Debido a problemas logísticos asociados a una ineptitud jamás vista en GTA Online, mis últimos atracos han sido un desastre absoluto. Cayo Perico se convirtió en una mala copia de Shadow Moses y The Diamond Casino & Resort fue una suerte de Ocean's Eleven en forma de desastre absoluto.
Está claro que atravieso un bache en mi vida en Los Santos y necesito ir a una consulta para terminar con esto. Dada la escasa oferta de psicólogos en la ciudad, me han recomendado que acuda al Maze Bank Arena, que hay un espectáculo muy saludable para la mente y nada recomendado por los traumatólogos. Allí está Arena War.
Aplasta, machaca, destruye
Algo había leído sobre cierta destrucción, ambulancias aquí y allá y gritos enfervorizados de estadounidenses alcoholizados. Un show digno de lo más profundo del país, así que debo prepararme debidamente para despertar la admiración de todo el mundo. No vale cualquier coche para lanzarse al ruedo, sino que es necesario un vehículo especial.
En mi afán de no gastar ni un solo duro, consigo el Vapid Pisswasser Dominator por la increíble cifra de cero dólares. No sé si soy el rey de las rebajas, pero la descripción me deja claro que me he hecho con un coche de alquiler que es sinónimo de cultura americana. Y no me extraña, porque el coche parece sacado de una carrera de NASCAR y solo le falta una pegatina en el tubo de escape para llenarlo todo de panfletos.
Como tengo más deportivos aparcados en el garaje de casa que camisetas en el armario, es vital hacer hueco. En otro movimiento financiero digno de Wall Street, me hago con un garaje de risa, de dos plazas, en la zona industrial totalmente gratis. ¿Estará mi suerte cambiando?
"Los que van a conducir, te saludan", reza la página web de Arena War. La relación con los gladiadores del coliseo es alentadora y me inyecta en vena la energía necesaria para fundirme 995.000 dólares en un garaje en el estadio. Podría poner chapa y pintura por cada esquina, pero le tengo demasiado cariño al color verde de los billetes.
Gastados los cuartos, aparece Bryony para darme la bienvenida. Es una relaciones públicas que, al contrario de lo que sucede habitualmente, sí que tiene un momento para atenderte en vez de escribir un tweet promocional. Pero ojo, no es que no le importe nada de eso, ya que precisamente es su jefe el que está obsesionado con las redes sociales.
Alan Jerome, un ricachón de la vieja escuela que quiere modernizarse a cada paso tan solo para conseguir dar más grima. El tipo se ha cocido tanto en sesiones de rayos uva que podrías pelarle la piel. Con todo, sigue siendo un tipo majo al que le interesa crear una fiesta brutal sobre cuatro ruedas. La fórmula la tiene bien clara: sexo, himno de Estados Unidos y conseguir que asesinar a tus rivales sea deporte nacional.
No le voy a llevar la contraria viendo el imperio que ha montado, aunque me escama que Bryony me haga firmar más consentimientos que Hacienda. Me comenta que Peter, el anterior piloto a mí, tuvo un desafortunado accidente y que ya no está disponible. No sé, todo esto, junto con el mono que me da repleto de sangre me hace sospechar.
Infierno motorizado
Me lanzan a la primera prueba y aquí ya está claro de qué va toda esta vaina. Traje de soldado, un Apocalypse Dominator... lo único que importa es convertirlo todo en pura chatarra y por eso los coches que se modifican son una auténtica basura.
Mad Max, Destruction Derby, Wreckfest o Flatout. No me importa cómo os refiráis a Arena War, pero la idea es la misma. Si pasas el neumático por el cuello del rival, mejor que mejor, aunque en mi primera confrontación recibo vibraciones de un juego al que le tengo mucho cariño. Rocket League, maldita sea.
Parece que estoy jugando a la obra de Psyonix, pues el primer cometido es introducir unas bolas enormes en porterías. Puedo saltar, disparar, aniquilar, usar torretas, activar minas, trampas y solo me falta salir despedido al espacio si hiciese falta. Lo cierto es que ya empiezo a notar ese cosquilleo de que me gusta hacer reventar a un tráiler que me escupe llamas.
Pierdo en esta primera partida de Bomb Ball, pero no importa. A Al le ha flipado cómo he conducido y decide contratarme, así que firmo donde haga falta. Es turno de Sacha, el mecánico armenio cuyos tímpanos han debido ser sustituidos varias veces por la caña que les mete con sesiones de tecno.
"We are making badass", dice Sacha sobre mi Dominator. Es imposible que no me caiga bien, es como acudir a un kebab a las 6 de la mañana y que te reciba el camarero con la mejor de sus sonrisas. A pesar de la momentánea felicidad, vuelvo a ser idiota por unos instantes. Apoquino 115.525 dólares en mejoras al coche, pero a la carrocería básica.
Menudo imbécil, tengo que aplicarle el estilo Apocalypse Dominator y a partir de ahí construir. Dios santo, ni que Inmortal Joe me hubiese atravesado con una lanza la cartera. 1.132.000 dólares solo por el set básico, tremendo. Lo bueno es que ya puedo comenzar a colocarle toda clase de aparatos infernales, hasta en la guantera si hace falta.
Está bien el poder conseguir las mejoras a base de puntos dentro de Arena War, así no te ves obligado a que te cepillen la cuenta bancaria. Una vez listo, de vuelta al circuito. Aquí es el momento en el que la terapia hace efecto, incluso terminando último.
Es pura destrucción, despiporre sin sentido y sinapenas reglas. Que si pasa la bomba hasta que uno salte por los aires y se convierta en Chocapic. Que si arrebatar banderas saltando por mitad de un puente y llevándolas a tu base. Que si mantenerte vivo en moto llegando a los puntos de control.
Es un verdadero placer, con una estética muy lograda por parte de Rockstar. Cualquiera diría que estamos en mitad del rodaje de Mad Max y que Imperator Furiosa va a unirse a la pelea. Sí, por fin las cosas me salen bien, porque en realidad es una de las pocas actividades de GTA Online consistentes en que todo salga rematadamente mal.
La guinda del pastel la pone la última carrera. Vueltas por una pista ovalada en la que hay que llegar el primero tras 15 vueltas o ser el último en sobrevivir. Para poner las cosas más complicadas, el juego no para de activar toda clase de trampas como muros, bombonas de butano o llamaradas. Milagrosamente, gano en la última curva y me llevo la victoria.
No son las dos de la mañana y no estoy harto. No me quiero ir a dormir, pero sé que puedo dejar esta sesión un buen sabor de boca. El futuro me asegura que, como mínimo, tenga un refugio en el que desatar toda mi ira.
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