigdemont, delante suyo tiene un fabuloso desierto sin oposición alguna. Con Esquerra en plena guerra civil, el PP sin interés en la política catalana y Junts desdeñando el rol de jefe de la oposición, a Illa le basta con una sonora indiferencia hacia sus rivales políticos para empezar la que pinta que puede ser la era más letárgica de la historia reciente de la política catalana. Mientras Puigdemont grita, Salvador Illa se dispone a inyectarnos sin pestañear una demoledora dosis de esta anestesia de aeropuertos, infraestructuras y hospitales, que consolidan la gestoría como metáfora de los nuevos tiempos. Agotados de tanta épica inútil, hasta hay quien se dormirá a gusto. 

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