Idea

Reconstruir nuestras relaciones con los demás, el planeta y la tecnología

Este artículo se basa en una conferencia de Stefania Giannini, Subdirectora General de Educación de la UNESCO, pronunciada en la Escuela Normal Superior de París el 25 de abril de 2024. Se centra en el tema de la reconstrucción de nuestras relaciones con el planeta, la tecnología y con los demás en torno a un nuevo contrato social para la educación.
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Un mundo en llamas

En las sociedades, podemos observar señales de fractura, división y polarización, y en particular un incremento de los conflictos violentos, desde Afganistán hasta Ucrania, desde Sudán hasta Gaza, que nos colocan al borde de la guerra mundial. Constatamos una polarización real en el sistema multilateral. Y estas tensiones geopolíticas repercuten en otros aspectos de nuestra vida cotidiana, como en los recintos universitarios estadounidenses, en los que se suscitan debates cruciales acerca de la libertad académica y la incapacidad de los dirigentes para abordarlos.

Las inundaciones, los incendios y el calor extremo han batido récords en casi todos los continentes, y se prevé que estos fenómenos se repitan una y otra vez en los próximos años hasta tanto no se tomen las medidas necesarias. La acción no debe limitarse a las políticas energéticas. Se trata de cambiar las mentalidades.

La tecnología está reconfigurando todos los aspectos de nuestras vidas, a un ritmo exponencial de cambio. Los dispositivos que han sido diseñados para relacionarnos -algo que ya está ocurriendo entre el Norte y el Sur, el Este y el Oeste- generan nuevas y profundas brechas y disparidades. Por supuesto, cada una de estas tres áreas está interrelacionada.

Tomemos en consideración, por ejemplo, la desinformación acerca de las elecciones que circula en las redes sociales. ¿Cuáles son las consecuencias para la democracia a lo largo de este “año electoral clave”, en el que podrán votar 2.500 millones de personas a través de todo el mundo? O pensemos en la compleja interfaz entre las transiciones ecológica y digital.

No estamos prestando suficiente atención a la repercusión que la tecnología tiene en las cuestiones medioambientales, como las grandes cantidades de energía y agua que se necesitan para enfriar los centros de datos y poder entrenar el ChatGPT, lo que equivale a la torre de refrigeración de un reactor nuclear.

“Pensamiento catedral”

En un contexto bastante conocido como éste, corremos el riesgo de hacer frente a nuevos desafíos abrumadores utilizando viejos instrumentos y, en consecuencia, da la impresión de que el liderazgo político e intelectual se paraliza ante la complejidad del tema. Los proyectos a largo plazo escapan en la medida de lo posible a la tiranía de la toma de decisiones a corto plazo que aqueja con frecuencia a la política.

En cambio, los proyectos que se centran en la misión definida por el “pensamiento catedral” se caracterizan por la audacia, la competencia de su dinámica, la capacidad de liderazgo, la resiliencia y la creatividad.

Esto significa que se trata de un enfoque similar al que hizo que la sociedad civil construyera estos monumentos increíblemente enormes y sin precedentes, es decir, las catedrales, con el objetivo de expresar y hacer visibles la grandeza y la belleza de Dios.

Hoy en día nuestro propósito es otro. Tenemos que identificar primero cuáles son nuestras catedrales para construir después. Mi catedral es llevar a cabo la “Misión Educación”, replantearla de otra manera. En estos proyectos se incorpora la equidad, la justicia y la sostenibilidad. ¿Cómo podemos reconstruir un mundo más pacífico, justo y sostenible en los próximos 20 o 30 años?

El horizonte ya no está en el 2030, sino más allá de esta fecha, en entender en qué punto nos encontraremos dentro de 30 años. “Misión Educación” consiste en liberar el poder transformador de la educación gracias a los alumnos del presente para formar a los ciudadanos globales del futuro. Abordar la complejidad mediante una nueva visión, a través de un nuevo enfoque filosófico, desde la más temprana enseñanza primaria y a lo largo de toda la vida.

Tres transiciones

Para hacer realidad la visión de la “Misión Educación” es necesario transformar radicalmente la educación, mediante tres transiciones clave.

En primer lugar, de la exclusión y el elitismo a la inclusión y la equidad. Esto significa lograr que la educación sea accesible a todas y todos. El año pasado se conmemoró el 75° aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que garantiza, por definición, el derecho a la educación.

Debemos reconocer que la expansión del acceso a la educación a escala mundial ha sido notable. En 1948, sólo el 45% de la población del planeta (en aquel momento 2.400 millones de personas) había pasado el umbral de una escuela. Actualmente, más del 95% de la población mundial de casi 8.000 millones ha asistido a la escuela. Podemos decir que se trata de una buena noticia. 

