Llegó el momento. Óscar Gómez, Alberto Corona y Pep Sànchez se sientan para comentar, sin miedo y sin límites, de la última aventura de Kratos.
Varios meses después del lanzamiento de God of War Ragnarök, el juego de Santa Monica Studios acumula ventas millonarias y su calidad, cuando se mide con la contundencia de las hostias que sigue repartiendo el viejo espartano, está fuera de dudas. Por aquí tenemos, sin embargo, la sensación de que la historia de esta secuela no ha calado como la del God of War de 2018. ¿Debería haber sido una trilogía el periplo nórdico de Kratos? ¿Se aleja demasiado el guion de ese tono más íntimo de la anterior entrega? ¿Debería Odín ser el nuevo presidente de Sony Interactive Entertainment? ¿Y qué pasa con Atreus y las canicas?
Dale caña a la zanfoña, Bear McCreary, que tenemos que hablar de (casi) todo esto y mucho más, en el Spoilercast de God of War Ragnarök.
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Spoiler:
El juego sigue siendo magnífico en el plano estrictamente jugable pero la historia es un sainete insoportable y muy por debajo, no ya de los juegos de ND, sino de producciones de PS con historias menos laureadas como Tsushima u Horizons, que siempre tienen en cuenta y no olvidan cuál es el conflicto principal (la invasión mongola, descontrol de las IAs) y cómo éste repercute en el elenco protagonista.
El Ragnarok se resuelve en dos tristes horas, mientras te has comido decenas de horas de paja, con un ritmo desesperadamente lento, con los personajes dando tumbos y siendo testigo de dramitas familiares impropios del plano mitológico y de la situación en la que se encuentran (el puto fin del mundo!) que van mucho más allá del existente entre Atreus y Kratos. Que si Freya y Freyr, que si Odin y Thor, que si Thor y Thrud, que si Thrud y Sif, que si Sindri y Brok… Por no mencionar que muchos de estos se den en torno a una mesa mientras la abuela Tyr sirve el potaje, como si de una serie familiar noventera se tratase; sólo falta que Kratos suelte un “mecago en la leche, Merche”. Y encima con topicazos vistos en mil americanadas cutres («papá, me prometiste que no volverías a beber»), que no hacen más que marear la perdiz y sacarnos constantemente de lo que debería ser el núcleo narrativo.
No creo que una hipotética tercera entrega, esta vez sí, centrada en el Ragnarok, debiera existir para paliar lo acelerado de la resolución del conflicto. Simplemente, a nivel narrativo, el 80% de esta segunda entrega sobra; el resto debería ser puro Ragnarok y no centrarse en un conjunto de personajes que no me importan. A Ragnarok lo siento como a Kratos: que se avergüenza de su pasado y que quiere madurar pero le sale mal. Una pena teniendo en cuenta lo cojonudísimo que les quedó el de 2018.