Uruguay, un síntoma de recuperación para la salud de la democracia latinoamericana
En una charla de bar, con la tranquilidad de la noche montevideana, una uruguaya le aconseja a dos argentinos que estaban deseosos de saber cómo es vivir en Uruguay. Les dice que no son tan distintos a los argentinos, pero que no es fácil conseguir trabajos como para empezar de cero y que la calidad de vida es buena, pero levemente más cara, entre otras cosas. La conversación, entre cordialidad y risas, va mutando hasta llegar al tema político y económico.
Se pasó de la inflación anual, al valor del dólar y la cantidad que se puede comprar. Hasta que se llegó a un punto en el que hubo algo que llamó poderosamente la atención. Un comentario sobre la clase política del país oriental. Una frase en la voz de esa chica uruguaya de unos 30 años que marcó la diferencia. “Acá tenemos partidos e ideologías fuertes, pero los cambios no nos hacen sentir que pegamos un volantazo de sistema y que destruimos todo lo que hizo el anterior. Los cambios de presidentes a pesar de ser de fuerzas opositoras son ordenados y el rumbo general de la economía no tiembla”.
Para esa joven de Montevideo fue una frase al pasar, una más. Pero para los argentinos eso es un mundo de esperanza y un universo repleto de sabiduría y madurez político-democrática. Parecía que la utopía de un país y un macro proyecto por encima de los nombres y los partidos que aportan los matices distintos es posible.
Al tiempo y como una prueba fáctica de su descripción apareció una foto que para la opinión pública mundial pasó casi desapercibida pero que para Latinoamérica fue un resplandor. La asunción de Lula mostró, al menos para las relaciones internacionales, la pulcritud de una república uruguaya en materia política, que muchas veces es bastardeada por los argentinos por su escasos metros cuadrados de territorio o sus poco más de tres millones de habitantes.
La imagen en cuestión, que es mucho más poderosa incluso de lo que los propios uruguayos creen, muestra al electo presidente Lula Da Silva de Brasil en su acto de la toma de posesión de la presidencia. Cuando llegó el turno del saludo protocolar por parte de la República Oriental del Uruguay, hubo diálogos previos a la foto, hubo un poco de improvisación quizá, pero lo que terminó sucediendo fue la inmortalización de un ejemplo político formidable.
Lula posó para la foto junto al actual Presidente del Uruguay Luis Lacalle Pou (Partido Nacional), junto al ex presidente Julio María Sanguinetti (Partido Colorado) y al ex presidente José “Pepe” Mujica (Frente Amplio). Los cuatro tomados fuertemente de la mano.
El antagonismo de Lacalle Pou frente a las raíces ideológicas de sus compatriotas es más que notorio, pero eso no lo privó de entrelazar y posar en un retrato para posteridad. Una imagen que dice mucho sin utilizar palabras.
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Quizá suene exagerado y más de un uruguayo pensará que no fue para tanto. Sin embargo, para los argentinos fue un mensaje. Para los incapaces de lograr acuerdos o limar diferencias sumidos en un mar de confrontaciones bipolares extremas todo el contenido de ese instante captado en lentes de las cámaras es un manual de lo que deberíamos ser.
De este lado del río de La Plata existe una grieta política antagónica que corta transversalmente a la sociedad y que con conceptos fanáticos nos separa en “nosotros y ellos”. Una fisura que nos distancia del enemigo que, no sólo todo lo que piensa está mal, si no que es un villano de la patria. Así, sin grises.
Presidentes y ex presidentes que se atacan con munición verbal pesada, faltan al acto de traspaso de poder, no se convocan al diálogo. Marchas frente a contramarchas en las calles con personas que se atacan por pensar distinto y un país que va rebotando en ideas que pretenden ser un proyecto y anhelan comprender un sistema que se borra casi en la totalidad cuando el voto popular elige variar.
La convivencia política no solo es posible en los países desarrollados o de primer mundo. Uruguay nos muestra muy de cerca que se puede. Los valores democráticos son posibles y el crecimiento de las ideas debe llevar a lograr un país, un proyecto y un objetivo. Argentina debe crecer definitivamente y abandonar las mezquindades que son nocivas y letales para la vida republicana o no tendrá futuro.
Se trata de buscar consensos y dejar de borrar con el codo lo que ayer se escribió con la mano.
PC1