Sin embargo, a pesar de estos progresos realizados, el acceso a una educación de calidad sigue siendo incompleto y, lo que es más importante, desigual. Los datos recientes recopilados por la UNESCO muestran que 250 millones de niños y jóvenes permanecen sin escolarizar en todo el mundo. Para alcanzar la enseñanza primaria y la secundaria universal, es necesario que escolaricemos a un niño o niña cada 2 segundos de aquí a 2030.

Esto es solo para que podamos hacernos una idea de la magnitud del desafío. 763 millones de adultos aún no saben leer ni escribir y representan lo que se llama analfabetos totales. En otras palabras, han quedado fuera de los procesos participativos. Dos tercios de estos adultos son mujeres. La educación debería nivelar el terreno de juego, proporcionando igualdad de acceso e igualdad de oportunidades para todas las personas.

Recordarán seguramente la célebre frase que pronunció en una ocasión Kofi Annan, exSecretario General de las Naciones Unidas: “La educación es el gran igualador de nuestro tiempo. Da esperanza y oportunidades a quienes no las tienen”.

Siempre me gusta citar al sociólogo francés Pierre Bourdieu, quien ha reiterado y señalado con frecuencia que la educación sigue siendo un privilegio de los ricos, que reproduce las jerarquías sociales y perpetúa las desigualdades.

Desgraciadamente, tenemos pruebas de que en ningún otro lugar esto resulta más evidente que en la educación superior, donde vemos cómo se incrementan las desigualdades. Se trata de grupos marginados y vulnerables que siguen haciendo frente a importantes obstáculos para realizar su derecho a acceder a la enseñanza superior. Los datos recopilados por la UNESCO muestran que las diferencias en las tasas de matriculación en la universidad entre los más ricos y los más pobres pueden representar una brecha del 60%.

En Europa, la tasa de matriculación representa cerca del 74%. Si nos trasladamos a la región subsahariana, la matriculación en la enseñanza superior representa cerca del 14%. Desafortunadamente, los refugiados, que son una parte cada vez mayor de la población mundial, constituyen otro caso. Hoy en día, sólo el 6% de los refugiados tiene acceso a la educación superior.

Cambiar de rumbo

Para cambiar de rumbo tenemos, dicho en pocas palabras, que pasar de una práctica reformadora a una cultura de transformación de todo el sistema educativo. Debemos cambiar radicalmente, tanto como educadores como sociedades, nuestra percepción de la diversidad hacia una inclusión radical. La segunda transición consiste en replantearnos la manera en que se imparte la educación, pasando de la competición a la colaboración. De los valores del éxito personal, la competencia nacional y el crecimiento económico ilimitado, a aquellos que representan la solidaridad y que pueden llevarnos al crecimiento inclusivo.

Sobresalen dos ámbitos en los que la cultura de la colaboración es mucho más necesaria: el ámbito del cambio climático y el de la revolución digital. La educación ha sido y sigue siendo víctima del cambio climático. Muchos jóvenes y niños se ven obligados a huir, privados de su derecho a la educación, aunque también sea una parte esencial de la solución.

Sin embargo, la educación sobre las cuestiones relativas al cambio climático suele estar ausente o resulta insuficiente en muchos países, incluidos los europeos, y muchos docentes no se sienten preparados para impartirla. Para hacer frente de manera eficaz a la emergencia climática, debemos dotar a los docentes y los alumnos de los conocimientos, la sensibilización, las capacidades y el cambio de mentalidad necesarios. Ninguna acción climática puede tener éxito sin una educación sobre el cambio climático. Pasar de la competencia a la colaboración también es esencial en nuestra relación con la tecnología.

Pero, ¿qué repercusiones tiene en la educación? Tecnologías como la IA plantean muchos interrogantes para el futuro del conocimiento, la educación y el aprendizaje, al igual que las preguntas capitales que siguen abiertas:

  • ¿Qué capacidades y competencias son las más relevantes en este nuevo mundo de IA en el que estamos entrando?
  • ¿Cómo será la educación dentro de cinco años? ¿Dentro de una generación?
  • ¿Cómo podemos dirigir la tecnología de manera que no sea ésta la que nos dirija, y que se rija por los principios de inclusión, equidad, calidad y accesibilidad?
  • ¿Cómo podemos garantizar de que el sector privado también sea parte de esta comunidad?

