¿Cuál es la diferencia entre un abogado y una puta? La puta dejará de joderte cuando estés muerto…
-Rudy Baylor
Algunos lectores nos han defendido, en los comentarios, la anterior película de Coppola, la minúscula ‘Jack’ que dio bastante dinero y que afianzó un poquito más la recuperación económica de este irrepetible hombre de cine. Y por económica nos referimos a la confianza de los inversores para concederle libertad a la hora de elegir proyectos. Sin embargo, Coppola siguió cauto, por última vez. Tanto es asi que podemos considerar ‘The Rainmaker’ (título más estimulante que ‘Legítima defensa’) su última película profesional, del modo, al menos, en que él entiende esto.
Si ya habíamos tenido ‘Mario Puzo’s The Godfather’ y ‘Bram Stoker’s Dracula’, ahora Coppola ejecuta su enésima adaptación de un material literario preexistente (de hecho, él es el encargado en solitario del guión) y presenta ‘John Grisham’s The Rainmaker’, un melodrama magnífico que, si bien no puede colocarse al lado de ‘El padrino’ o ‘La conversación’, sí que está a la altura, sin duda, de la bella ‘Rebeldes’. Un emocionante relato, más complejo de lo que parece a simple vista, y que está narrado por Coppola con una precisión majestuosa.
El último hombre honesto
‘Legítima defensa’ tiene como protagonista a un abogado a punto de colegiarse cuya honradez y rectitud son a toda prueba…excepto en el caso de que continuase con una profesión que recibe un duro varapalo por parte de Coppola. En ese sentido, la abogacía se puede poner en paralelo a la mafia o a los vampiros: cuanta más sangre bebes (literal o metafóricamente), más hundido moralmente estás. El único abogado decente que conoceremos es el propio Rudy, que, desesperado, ha terminado trabajando en el bufete de Bruiser Stone (un divertidísimo Mickey Rourke).
De hecho hay mucho de quijotesco en este personaje, que junto al sanchopancesco Deck Shifflet (hilarante, perfecto Danny DeVito), huirá literalmente de ese bufete y montará un propio desde el cual acometerá un importantísimo caso contra una corrupta aseguradora que deja morir de leucemia a un chaval. Además, es el narrador en off de la historia, ejerciendo no sólo de hábil recurso para la ironía, sino también como feroz crítico a una profesión para la que es demasiado noble.
Rudy deberá dejarse la piel no en uno, realmente, sino en tres casos diferentes de muy distintas características. El principal, por supuesto, es el que le enfrentará a la todopoderosa compañía de seguros Great Benefit. Pero tendrá dos casos más: una muchacha maltratada por su marido (encantadora Claire Danes) de la que se enamorará, y una anciana que se apiadó de él (la mítica Teresa Wright, en su último papel para el cine) y le dejó una habitación en alquiler, cuya falsa fortuna es codiciada por sus canallescos hijos.
Nos creemos con facilidad la existencia de un personaje tan abnegado, por la gran capacidad fabuladora de Coppola, capaz de hablar con lucidez de los perdedores, y de ponerse al lado de ellos.
Emoción sin complejos
Hay una gran sinceridad, y un amor compasivo de Coppola hacia sus personajes. Él mismo dice que le encanta trabajar con actores jóvenes, y viendo la película nadie puede dudar de ello. Es admirable el modo en que extrae de Matt Damon y Claire Danes una verdad y una belleza incontestables, basada en la complicidad, la dignidad humana y el dolor. Pero no hay sentimentalismos ni énfasis de ninguna clase, salvo por una bella música de Elmer Bernstein que conjuga con sensibilidad el jazz más enérgico con las melodías más suaves, e incluso con temas bufonescos.
Los tres casos de Rudy se van entrelazando con fluidez hasta que, en la segunda parte, nos vemos inmersos en un apasionante juicio de imprevisibles consecuencias, aunque lejos de transformar el tono de la historia, continúa creciendo sobre sí misma sin perder jamás el control. Como melodrama que es, Coppola no teme cargar las tintas a la hora de dibujar a los buenos y a los malos. La razón por la que el relato no se resiente de ello, es la humanidad desenfadada que inunda cada secuencia. Así, los abogados de la aseguradora (comandados por un genial Jon Voight, en otro papel que le va como un guante), que cobran mil dólares por minutos, son una panda de miserables sin escrúpulos. Así es el mundo en verdad, aunque en una película a veces pueda parecer maniqueo.
Pero Rudy no estará solo. En su hermosa peripecia se verá ayudado por personajes como el compasivo juez Kipler (maravilloso Danny Glover, que actúa en la película sin aparecer en los créditos), o la perdedora Jackie Lemancyzk (Virginia Madsen de nuevo estupenda, como siempre), aunque a menudo tocará fondo pues los frentes son demasiados y las fuerzas escasas. De su mano y de la de Coppola conoceremos, conmovidos, la tragedia de los que no tienen seguro y mueren cuando la sociedad cuenta con médicos excelentes; la de las personas solitarias y abandonadas que se casan con el tipo equivocado o cuyos hijos nunca las quisieron.
Mirando el dolor frontalmente, tenemos a un Coppola con ojos doloridos, que no teme desequilibrar su relato con momentos como aquél en el que el padre del difunto les muestra a los canallas la foto de su hijo en pleno juicio, o la mirada inolvidable de la anciana que agradece la fidelidad de su joven abogado. Coppola pronuncia un discurso del lado de los desfavorecidos, y ataca sin piedad a los tipos sin escrúpulos que se aprovechan del sistema y de los más débiles. De nuevo, es la historia de un hijo fallecido, al igual que le ocurrió a él con su hijo Gio. De nuevo su vida y su arte se tocan sin fisuras.
Conclusión
Se cierra así la década menos productiva de Coppola, que durante diez años, y salvo trabajos no acreditados, no volvería a presentar ninguna película. ‘Legítima defensa’ era su tercera venganza consecutiva hacia los grandes estudios: de nuevo una producción comercial que aunaba profesionalidad y sensibilidad, y que dejaba dinero en taquilla. Nada de todo eso servía para asegurar una futura gran obra como la largamente anunciada ‘Megalopolis’, pero saciaba su necesidad de redención.
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