Ramón García vuelve a demostrar que nació para presentar 'Grand Prix', con o sin vaquilla. ¡Sí, señor!
Mis veranos de niño, como los de tantos otros, saben a pueblo, aventuras en bici, partidas a la recreativa, verbenas, flashes y 'Grand Prix'. Y no es que el retorno de Ramón García fuera a devolverme una micra de esos fugaces momentos donde uno es feliz de verdad, pero sí ha sido un revulsivo contra una televisión lineal en absoluta decadencia entre Ana Rosas, debates y un clarísimo abaratamiento general. Ha sido un instante de pureza y diversión en un medio enfangado, un retorno a las bases del programa del abuelo y el niño que ha sabido ir más allá de la simple nostalgia.
Por fin llegó el verano
Durante un tiempo, España se rindió a la televisión como espectáculo de masas, con concursos caros y grandilocuentes como 'El gran juego de la oca', 'La noche de los castillos' o 'Grand Prix', pero poco a poco fueron dejando espacio, adecuándose a un público avejentado, a programas que eludían tener que hacer algo más que sentar a cinco personas a que discutieran de sus cosas. Y era inevitable temer que el retorno de un formato mítico después de 18 años de espera (no tenemos en cuenta esas ediciones que Bertín Osborne perpetró en las autonómicas) se sintiera de cartón piedra y anquilosado. Por suerte, no ha sido así.
'Grand Prix', en 2023, ha sido toda una declaración de intenciones: toca solo lo justo para que se sienta nuevo pero sin que eso afecte al ADN del programa. Hay algo en ver a personas vestidas de bolos y bebés gordos recibiendo trompazos que da paz mental, y que curiosamente ha sabido encapsular mejor el espíritu Looney Tunes que el nuevo 'Castillo de Takeshi', que se notaba mucho más saneado: los trompazos son puro slapstick, acrobáticos y divertidos y los logros son auténticos cantares de gesta.
Incluso las nuevas pruebas, como Ki-monos (en la que los concursantes van vestidos como monos con kimono), no desentonan con los Troncos Locos o la Patata Caliente. Se nota que ha habido un gran trabajo de testeo, prueba y error para dar con los retos perfectos para divertir sin pasarse de rancio o novedoso. Son pruebas, literalmente, para toda la familia: desde el adolescente Tiktoker hasta el abuelo que añora tiempos más sencillos pasando, por supuesto, por el millennial cínico que ha recibido el retorno con los brazos abiertos. ¿Qué programa puede, hoy en día, vanagloriarse de ser capaz de juntar a toda la familia delante de la televisión?
Va a empezar, ya está aquí
Hay tres novedades que pueden chocar de buenas a primeras, especialmente al público que esperara una fotocopia del original y se haya olvidado del espíritu de 'Grand Prix', que siempre ha dado algo para todas las edades. Por un lado, Cristinini, que en lugar de limitarse a hacer tareas de presentadora se dedica a castear las pruebas, como si fuera Twitch, apareciendo en un lado de la pantalla. No puedo decir que haya sido fan de sus comentarios, la química con Ramontxu es cuestionable y cuando no está (como en Los Super-Bolos) la cosa gana en fluidez. Es el peaje que hay que pasar para atraer a un público que vive en Internet, pero no termina de engolar bien con el resto del formato. Una pena, porque en 'Time Zone' sí que dio rienda suelta a su carisma innato de una manera bastante satisfactoria.
La otra es Wilbur, el secundario cómico acrobático que de primeras fue un mal augurio para el programa pero hacia el final ya era una costumbre adquirida. Un poco como el café, vaya: la primera vez te repugna pero después hasta lo echas de menos. El actor Víctor Ortiz se pone en la piel de un superfan patoso que está destinado a mantener la atención de los más peques de la casa. Personalmente creo que rompe el ritmo del programa, pero soy consciente de que soy su público. Se trata de un slapstick infantil que no molesta, tiene un timing cómico increíble y es capaz de hacer lo que quiera con su cuerpo: habrá que ver cómo sigue evolucionando a lo largo de los episodios, pero no es, ni de lejos, el gran error que parecía en sus primeros minutos.
Y la tercera novedad es el acierto más improbable de 'Grand Prix' en 2023: la sustitución de la vaquilla (por más que moleste a los más puristas, la sociedad ha evolucionado) por una vaquilla humanizada, rozando el furry, que los alcaldes pueden utilizar para molestar al otro equipo. Lo que podría haber sido un desastre se ha convertido, gracias al portentoso diseño y lo bien que emplasta con el resto de pruebas, en un acierto con mayúsculas, que demuestra que las pruebas más aburridas del programa siempre fueron las de animales corneando. Ah, y lo mejor de todo: las rimas para presentarla no se han perdido. Menos mal.
Lo que más te gusta a ti
El público, de momento, ha respondido, quizá movido por la simple curiosidad y la nostalgia: 2.572.000 personas y un 26,1% del público para un programa que necesita, sí o sí, cambiar el horario para no acabar a la una de la mañana de los lunes, por mucho verano que sea. Si continuará ahí o será un efecto 'Mapi', que en su primer capítulo movió a la población y después se fue a otros pastos, está por ver. Yo tengo que reconocer que empecé a verlo sin esperanzas y acabé con plan televisivo para todos los lunes por la noche desde aquí hasta septiembre.
Vivimos en un ciclo continuo de turbonostalgia mal entendida donde parece necesario continuamente reinventar la rueda y que el 'Grand Prix' ha comprendido perfectamente. Si la rueda ya funciona bien, solo hay que ponerle un par de parches para que siga rodando. Antaño era un programa divertido, pero ahora es vital en un panorama audiovisual que necesita la pureza, familiaridad, trompazos y sonrisas de un concurso en el que personas se visten de pingüino para tirarse a un número escrito en el suelo y de trogloditas que tienen que subir por una rampa evitando dinosaurios. A veces no tiene nada de malo, simplemente, divertir sin más pretensiones. Sobre todo, cuando se consigue.
Los tiempos han cambiado, pero 'Grand Prix' es inmortal. Ramón García y compañía han acertado de pleno en el retorno de un formato que podría funcionar tan solo a golpes de nostalgia y en su lugar ha demostrado que sigue completamente vigente en 2023. Hemos pasado 18 años sin el programa del abuelo y del niño. Vamos a procurar que no pasen otros 18 más antes de volver a descubrir por qué lo necesitamos en nuestra vida.
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