Necesitamos una visión centrada en el ser humano con respecto a nuestra relación con la tecnología, que es el enfoque adoptado por la UNESCO. Hace unos meses la Organización publicó las primeras Orientaciones para la IA generativa en la educación y la investigación.

Veo como una gran oportunidad el hecho de que podamos avanzar hacia modelos lingüísticos de código abierto y plataformas digitales públicas de aprendizaje. Debemos empezar muy pronto, desde la escuela primaria. Sin replantearnos estas relaciones vitales, los modelos, los enfoques y las prácticas educativas actuales no podrán ayudarnos a cambiar el rumbo y a transformar el futuro.

Por eso, al ampliar un poco más la perspectiva, los sistemas educativos no se deben limitar a adaptarse a los cambios tecnológicos, sociales y medioambientales, sino que deben configurarlos en direcciones más justas y sostenibles. Es según estos valores que la educación debe transformarse con urgencia siguiendo la visión y la perspectiva de aprendizaje a lo largo de toda vida de la UNESCO.

Por último, y es algo que me lleva a la tercera transición, que es la más compleja y se relaciona con la labor en el Departamento de Filosofía. Pasar de una lógica de control y certeza a otra que abarque la conexión y la complejidad.

Los modelos tradicionales de educación, muy vigentes en las Humanidades, hacen hincapié en la resolución de problemas y en encontrar para cada uno de estos una respuesta “apropiada”. Lo que tanto los alumnos de hoy como los ciudadanos de mañana necesitan ahora, es ser capaces de formular las preguntas correctas. Se trata de cambiar las mentalidades. Para ayudar a que las personas vivan como ciudadanos del mundo, libres de odio y de intolerancia, cada cual debe tener acceso a una educación de calidad, mediante este nuevo diseño, modelo y enfoque transformador.

Esta es la misión de la UNESCO, que nació de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial con una visión de la paz recogida en el preámbulo de nuestra Constitución: “Puesto que las guerras nacen en la mente de las mujeres y de los hombres, es en la mente de las mujeres y de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz”, a través de los tres pilares de la educación, la ciencia y la cultura. La educación para la paz es uno de los temas de mayor vigencia. Pudiera parecer ingenuo. El lado blando del poder blando. Pero el poder blando debe ser llevado a los lugares difíciles.

El año pasado, los 194 Estados Miembros de la UNESCO aprobaron un nuevo instrumento normativo: La Recomendación sobre la Educación para la Paz, los Derechos Humanos y el Desarrollo Sostenible de la UNESCO que proporciona a los docentes, los gobiernos y la sociedad civil una hoja de ruta para aplicar estos principios de manera concreta.

¿Qué hace falta para hacer posible la “Misión Educación”?

¿Cómo lograr esta transformación, para que la educación de alta calidad y el aprendizaje a lo largo de toda la vida sean accesibles para todos? ¿Cómo es posible lograr la “Misión Educación”?

La educación es un bien común mundial. Al igual que la sanidad pública, es un derecho fundamental. Necesitamos un nuevo contrato social para la educación.

En primer lugar, un nuevo contrato social para la educación requiere una visión compartida, la cooperación y la voluntad política. La cooperación, la confianza y el apoyo son necesarios a todos los niveles. Y lo que es más importante, necesitamos una nueva cooperación entre los diferentes bloques geopolíticos.

En segundo lugar, es necesario abordar esta voluntad política en el presupuesto. Esto parece menos inspirador como punto si no contamos con el presupuesto asignado para convertir los principios en políticas y las políticas en herramientas concretas. Tenemos un hueco de casi 100.000 millones de dólares anuales hasta 2030. Esta diferencia representa el equivalente de tres semanas de gasto militar durante el año pasado.

La influencia que pueden ejercer como investigadores y docentes puede ser muy importante, especialmente durante este año en el que se está debatiendo y reformando la arquitectura financiera internacional. El presidente Macron convocó una cumbre mundial para un nuevo pacto de financiación multilateral. La educación no tuvo mucho protagonismo.

Por esta razón la UNESCO examina ahora, junto a otros asociados como el Banco Mundial y el FMI, ideas de mecanismos de financiación innovadores como los canjes de deudas por educación. Son muy frecuentes para el cambio climático. Resulta curioso que nadie haya pensado en un “bono de financiación” en el Sur Global.

En tercer lugar, abordar las causas profundas de la pobreza, la exclusión y las desigualdades en la sociedad, algo que va más allá de nuestra propia misión, aunque seguimos ampliando el llamamiento en favor del cambio, que es para todos, el proyecto intergeneracional, cotidiano y a lo largo de toda la vida.