Ciencia-ficción: 'Doce monos', de Terry Gilliam

Ciencia-ficción: 'Doce monos', de Terry Gilliam

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Ciencia-ficción: 'Doce monos', de Terry Gilliam

Es una de esas típicas preguntas que le caen a uno cuando declara ser cinéfilo —¿cuál es tú película favorita?— pero que, a poco que se sea rápido de respuesta, se puede encauzar con la réplica de "década y género, ¿por favor?". Y si de década y género estamos hablando, esta claro que en los noventa, y dentro de la ciencia-ficción, 'Doce monos' ('Twelve monkeys', Terry Gilliam, 1995) sería...

...una de mis cinco favoritas ¿O es que acaso pensábais que en diez años en los que hubo títulos como 'Dark City' (id, Alex Proyas, 1998), 'Desafío total' ('Total Recall', Paul Verhoeven, 1990) o 'Matrix' ('The Matrix', Larry & Andy Wachowski, 1999) iba a poder quedarme con una única producción? Obviamente, no. Pero eso no quita para apuntar al filme protagonizado por Bruce Willis como una las cimas que el género alcanzó hace cuatro lustros.

Gilliam en estado puro

Doce Monos 1

Y si lo hizo, ante todo y sobre todo, fue por la fascinante personalidad que su director, el visionario Terry Gilliam —esto si es un realizador con una visión, no como los "Visionary" que nos venden ahora las campañas publicitarias— supo imprimir a un filme que es un preciso y alucinógeno muestrario de muchas de sus filias y obsesiones visuales, esas que cuatro años antes había mostrado con la también espléndida 'El rey pescador' ('The Fisher King', 1991) y que tanto se habían ensayado durante los años de Monty Python.

Dentro de ese catálogo que conforma un filme que gira en torno a la futilidad de los viajes temporales, si hay algo que sobresale por encima de todo lo demás es el hipnótico diseño de producción que Gilliam y su equipo plantean para el futuro en el que arranca la acción; un futuro en el que la humanidad ha sido barrida de la faz de la Tierra por un virus imparable y en el que los pocos que sobrevivieron se han refugiado en el subsuelo con la esperanza de, algún día, encontrar la cura a la pandemia.

Abigarrado como sólo Gilliam puede construirlo y con clarísimas reminiscencias a esa rareza llamada 'Brazil' (id, 1985), el entramado de de corredores, tuberías, cables, celdas y mugre, mucha mugre, que ocupa hasta el último centímetro cuadrado de ese sub-mundo en el que habita James Cole se contrapone, al menos en parte, al mundo real, ese que la cinta muestra toda vez el recluso encarnado por Willis comienza a ser enviado al pasado para intentar averiguar más sobre el ejército de los "Doce monos", supuesto causante del apocalipsis.

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'Doce monos', todo es en vano

Doce Monos 2

Y digo en parte porque, de todos los escenarios elegidos por Gilliam, si hay uno que remite —y no de forma casual— al caos al que está abocada la humanidad en su lucha por la supervivencia, ese es el centro psiquiátrico en el que el héroe de la función conoce al que, sin lugar a dudas, es el mejor personaje de toda la cinta: el Jeffrey Goines al que da vida Brad Pitt en la que considero es una de las mejores muestras de la versatilidad de un actor que, por aquél entonces, ya intentaba quemar como fuera el sambenito de guaperas.

La histriónica construcción del enfermo mental del que se encarga, su cara de alucinado permanente —con ese ojo "a la virulé" que tanto ayuda—, su incontenible verborrea —imprescindible aquí la versión original— y lo forzado de encuadres y angulaciones con los que Gilliam caracteriza la visita a la casa de locos hace que, de todo lo que podemos ver durante tan espléndidas dos horas y diez minutos, sea el manicomio uno de esos momentos de 'Doce monos' que permanece imborrable en la memoria.

Doce Monos 3

De entre los otros, no cabe duda, son aquellos en los que el reiterativo y acertado tema musical de Paul Buckmaster acompaña a Willis y a la doctora encarnada por Madeleine Stowe en las pesquisas a contrarreloj hacia el vano intento de cambiar el futuro, los que también dejan huella por más que, como todo filme de desplazamientos espacio-temporales, el guión haya que tomarlo como tal y no rascar mucho sopena de dar con las típicas e inevitables incongruencias asociadas a este tipo de producciones.

A ellas viene también a añadirse el más o menos descarado giro que introduce ese flashback constante —¿o es flashforward?— que es la ensoñación de Cole, uno que, de ser medio astuto, se ve venir a la legua la primera vez que se disfruta del filme pero que, en aras del cariño profesado con el paso de los años, se ha terminado hasta perdonando por la insigne grandeza que atesora el que, con permiso de la citada 'El rey pescador', me parece lo mejor que ha rodado Terry Gilliam.

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