Aunque esté muy lejos de ser la mejor serie de las estrenadas este año, ‘American Horror Story‘ se ha convertido por sus méritos (y deméritos) en el estreno más imprescindible de esta temporada televisiva, uno que debería existir cada año para sacudirnos la modorra en la que a veces caen los creadores televisivos.
No va a gustar a todos ni posiblemente siquiera a muchos. También es probable que lo que ahora parecen aspectos sugerentes pronto puedan caer en el simple exceso. Y ni siquiera estoy muy seguro de que vaya a ser una gran serie (de momento no lo es). Pero sí es una que ha entendido perfectamente lo que podía hacer con su punto de partida, siendo éste poco usual en televisión.
Miedo y asco en EEUU
Que lo ha entendido bien queda claro en la secuencia de créditos, pero también en el título elegido. ‘American Horror Story’ es, como su propio nombre indica, una historia de miedo, pero también, y precisamente por llamarse así, un juego medio paródico sobre los códigos del terror y sobre EEUU. Las miras son demasiado altas como para cumplir lo que promete, pero hay muchas cosas que AMH hace bien.
Por ejemplo, es una serie que se mueve todo el minutaje entre la perversión cómica y el asco vital nada ficticio. Es América, la América etnocentrista de los estadounidenses, pero desde la óptica de su creador televisivo más orgulloso de hacer supurar el pus: Ryan Murphy.
Como ya demostró en ‘Nip/Tuck’, a Murphy le encanta raspar la belleza y romperse la uña y clavarse la astilla enmugrecida. Porque no hay nada, por muy limpio que esté, que no tenga suciedad y sacarla a la luz ya puede dar bastante miedo (pensemos, por ejemplo, en ‘Happiness’ de Todd Sollonz y el miedo que podía llegar a dar).
También cuadran bien en el contexto de la serie los juegos oníricos que se marca y el poco respeto que le tiene al espectador. ‘American Horror Story’ juega a zarandearle, a que se plantee por un lado si lo que ve en la historia es real o soñado; y, por otro, a si quiere o no quiere lo que los guionistas están tomando. Ambas situaciones son un pequeño oasis entre estrenos blancos y que no son sutiles ni siquiera saber cómo dejar de ser obvios. ‘American Horror Story’ es tremendamente obvia, pero por lo mostrado en estos primeros capítulos porque así lo elige la propia serie.
Lo turbio de ‘American Horror Story’
El problema al que se van a enfrentar tanto Ryan como los espectadores es al de que esto crezca sin que se pase de frenada. Sí, claro, podemos seguir jugando a mostrar las pervesiones, a enseñar y no ocultar nada, a acumular freaks terroríficos en pantalla y a dosificar el mal rollo con tanto humor como el que se ha mostrado en estos capítulos que llevamos. Humor negro, salvaje y muy de sesión golfa, pero al fin y al cabo ésa es la referencia de AMH.
Ahora, sostener eso sin que te caigas con todo el equipo a largo plazo es complicado. Lo es en el cine, y pensemos por ejemplo en payasadas divertidísimas y malsanas como ‘House: una casa alucinante‘; en el cine de casas encantadas más sangriento con ‘Amityville’ como referencia fundamental; en el tono abiertamente cómico de muchas escenas de miedo, cercano al de ‘Elm Street‘… todas ellas tenían la ventaja de que se agotaban antes de que fueran demasiado insoportables.
Y el otro peligro viene precisamente del juego constante y consciente que ‘American Horror Story’ hace de las referencias al cine de terror. Es muy divertido buscarlas, especialmente para todos aquellos aficionados al cine de fondo de videoclub, pero también es bastante sencillo que lo referencial haga perder la vista de la propia historia que se tiene entre manos.
‘American Horror Story’ tiene espacio suficiente para crecer, pero también puede acabar convertida en una ‘True Blood’ de aspecto terrorífico: desatada y sin manera de que nadie coja las riendas de nuevo.
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