Especial Paul Newman: 'Un hombre de hoy' de Stuart Rosenberg

Especial Paul Newman: 'Un hombre de hoy' de Stuart Rosenberg

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Especial Paul Newman: 'Un hombre de hoy' de Stuart Rosenberg

El enorme éxito de ‘Dos hombres y un destino’ (‘Butch Cassidy and the Sundance Kid’, George Roy Hill, 1969) permitió a Paul Newman producir e interpretar, junto a su querida esposa Joanne Woodward, la adaptación de la novela ‘A Hall of Mirrors’ de Robert Stone. Se trata de la primera obra que el escritor de Brooklyn, galardonada con varios premios, entre ellos el de mejor primera novela, por parte de la Fundación William Faulkner; también fue la primera de las dos únicas llevadas al cine, la otra fue en la interesante ‘Nieve que quema’ (‘Who’ll Stop the Rain’, Karel Reisz, 1978).

Newman consideraba, al menos así lo declaró en 1977, que ‘Un hombre de hoy’ (‘WUSA’, Stuart Rosenberg, 1970) era la película más significante y mejor que había hecho. Una opinión que desde luego no fue compartida por los espectadores, también la crítica, de la época, quedando para la historia como uno de los fracasos más grandes en la carrera del actor. No es de extrañar, cuando se trata de un título difícil y que pone en jaque a una sociedad, que por aquel entonces, la estadounidense se encontraba perdida y en clara descomposición –la guerra de Vietnam−. El film es bastante incómodo y a nadie le gustó ser retratado de aquella forma.

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Newman da vida a un vividor que vaga por el mundo de ciudad en ciudad, encontrando siempre algún trabajo que pueda desempeñar con facilidad. Retratado a sí mismo como un comunicador, en New Orleans –ciudad siempre muy cinematográfica− consigue trabajo como locutor de radio en la emisora WUSA, el título original del film, cuyos máximos dirigente pertenecen a la ultraderecha del país, y manejan oscuros negocios, aprovechándose del sector pobre, sobre todo la población negra, para beneficio propio. El característico secundario Pat Hingle da vida al director de la cadena con su habitual versatilidad, temible en su sonrisa irónica, amenazante en sus miradas.

Víctimas de un poder invisible

Rheindhardt (Newman) encuentra en su estancia en la ciudad a Geraldine –Joanne Woodward en una de las mejores composiciones de su carrera, mezcla de ternura y sensualidad−, una prostituta necesitada de un techo y cariño. Dos seres perdidos, abocados a una sociedad que se devora sin compasión, ella juzgada y maltratada, él con un problema de bebida, refugio a la triste y decepcionante realidad: el mundo es una completa basura. El feeling entre ambos actores traspasa la pantalla, como siempre en sus colaboraciones, esta vez con un tono de amargura en el que el paso a la esperanza es tan cierto como la segura muerte.

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Rosenberg, director procedente del mundo televisivo, en su segunda colaboración con el actor de los ojos azules más famosos de la historia del cine, pocas veces ha estado tan inspirado, sobre todo a la hora de no mostrar la suciedad de las altas esferas, sino las consecuencias en el pueblo llano, con una cámara vigorosa, siempre cercana a sus personajes, no siendo más que un testigo de la tristeza que les acompaña. Utiliza además a Anthony Perkins, al que su personaje de Norman Bates persiguió hasta su muerte cual maldición, como catarsis colectiva, planteando una pregunta muy inquietante: ¿qué pasa por la cabeza de alguien que se pone a disparar en un mitin?, ecos aquí de ‘El mensajero del miedo’ (‘The Manchurian Candidate’, John Frankenheimer, 1962), incluso Laurence Harvey tiene un breve papel, aunque se trata de lo más flojo del film, por no estar bien dibujado el personaje.

El poso que deja ‘Un hombre de hoy’ es de los que no agradan a nadie, el terrible tercio final, que incluye revueltas, un asesinato y un suicidio es una bofetada directa a ese mal silencioso que se aprovecha en la oscuridad, en las sombras, del más necesitado —lectura muy actual—. Imponente el discurso de Rheindhardt, sarcástico, irónico e inútil a partes iguales, con un Newman en verdadero estado de gracia; también su visita a un cementerio lleno de tumbas con nombres olvidados, y cómo no, la inesperada reflexión final ante la seguridad de que todo muere: “soy un superviviente”.

Tras este querido proyecto, el actor se embarcaría en su segunda película como director, con un reparto envidiable.

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