La meteorología que nos ha acompañado los últimos días en la Ciudad Condal, en la que los chubascos han estado a la orden del día, ha sido la más adecuada para generar una atmósfera propicia para acompañar la que, a título personal, considero como una de las mejores experiencias a nivel cinematográfico que he experimentado —a la altura del visionado de '2001: Una odisea del espacio' en 70mm que pude disfrutar hace una temporada—.
El Grup Balañá, dentro del siempre encantador marco del Teatre Tivoli de Barcelona, ha dado al respetable la oportunidad de disfrutar en dos pases de la proyección de una copia especial de la gloriosa 'Cantando bajo la lluvia' sin arreglos musicales, recayendo la interpretación de la parte instrumental de la banda sonora del filme sobre la Orquesta Sinfónica Camera Musicae. Un evento que me ha permitido redescubrir a un nuevo nivel el que no sólo es el mejor musical de todos los tiempos, sino una de las mejores películas que nos ha regalado el séptimo arte, independientemente de su género, a lo largo de la historia.
Una vez se atenuaron las luces y la orquesta comenzó a interpretar las eternas e irrepetibles notas de la introducción del clásico dirigido por Stanley Donen y Gene Kelly, superpuestas a las voces originales del propio Kelly, Debbie Reynolds y Donald O'Connor, el vello de punta acompañó a una gigantesca sonrisa que se dibujó en mi rostro de manera instantánea y que me acompañó a lo largo de la velada, mientras mis ojos intentaban asimilar la magia que destilaba la pantalla.
Por supuesto, gran parte de culpa de estas sensaciones la tuvo el portentoso sonido en directo de unas melodías que, escuchadas en prácticamente cualquier condición, son capaces de emocionar por sí solas. No obstante, por muchas remasterizaciones que se realicen del material original, la pista de audio de 'Cantando bajo la lluvia' siempre adolecerá las imperfecciones heredadas de la tecnología de los años 50; es por esto que contar con la nitidez y la fuerza de la sinfónica en vivo logró enriquecer al largometraje, haciéndolo aún más perfecto si cabe.
Hay que reconocer que, a pesar de que que las condiciones de proyección no fuesen las más refinadas, con una pantalla no demasiado grande y luminosa, todo el encanto y el poderío a nivel visual de 'Cantando bajo la lluvia', que muchos han intentado replicar una y mil veces sin éxito, continúa maravillando como el primer día.
Su viva y saturada paleta de colores, que exprime hasta la última gota las capacidades del Technicolor, los movimientos de cámara que acompañan a los inigualables números musicales filmados en fascinantes planos secuencia, los titánicos escenarios en los que se ambientan... Todo en 'Cantando bajo la lluvia' lleva grabada a fuego la etiqueta de "espectáculo en mayúsculas"; incluido el carisma de su trío protagonista, ante cuyas habilidades para el baile, voces, y presencia frente a la cámara es imposible no caer rendido.
Sesenta y seis años después de que Metro Goldwyn Mayer estrenase esta oda al mundo del cine, que repasa con acierto y un gran sentido del humor los devenires de la industria durante la transición del mudo al sonoro, sigue sorprendiendo cómo una narrativa que se empeña por suceder —impresionantes— números musicales resulta tan efectiva y permite hilar una historia en cuya sencillez radica su mayor virtud.
Una obra maestra siempre será una obra maestra, y resulta harto complicado llegar a imaginar que puede ser posible mejorarla de algún modo. Gracias a esta oportunidad no sólo he comprobado que esto puede llegar a suceder, sino que he vuelto a enamorarme ciegamente del filme de Donen y Kelly, reforzando mi creencia de que, como sugería el título del programa que tenía Jose Luis Garci en La 2, hay muy pocas cosas en esta vida más grandes que el cine.
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